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EL EXPLORADOR FRANCÉS JULES CREVAUX Y EL RÍO PILCOMAYO

Por: Santiago V. Guzmán.

Hay una poderosa tendencia en el espíritu humano a mantener vivos y palpitantes en medio de las devastaciones del tiempo, todos los esfuerzos generosos que se ligan con el destino de las sociedades y que la muerte intenta detener en su carrera. Manifestación de los afectos del alma; del egoísmo, en la lucha por la existencia, o expresión de la gratitud de los pueblos, hay una ley solidaria entre el pasado, que es la experiencia dolorosa, y el porvenir que es la luz de la esperanza alumbrando lo desconocido.
Desde Valerio Publicóla, que levanta la voz conmovida en el Forum para rendir homenaje a las virtudes de Brutus, la palabra, menos consistente que el ala del insecto, ha perpetuado ilesas a través de los siglos las grandes figuras que marcan en el tiempo la inmensa labor del perfeccionamiento humano.
La débil nota vocal, las endebles tablinum depositarías de la historia de los quirites, la frágil hoja que guarda el signo escrito, han resistido más que el duro mármol destinado a inmortalizar un nombre o a perpetuar una idea.
Roma, el cerebro del mundo antiguo, exaltando las virtudes del patriciado, colmando de elogio el valor de sus guerreros, acogiendo como la palabra de la revelación divina las doctrinas de sus filósofos, enseña el culto de lo grande y hace de sus muertos dioses tutelares del honor, del valor y de la gloria de la patria.
Los pueblos latinos conservando el viejo rito, hacen hoy de la obra del que cae el programa para lo venidero, como si por esa vinculación pretendiesen burlar la limitación de los días concedidos a la criatura humana y se propusiesen absorber todas las nobles fatigas del espíritu.

Del labio de Littré se recoge anhelosa la última palabra reveladora, y en la turbia mirada de Bernard se intenta alcanzar el postrer pensamiento que ilumina. Diríase que nuestras sociedades modernas en la lucha con lo desconocido intentan atesorar, avaras de la verdad, hasta el más impalpable átomo de la labor del esfuerzo humano. Cuando en la Academia queda vacío el sitial que ennobleciera el sabio, le reemplaza un nuevo obrero y al penetrar entre los escogidos del arte o de la ciencia, el recién venido resucita al caído perpetuándole en la forma imperecedera del lenguaje que modela las indefinidas líneas de su espíritu, y levanta la doctrina que parecía haberse sepultado entre el polvo del sudario.
Nosotros no poseemos el cenáculo, pero la asociación privada se ha impuesto la misión que debiera llenar la Academia científica. Esta reunión es elocuente testimonio de ello. La Sociedad Geográfica Argentina ha querido rendir el debido homenaje al distinguido explorador que acaba de sucumbir en las márgenes del rio Pilcomayo y ser la primera en recoger los anhelos de la ilustre víctima para consumar la fecunda obra que se propuso realizar en bien de la concordia y la prosperidad de tres pueblos.
Sabedor este Centro de que yo poseía algunos datos y estudios sobre esa trascendental empresa, se ha dignado encomendarme la tarea de exponer los antecedentes de ella, dar a conocer su importancia, los resultados que está llamada a producir, y finalmente, historiar las exploraciones que el justamente deplorado viajero Julio Crevaux, había realizado en provecho de la ciencia en diversos Estados de la América Meridional.
He aceptado este encargo, superior a la limitación de mis medios, en el deseo de contribuir a la realización del pensamiento que no ha logrado alcanzar el sabio francés, anhelando aunar mi voluntad a la manifestación que esta Sociedad hace hoy en respeto a la memoria de aquel. Espero que la sinceridad del propósito haga disculpar, en lo que a mí concierne, la imperfección de la obra que me ha sido encomendada.
Antes de exponer las circunstancias que indujeron al explorador Crevaux a estudiar el curso del rió Pilcomayo y reseñar el lamentable suceso de su victimación, conviene formarse una idea clara de las condiciones geográficas e importancia económica de ese extenso canal. Sea, pues, este el primer cuadro de la presente relación.

