Por: Marco Antonio Flores Nogales - Periodista y fundador de
la Sociedad de Historia de la Guerra del Chaco / Artículo publicado
originalmente en el periódico La Patria de Oruro el 30 de mayo de 2010.
Chuquisaca.- El largo ciclo de entrevistas a beneméritos de
la Guerra del Chaco (1932-1935) parecía que había llegado a su fin, dejándonos
un sabor agridulce, porque no se pudo llegar a muchos rincones del país y en
este tiempo muchos nonagenarios soldados fueron muriendo y llevándose consigo
sus increíbles relatos.
Nunca antes se había hecho este trabajo en Sucre, era
necesario y muy justo llegar a la ciudad blanca y recoger el testimonio de sus
beneméritos. El aire histórico que envuelve esta ciudad es muy difícil de
describir y, qué mejor ambiente para retroceder en el tiempo a través de la
memoria de un soldado boliviano.
Una casa pequeña ubicada en las calles La Paz y Destacamento
111, fue el punto de encuentro con nuestro valiente benemérito Dionisio
Vásquez. Llegamos al lugar con ayuda del periodista Juan Pedro Debreczeni,
quien de pronto se convirtió en un buen fotógrafo.
Ansioso nos esperaba nuestro entrevistado, que para tan
importante encuentro periodístico lucía un bigote blanco, pero muy bien
recordado. La primera impresión al verlo fue confusa, porque a diferencia de
otros beneméritos luce muy fuerte.
De pronto entendimos el porqué se encuentra tan vigoroso, ya
que él partió a la guerra cuando aún era un niño, apenas tenía 15 años, aún
pensaba en jugar a la pelota, pero el destino lo vistió de uniforme, le entregó
una ametralladora en la mano y pronto estuvo frente al enemigo para librar una
encarnizada lucha.
TESTIMONIO
- ¿Cuándo y dónde ingresa usted al Ejército para ir a la
guerra?
- El 1 de enero de 1933, me enrolé al Ejército en Oruro. Me
incorporaron en el Destacamento 125, luego nos mandaron al gran cuartel de
Nazareno que se encontraba en Tupiza.
Estuvimos unos cuatro meses, tiempo en el cual nos enseñaron
la nomenclatura del fusil, ametralladoras y otras armas de guerra.
Nos prepararon para entrar a la guerra y llegó la orden para
partir a la zona de operaciones. Yo manejaba una ametralladora liviana, era el
tirador de la "Vicker".
A las tres de la mañana nos subieron a los vagones del tren
y llegamos a una cumbre que no me acuerdo su nombre. Llegamos a una pequeña
estación y luego bajamos por una quebrada onda.
Ya teníamos el equipo completo, teníamos los cinturones
llenos de balas, con granadas, cuchillo bayoneta. Teníamos el equipo completo
para enfrentarnos al enemigo.
Llegamos a la quebrada totalmente deshechos, porque era un
camino de herradura y había muchas bajadas. Nos detuvimos para almorzar y
estábamos muy adoloridos de la cintura; nos sacamos la camisa y en la cintura
teníamos muchas heridas, porque la cartuchera llena de proyectiles, era muy
pesada.
En el otro lado teníamos el cargador de la pieza liviana
(ametralladora) y, con todo eso, los soldaditos llegaban muy mal. Nos dieron
una carpa de campaña y no sabíamos qué hacer y teníamos mucho más por caminar.
Entonces cortamos tiras de las carpas y las amarramos a
nuestro cuerpo para sujetar el armamento. Un poco se alivió nuestro dolor.
Una tarde llegamos a una pampa cerca de Tarija y dormimos
cerca del lugar, pero nos hizo mucho frío. A las 5 de la mañana volvimos a
partir y por la carretera nueva, escuchando las promesas de los militares en
sentido que pronto aparecerían camiones y nos llevarían. Mientras nosotros
seguíamos andando.
Desde la cumbre se veía Tarija y empezamos a bajar hasta
llegar a la garita de San Roque. Luego almorzamos y la gente estaba aglomerada,
en el lugar también había una banda de música que tocaba músicas muy tristes.
- ¿Recuerda a sus camaradas que fueron a la guerra con
usted?
- Éramos cuatro amigos que fuimos desde Oruro a la guerra,
no me acuerdo sus nombres, pero sí sus apodos: eran el "cochecoche",
"correvolando" y "jorobas", nosotros nos conocimos en la
escuela nocturna.
Permanecimos unos 15 días en Tarija y en camiones nos
llevaron al Chaco. Nosotros para entonces veíamos salir soldados enfermos y
heridos. Muchos lloraban al ver esas crudas imágenes y decían que no saldríamos
vivos de la guerra.
Nosotros fuimos voluntariamente a la guerra, no había razón
para tener miedo, porque íbamos a defender Bolivia aunque nos cueste la vida y
una bala enemiga atraviese nuestro pecho.
¿Recuerda cuándo ingresó a primera línea?
- Claro, en junio llegamos a la primera línea; en el Fortín
Saavedra los soldados se estaban alistando para el ataque a Nanawa. Fue uno de
los ataques más fuertes, el general Hans Kundt envió tanques para la misión.
