Por: Luis S. Crespo / Publicado en El Diario el 17 de Enero
de 2017.
Las banderas de la Confederación Perú-Boliviana habían
paseado victoriosas por los campos de batalla de Yanacocha, Socabaya, Umahuaca,
Iruya y Montenegro contra los ejércitos de Agustín Gamarra y Salaverry en el
Perú, los del dictador Juan Manuel Rosas de la Argentina y en Paucarpata contra
la fuerza expedicionaria chilena en-viada por Diego Portales y comandada por el
vicealmirante Blanco Encalada.
La enseña boliviana había flameado triunfante desde Jujuy
hasta el Ecuador. El Gral. Andrés Santa Cruz, Protector Supremo de la
Confederación, no precisaba nuevas anexiones, pues bastantes problemas internos
habían quedado aún por resolver, sin embargo sus ejércitos eran temidos y no
conocían el amargo sabor de la derrota.
¡Qué alto había llegado el hijo de Juana Basilia Calahumana!
Qué tiempos venturosos para su Patria, además de contar con
las leyes más avanzadas de América. Suyas serán las últimas victorias militares
que conocerá que Bolivia y nunca desde entonces, volverá a recuperar tamaño esplendor.
En adelante su camino estará jalo-nado de derrotas e infortunios; sus pendones
no volverán a flamear más, besados por la brisa acariciante del triunfo.
Mas, ¡ay!, nubarrones se aproximaban por el sur, del lado
del enemigo tradicional, una flota había zarpado de Valparaíso transportando al
segundo ejercito expedicionario, comandado por el Gral. chileno Manuel Bulnes y
coaligado con generales peruanos, bolivianos disidentes y aun argentinos, su
objetivo: la destrucción de la Confederación.
Posesionados ambos contendientes a 96 leguas al norte de
Lima, se aprestaban a librar la batalla decisiva que sellaría la suerte y el
futuro de Bolivia, Perú y Chile.
EL COMBATE
El ejército protectoral ocupaba un campo llano encerrado
entre el río Santa y la cordillera, teniendo como avanzadas los cerros
empinados de Ancachs, Punyan y Pan de Azúcar; en el fondo se escondía la
barranca profunda del estero de Ancachs. El caserío de Yungay cerraba el
cuadro. La acción se realizaba a las 96 leguas al norte de Lima.
Santa Cruz situó en el Pan de Azúcar 600 hombres al mando
del bravo general Anselmo Quiroz y en el Punyan 200, a órdenes del capitán
Fructuoso de la Peña Santa Cruz. El protector consideró inatacables esas
alturas y su ejército lo creyó destinado únicamente a cortar la retirada de los
chilenos cuando se empeñase el combate. Mas Bulnes comenzó el ataque por los
cerros, que eran la llave de la victoria. El Punyan, de fácil acceso, fue
prontamente tomado por el batallón chileno “Aconcagua" y el Pan de Azúcar,
de flancos rápidos y abruptos, dio mucho que hacer a los asaltantes, pero al
fin fue tomado también. Los soldados chilenos dominaron la cima del cerro,
donde yacían tendidos 600 cadáveres del ejército boliviano y el general Quiroz
entre ellos.
EMPUJE DE DOS BATALLONES
Al mismo tiempo la batalla comenzaba en el llano. Santa Cruz
horrorizado al ver el sangriento combate del Pan de Azúcar, mandó en su
protección al “Batallón 4o.”, el que a órdenes de los jefes Deheza y Belzu,
resistió el poderoso empuje del batallón chileno “Colchagua”, que oculto tras
unos matorrales lo dejó acercarse hasta disparar una descarga que tendió un
tercio de su gente. El bravo “4o.” vaciló un instante, pero en seguida cargó
sobre el “Colchagua” haciéndole retroceder. El batallón “Portales”, que salió
en su defensa, fue diezmado por el “Batallón 3” de Bolivia que lo cargó a la
bayoneta.
Viendo que el “Portales” se batía en retirada, arrastrando
en su derrota a toda la línea chilena, Bulnes con tres batallones de reserva
restableció el combate y detuvo a los batallones bolivianos, que avanzaban
victoriosos ya. Arrojándose de salto a la barranca de Ancachs, logró flanquear
por la izquierda la línea boliviana, en la que la caballería, a las órdenes del
Gral. Urdininea hacia prodigios con valor temerario.
Lanzadas al campo de batalla las reservas chilenas, ya nada
pudo contener el empuje de ellas, protegidas por una certera artillería. Los
bolivianos con un supremo esfuerzo se parapetaron tras unos tapiales de piedra,
para resistir con heroica desesperación el avance de los chilenos, pero sus
esfuerzos fueron ineficaces ante el brusco ataque de la caballería.
A las cuatro de la tarde todo estaba concluido. Quedaron en
el campo de marte el ejército de Santa Cruz, 2 generales y 2.400 soldados
muertos; cayeron prisioneros 3 generales, 3 coroneles, 155 oficiales de todas
graduaciones y 2.000 soldados. Los restauradores perdieron 1 general, 2 jefes,
11 oficiales y 215 soldados muertos; heridos 28 oficiales y 417 soldados.
Los chilenos mostraron una ferocidad bárbara con los
vencidos. “La mortandad -dice el mismo Gral. Santa Cruz- que hicieron de
sol-dados indefensos, desarmados y la crueldad con que trataron a los
prisioneros, son impropias de pechos generosos y esforzados”. El autor del
“Diario militar de la campaña del ejército restaurador etc.” afirma (Pág. 122)
que después de la batalla se encontró 277 soldados muertos en la “instancia de
una le-gua” que hay de Yungay a Manco, dando a entender con esto que todos los
que huían fuera ya del campo de batalla, fueron lanceados con saña y furor por
los escuadrones vencedores, hasta dejarlos tendidos en el campo.
CAUSAS DE LA DERROTA
Se ha dicho que la derrota se debió, fuera de otras causas,
a la traición de los jefes peruanos que combatían al lado de Santa Cruz y a los
errores tácticos y estratégicos del protector desde la iniciación de la
campaña: traiciones y errores que supo aprovechar el jefe chileno. Los error-es
de Santa Cruz consistieron en considerar como inexpugnable el Pan de Azúcar,
por cuya razón colocó a tanta distancia el grueso de sus fuerzas, ocasionando
que éstas fueran batidas; el descuido de su línea izquierda que fue la parte
más débil de su formación y que hábilmente flanquea-da, decidió del éxito de
ataque y el empleo prematuro de las reservas de infantería. Pero el error más
notable fue la colocación de la caballería a una inmensa distancia del campo de
batalla, dando lugar a que los escuadrones enemigos tuvieran el tiempo
suficiente para pasar a la desfilada el barranco, formarse, arrollar toda la infantería,
reorganizarse y volver a cargar al primer escuadrón boliviano que tardíamente
le salió al frente.
Algunos historiadores afirman que el desastre de Yungay se
debió también a la ausencia de muchos jefes aguerridos, como Braun, Velasco,
Ballivián, O'connor y otros que habían prestado a Santa Cruz eficaz
colaboración en anteriores campañas.
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