I EXPLORACIONES REALIZADAS EN EL PILCOMAYO. 1721 A 1863

Una de las regiones que desde el descubrimiento del Río de la Plata y sus afluentes se ha tentado conocer y dominar con bastante empeño, ha sido la que se extiende desde las cabeceras del Guaporé hasta el Bermejo y que se halla encerrada entre las últimas declinaciones de los Andes Orientales y el rio Paraguay. Dos elementos contrarios, propios de la época, se encontraron en el trascurso de dos siglos en esa feracísima latitud: los conquistadores y los misioneros. Aquellos se lanzaban al desierto con un puñado de hombres y desafiando la inclemencia del suelo y las densas multitudes de la barbarie, recorrían el territorio tranquilamente como señores a cuyos pies debían doblegarse la naturaleza del trópico y el aborigen. Espíritus avezados al peligro, los conquistadores españoles hicieron de la virtud rara del heroísmo, un hábito inseparable del soldado, y como si tuviesen la creencia de que de sus cenizas debían surgir generaciones herederas de su arrojo y sus dotes caballerescas, miraban con la sonrisa en los labios acercarse la muerte hasta ellos, en medio de las soledades del desierto.
Empero, los conquistadores no eran aptos para dominar el robusto suelo tropical; poetas y espadachines, eran demasiado orgullosos para inclinar la cerviz y rasgar con el arado el fecundo seno de la zona tórrida ; por eso desdeñaron la pródiga llanura y fueron a recoger del pié de la montaña caudales de oro con que satisfacer sus caprichos de príncipe y celebrar en opulenta fiesta sus ruidosas aventuras. El trópico demandaba la ruda mano del pionnier y ofrecía escasas recompensas; la montaña, en cambio, podía ser sangrada por el brazo de la raza conquistada y prodigaba la fortuna en inagotable vaso. La elección no fue dudosa ; los dominadores de América asentaron sus tiendas sobre cumbres de plata y abandonaron la fecundidad del llano tropical a la barbarie y a los misioneros.
Los Jesuitas, primeros evangelizadores establecidos en América, aceptaron el legado esperando que las expansiones de las razas de la llanura sofocarían a los potentados de la montaña. Más hábiles que sus bravos competidores, en vez de destruir, hicieron suyas y procuraron la multiplicación de las tribus que se sometían a su invisible despotismo, y a imitación de la política incásica sometieron a su dominio con las armas de la bondad y la persuasión la vasta zona donde crece espontáneo el algodón, se yergue la caña de azúcar y viven en intimidad las blancas flores del café con los capullos de púrpura del tabaco. Aquella perseverante conquista, que antes de llegar a su robustez revelaba una musculación hercúlea, turbó el sueño de los dominadores de sable. La escrupulosa mano del misionero había tenido tacto bastante para injerir en el cerebro de la numerosa grey un tenue rayo de luz, suficiente apenas para atestiguar que dentro de aquella figura sumisa, de cuyas manos acababa de caer la salvaje flecha, existía un alma humana embotada por la humillación que degenera en la servilidad !Cuán fecunda habría sido para la civilización de América esa conquista!, en la cual, como dice Montesquieu, los Jesuitas supieron hermanar la idea de religión con la de humanidad, si a medida del ferviente celo los propósitos hubiesen sido más legítimos.
Fue buscando los medios de extender sus reducciones y de ligar más fácilmente las misiones de Chiquitos con las del Paraguay, que los Jesuitas tentaron la navegación del rio Pilcomayo. Dos han sido las exploraciones que con este objeto llevaron a cabo en el siglo pasado; la una realizada en 1721 por el Padre Patiño, y la otra efectuada en 1741 por el padre Castañares, natural de la ciudad de Salta.
Para llevar a cabo la expedición del Padre Patiño se combinó una triple exploración; una comitiva debía salir de la ciudad de Tucumán, la otra de Chiquitos, reuniéndose ambas en el Pilcomayo, con la de aquel a quien se encargó remontar el rio. El personal que acompañaba al jefe de la exploración fluvial constaba de sesenta indios, cuatro misioneros, seis españoles y un sargento mayor.
Del diario de la expedición, aparece que remontaron cuatrocientas setenta y una leguas y media en tres meses y diez días (del 20 de Agosto al 1° de Diciembre), haciéndose la navegación en un buque grande y varios botes. Después de recorridas noventa y tres leguas y media, la embarcación mayor y parte de la tripulación quedó detenida en un pequeño rápido formado de greda untuosa y resbaladiza que las corrientes de las aguas no pueden gastar y que se levanta sobre el nivel normal del lecho del río en el punto donde se divide en dos brazos.
Patiño acompañado del padre Niebla, tres españoles y treinta y cuatro indios prosiguió su viaje hasta llegar al territorio de los Tobas, en el cual a solicitud de estos, desembarca y visita sus lancherías, no sin tomar antes bastantes precauciones para contrarrestar cualesquiera alevosía de la traidora tribu. “Las indias que vinieron a verme, dice Patiño en su diario, eran blancas como españolas y de hermosos rostros.” La tripulación siguiendo las órdenes del Padre, considerando asegurada la paz con sus huéspedes, trata de cortar algunos palos para hacer una cruz; inmediatamente los indios rodean a los obreros, matan a uno de ellos, se apoderan de otro, y los demás se abren paso entre sus sitiadores con sus hachas hasta llegar a los botes. Después de una sostenida refriega con los bárbaros, que se arrojan al agua para impedir el descenso de las canoas, estas vencen el obstáculo merced a las armas de fuego de los tripulantes y descienden apresuradamente el rio, navegando durante el día y la noche hasta encontrar el resto del personal de la expedición.— Así terminó, estorbada por los Tobas, la primera exploración del Pilcomayo, si bien menos funestamente que la última que acaba de hacer fracasar la misma tribu.
El viaje del Padre Patiño adolece de no pocas inexactitudes y exageraciones, siendo una de ellas la relativa a la distancia que expresa haber recorrido, por la cual se da al Pilcomayo una extensión tan vasta como la de los ríos de primer orden, el Plata o el Misissippi (1).
Veinte años después (1741), el padre Castañares realizó otra expedición remontando el brazo inferior, o sea el más austral del rio. La travesía duró ochenta y tres días, la mayor parte de los cuales la comitiva se detuvo en diversos puntos. Si se toma en consideración que para remontar algo más de una legua los expedicionarios emplearon seis días, haciéndose la ascensión a fuerza de remo y contra la corriente, es fácil colegir que la extensión recorrida por Castañares no fue de más de treinta o cuarenta leguas. En este supuesto, muy admisible, me inclino a creer que la detención de sus embarcaciones por falta de agua, tuvo por causa ser el brazo austral del Pilcomayo una ramificación de la corriente principal, de menor caudal de agua.
La exploración de Castañares, tiene, no obstante, el mérito de haber penetrado primero por el brazo superior del río y después por el inferior, habiendo levantado el croquis más importante y exacto de las regiones recorridas, documento debido al padre Salvador Colon, cuyo original existía en el archivo del Colegio de San Ignacio de esta ciudad.
Estas fueron las tentativas más notables realizadas en el pasado siglo.
En 1844 el Gobierno boliviano interesado en poner en comunicación el interior de Bolivia con el Plata, encomendó la exploración del Pilcomayo al lugarteniente de marina Van Nivel. Esperábase que esta expedición daría resultados mejores que los obtenidos el año anterior por Rodríguez Magariños, quien, sin la competencia bastante, emprendió el descenso del rio en embarcaciones de extraordinario calado, las cuales zozobraron después de un pequeño trayecto.
Van Nivel llevaba consigo cincuenta y seis soldados de línea, efectuando su viaje en una flotilla compuesta de tres piraguas y ocho canoas. Después de una travesía, que el explorador calculaba en trescientas ochenta y nueve leguas, recorridas en treinta y siete días, aserto desvirtuado por el viaje del padre Gianelly, la expedición retrocedió trayendo el poco lisonjero dato de que el rio se insumía en el seno del Chaco y perdía sus aguas por evaporación. Aseveraba, también, el explorador haber abandonado el viaje a orillas del rio, no obstante considerarse próximo al Paraguay, por haber sido atacado por ochenta mil indios; lo cual prueba, que los cincuenta y seis expedicionarios eran muy valientes o el lugarteniente se había familiarizado con todas las hipérboles posibles.
El viaje de Van Nivel, que no contribuyó en modo alguno a dar a conocer el curso del Pilcomayo y condiciones del territorio recorrido, llevó el desencanto a todos los ánimos. Para los geógrafos primero y para la generalidad después, el misterioso río moría absorbido por las arenas de Guilgorigota, como castigado por una mano vengativa por haber presenciado impasible consumarse no lejos de sus márgenes el sacrificio del capitán Andrés Manso. Desde entonces la geografía, aceptando a ojo cerrado la fábula, hace figurar al Pilcomayo muriendo de consunción en el desierto.
Pero por mucho tiempo que pudiese mantenerse esta creencia, ella no podía ser eterna. Un misionero debía corregir la plana al lugar-teniente.
En efecto, en 1863 el padre franciscano José Gianelly, nombrado por el Gobierno de Bolivia Pacificador de las tribus del Pilcomayo, emprendió la travesía del Chaco, siguiendo las orillas del rio. Escoltaban al padre cincuenta nacionales al mando del comandante Rivas, a los cuales iban agregados varios neófitos conocedores de aquellas regiones.
Gianelly llegó hasta más abajo del punto que alcanzó Van Nivel; el trayecto recorrido medía sesenta y siete leguas, las cuales fueron salvadas en diez días. Después de un detenido estudio del lugar en que éste sepultaba al Pilcomayo, el misionero recogió la evidencia de que no solo el rio no se insume en los llanos, sino que corre por un canal susceptible de ser habilitado para la navegación; el cauce principal, en vez de seguir al sudeste, toma hacia el norte y después de formar un ángulo muy agudo vuelve a inclinarse en la dirección indicada. Las aguas se dilatan en este punto ocultando esa inflexión del río, verdadero laberinto susceptible de desconcertar a más de un precipitado explorador.
El viaje del padre Gianelly a este respecto, no sólo ha arrojado bastante luz acerca de la hidrografía del Pilcomayo, sino que ha alentado de nuevo la esperanza y estimulado las tentativas que ahora se tratan de llevar a cabo. La expedición de Gianelly, que había sido obstinadamente seguida de lejos por los Tobas en actitud hostil, retrocedió del punto de Yuquirenda, en el territorio de los Chorotis, habiendo grabado cruces en los troncos de tres algarrobos, vestigio que algún día encontrarán los primeros exploradores que vuelvan a tocar esas regiones.
Omito relacionar otras pequeñas expediciones realizadas en la boca septentrional del Pilcomayo, tanto por su ninguna importancia, cuanto porque nada nuevo han agregado a lo ya conocido.
De esta reseña se infiere que el Pilcomayo ha sido recorrido en toda su extensión por dos misioneros: el padre Patiño que arribó por agua hasta la tribu de los Tobas, cercanas al departamento de Tarija, y por el Padre Gianelly, que pasando por el territorio de estas ha recorrido las dos terceras partes de la distancia que media entre el puerto de Magariños o Bella Esperanza y la corriente del rio Paraguay.