Esos tanques no funcionaban, parece que eran diseñados para
clima frío, porque andaban unos metros y calentaban hasta detenerse.
Para ese entonces pertenecía al Regimiento 7 de Infantería
Azurduy, esos días ingresamos al combate. Ya no pertenecía al destacamento,
porque los destacamentos cuando llegaban a Muñoz integraban un regimiento.
Los cuatro amigos que fuimos de Oruro nos separamos en medio
de llanto, pero antes rogamos a los militares para que nos dejen ir juntos. Los
militares nos decían que en la guerra no había favoritismo, sino que "las
órdenes se cumplían".
- ¿Usted participó en la batalla de Nanawa?
- El 4 de julio, entramos al ataque a Nanawa, eran cinco
regimientos entre ellos el Pérez, Chacaltaya, Azurduy y otros. Los tanques iban
por delante y nosotros por detrás.
Nosotros no pensamos que los paraguayos se encontraban muy
bien equipados bélicamente. Pero, el enemigo había tenido morteros y con eso
nos hicieron humear, no nos dejaron avanzar ni a la mitad.
A los tanques les disparaban con cañones modernos
atrincherados en Nanawa, así que la oruga del tanque la hicieron volar.
Mientras nosotros íbamos al arrastre nomás.
Luego ingresamos al asalto y los tanques nos apoyaron con
lanzallamas, pero Nanawa estaba muy bien fortificada. Así que no pudimos llegar
al fortín y el enemigo nos hizo mucho daño.
A las 4 de la tarde en el campo de batalla había centenares
de muertos; el ataque más violento fue el aéreo, los aviones lanzaban
bombas.
Al haber tantos muertos y prisioneros, nos retiramos del
lugar que era toda una fortaleza.
- ¿Otra batalla que tenían era con el hambre y la sed?
- Antes de atacar a Nanawa a cada soldado nos dieron una
caramañola de agua, una bolsa con coca, cigarrillos y una viandita, no teníamos
nada más y no alcanzaba para nada.
No comíamos nada y tampoco había que comer, muchos caían
desmayados con la debilidad incluso otros se morían. El calor era insoportable
y llegábamos a los combates muy débiles.
Los militares siempre estaban detrás de nosotros y ellos se
comunicaban con puro teléfono. Los que hicimos la guerra son los sargentos,
cabos y soldados. No habían oficiales que estaban delante de nosotros, comandando
las acciones, solamente estaban los soldados antiguos que conocían muy bien el
terreno.
Así hemos sufrido mucho.
¿Tiene algún recuerdo imborrable de la guerra?
- Una vez nos retiramos a retaguardia y descansamos una
semana, pero llegó la orden de apoyar a Alihuatá y Gondra, porque los
bolivianos estaban cercados y teníamos que ayudarlos.
Una fracción del Regimiento Azurduy, fue a ese lugar donde
había muchos muertos. No había valor para enterrar a los muertos y se quedaban
en los campos de batalla.
Cuando morían los soldados en el camino sus cuerpos eran
arrastrados hasta un árbol y cubríamos los cadáveres con ramas y seguíamos
andando, no había tiempo para cavar una tumba.
Por suerte nunca resulté herido pese a que participé de
muchos combates sangrientos en la guerra.
Mi especialidad era metrallista y de tanto disparar la
ametralladora se calentaba e incluso llegaba a reventar el cañón.
- ¿Cuéntenos cómo se salvó de morir?
- Recuerdo que cuando se hacía la retirada de Alihuatá a
Gondra, los paraguayos armaron un nido de ametralladoras en el cruce de
Kilómetro 7, y estaban parapetados. El enemigo tenía tres ametralladoras
pesadas y con esas armas no dejaban pasar a los bolivianos que salían del
lugar.
Entonces llega un telefonazo y nos ordenan que dos compañías
del Regimiento Azurduy vayan al lugar a sofocar el ataque enemigo. Por mi mala
suerte me toca ir a ese lugar junto con mis ocho soldados, yo llevaba la
ametralladora y ellos los cargadores.
Partimos en la noche y nos guiaban los "matacos",
ellos iban por delante y teníamos que hablar en quechua, porque los paraguayos
entendían el castellano y ellos hablaban en guaraní, para que no entendamos sus
charlas.
Caminamos mucho y nunca podíamos llegar, caminamos otro día
entero y nada, nuestras raciones de comida y agua se habían terminado. Y llega
nuestra suerte y por la noche empieza a llover.
Por nuestra desesperación poníamos un pañuelo a la boca y
chupábamos el barro mojado y también llenábamos agua a la caramañola. De tanto
caminar protestamos en contra de un cabo, porque parecía que nos llevaba donde
los paraguayos.
Todos los soldados teníamos nuestras
"chocolateras" (botas), pero con el calor no podíamos soportar
usarlas, motivo por lo cual, las botamos y usamos abarcas (ojotas), pero como
el terreno era de greda se rompían y por las noches las arreglábamos con
cuerdas que teníamos listas.
