Por: Carlos Antonio Carrasco / La Razón, 23 de noviembre de 2013 (Parte de la
nota) / Foto: Washington, D.C.: La Visita del Presidente Paz Estenssoro.
Bello como un ángel, dotado de exquisita cultura, inteligencia despierta,
carisma a raudales, millones en los caudales, cama compartida con la hermosa
Jacqueline, y desde Washington, el hombre más poderoso del planeta. Sin
embargo, a sus 46 años, católico y demócrata, el más joven presidente de
Estados Unidos, un 22 de noviembre de 1963, fue asesinado en Dallas, por tres
balas digitadas por el odio que despertó de la mafia, de los servicios
soviéticos o de los oligarcas tejanos. Hasta ahora no se sabe a ciencia cierta
cuál fue el instigador.
Casi un mes antes, cuatro helicópteros provenientes de Williamsburg se posaban
en los jardines de la Casa Blanca, llevando junto a su comitiva al único
presidente boliviano honrado con una visita de Estado, pues a los demás se los
recibió hasta en la trastienda o en los corredores de las cumbres. Bajo el sol
otoñal, se dibujaba la inolvidable figura de JFK, vestido de traje gris rayado,
camisa blanca y una corbata de rayas azules. Sus cabellos color ladrillo
obscuro volaban con el viento, y su tez bronceada detectaba recientes caricias
solares. Alto, con los hombros un tanto inclinados hacia adelante, avanzó
pausadamente para abrazar a su huésped distinguido. Comenzaba la primera de
tres jornadas de productivos encuentros que incluyeron un almuerzo formal en la
Casa Blanca, una cena de gala en el Departamento de Estado, entrevista
colectiva en el club de la prensa y, singularmente, un almuerzo en honor de JFK
servido en la sede de la Embajada de Bolivia, en Massachusetts Avenue.
Ese convite tuvo un supremo epílogo histórico. Los presidentes sentados lado a
lado entablaron un dialogo tan fluido que se abstrajeron por completo del resto
del escenario. Al finalizar el ágape, como director del ceremonial, me aproximé
a los mandatarios y noté que JFK volcaba al dorso la tarjeta impresa del menú y
que Víctor Paz Estenssoro dibujaba el mapa de Bolivia, con su litoral cautivo.
El Presidente americano había manifestado intenso interés en el reclamo
marítimo y pidió a su anfitrión que le explicase, mediante un diagrama, el
diferendo con Chile. Luego, JFK guardó cuidadosamente en su bolsillo el mágico
papel.
En el fragor de la Guerra Fría, después de 11 meses de la crisis de octubre,
con el recuerdo fresco del fiasco en Bahía de Cochinos, Kennedy, unía a su
propuesta de la Alianza para el Progreso el dilema de dos modelos para la
transformación de estructuras en América Latina. Sea la versión violenta de la
revuelta castrista, sujeta a la mano soviética, o la revolución nacional
boliviana, con elecciones democráticas y alternancia en el mando. Hasta
entonces ambos ejemplos habían cumplido iguales metas tanto en La Paz como en
La Habana: reforma agraria, nacionalización de los recursos naturales,
educación de masas y otras conquistas similares.
En un recuento de sus recuerdos, Víctor Paz Estenssoro escribió: “La simpatía
de John F. Kennedy por la revolución boliviana tuvo su más notable
manifestación cuando me dijo, en forma pública: ‘Lo que usted hace por su país
es lo que deseamos para toda América Latina…’. Se había forjado, pues, una
amistad sincera. Por eso, la noticia de su muerte, a los pocos días de mi
regreso a Bolivia, me afectó profundamente. Fui el último Jefe de Estado que lo
había visitado…”
En efecto, la desaparición de Kennedy alteró la óptica del imperio para con la
Revolución Nacional de 1952, posibilitando a los halcones del Pentágono y de la
CIA conspirar contra Paz Estenssoro e implementar el golpe de Estado del 4 de
noviembre de 1964.
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