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EL INDIO BOLIVIANO VISTO DESDE LA ÓPTICA “INTELECTUAL” DURANTE EL PERIODO 1900-1932

Por: JOSE LUIS GOMEZ-MARTINEZ. // Foto: Lago Titicaca, mujeres indígenas pescando. / Mediados de siglo XX. // Para más historias: Historias de Bolivia.

El prestigio y difusión que alcanzó en Europa el concepto y los estudios sobre la “Völkerpsychologie” motivó a intelectuales bolivianos a estudiar igualmente la psicología de su pueblo. Veían en ello, además, una aproximación válida para la explicación de la realidad boliviana. Se pretendía, en un principio, encontrar la interpretación del comportamiento histórico de Bolivia a través del análisis del carácter de sus habitantes. En el proceso se recargaba el contenido determinista de la herencia, del medio ambiente, de la geografía y, sobre todo, de su composición étnica. El punto de partida, incluso en aquellos intelectuales como Tamayo, que demandaban independencia cultural, es siempre la perspectiva europea; las costumbres, el comportamiento y los valores europeos sirven de medida para evaluar lo autóctono.
Felipe Guzmán señala, en 1910, en polémica con Tamayo, que en sus ensayos, incluidos en El problema pedagógico en Bolivia, se ha basado en <<la teoría de Darwin constituida en evangelio de la ciencia>> (p. 80) y en las teorías de Jean Finot sobre la capacidad intelectual, que considera que «el índice cefálico ideal va casi siempre acompañado de cabellos rubios, de estatura alta y otros signos de superioridad>> (p. 81). Ello le reafirma en su creencia de que <<es menester destruir>> las opiniones que niegan la existencia de <<razas superiores e inferiores>> (p. 79). Pues <<la historia desde luego nos enseña que la humanidad debe todos sus progresos a la raza aryana, que es la blanca>> (p. 79). Pero este mismo hecho de plantear el problema significaba una aceptación consciente de su existencia, y aunque tal aproximación a lo autóctono se haga a través de principios extraños a la realidad boliviana, es ésta, no obstante, la que ahora se estudia. Se descubre así su peculiaridad y se plantean también nuevos problemas, esta vez de contenido puramente boliviano, que darán lugar a una paulatina toma de conciencia. En un primer acercamiento a la psicología del pueblo boliviano, se descubre que éste, a diferencia de los europeos, está constituido por una diversidad de razas. De ahí surge la primera cuestión, que al ser interpretada de modo contradictorio, dará después lugar a un detenido tratamiento, del cual emergerá, ya en la década de los treinta, la dirección actual de lo boliviano: la esencialidad de su mestizaje. En 1909, sin embargo, Arguedas consideraba el mestizaje como hecho negativo: «Los elementos étnicos que en el país vegetan, son absolutamente heterogéneos y hasta antagónicos. No hay entre ellos esa estabilidad y armonía que exige todo progreso>> (Pueblo enfermo, pp. 28-29).
De los tres grupos étnicos dominantes -indios, blancos y mestizos-, los indios fueron considerados como raza inferior. Por supuesto, los mismos que se llamaban partidarios del empirismo positivista no llegan a tal conclusión a través de un proceso de análisis, sino mediante los factores arbitrarios de no tener los indios piel blanca, de no poseer una cultura europea y de representar una clase social secularmente oprimida. Es así como Bautista Saavedra describe el indio y su aldea en El ayllu (1903); para él, de acuerdo con el modelo europeo, el indio es algo exótico y, desde luego, extraño a lo boliviano: en el ayllu viven unos seres inferiores en estado salvaje. La inferioridad del indio, aceptada en un principio por razones pseudocientíficas, harían proponer a Felipe Guzmán, en El problema pedagógico en Bolivia (1910), la necesidad de fundir al indio con el blanco, pues, según él, <<las razas inferiores que se mantienen puras no alcanzaran jamás el nivel de las que se cruzan para fundirse en las razas superiores (pp. 79-80). Por ello concluye que <<el indio si no se cruza con elementos superiores no saldrá de su nivel moral>> (p. 85). Estas teorías racistas quedaron pronto desprestigiadas, en Bolivia, en su manifestación directa, aunque se mantuvieron durante mucho tiempo vigorosas en las evaluaciones subconscientes del indio y en las soluciones que basaban su éxito en una posible inmigración europea. Para la puna, nos dice Alfredo Sanjinés, <<un remedio ideal sería, indudablemente, el promover la inmigración extranjera... a fin de que mejore nuestra raza indígena, creándole estímulos interiores de que hoy carece>> (La reforma agraria en Bolivia, p. 120).
