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LA HISTORIA DEL ITALIANO DOMÉNICO LORINI, BOLIVIA Y LA COCA COLA

Extraído del libro: Polenta, familias italianas en Bolivia, Mauricio Belmonte Pijuàn, Segunda Edición editorial Gente Común, 2011.

A diferencia de sus hermanos mayores, Defendente y Giuseppe, Doménico tendría que esperar siete años para poder finalmente endosar sobre su juvenil figura la anhelada camisa roja de las milicias garibaldinas. Antes, el joven muchacho lombardo tendría que culminar los estudios de farmacia en la Universidad de Pavía, cumpliendo de esta forma con un viejo compromiso personal y familiar. Si deseaba partir al frente, como un verdadero soldado italiano, aguerrido y patriota, no debería desoír y menos contrariar las órdenes de su padre. El hijo menor de Giovanni Lorini era respetuoso y su palabra empeñada acumulaba un peso y valor incalculables, además los consejos útiles y las admoniciones severas que recibía de su progenitor no hacían más que reiterarle el glorioso aunque distante pasado militar que su padre prodigo al impresionante anecdotario familiar, cuando por aquellas épocas Giovanni combatía estoico al lado de Napoleón I en la invasión a España de 1807 y lograba, tiempo después, sobrevivir casi por milagro a la fatídica campaña napoleónica de 1812 en territorio ruso. Así, advertido pero no amilanado, el joven de 22 años se lanzó tras los pasos de su héroe Garibaldi para ser testigo y actor protagónico de lo que a la postre será la “Unificación de Italia”. Claro, como era de esperarse, la monumental y noble empresa no sería fácil de realizar. Doménico, resulta malherido en uno de sus brazos mientras las tropas del líder nizardo combaten enérgicamente en la región de Bezzecca. Ante la confusión reinante y el quejido estremecedor de los otros heridos, el menor de los Lorini observa adormecido por el dolor como la sangre oscurece con tintes cárdenos su camisa roja. Además, como queriendo la desventura ensañarse con el soldado lastimado, por su mente débil y afiebrada empiezan a registrase unas tras otras las imágenes conmovedoras de la muerte de su hermano Defendente en los campos de Perentonella. Apesadumbrado y con el cuerpo todavía sin fuerzas, Doménico se levanta de su camastro y renueva los ánimos dispuesto a seguir la lucha. Después de todo es hijo de Giovanni, el destacado militar de Carciago y de Marianna Bonenzio, dama de peculiar belleza y espíritu valeroso a quién el célebre poeta Alessandro Manzoni no dudaba en llamar; “Ecco la madonna degli angeli” (He aquí la virgen de los ángeles) 
BUSCANDO UN ELIXIR PARA CURAR EL DESAMOR


Mientras el cuerpo de Doménico se restablecía de las heridas sufridas en combate, en Milán los padres de su novia daban por sentado que el prometido de su hija había perecido en la batalla, sepultando de esta manera cualquier esperanza de matrimonio. La noticia fue desgarradora para la muchacha y, aunque tardó en asimilarla, no tuvo más que resignarse y aceptar a regañadientes a un nuevo pretendiente que asomaba bajo el portal de su hogar, más fruto del capricho de sus padres que de la casualidad misma. Una vez en casa, el valiente soldado no pudo soportar la idea de perder a su amada –ella ya se había desposado– y lloró a mares su desdicha. Por ese entonces, el ex camisa roja tenía una inmejorable oferta de trabajo. La gerencia de los laboratorios Carlo Erba, conocedora de su pericia y talento profesional, le ponía sobre la palma de las manos un nuevo empleo en alguna de las sedes que ésta tenía en el Cairo, Buenos Aires y La Paz. Doménico, atribulado todavía y sin el entusiasmo desbordante de otras jornadas, acepta el ofrecimiento laboral y decide en el acto marcharse lo más lejos posible. Escoge a la distante ciudad boliviana como lugar de sus futuras obligaciones profesionales escapando así, de todo lo que tuviera relación inmediata con su malogrado romance. De nada sirvieron persuasiones programadas y consejos constantes, el joven Lorini había tomado una decisión y ésta debía de ser respetada, su destino estaba en Sudamérica y hacia allá partió en 1867. Al llegar, Lorini se encuentra con una ciudad pequeña y joven, de avenidas escasas y calles escarpadas donde la población criolla y mestiza paseaba sus pretensiones por el centro de la urbe dejando para la periferia la timidez y el silencio de la numerosa población indígena. En La Paz se hace cargo de la Farmacia y Droguería Boliviana, negocio que desde sus inicios fue administrado por farmacéuticos italianos, primero lo hizo Enrico Pizzi para luego cederle su lugar a Clemente Torretti, motivo por el cuál los paceños reconocían a la popular botica como la farmacia Italiana.
Ya establecido y acostumbrándose al diario vivir de los bolivianos, Doménico inicia su febril carrera profesional trabajando como profesor de Ciencias Naturales, cautivando así con sus conocimientos a todos los docentes y autoridades locales que no dudarán, más tarde, en auspiciar la fundación de la primera Facultad de Farmacia en el país, idea que es concebida en la prodigiosa mente del farmacéutico lombardo. Dueño de un saludo sincero y cordial, el hombre de mirada azul y mostachos hirsutos, no encuentra dificultad alguna cuando se trata de cosechar amistades, y estas mismas cualidades le permitirán traspasar en más de una ocasión los pesados portones del palacio donde gobierna con fiereza el presidente Melgarejo. Cuentan que, entre el docente y farmacéutico italiano y el temido gobernante boliviano se entabló una amistad a raíz de un accidente que, para fortuna del mandatario, no pasó a ser más de un susto y una costilla rota. Según el bisnieto de Doménico, Marco Lorini, Melgarejo gustaba de la cabalgadura, y mucho, por lo que no era extraño verlo montando su corcel Holofernes noche y día. En una ocasión, mientras el barbudo mandatario cabalgaba parejo por la calle Ayacucho de la Sede de Gobierno, el brioso rocín tuvo un súbito ataque de espanto lanzando por los aires a su jinete. El golpe fue severo asustando a sus ya afligidos guardias, quiénes corrieron afanosamente buscando auxilio en el despacho del doctor Lorini. El bioquímico, junto con sus asistentes, llegó hasta los aposentos presidenciales dispuesto a prestarle la ayudada necesaria al aturdido paciente. No se necesitó más que un emplaste de hojas de coca y un par de días para restablecer la salud del gobernante tarateño. A partir de ese anecdótico episodio, Doménico no sólo se granjeó la simpatía del presidente, también creció considerablemente la curiosidad que sentía por los efectos que produce en la salud de los humanos aquella insignificante hojita verde de coca. 