II CONDICIONES GEOGRÁFICAS DEL PILCOMAYO

Tres son las regiones que comprende en su curso el río Pilcomayo; la de sus fuentes, situada en la parte montañosa del territorio de Bolivia; la de su travesía por los llanos del Gran Chaco, y la de sus desagües en las costas bajas que terminan en el rio Paraguay. Prescindiendo de los afluentes secundarios que forman el alto Pilcomayo, propiamente dicho, en la región montañosa, la vena que lleva este nombre tiene nacimiento en los Andes orientales comprendidos en las serranías de Lípez, Chichas y Poopó (2).
Este se reúne con el Cachimayo (a los 19°2o’ de latitud austral y 67°15’ oeste del meridiano de París), río que nace a poca distancia de Sucre (o Chuquisaca) en los valles de Yamparaez, Yurubamba y Quila-quila.
Al unirse las dos corrientes, el nuevo y poderoso canal que forman toma el nombre de Chicha-pilcomayo, siendo susceptible de prestarse a la navegación de buques chatos a vapor, por lo menos en la época de las crecientes periódicas, esto es, durante seis meses en el año. La idea de la navegación en esta parte del rio ha sido conceptuada como una ilusión quimérica por los razonadores en quienes se han petrificado las viejas preocupaciones del atraso industrial de pasados tiempos.
Todavía hay pesimistas que ignoran que bastan tres cuartas de agua para sustentar el más fecundo intercambio, y que un buque chato, movido por algunas libras de vapor, puede redimir de la opresión de muchas toneladas de carga a millares de sumisas acémilas. — La navegación de los más secundarios ríos interiores de los Estados-Unidos y Francia ha demostrado que el progreso moderno camina a gran prisa por las acequias donde otros no encuentran agua bastante para lavarse las manos. — Me alienta la esperanza de que los impulsos del progreso han de conducir el ligero cuters a las puertas de la capital de Bolivia para solaz de los turistas y provecho de mercaderes y traficantes.
Después de atravesar el seno de fecundos valles, en una extensión aproximativa de sesenta leguas, el Chicha- Pilcomayo reúne sus aguas al Pilaya, que circunvala el departamento de Tarija (a los 20o 15’ de latitud austral y 65o 15’ oeste del meridiano de París), resbalando sobre arenas de oro que muchos las ponderan, todos las apetecen, y pocos las buscan. Desde este punto la declinación del suelo es menos violenta; el Pilcomayo corre sobre un plano inclinado poco sensible hasta salvar el salto de Guarapetendi, pequeña prominencia levantada en medio del rio a guisa de mojón divisorio entre los estrechos pliegues de las montañas y las extensas sábanas del Chaco. Al penetrar en la región de los llanos el curso del rio toma un carácter menos accidentado y fluye sin obstáculos hasta descender a la planicie más baja de la llanura, en la cual sus aguas se dilatan en las crecientes formando varios arroyos que desaparecen en la época de la bajante.
Dos son los principales canales que dan curso a sus aguas en esta región; el brazo normal y más importante en vez de seguir hacia el S. E. (que es el rumbo general de la corriente) se dirige al Norte y después de formar un ángulo muy agudo vuelven a tomar la dirección indicada. El otro brazo de menor importancia (y que según algunos se une al anterior después de un divorcio de veinte y cinco leguas), sirve de desagüe en las crecientes, siendo generalmente abandonado por las aguas después de estas. El ángulo del brazo principal, según lo observa el P. Gianelly en el diario de su expedición, es demasiado agudo para que las aguas de las grandes avenidas puedan de una manera brusca salvar inflexión tan violenta sin desbordarse en todas direcciones hasta chocaren los sólidos bordes del gran lecho del río que las contiene, y formar así los bañados y lagunas que existen en este punto, los cuales y no el rio se secan en los fuertes veranos.
Cuando Van Nivel arribó a este punto (1844), sin detenerse a estudiar el cauce del rio, envuelto en el laberinto que forman los rebalses, no atinó a dar con el curso regular, y retrocedió trayendo la mala nueva de la pérdida del Pilcomayo por inmersión.
Conviene advertir que según Opinión uniforme de cuantos conocen el curso del Pilcomayo, desde el Salto de Guarapetendi hasta este punto, el rio es susceptible de navegación; en el lugar de los derrames y en una extensión de veinte varas, la profundidad sólo alcanza en la época de secas a tres cuartas, no bajando de cuatro pies en lo restante de este trayecto. El P. Patiño observó, de acuerdo con esta misma circunstancia, que el Pilcomayo se halla cortado en algunos puntos por vetas de arcilla que levantándose sobre el nivel regular del lecho del rio y abarcando una extensión de cuatro a ocho varas, forman rápidos algo violentos que estorban la navegación de buques de mucho calado. Desde luego, estas vetas se hallan amenazadas por la cuchilla de la draga para que se dejen de incomodar el día que el Pilcomayo abandonando la tradición mitológica pase a hacerse un rio positivista.
Es digno de observarse que las tribus de los Tobas y Mataguayos, como si conociesen la trampa que encubren las aguas en este punto para burlarse de exploradores inexperimentados, hubiesen sentado sus reales a sus orillas, utilizando esta formación especial como medio estratégico contra los que intentan poner el pie en sus dominios.
Salvada la pequeña zona de los derrames, las aguas siguen un curso regular y uniforme hasta el punto en que se separan en dos brazos; esa separación está marcada por un rápido llamado Salto del P. Patiño, por ser el punto donde se detuvo la embarcación mayor de las que formaban el convoy de la expedición que realizó este misionero. El brazo superior, que lleva los nombres de Pilcomayo, Itica o Araguay guazú (Grande Araguay), después de seguir un curso sumamente tortuoso, al aproximarse a la región mesopotámica o de las costas, desemboca en el rio Paraguay frente al cerro de Lambaré, a dos millas de la Asunción.
El brazo inferior, llamado Araguay mini (Araguay chico), de idénticas condiciones al anterior, aunque de menor caudal de agua, se inclina más al sud y desemboca frente a la Angostura a nueve leguas de la capital citada. De este modo los dos brazos al desembocar en el Paraguay forman un triángulo cuya base es de nueve leguas, y cuya altura se calcula en setenta hasta su vértice. Este triángulo ha sido llamado isla del P. Patiño en memoria al primer explorador que remontó el Pilcomayo, su suelo es bajo e inundadizo, sobre todo en las costas más próximas al rio Paraguay.
Del brazo inferior o austral, a su vez, se separa otro pequeño canal al cual se le ha considerado como otra de las bocas del Pilcomayo por el P. Quiroga, quien estudió todos los puntos de desagüe del rio.
Hasta poco después de la exploración realizada por Azara, el rio Confuso, situado al norte del brazo principal, a ocho leguas de la ciudad de la Asunción, se creía que comunicaba con el Pilcomayo, siendo uno de sus ramales; pero exploraciones realizadas casi hasta sus vertientes por los explotadores de madera (obrajeros) han hecho conocer que el Confuso no tiene contacto alguno, salvo en la época de las crecientes en la cual los rebalses del Pilcomayo se extienden hasta derramarse por el cauce de aquel.
El Confuso ha dado margen a tantas confusiones, que ha habido geógrafo que para no equivocarse ha creado en una de sus cartas dos ríos de este mismo nombre, uno que corre al norte del brazo superior del Pilcomayo y otro al sud del brazo inferior. De este modo existen Confusos geográficos para todos los gustos.
La profundidad del Pilcomayo hasta el punto en que se divide en dos brazos varía entre siete y cinco metros; en la región media, entre dos y tres, salvo los pequeños trayectos cruzados por las vetas de arcilla en los cuales alcanza a uno. Actualmente la navegación es entorpecida por multitud de troncos de árboles caídos en su lecho y cuya extracción no ofrece mayores dificultades.