El análisis a que se sometía lo boliviano traía consigo también un darse cuenta del estado lastimoso en que se encontraba el país, un pueblo enfermo, al decir de Arguedas. Y como su mayoría era india (más de un 60 por 100), se creyó encontrar una justificaci6n atribuyendo a la <<raza inferior>> la causa del atraso; pues aun reconociendo su utilidad en la agricultura y en la minería, nos dice Felipe Guzmán, <<es siempre un factor negativo para el desarrollo de la cultura por su condición miserable y su falta de conciencia personal y social>> (p. 72). Esta opinión de que el indio es la fuerza que frena la marcha del país se convierte en una creencia que arraiga en las décadas anteriores a la guerra del Chaco. De todos modos, junto a las posiciones cargadas de un determinismo negativo, que parecían descartar toda posibilidad de superación, se imponen, por su fuerza provocadora, las reflexiones de Alcides Arguedas. La perspectiva que domina en Pueblo enfermo (1909) sigue siendo la europea de su época, y ello le impide comprender la dimensión india; pero como construye su obra a través de una observación ms directa de la realidad boliviana, junto a los defectos que él atribuye al indio, recogerá también los elementos positivos. El indio, señala, <<será siempre nulo en obras de iniciativa y busca personal, pues, por temperamento, es esencialmente misoneista, es decir, enemigo de lo nuevo. Reúne bellas cualidades, a no dudarlo. Es fuerte, sobrio, económico, valiente, paciente, tenaz, aguerrido>> (p. 237). Y lo que es todavía más importante, Arguedas considera al indio capaz de superación: <<Fuerza es desarraigar del sentimiento popular el prejuicio de que la raza indígena esta irremediablemente perdida y es raza muerta>>, pues en Bolivia el indio <<puede ser susceptible no sólo de adaptación, sino de educación solida> (pp, 237-238). Estas afirmaciones motivaron la búsqueda de las causas que mantienen al indio en estado de postergación y que el mismo Arguedas explorara en su novela indigenista Raza de bronce (1919). Poco a poco se va observando que la falta de higiene, la alimentación defectuosa y deficiente, la opresión que anula cualquier intento de iniciativa individual o colectiva, la marginalización forzada del proceso del Estado son causas directas del letargo en el que parecía subsistir el indio. Por ello concluye Tamayo, en Creación de la pedagogía nacional, que <<el indio es una inteligencia secularmente dormida>> (p. 71).
Con Franz Tamayo aparece el otro extremo de la ecuación que mantendría el vigor polémico. En lugar de fijarse en el color de la piel, Tamayo ve en las actividades del indio <<la gran cualidad de la raza: la suficiencia de sí mismo... que le hace autodidacta, autónomo y fuerte>>, por lo que, contra la opinión de su tiempo, dirá que <<preciso aceptar que en las actuales condiciones de la nación, el indio es el verdadero depositario de la energía nacional>> (p. 33). Luego, partiendo de que <<la base de toda moralidad superior está en una real superioridad física>>, afirmar que <<la moralidad del indio, incomparablemente superior a la del cholo y mucho más a la del blanco, es indiscutible>> (p. 66). La posición de Tamayo, poco comprendida en un principio, suscitó, sin embargo, renovado interés en lo indio y motivó investigaciones, como Mitos, supersticiones y supervivencias populares en Bolivia (1920), de Manuel Rigoberto Paredes, que trataban ahora de estudiar lo indígena desde dentro, desde su propia realidad, evitando los prejuicios que habían dado origen a las evaluaciones de Saavedra, Arguedas o Guzmán. Pero la obra de Tamayo no se contenta con el rescate del indio, y si éste es <<verdadero depositario de la energía nacional>>, el fracaso de Bolivia no puede deberse a él, sino mis bien a aquellos que lo mantienen oprimido. Ello da lugar a lo que Tamayo considera el <<incomprensible estado de una nación que vive de algo y de alguien [el trabajo de los indios] y que a la vez pone un empeño sensible en destruir y aniquilar ese algo y ese alguien (p. 35). Se comienza de este modo el análisis del blanco boliviano 1, que en opinión de Tamayo es <<quien debe ir a aprender del indio una 6tica superior y practica (p. 67). En 1924, Juan Francisco Bedregal recoge, en La máscara de estuco, el pensamiento de Tamayo y formula una pregunta que sigue todavía incitando discusión en la Bolivia actual: <<El problema del indio es un problema para nosotros o nosotros somos un problema para el indio?>> (p. 127). Bedregal concluye que el blanco era en verdad el problema. 
Estas reflexiones llevaban, ineludiblemente, a reconocer la existencia en Bolivia de dos realidades extremas: lo indio y lo blanco, y la necesidad de poner fin a su mutua oposición y negación, que había paralizado el progreso del país. Pero ese puente llamado a unir los extremos y que a partir de la década de los treinta se identificaría con el mestizaje cultural, se ve en estos años únicamente en su dimensión racial.