Al amanecer comenzamos a caminar y al poco tiempo escuchamos
los disparos de las ametralladoras enemigas. Con mucha precaución formando una
columna llegamos al lugar.
Pasamos la voz para colocarnos en posición de herraje para
atacar al nido de ametralladoras. Yo estaba en el ala derecha, con la
ametralladora bien equipada. También nos ordenaron usar las granadas de mano
cuando empecemos el asalto.
Llega la orden de atacar y descargamos toda la fusilería,
entramos al asalto con granadas de mano y rápidamente hicimos caer la
"chapapa" (torre de vigilancia) y hubo una polvareda por las bolsas de
arena de los defensivos del enemigo, entonces ordenaron que nadie se moviera
hasta que se pueda ver mejor y no seamos sorprendidos por una ametralladora.
Pasó el polvo y entramos al lugar, las ametralladoras
enemigas estaban destruidas y seguimos hacia el camino, para gritar a nuestros
camaradas que podían seguir su camino, porque el nido de ametralladoras del
enemigo había sido destruido.
Los soldados venían cargados de sus armas, pero ya no tenían
munición.
No podíamos volver por el mismo camino y determinamos que
seguiríamos con los demás soldados que hacían la retirada y nos incorporaríamos
a otro regimiento.
Empezamos a caminar y, de repente, me vino una terrible
temperatura y ese rato me tumbó al suelo, me enfermé de paludismo. No pude
levantarme más, le pedí a mis compañeros que continúen la marcha, mientras
recuperaba mis fuerzas y luego iba nomás a continuar caminando con los demás
soldados que hacían la retirada.
Mis camaradas se fueron, yo me arrinconé a un árbol,
mientras la temperatura seguía subiendo. Me desmayé por más de una hora y
cuando despierto tirado en el barro, miré que alguien venía una persona con
botas, pensé que se trataba de un militar y se me acercó.
Con su bota me levanta la cara y me pregunta de qué
regimiento era, yo no podía contestar. Entonces dijo que yo era un niño y que
tenía una fiebre terrible.
El militar ordena entonces a cuatro soldados armar una
camilla y llevarme al primer puesto de socorro. Se trataba del teniente
Peñaranda, quien me ayudó y me salvó la vida.
Llegamos al primer puesto de socorro, pero las enfermeras y
médicos estaban hechos tiras, prácticamente no había ese puesto médico. Carajo
los "pilas" (soldado paraguayo) destruyeron el puesto.
Llegamos hasta otro puesto de socorro y me curaron toda la
noche, me colocaron enema. La temperatura al día siguiente bajó, así enfermo
permanecí durante un mes.
¿Volvió a combatir en la guerra?
- De mi regimiento llamaban al puesto de socorro preguntando
por mi salud, para reincorporarme a mi regimiento. Había un capitán en el
hospital y no quería que me vaya, me decía que yo era un niño y no podía entrar
a la guerra y por eso decía que seguía enfermo.
El capitán se compadece de mí y me lleva al Batallón Tren,
de treinta camiones y me incorpora en ese lugar, para que esté mejor y no
vuelva a entrar a la guerra, de esa forma llegué al lugar.
Me preguntaron si sabía manejar y me tomaron un examen, pero
como todo era pampa no hubo mucho problema y luego me dieron un camión. Después
llegaron camiones nuevos, yo transportaba heridos, soldados, llevando munición.
Era mucho más peligroso que antes y decía que era nomás preferible que me quede
como soldado.
En calzoncillos manejaba el camión por el calor que hacia
dentro el camión, entonces peor me iba.
¿Debía terminar la guerra en ese momento?
- Todos queríamos que termine la guerra porque no abastecían
ni con comida y municiones. Por ese motivo muchos soldados preferían entregarse
al enemigo, algunos camaradas me decían cuando estábamos de centinelas, que era
mejor entregarse al enemigo llevando una tela blanca en el fusil para que nos
tomen prisioneros.
Pero, yo prefería morir de hambre antes que entregarme al
enemigo.
GRATITUD AL SOLDADO
Después de una larga y amena charla, y beber un refresco
gentilmente ofrecido por nuestro entrevistado hizo el alto final, para tan
generoso y valiente relato de pasajes que parecieran que ocurrieron ayer y
hasta el día de hoy no se borran de la memoria del metrallista Dionisio
Vásquez.
Luego, un largo silencio descendió en el ambiente, los
retratos de joven soldado y las de benemérito parecían recobrar vida en la
mirada atenta del metrallista.
De pronto la emoción llegó al viejo corazón de soldado
porque sus recuerdos le hicieron volver a vivir el infierno verde. Sus cansadas
manos se crisparon y ya no pudo contener el llanto.
Como cuando tenía 15 años, sintió el mismo ardor en el pecho
y lloró repitiendo con voz entrecortada: "Así defendimos la Patria, así
defendimos a Bolivia".
Los recuerdos aún viven en la memoria del metrallista, por
las noches las ráfagas de su ametralladora liviana aún retumban en su mente
rompiendo el silencio del olvido de las nuevas generaciones, por quienes 50.000
soldados ofrendaron su vida.
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