LOS ANTECEDENTES DEL VINO MARIANI Y LA COCA COLA

Doménico quedó gratamente impresionado por los efectos terapéuticos que ofrecía la sagrada hoja de los antiguos incas. Por ello, trabaja incansablemente dentro su laboratorio estudiando con tesón y detenimiento la fina estructura de la planta. Al final, después de un largo proceso de análisis exhaustivo y experimentación rigurosa, el ilustre bioquímico presentó a la sociedad boliviana su “Elixir de Coca Lorini” al precio de dos bolivianos. En todo el tiempo que estuvo trabajando, el italiano obsequió pruebas contundentes de su fabulosa inventiva y la solidez académica que portaba fue traspasada a sus jóvenes alumnos, los cuales llegaron a conformar el primer gran grupo de egresados de la Facultad de Farmacia. Fueron cinco en total, pero de allí para adelante la escuela de bioquímicos y farmacéuticos bolivianos crecería en amplitud y prestigio. Sin embargo, Doménico ignoraba por completo que su producto estrella, aquel jarabe oloroso de consistencia espesa, sería el antecesor de una de las bebidas comerciales más conocida y difundida alrededor del mundo. Pero antes debía registrarse una cadena evolutiva que despegaría del corazón de los Andes, pasando por Europa y estableciéndose definitivamente en Norteamérica. El elixir de coca que salió desde las vitrinas de la antigua Farmacia y Droguería Boliviana fue a parar a tierras francesas donde un empeñoso químico ítalo francés, Angelo Mariani, valiéndose del jarabe importado, decide mezclar dos litros de buen vino de Burdeos con 450 gramos de hoja de coca. El resultado, una bebida tónica de gusto exquisito que gratificará los paladares de Napoleón III y el Papa León XIII.
Más tarde, en 1880, cuando el apreciado vino de Mariani era ya una leyenda en territorio norteamericano la empresa farmacéutica Parke Davis lo registrará como vino francés de coca, tónico y estimulante ideal. Claro, los cambios que sufre el mentado elixir van en aumento y es la Pemberton Chemical Company la que se encarga de agregarle cafeína y aromas silvestres para amortiguar el fuerte sabor de la coca111. Bueno, lo cierto es que el recordado elixir de Doménico fue a dar hasta las manos de John Pemberton, farmacólogo de Atlanta, que en 1885 lanza al mercado una bebida medicinal para combatir el dolor de cabeza y calmar la sed. Así nace la Coca Cola y, sin temor, se puede decir que su antepasado es italiano.
Mientras el líquido oscuro y burbujeante de la Coca Cola empezaba a recorrer las gargantas norteamericanas, Doménico no detenía su talento y creatividad. Debido a sus servicios meritorios es contratado por el Cancelariato y Superintendencia de la Universidad de Distrito para realizar un inventario de las existencias del Museo Publico. Lorini también trabajó denodadamente explorando el bismuto y el estaño que producían la mina Kalahuyo a los pies del nevado Chacaltaya, además fue un connotado “químico reconocedor de líquidos”, encargándosele la delicada labor de reconocer la calidad y efectos nocivos de las diferentes bebidas alcohólicas. En 1900, el Presidente de Bolivia, general José Manuel Pando, le confiere el cargo de Consejero Suplente de la Universidad. Tres años antes, Doménico ganó la medalla de plata otorgada en la Exposición Departamental de La Paz, por la calidad insuperable de su Bitter y Elixir de Coca. Este era Lorini, hombre responsable, de palabra firme y compromiso serio. Respetaba a Bolivia de la misma manera que a su patria, y fue precisamente un 19 de septiembre de 1891, cuando el destacado bioquímico garibaldino reunió a casi toda la colectividad italiana residente en Bolivia para celebrar la conmemoración de la entrada de las tropas italianas a Roma. El valiente soldado y genial bioquímico tuvo como esposa a Casta Carrasco y de esa unión nacieron: Héctor, Samuel, Enrique, Eduardo, Elvira, Luisa y Alejandro. Doménico Lorini Bonenzio muere en 1917.
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