(III) AMPUTACIONES DEL TERRITORIO BOLIVIANO

Para apreciar la importancia del rio Pilcomayo como vía comercial de Bolivia, conviene formarse una idea exacta de las condiciones actuales del territorio de esta nación. Se hace, pues, indispensable conocer los antecedentes que han condenado a aquel país a un aislamiento obligado.
El día en el que la República de Bolivia, por sus propios esfuerzos y en ejercicio de su soberanía, se constituyó como Estado independiente, tenía por límites los mismos que se habían fijado entre las coronas de España y Portugal en lo que concierne a sus fronteras divisorias con el Imperio del Brasil; respecto de las naciones de origen español, estos límites eran los que el monarca había señalado a la Real Audiencia de Charcas. Por consiguiente, hacia el Este poseía derechos de dominio desde las cabeceras del rio Paraguay, en toda la costa occidental, hasta la desembocadura del rio Bermejo ; hacia el Noreste, desde la boca del Jaurú tocaba la ribera austral del rio Guaporé y seguía su corriente hasta más abajo de su unión con el Mamoré; desde esta confluencia continuaba por el curso del Madera hasta una distancia igual entre la boca del Mamoré y los desagües del Madera sobre el Amazonas; de ahí partía una línea divisoria hasta encontrar la ribera oriental del rio Javarí, que desemboca en el Marañón. Estos límites eran tan precisos y fijos como son los que median entre el Estado Oriental del Uruguay y la República Argentina.
Según esto, Bolivia poseía sobre el Alto Paraguay los fuertes de Coimbra y Alburquerque, así como el puerto de Corumbá, con pleno acceso a la navegación de aquella extensa corriente. Hacia el Norte, el Guaporé, el Madera y el Purús, casi en toda su extensión, le ofrecían salidas sobre el Amazonas, y por consiguiente, formaba parte del sistema de este poderoso canal, en el cual venían a encontrarse por vecindad de límites el Perú, el Ecuador y Colombia.
Después que en virtud de las expansiones de la libertad el intercambio comercial dio a conocer los productos nobles de Bolivia procedentes de sus regiones tropicales, como el café, el cacao, el azúcar, el tabaco, etc., los plantadores brasileros no pudieron menos de notar la superioridad de los artículos bolivianos sobre los similares que cultivaban en sus extensas fazendas; el ojo penetrante del comercio imperial divisó a lo lejos la figura descocada de la competencia castigando con su mano de astuto mercader los productos brasileros análogos a los bolivianos. Al propio tiempo, se descubrían en la zona comprendida entre la mitad de la corriente del Madera y el rio Javarí inmensos bosques de siphonia cahuchci productores de esa leche sustanciosa que hoy alimenta multitud de industrias y que el viejo mundo paga con montañas de esterlinas.
El Imperio comprendió que no había otro medio de desbancar a la amenazadora competencia que obligando a los artículos bolivianos a pasar por las horcas caudinas de sus puertos — ¿Cuál el medio?— La anexión territorial. Por su parte, los senos robustos de las regiones del cauchut despertaban el apetito y no era cosa de andarse con escrúpulos en la casa del vecino, cuando con un buen corte podían quedar satisfechas todas las tentaciones. Así es como el presidente de Mattogroso, juzgando que la joven República podía haber extraviado sus pergaminos en sus patrioterías, penetró al día siguiente de la emancipación de aquella en los territorios de Chiquitos; pero el general Sucre, llevando la mano al puño de la espada, preguntó al Imperio qué significaba aquella visita; el Imperio, viendo el ceño del general, contestó que se había equivocado de puerta y que se marchaba con la música a otra parte. Pero no fue tan lejos que abandonara las costas bolivianas que caían sobre el Paraguay ni llegara a desamparar la tierra del cauchut.
Paciente y previsor, llevó sus límites hasta donde la argucia diplomática pudiera sostenerse con aires de justicia y trazó su frontera alejando a Bolivia de sus costas; Coimbra, Alburquerque, Corumbá pasaron a la faltriquera imperial; se trazaron límites imaginarios sobre la mitad de los lagos que dan posada al Alto Paraguay y el territorio comprendido entre el Madera y el Javarí cambió de opinión, haciéndose monarquista famoso de republicano que había nacido.
En 1863 el Imperio atisbo, escudriñando lo que pensaba su vecina de estas lindezas, y como la encontrase de mal talante, se sentó tranquilamente a esperar que llegase un administrador bastante complaciente o torpe, capaz de legitimar aquella posesión bastarda. La corrupción política engendró el mayordomo apropiado para hacer migas con el Imperio. Un oscuro soldado, un improvisado Canciller general, y unos cuantos escogidos otorgaron al interesado el título que le faltaba. El sentimiento nacional protestó contra el negocio; se derramó sangre patriota en defensa de la integridad nacional; pero aun cuando la sangre salvó la dignidad, el Imperio se llevó el territorio.
Es así como empezó la estrangulación de Bolivia por el lado del Oriente; a renglón seguido los dispensadores del generoso donativo, no contentos con la dádiva de miles de leguas, acordaron obsequiar al Imperio con un ferrocarril que hubo de construirse en las márgenes del Madera en el territorio cedido, para lo cual se comprometió anchamente el crédito de la Nación. Afortunadamente el presente no se llevó a cabo porque la Empresa nació enferma y murió al poco tiempo, habiendo pagado Bolivia gruesas sumas por el entierro. El comercio boliviano, acongojado con motivo de este duelo, no volvió a mirar más del lado del Amazonas.
Hacia el Pacífico, la madre patria había legado a Bolivia una robusta garganta de respiración otorgándole cinco grados territoriales comprendidos entre los ríos Loa y Paposo; un día los agricultores encontraron el secreto de fecundizar los envejecidos y estériles senos de la tierra; este regenerador fecundante era el guano, más tarde le disputó el privilegio de la fecundidad el salitre; los dos milagrosos generadores se habían arraigado en la costa boliviana, o sea en medio de la garganta de la nación. Chile, que andaba en busca de fortuna encontró a mano la del vecino y clavó su estaca de jesuita sobre la tierra prometida del guano y del salitre; la estaca fue avanzando tanto que desde 1842 hasta 1879 no ha quedado un palmo de terreno a la nación favorecida por estos dones de la naturaleza. La estaca, además, ha cerrado la garganta, y el país se hubiera asfixiado sin remedio si no hubiese podido respirar por medio de la algalia argentina.
He ahí como el contubernio de ideas engendrado por el cauchut y el salitre han consumado monstruosas amputaciones en el territorio boliviano, haciendo de un cuerpo sano y bien equilibrado un inválido amenazado de asfixia o parálisis.
Clausurados los puertos del Pacífico, Bolivia ha tenido que buscar salida a sus productos por el interior del territorio argentino, vía desventajosa para el servicio de su comercio y que sólo la necesidad hace tolerable. En las condiciones actuales de aquella nación, los intereses de su comercio se tienen que inclinar hacia las regiones más próximas a las costas; ahora bien, el canal más inmediato es el del Paraguay; por lo tanto, es hacia él a donde hoy convergen todas las miradas del cálculo.
Dos son los vehículos para llegar a esta corriente: el primero sería una vía férrea que partiendo de la Bahía Negra tocase en un punto extremo del Chaco boreal, ya sea este el pueblo de Sauces o cualquier otro, y que de ese punto un ramal se dirigiera hacia el Norte hasta Santa Cruz de la Sierra y otro brazo al Sud para ligar Sucre, Potosi, Cochábamba y La Paz. De este modo, la línea central del Chaco daría salida a los productos tropicales del Oriente y a las riquezas minerales del Sud.
Pero un ferrocarril, por limitadas que sean sus condiciones de construcción, demanda capitales, de los cuales Bolivia no dispone, o empresarios que tengan confianza en negociación tan vasta.
A falta de unos y otros, en la actualidad hay que utilizar los canales naturales que desembocan en el Paraguay. El único que por su situación y condiciones de viabilidad puede satisfacer esta necesidad es el Pilcomayo, atentas las facilidades que ofrece para su habilitación como vía fluvial sin demandar grandes desembolsos; este es el vehículo posible.
Intertanto, mientras estos proyectos no llegan a ser una realidad, Bolivia continuará excluida de toda comunicación por el Pacífico, alejada por completo del Amazonas y separada de las costas del Alto Paraguay, no quedándole más válvula respiratoria que la fatigosa peregrinación al través de la dilatada ruta por el interior de la República Argentina.

