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LOS CHANÉS Y CHIRIGUANAES

Por: Isabelle Combès.

Se trate de la corta mención de Irala, de la larga historia de Alcaya o de la versión de Díaz de Guzmán, los escritos de la época relacionan directamente el inicio de la esclavitud o del sometimiento de los chanés —o, de forma general, de los «naturales»— con un impacto inmediato de las migraciones guaraníes. Las crónicas mencionan varias de estas migraciones: «antes que García viniese» (en la época prehispánica entonces); otra acompañando al mismo García; otra posterior a él, pero que implicó solamente la actuación de indígenas sin intervención de europeos, etc. De hecho, como se ha visto, si bien la lista de siete migraciones establecida por Gandia (1929; 1935: 29) parece demasiado perfecta para ser cierta, lo cierto es que podemos hablar de varias oleadas migratorias de los guaraníes al piedemonte, algunas de ellas bastante antiguas según las hipótesis arqueológicas.
Ignoramos todo sobre estas migraciones más antiguas, y en particular sobre el número de personas implicadas. Es permitido pensar que no fueron muy nutridas, y que el escaso número de migrantes no les permitió apoderarse de los «naturales» en épocas muy tempranas. Pues a la llegada de los españoles a la zona (en 1559 con Manso y Ñuflo de Chaves), es decir cuando empiezan a aparecer las noticias escritas, todo muestra que el proceso de mestizaje con los naturales y de guaranización lingüística estaba lejos de consumarse. La lengua chané sigue existiendo en la Cordillera (Manso, 2008 [1563]; Padre Martínez en Crónica anónima, 1944 [c. 1600]: 504)18; y Manso por ejemplo pudo encontrar a caciques chanés que todavía estaban al mando de «vasallos» propios (Manso, 2008 [1563]).
No es imposible, en esta perspectiva, que los primeros guaraníes llegados al piedemonte realmente se hayan integrado (y en algunos casos sometido) a los «naturales de los llanos». Si bien pudieron representar un peligro hasta para los propios incas, como lo puede sugerir la existencia de los fortines, estas amenazas parecen haber sido puntuales hasta incrementarse solamente en los últimos años de vigencia del imperio incaico. De hecho, la tradicional imagen de una frontera inca oriental solo orientada hacia la guerra contra «los chiriguanaes» no parece corresponderse completamente con la realidad. En términos de Alconini:

«There are reasons to be skeptical of this highly conventional image of the imperial frontier holding back waves of barbarian attacks» (Alconini, 2004: 394).