INDIGENISMO Y MESTIZAJE

Tanto los estudios sobre la psicología del boliviano como aquellos otros que insistían en la fuerza del factor telúrico como ingrediente decisivo en la realidad nacional aportaban en si algo común. Ambos descubrían en el indio el componente esencial de lo boliviano. Se elevaba de este modo lo indígena a un primer plano y se comenzaba a analizar su situación dentro de las estructuras del país. Ello motivó que, por primera vez, se tomara conciencia del estado de marginalización en que vivía. Del lado oficial, señala Arguedas en Pueblo enfermo, la raza indígena <<mirada con absoluta indiferencia por los poderes públicos, y sus desgracias sólo sirven para inspirar rumbosos discursos a los dirigentes políticos; pero en el fondo todos están convencidos de que sólo puede servir para ser explotada>> (p. 62). Mas el hecho de que Arguedas plantease la cuestión significaba y a una toma de conciencia, que forzaría el problema al ámbito de la discusión pública. Ello se consiguió sobre todo con la publicación de Raza de bronce (1919). En los ensayos, el tema indígena era planteado a un nivel teórico poco asequible para las masas. Con la novela indigenista Raza de bronce, los problemas se encarnan en hombres concretos, y ahora la injusticia que representaba la opresión, además de contener la dimensión intelectual, apelaba también a la esfera de los sentimientos y hacia comprensibles los sufrimientos de una clase antes ignorada. El terrateniente de la novela, Pablo Pantoja, era un espejo en el que muchos bolivianos veían reflejada su propia realidad. Como Pantoja, ellos también habían heredado de sus padres <<un profundo menosprecio por los indios, a quienes miraban con la natural indiferencia con que se miran las piedras de un camino>> (p. 191); y con pocas variantes, también hubieran podido afirmar que el indio para ellos <<era menos que una cosa, y sólo servía para arar los campos, sembrar, recoger, transportar las cosechas en lomos de sus bestias a la ciudad, venderlas y entregarles el dinero>> (pp. 191-192).
De la obra de Arguedas se desprendía, asimismo, otra conclusión que no fue comprendida al principio por los que exaltaban la supuesta vitalidad del indígena. En la novela, el viejo indio Choquehuanka dice, ante los abusos del patrón: <<Nosotros no podemos nada; nuestro destino es sufrir>> (p. 132). Lo que Arguedas ponía de manifiesto era el doble sentido de la realidad del indio. No solo era preciso educar al blanco sobre la capacidad del indio, sino que se hacía igualmente necesario rescatar al indio de sí mismo; hacerle creer nuevamente en su valor personal y en su cultura. Surge de este modo un nuevo defensor del indio, que ya no idealiza lo indígena en unas creaciones artísticas donde lo local adquiría el ropaje de lo exótico y de lo fantástico de una edad dorada que quizá nunca existió; el defensor que ahora aparece es el indigenista, el conocedor de la realidad del indio y de su significado para Bolivia; es aquel que, como Tamayo, adquiere conciencia de que <<el indio es el depositario del noventa por ciento de la energía nacional>> (p. 33). Se inicia así la investigación sistemática de todo ese sector de la sociedad boliviana antes ignorado, y se lleva a cabo con el orgullo y la conciencia de ser pioneros de un movimiento innovador. Desde las primeras investigaciones metódicas se pone de relieve que el indio constituye el factor decisivo en la economía del país, hasta el punto, nos dice Tristan Marof, de que ellos son los que <<mantienen la existencia de la naci6n> (El ingenuo continente americano, p. 153).
De igual manera que la novela indigenista muestra a un indio que no era ya el incario, las investigaciones que ahora se emprenden dan a conocer un grado avanzado de mestizaje en la sociedad boliviana mucho mis profundo que el puramente étnico. En un principio se le atribuyé contenido negativo, llegando Arguedas a afirmar que <<es el mestizaje el fenómeno más visible en Bolivia, el más avasallador y el único que explica racionalmente y de manera satisfactoria su actual retroceso>> (Pueblo enfermo, 3.ra ed., p. 377). No obstante, el mismo determinismo positivista que motivaba la posici6n de Arguedas llevaba implícita otra proyección sobre la que reflexionaría por extenso Tamayo en Creación de una pedagogía nacional. Parte Tamayo tambi6n de una evaluación negativa: <<El mestizo no es un azar, es una fatalidad>> (p. 51); pero se da cuenta, al igual que hizo después la novela indigenista, de que la dirección hacia el mestizaje es algo que se cumplirá <<irremediablemente en América>>, por lo que todo el esfuerzo, cree él, debe dirigirse <<cumplimiento de la fatalidad histórica que es su destino>> (p. 52). Aunque basado en estos principios, sus conclusiones, sin embargo, muestran la pauta que daría base a la toma de conciencia de lo boliviano, que luego tendría lugar en la década de los treinta:
Entonces el mesticismo sería la etapa buscada y deseada a todo trance, en la evolución nacional, la última condición histórica de toda política, de toda enseñanza, de toda supremacía; la visión clara de la nación futura; el encarrilamiento, de parte de los directores, de toda acción y todo movimiento nacional (p. 52).

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