IV VINCULACIÓN CONVENIENTE ENTRE LA REPÚBLICA ARGENTINA Y BOLIVIA

Las condiciones que se acaban de manifestar revelan que Bolivia no es otra cosa que una nación emparedada. Sus vecinos por un mal cálculo, del cual empiezan a manifestarse poco satisfechos, la han privado de sus salidas naturales obedeciendo a tendencias de expansiones territoriales y al propósito de adueñarse de sus valiosos productos por el monopolio, bajo pena de hacer pesar sobre ella las gabelas de las aduanas por las cuales tienen que pasar los artículos destinados a su consumo.
Pero esta monstruosidad ha engendrado una reacción en sentido inverso. Los mismos Estados que le arrebataron sus costas en el interés de absorber su vitalidad, han comprendido que la nación despojada tiene que abrirse caminos por nuevas rutas, lo cual desbarata sus errados planes. ¿Cómo combatir esa tendencia y contrarrestar las inclinaciones que se notan en aquel pueblo para buscar válvulas de respiración sobre el Plata? Naturalmente, otorgando franquicias comerciales. La aventura pasada ha sido, pues, infructuosa.
Bolivia ha desempeñado el papel de una rica heredera, rodeada de codiciosos vecinos, los cuales tentando explotar a la opulenta consumidora le impiden el paso por su heredad para obligarla a pagar a alto precio la servidumbre de tránsito; pero otro vecino joven y galante, más astuto y más liberal, la ofrece tomarla de la mano y hacerla pasar cómodamente por la vía más llana de sus dominios. ¿Y qué sucede? los viejos pretendientes que no quieren perderlo todo abren de par en par las puertas para que pueda atravesar holgadamente el mayordomo que hace la provisión para la acaudalada dama.
El Brasil, aun cuando obrando con mucha circunspección, no ha devuelto los territorios de Bolivia concedidos por D. Mariano Melgarejo y su Canciller General. en cambio ha otorgado franquicias que si no importan entera libertad para el comercio por el Amazonas, por lo menos le andan muy cerca. Chile le ha ofrecido el puerto de Arica, detentado al Perú, pero la dignidad nacional no ha querido escuchar el discurso de la oferta ni aceptar el regalo de la propiedad ajena. Resultado: Chile en competencia con los pueblos que se disputan el comercio boliviano no tiene otro camino (camino que adoptará tarde o temprano) que devolver a Bolivia su litoral para atraer su antigua clientela a sus mercados. De este modo las leyes económicas harán lo que no han hecho los principios internacionales; el interés mercantil restablecerá la integridad territorial de Bolivia o alejará para siempre a esta nación del movimiento comercial del Pacífico, necesario de todo punto para el pueblo que hoy gasta estérilmente su dinero y el ajeno en conservar los puertos deshabitados de Cobija y Antofagasta.
El alejamiento de Bolivia de las vías naturales por las cuales pudo antes de ahora establecer un comercio regular, así como las inmensas distancias que el comercio del Sud y del Oriente tienen que recorrer para atender a sus consumos, han producido estos dos hechos de desastrosas consecuencias ; en cuanto al comercio exterior, la importación de los objetos destinados al servicio de la industria se hace con un recargo de 500 por ciento sobre el valor neto de los artículos; baste este ejemplo: 600 rollos de alambre destinados a la prolongación del telégrafo de Tupiza a Potosí se obtuvieron en esta plaza por 4,000 fuertes; la conducción del artículo hasta Bolivia ha demandado 22,000 fuertes !
De aquí dos resultados: la industria boliviana no podrá desenvolverse porque no puede poner a su servicio las máquinas modernas; el hierro, elemento indispensable en Bolivia, como país productor de metales, se paga en esta nación a un precio seis veces mayor que en ningún otro pueblo de la tierra. Esto demuestra, entre otras cosas, que la vía al través del territorio argentino no conviene al comercio boliviano y que la del Pilcomayo, por el reducido flete de los trasportes fluviales, es la única que llegaría a serle benéfica por el momento.
En el orden interno la falta de vínculos con el exterior, trae esta terrible solución: El año en que las cosechas son abundantes, los productores se arruinan; la abundancia de los artículos necesarios para la vida envilece su precio, y el agricultor, no teniendo donde exportar el excedente del consumo se empobrece en medio de la abundancia (3). He aquí como puede haber un pueblo donde se tenga que medir atinadamente la cantidad del grano que se siembra, o en el que el agricultor haya de esperar un mal año para recuperar sus pérdidas a costa del hambre de los demás.
Ahora bien, yo creo que la República Argentina está llamada a extirpar aquellas verdaderas calamidades en provecho suyo y de Bolivia por estar ligada a este país por canales naturales de vastísima extensión. En efecto: el área del valle del Plata es la tercera del mundo, siendo dupla en superficie que la del Ganges y más que triple que la del Danubio, la mayor hoya de la Europa; esa área se extiende hasta tocar el territorio boliviano, el suelo más fecundo en productos tropicales, considerados nobles en el comercio.
Monopolizados estos en los mercados argentinos, puede hacer competencia en la América Septentrional a la importación similar de otros países.
“El Plata, decía M. M. F. Mauri, director del Observatorio astronómico de Washington en su estudio sobre el rio Amazonas, el Plata fluye exclusivamente en el hemisferio meridional y las estaciones de su vasta hoya,” son opuestas a las del hemisferio septentrional. Cuando recién está sembrando el labrador en el Norte, el cultivador de las hermosas riberas de este río se halla ya recogiendo sus cosechas; de donde resulta que los frutos del Plata pueden dominar en los mercados del norte durante seis meses enteros sin competencia alguna.”
De lo dicho se infiere que Bolivia para arrojar sus productos al mercado del mundo necesita imperiosamente de la República Argentina, por ser el país que le ofrece vías fluviales más próximas, y por consiguiente, menos onerosas.
Pero no es menos cierto, también, que la República Argentina necesita de Bolivia, como necesita del Paraguay y de la Banda Oriental aun cuando sus estadistas no crean en esta aserción que tiene todos los visos de una paradoja. La causa originaria de esa necesidad es la naturaleza de los principales productos argentinos: las lanas y las pieles. Hasta ahora este país se ha limitado a exportar y mostrándose satisfecho con las ganancias que la venta de esos artículos en los mercados europeos dejan en manos de los pastores que cuidan innumerables rebaños desde la opulenta ciudad. Las lanas y las pieles se envían a Europa en su forma primitiva, mejor dicho, en estado salvaje, y después de surcar el Océano dos veces, vuelven infatuadas en forma de vistosas telas haciéndose pagar a precio de oro para conceder a sus antiguos señores la gracia de no andar desnudos. Entretanto, el pueblo de donde procede esa materia prima le paga el viaje de ida, su civilización en la casa de los telares, su regreso a la patria, y las innumerables propinas que abandona a los intermediarios por el trabajo de hacerla ir y venir. El precio de la lana trasformada en mercadería es tres veces superior a su valor primitivo, y como el productor solo ha percibido el importe de este, la Nación regala las otras dos terceras partes de la riqueza pública al fabricante europeo por hacerse vestir.
Pero estas prodigalidades ruinosas tienen que concluir, y lo que hoy no hacen la previsión ni el cálculo, mañana lo hará una ruda experiencia. La competencia que las producciones similares a las del Rio de la Plata empiezan a hacer la Australia y la India Oriental, traerá por consecuencia que los productos argentinos sean trasformados en mercaderías en el mismo país; es decir que el pastor será también fabricante, y que el fabricante buscará compradores seguros que paguen al contado; estos compradores tienen que ser, antes que nadie, los vecinos. Entonces la República Argentina hará lo que todavía no hace y lo que persiguen la Inglaterra en las Indias, la Rusia en el Asia Central y los Estados Unidos en nuestro continente; esto es, apoderarse de los consumos de un país para encontrar fáciles salidas a todos sus productos.
He aquí como las leyes de la producción y del cambio, restablecerán la fraternidad de estos países, fraternidad relajada por la falta de contacto y por una soberbia internacional muy mal entendida.
La República Argentina entonces, como hermana mayor y más juiciosa, con la práctica y el ejemplo de sus instituciones, enseñará a su hermana menor Bolivia cómo se maneja la casa y se mantiene en paz a la quisquillosa familia; y a fuer de más entendida en modas, con las sedosas telas labradas por sus industriosas manos, la vestirá gallardamente de los pies a la cabeza.
A su vez, la hermana menor, mejorada en tercio y quinto en la repartición de los dones de la madre naturaleza, hará a la República Argentina la depositaría de sus caudales; le entregará la quina de los valles del Illimani para que la distribuya y lleve la salud a todos los hospitales del mundo; zahumará su traje azul y blanco con las perfumadas resinas de los bosques del Oriente, y a fuer de mimosa y contar con la despensa siempre llena, por la mañana le servirá en taza de plata el nutritivo chocolate del Beni, y a la tarde, en pocillo de oro, el aromático café de Yungas.
Pero para encaminarnos a esta vinculación, necesitamos realizar antes la grandiosa obra que se propuso consumar el explorador Crevaux, cuya expedición y méritos científicos me propongo dar a conocer en la segunda parte de esta conferencia.