Primero, no todos estos establecimientos pueden ser calificados de «fortalezas»: es el caso por ejemplo de Samaipata, centro religioso y administrativo más que fortín de guerra; o de Oroncota, pequeño centro provincial orientado a la producción más que a la guerra19. Segundo, hemos visto que bajo el nombre de «chiriguanaes» los incas englobaban a diversos pueblos, y no todos los fortines existentes se hicieron teniendo en mente a los guaraníhablantes de la Cordillera; finalmente, si tomamos en cuenta la época relativamente reciente de las «invasiones» chiriguanaes más masivas, es muy probable que varios de los establecimientos incas de esta frontera fueran erigidos con otros fines que la guerra y diferentes funciones20. De hecho, en el proceso de la «toma de poder» chiriguana, las últimas migraciones, atraídas por el espejismo de Samaipata y Saypurú, fueron al parecer decisivas. Si 5 000 chiriguanaes llegaron a Grigotá en 1526 según Alcaya, sabemos que más de 2 000 indígenas acompañaban a Alejo García en los años 1530 (Díaz de Guzmán, 1835 [1612]: 17). Si es presumible que no todos estos migrantes fueran guaraníes, la situación cambia con las migraciones coloniales que acompañan a los conquistadores: 3 000 o 3 500 guaraníes del Paraguay acompañaron a Domingo de Irala en 154821; entre 15 000 y 2 500 a Ñuflo de Chaves en 155722; y un total de 5 000 entre guaraníes carios de Asunción y guaraníes de Itatín siguieron a Ñuflo de Chaves en 1564.
Partiendo del río Guapay en 1548 hacia Lima, Ñuflo de Chaves «halló toda la gente chirigoana de la cordillera que se comían todas las fronteras» (Resolución de los casos, 2008 [1561]: 67)24; según Polo de Ondegardo, fueron los indios traídos por Chaves los que empezaron a destruir la tierra y a someter sus habitantes (Polo de Ondegardo, 1914 [1574]: 89). Esta época parece corresponder a una verdadera toma de poder chiriguana sobre la Cordillera, esbozando la situación que se tornará general en la segunda mitad del siglo XVI.
Así, y si bien empezó poco antes de su llegada, el poder chiriguana parece deber bastante a los mismos españoles de Asunción que, muy a pesar suyo, reforzaron sus líneas con la llegada de miles de nuevos migrantes. «Aliados» de los españoles en Paraguay, los nuevos «chiriguanaes» también lo fueron en la Cordillera (ayudando por ejemplo a Manso a cazar esclavos), lo que no pudo sino reforzar su poder; así, adoptaron tempranamente el uso de la pólvora y las armas de fuego25. En 1557, Jaime Rasquín ponía muchas esperanzas en los chiriguanaes de la Cordillera, considerados como futuros aliados (Rasquín, 2008 [c. 1557]: 43); tanto Condorillo en el Parapetí como Vitupue en el Guapay fueron en efecto aliados de Manso y Chaves: la rebelión solo empezó en 1564 con los asaltos a las poblaciones de la Nueva Rioja y de Nueva Asunción, para no apaciguarse más en toda la Colonia26. Los motivos de esta media vuelta —de la alianza a la guerra— son a todas luces clásicos, y los mismos que impulsaron también los guaraníes del Paraguay, aliados de primera hora, a rebelarse luego contra el español:
«El primer servicio que los guaraníes prestaban en son de reciprocidad y amistad, pronto convirtióse en abuso y opresión» (Susnik, 1965: 3).
En la Cordillera chiriguana también, las encomiendas (en Santa Cruz la Vieja en 1561 o, afectando más a los chiriguanaes, en el Parapetí en 1563) (Manso, 2008 [1563]), la esclavitud incipiente, la evangelización forzosa, etc., provocaron las sublevaciones. Pero lo importante para nuestro propósito no es el «por qué» de las guerras chiriguanas: es el «cómo» y el «cuándo».
Al hablar del proceso de «demonización» de los chiriguanaes emprendido por el virrey Toledo, Catherine Julien (1997) quiso oponer de cierta manera una visión «peruana» o charqueña (empeñada en justificar la guerra para expandirse al este) con una visión paraguaya de los chiriguanaes, donde estos aparecen como aliados. Sin pretender restar validez a la interpretación de Julien, esta nos parece insuficiente. Ciertamente hubo «demonización», pero las quejas de los oidores de Charcas y los «abominables» adjetivos dados a los chiriguanaes en estos años corresponden también, en mi opinión, a una realidad: a una expansión y sobre todo una toma de poder reciente, en la época colonial, de los chiriguanaes sobre la Cordillera. En 1548, cuando llegó Irala al Guapay, Grigotá se quejó de los abusos de los chiriguanaes; pero también les acaba de vencer en una batalla, y ninguno de los documentos paraguayos relativos a este viaje menciona una presencia chiriguana en «los llanos de los tamacoci», ni mucho menos su encarnizamiento contra los naturales del lugar: la verdadera ruptura, el verdadero inicio del poder chiriguana, es posterior.
En reacción contra esta situación, chanés y demás indígenas llaneros buscaron no pocas veces el apoyo de los españoles —sirvieron de paso, como vimos, como pretexto humanitario a Toledo para hacer la guerra y «defenderlos»—. Grigotá se alió con Manso (López, 1971 [c. 1570]), otros chanés acogieron a Díaz de Guzmán como a su libertador (Díaz de Guzmán, 1979 [1617-1618]: 98-99), sin mucho o ningún éxito: los españoles también querían «piezas» (esclavos), los españoles también querían someterlos. Ya en 1560, los tamacoci intentaron, en vano, sublevarse contra los hombres de Chaves (Información de servicios de Hernando de Salazar, 2008a [1563]: 123). Y, poco más tarde, aparecen nuevas alianzas: los chanés del Parapetí apoyaron a los chiriguanaes en el asalto a la Nueva Rioja de Manso en 1564 (Combès, 2005); en el mismo año, más al norte, los chanés tipionos, los curiobonos y yaconos (también muy probablemente chanés [Información de servicios de Hernando de Salazar, 2008b [1568]: 175])27 y «otros muchos naturales» de los llanos se alzan «con los chiriguanais de la sierra» y su jefe Vitupue: los documentos los llaman «allegados» e incluso «amigos» de Vitupue.
Estas alianzas no pudieron sino facilitar e incrementar aún más el incipiente proceso de mestizaje y de guaranización de los chanés en manos de los chiriguanaes, en calidad de «tributarios» y subordinados. En 1568, un documento evoca de manera sugerente a los «indios chiriguanais tamaguaçis» (Información de servicios de Hernando de Salazar, 2008b [1568]: 179), haciendo ya de ellos un solo grupo. A finales del siglo XVI, los tamacoci como grupo desaparecen de la documentación, «absorbidos» por los chiriguanaes.
Varios parecen haber sido, en definitiva, los mecanismos de la toma de poder chiriguana sobre la Cordillera: el refuerzo de nueva gente llegada en la época colonial con los conquistadores de Asunción; la alianza temprana con los españoles, que facilitó las «cacerías» de esclavos llaneros y un trueque con los españoles, por ejemplo adueñándose muy tempranamente de armas de fuego; y el mestizaje con los mismos indios de los llanos, apoderándose de su sistema político y volcándolo a su favor: a partir de mediados del siglo XVI, los chanés son los «allegados» de Vitupue, el exvasallo del gran Grigotá.

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