SEGUNDA PARTE

I ANTECEDENTES RELATIVOS A LA EXPLORACION DEL PILCOMAYO POR EL Dr. CREVAUX. — CONDICIONES DE LA EXPEDICION EFECTUADA EN MAYO DE 1882. — FIN DESASTROSO DE LOS EXPEDICIONARIOS.

Muy a pesar mío me veo en la necesidad de relacionar algunos antecedentes que a propósito de los proyectos de exploración del Pilcomayo, se ligan con mi persona. Esta necesidad espero disculpara las referencias que paso a hacer respecto a la humilde participación que desde antes de ahora he tomado en este asunto.
En 1879 la ocupación de los puertos bolivianos de Cobija y Antofagasta por las armas chilenas, privó al comercio del Sud Bolivia de toda comunicación con el Pacífico. Con este motivo los comerciantes de Sucre, Tarija y Potosí se vieron obligados a dirigirse al Rio de la Plata, tanto para hacer por esta vía sus exportaciones, cuanto para adquirir las mercaderías destinadas al consumo de esos departamentos. Desde los primeros momentos se notó que la nueva ruta adoptada era de todo punto onerosa; la inmensa distancia de 600 leguas que era menester recorrer por tierra; los distintos medios de trasporte, muchos de los cuales eran totalmente deficientes, y la necesidad de mantener comisionados en diversos puntos de la República Argentina para el paso de las mercaderías, todas estas circunstancias demandaban extraordinarios gastos, y por consiguiente, el recargo de los artículos importados y que se exportaban, era enorme. Estas quejas, justificadas por otra parte, habían llegado hasta mí. Comparando la ruta clausurada sobre el Pacífico con la vía argentina, no podía hesitarse; la primera superaba en ventajas a la segunda. Era indudable que concluida la guerra en que Bolivia se hallaba empeñada el comercio volvería a dirigirse a sus antiguos puertos. Así, pues, se anhelaba una pronta solución del conflicto y aún se tenía fé en que el país recobraría las costas de que se le había despojado.
Por mi parte el amor patrio me había alucinado un momento haciéndome esperar la reintegración de los límites de la República. Pero examinando luego desapasionadamente la situación, contra la altivez del orgullo nacional, entreveía una situación desesperada. Tenía razón para desconfiar de los sucesos: el hombre que regía los destinos de Bolivia no me había merecido concepto que pudiera inspirarme confianza. Le había visto subir hasta la altura del Gobierno contra el torrente de la opinion, llegando a la cumbre a impulsos de un atentado, desprovisto del caudal de ideas y de la legitimidad de propósitos que son necesarios a los que tienen la misión de encaminar naciones jóvenes, faltas de reposo, de experiencia y aun de conocimiento de sus medios de vida.
Creía yo que el Gobierno correspondía al mejor entre los mejores, y por desgracia, aquel hombre estaba bien lejos de esta jerarquía. Mal, pues, podía hacer una campaña gloriosa quien carecía de luces para dirigirla. Las batallas modernas no se ganan con la espada, sino resolviendo una ecuación algebraica. Me inclino a creer que el General no sabía lo que eran matemáticas. — La primera derrota debía sernos cara; el vencedor se pagaría su triunfo engulléndose el litoral boliviano y el país vencido quedaría poco menos que embotellado.
Divisando esta poco halagadora perspectiva, creía que, caso de realizarse la pesadilla, Bolivia podía salvar de la asfixia respirando por el Plata. La vía más fácilmente habilitable era el Pilcomayo. Consagré decidida atención para conocer si sería posible su navegabilidad y los datos que pasaron por mi examen hicieron la convicción en mi espíritu.
Conocedor de que el respetable Dr. D. Saturnino Laspiur, que desempeñaba el Ministerio del Interior, se preocupaba con decisión de abrir vías fáciles de comunicación que radicaran el comercio boliviano en los mercados argentinos, me dirigí a él y le expuse mis ideas respecto de la conveniencia de habilitar el Pilcomayo a la navegación. El señor Laspiur, bajo cuyos auspicios había realizado una corta exploración don Luis Bernet, me manifestó hallarse de acuerdo con mi modo de pensar y se dignó encomendarme la redacción de un informe acerca de las condiciones geográficas del citado rio, así como de sus ventajas comerciales. Ese trabajo debía servir de base para llevar a cabo una exploración, la cual estoy seguro se habría realizado si el señor Laspiur hubiese continuado en el desempeño del cargo que merecidamente se le había confiado.
Cuando apareció mi informe no faltó quien juzgase ese trabajo como tiempo perdido en persecución de una utopía. Sin embargo, he visto después con harta complacencia que él ha servido de base para algunos proyectos de exploración importantes, como el que trataba de efectuar el conocido capitán señor Bossi, y otros de menor trascendencia. Ese escrito fue extractado y vertido al francés como obra original de un tercero, viniendo por esta razón a colocarme en la difícil condición de padre natural de un hijo mío nacido en Francia.
Desde 1879, ya sea que la citada compilación de datos hubiese despejado muchas dudas acerca del Pilcomayo, o que la importancia del comercio de Bolivia llamase la atención de este país, la verdad es que la prensa boliviana y sobre todo, la prensa de Buenos Aires, no han dejado de mano la cuestión de viabilidad por el Pilcomayo. Últimamente la Legación Boliviana encomendada al señor doctor Omiste, para satisfacer la ansiedad pública, proyectaba se realizase una exploración aunando los esfuerzos de los gobiernos argentino y boliviano, a quienes interesa la dominación de ese río. A su vez, el distinguido geógrafo señor Luis J. Fontana solicitaba la cooperación del gobierno de su patria para recoger, la por cierto envidiable gloria de resolver la cuestión de la navegación del Pilcomayo.
Por mi parte, aun cuando no tengo motivos para creer en la gloria, procuraba realizar la empresa por medio de recursos particulares; pero creyendo que el señor Fontana me llevaría la delantera, envidiaba su suerte de todo corazón, contemplándole como el redentor que abre las puertas a un pueblo hoy prisionero dentro de su propio territorio. La cuestión del Pilcomayo había llegado, pues, a hacerse epidémica, contando muchos atacados de la fiebre exploradora. Fue en esos momentos que arribó a Buenos Aires el ilustre viajero Julio Crevaux.
El Sr. Crevaux se había dirigido a esta parte de América con el objeto, ya fuese de reconocer las vertientes del rio Paraguay o bien descender el Tocantins hasta el Amazonas, y aun si fuese posible, explorar el Xingú. — Creo que el señor Crevaux no traía un plan fijo sobre el particular, pero lo evidente es que sus proyectos tenían por blanco recorrer los afluentes del Amazonas.
A su llegada a esta ciudad, el reputado explorador Sr. Francisco Moreno le habló del Pilcomayo, llamando la atención del viajero sobre el Chaco Central. — Después de compulsar datos no satisfactorios sobre el particular, según me ha manifestado el citado señor Moreno, el naturalista Sr. Holmberg, le dio a conocer el informe que yo había publicado, el cual impresionó a nuestro explorador; al día siguiente, el Sr. Ministro de Bolivia le manifestaba la importancia del reconocimiento del rio y los proyectos que tenía entre manos. Estas circunstancias hicieron cesar las vacilaciones en el espíritu de Crevaux y la del Pilcomayo quedó resuelta.
El explorador y su amigo el señor Moreno habían procurado estudiar todos los inconvenientes del viaje, y ¡funesta coincidencia! pocas noches antes de su partida, recorriendo nuevamente ambos las páginas del trabajo que di a luz, Crevaux se había detenido en la foja donde se enumeran las tribus feroces que pueblan las orillas del Pilcomayo y como si presagiara que una de esas tribus debía sacrificarle, señaló la página doblándola, conservándose hoy día tal como él la dejó antes de su partida!
Resuelto el viaje, el expedicionario se dirigió a Bolivia para descender el rio que se proponía explorar. Lo acompañaban los Sres. Luis Billet, astrónomo distinguido; Augusto Ringel, hábil acuarelista y fotógrafo; Ernesto Haurat, timonero de la marina francesa; Juan Dumigron, ayudante; y los marineros Enrique Rodríguez y Carmelo Blanco.
A su arribo a Bolivia fue entusiastamente acogido, cifrándose las más lisonjeras esperanzas en su expedición. Puede decirse que tenía el terreno preparado: el gobierno boliviano, deseoso de abrir una comunicación con el Paraguay a través del Chaco, había resuelto realizar una exploración en forma, a cuyos efectos se destinaron 100 hombres de línea y 50 milicianos de los valles de Caiza, conocedores del Chaco, los cuales debían expedicionar tan pronto como estuviesen listos los recursos que les eran necesarios.
El Prefecto de Tarija, así como el gobierno, querían que las dos expediciones saliesen conjuntamente, a fin de que la que debía seguir las costas del Pilcomayo, protegiese a la comisión científica que encabezaba el Dr. Crevaux ; pero este se negó a aceptar tal proposición, manifestándose decidido a penetrar en el corazón del Chaco sin más auxilios que los de sus compañeros de estudios y varios jóvenes voluntarios de Tarija que admitió por escolta. (4) Estos últimos iban a las órdenes del capitán Baldomero Vera y del teniente Bernardino Valverde; contábase entre este número el intérprete o lenguaraz Irimaye, que poseía los dialectos de las tribus del Chaco.
Cómo fue recibido el Dr. Crevaux en Bolivia, aparte de cartas particulares escritas a esta ciudad al señor Ministro de Francia y otras que han visto la luz pública, en las cuales se muestra harto agradecido a las demostraciones de que fue objeto, lo dice la siguiente comunicación dirigida el mismo día de su partida al Ministro de Instrucción Pública de Francia:
Bolivia, Marzo 13 de 1882.
“Señor Ministro:
“Después de un viaje de tres meses a través de la República Argentina y de Bolivia estamos próximos a emprender la exploración del rio Pilcomayo.
“Hemos sido admirablemente recibidos por los bolivianos, particularmente por los habitantes de los pueblos de Tupiza y Tarija; el Prefecto de esta última ciudad, señor Samuel Campero, se ha dignado prestarnos su apoyo, no solo moral sino pecuniario; encargándose de nuestro trasporte (diez días por mula) hasta el rio, y del abastecimiento completo de una escolta compuesta de once individuos voluntarios.
“La exploración del Pilcomayo es una empresa mucho más difícil y más onerosa de lo que pensábamos; pero el Gobierno de Bolivia que está particularmente interesado en el éxito de mi misión tomará a su cargo nuestros gastos extraordinarios.
“Antes de partir, que será dentro de una hora, ruego a Vd. se sirva recompensar al señor Campero por los muchos servicios que nos ha prestado, concediéndole el nombramiento de Oficial de Academia.
“Marchamos con esa plena confianza para la consecución del objeto de nuestro viaje, no carecemos de nada y nos encontramos en estado de perfecta salud.
“Los Reverendos Padres franciscanos del convento de Tarija, que son italianos, nos han suministrado los más preciosos datos respecto a los indígenas del Gran Chaco, ofreciéndonos su cooperación para la construcción de nuestras canoas.
“Tengo el honor de rogar a Vd. se sirva agradecerles por estos servicios, etc. (5)
“J. Crevaux. ”
La simpatía que Crevaux llegó a abrigar por Bolivia le hizo concebir otro proyecto de importancia para después de realizada la exploración del Pilcomayo. En comunicación dirigida al Dr. Antonio Quijarro, Ministro de Hacienda, le insinuaba la idea de expedicionar sobre el Purus, afluente importante del Amazonas, que tiene su nacimiento en el rico departamento de la Paz. El ministro en oficio del 9 de Marzo decía al sabio viajero:
“Recibiré con el mayor agrado el proyecto de exploración del Alto Purus, de que Vd. me habla; y realmente, yo creo como Vd. que su navegación es preferible a la de los ríos Madera y Mamoré, embarazados por formidables y numerosas rompientes. Tengo algunas nociones sobre el curso del rio Puras, por lecturas que hice antes de ahora y de las que resulta que es distinto del rio Madre de Dios.”
Este antecedente demuestra los propósitos elevados del Dr. Crevaux, respecto de Bolivia, a la cual debía prestar importantes servicios revelando los secretos que esconde su rico e inexplorado suelo. Bajo de este concepto, su muerte es una pérdida que considero debiera ser llorada como un duelo nacional.
La permanencia del Dr. Crevaux en Tarija, fue corta; llegó a esa ciudad el 4 de Marzo y se dirigió a la misión de San Francisco el 13 del mismo mes. Después de tocar en Caiza, capital del departamento boliviano del Gran Chaco, arribó al punto de su destino donde construyó tres canoas para el viaje; su ansiedad era tanta, que el día 19 de Abril, antes de terminar los pequeños camarotes de las embarcaciones, se arrojó al agua sin más pensamiento, según él mismo lo expresaba, que llegar a la Asunción del Paraguay o perecer en la atrevida empresa.
Tres días después, el 23 de Abril, habiendo recorrido próximamente 39 leguas desde el punto de partida (que bautizó con el nombre de Embarcadero Omiste), llegó a la capital de las poblaciones Tobas, Teyo; puesto en comunicación con la tribu, el explorador, dando al olvido las prevenciones que se le habían hecho en Tarija respecto de la deslealtad de esta, comunicaba a uno de los padres misioneros del Chaco, confiadamente, que había hecho la paz con la terrible nación.
Los Tobas aceptaron a los viajeros con las pruebas de humildad y sumisión que acostumbran; recibieron los donativos que se les ofrecían, y cuando hubieron alejado toda desconfianza del espíritu de los exploradores, los rodearon en gran número y les dieron la muerte bárbaramente a puñaladas y garrotazos, (6)
Así terminaron en las sangrientas manos de la salvaje tribu todos los generosos anhelos de esos hombres que debían llevar con su obra la luz de la civilización al espíritu de razas degradadas por la barbarie
Momentos después se vieron las barcas abandonadas flotando sobre las aguas del río y más tarde cubiertos los salvajes con las ropas de las víctimas.
El portador de la funesta nueva, fue el indio Yahunahua, sobre el cual recaen sospechas de complicidad, presumiéndose sea el espía que anunció a los Tobas el próximo viaje de los expedicionarios. La fatal noticia conmovió profundamente a la ciudad de Tarija, como ha de haber conmovido al resto de la República de Bolivia al tenerse noticia del desastre.
Aquí esa inmolación ha arrancado exclamaciones de espanto y despertado aliento en las almas generosas para penetrar hasta el corazón de la bárbara tribu y vengar ejemplarmente la muerte de aquellos mártires del progreso humano.
Hay existencias que se hallan fuertemente ligadas a los destinos de los pueblos; columnas de apoyo, que cuando caen parece van a arrastrar en pos de si un cataclismo, esas existencias, esas columnas, son los hombres que después de ardua labor han logrado penetrar en las oscuras cavidades de lo desconocido; ellos traen la luz de en medio de la tiniebla y cuando su mano helada no puede sostener más la antorcha, la humanidad tiembla creyendo que va a precipitarse de nuevo en el insondable abismo!
Crevaux era uno de esos espíritus fuertes, llamado a dejar tras sí marcada huella. Sus viajes de exploración presagiaban para lo futuro una figura gigante. Poseía 35 años y había acumulado vasto material para la obra de más tarde; era el buscador de diamantes que después de recoger la deforme piedra la trasforma en sus manos y arranca de su oscuro seno rayos diáfanos de luz.
Ese sacrificio en la asidua peregrinación para levantar el monumento futuro, ha arrebatado a la ciencia uno de sus más escogidos obreros!
¿Quién era este joven sabio y qué méritos le hacen digno de esta ovación póstuma?
La breve reseña de sus trabajos e investigaciones, va a decírnoslo.

I RESEÑA DE LAS EXPLORACIONES DEL Dr CREVAUX EN LA AMÉRICA ECUATORIAL (7)

Julio Crevaux era un espíritu esencialmente predispuesto para los trabajos de investigación, cualquiera que fuese la escala a que hubieran de aplicarse sus facultades analíticas. La carrera que adoptó últimamente acredita esta irresistible tendencia de su carácter. Indudablemente debía haber elegido la profesión de médico cediendo a su natural vocación por los estudios experimentales; pero cuando llegó al término del fatigoso aprendizaje y se encontró doctorado y con libertad para marcar un rumbo fijo a sus aspiraciones, la profesión adquirida no debía satisfacer las ansiedades de su alma. Por eso se le ve vacilar algún tiempo, aceptando con resignación el desempeño del cargo de médico de la marina de su patria, utilizando sus horas de solaz en el estudio sobre diversos temas científicos, como el relativo a la epizootia y otros que vieron la luz pública, pero que entre la inmensa labor intelectual del viejo mundo, a pesar de su mérito, no lograban descollar levantando su nombre como el jefe de una teoría nueva o el descubridor de uno de los muchos principios ocultos que presiden a la vida y a la destrucción de los seres animados.
A cierta altura de la existencia, cuando el hombre acaba de formarse por la plenitud de la juventud y el cultivo del cerebro, las inclinaciones nativas chocan frecuentemente con la profesión que se ha adoptado temprano inconsultamente, cediendo a la necesidad de adquirir una carrera para vivir de algo. Cuán angustiosa es esa lucha en que se considera temerario destruir los sacrificios empleados en la más radiante época de la vida para conquistar un título universitario, los compromisos que ese título trae, y las seducciones de la vocación que arrastra irresistiblemente por un camino desconocido, pero que de antemano se tiene la seguridad, de atravesar con entera firmeza!
Crevaux tuvo el coraje de romper esa cadena que lo ligaba a un terreno menos amplio que el que anhelaba recorrer su espíritu. Abandonó al médico, que muchas veces lleva la alegría al seno de la familia, por el explorador que hace la luz sobre millares de familias y resucita generaciones que fueron, con las cuales la ciencia se pone al habla para desentrañar los secretos que rodean a la criatura humana.
Los estudios geográficos y antropológicos le arrastraban invenciblemente en una época en que estas ciencias ejercen tan decisiva y múltiple influencia en todas las relaciones de la vida social. Existían además, las seductoras atracciones del estímulo que impulsa las ambiciones nobles y eleva los caracteres rectamente inspirados.
¡Cuán poderosos eran esos estímulos que le decidieron a lanzarse en la peligrosa carrera que lo ha llevado hasta el sacrificio! Desde hace diez años la exploración de los territorios poco o nada conocidos en el mundo antiguo y moderno, viene constituyendo una verdadera pasión en los hombres que consideran escaso el material recogido por las ciencias naturales y de aplicación. La Francia, aun cuando no ha descollado como potencia colonizadora, constituida en cambio en una vasta cátedra (cátedra muchas veces de repetición), se halla ligada al movimiento científico y no podía permanecer ni por su carácter cosmopolita ni por su ilustración, indiferente a los estudios que otros países procuraban llevar a cabo en diversas regiones del globo. Es así cómo, comprendiendo el elevado rol que le cabe en esta época en el estudio de las diversas comarcas de la tierra, ha emprendido por su parte o protegido empresas de este orden, que han aportado preciosos caudales al fondo común de las especulaciones científicas.
Joseph Halévy, solo y con exiguos recursos, venciendo todo género de dificultades, penetra en el Yemen en 1869 y da a conocer un país que los europeos no habían logrado explorar después que Elio Galo cruzó su territorio en la época de Augusto. El viajero trajo su cosecha de 696 inscripciones sabeanas, las cuales descifradas revelan la perfecta concordancia de las nomenclaturas geográficas antiguas con las modernas.
El abate David se introduce hasta el interior de la China y da a conocer una extensión de 800 leguas del continente asiático inexplorado hasta entonces.
Otro misionero francés, el abate Debaise, logra penetrar en el África austral hasta la misma ciudad en la cual permaneció agonizante tanto tiempo el perseverante Livinsgton, y menos afortunado que éste, muere envenenado por la influencia deletérea del clima de aquellas regiones inhospitalarias para la raza blanca.
Delaporte, encargado oficialmente de investigaciones arqueológicas, recorre el Cambodge y arranca de los despojos de sus monumentos las soluciones de una civilización extinguida hace siglos, y que exhumadas a la par de los palacios asirios, dan a conocer en toda su exactitud los esplendores del arte antiguo en el Oriente.
Todas estas expediciones que, llamando la atención del mundo científico, hacían objeto de legítima admiración a los audaces viajeros que se aventuraban en países desconocidos, extraños por las costumbres, por el idioma y por la índole, debieron molestar por largo tiempo el cerebro del joven médico, para quien cada nueva exploración debía ser una batalla campal en la cual él hubiera deseado ser el héroe a costa de cualquier sacrificio. Su vocación le encarriló por fin en la vía propia para el desenvolvimiento de sus dotes y aspiraciones y en la que ha sobresalido por su entereza, su portentoso coraje y su inquebrantable fe.
Tres viajeros notables han recorrido varias comarcas importantes de la América latina en estos últimos años: Mr. André, encargado por el Ministro de Instrucción Pública de Francia de formar colecciones de la flora, la fauna y las producciones minerales de la América ecuatorial, atraviesa gran parte de los territorios desiertos de Colombia, el Ecuador y el Perú, y después de estudiar la célebre cascada Tequendama formada por el rio Funza, que se precipita en una profundidad de 146 metros, esto es, tres veces la altura del Niágara, regresa a su patria llevando una rica colección de plantas, animales e importantes estudios físicos de tan privilegiadas regiones. Mr. Wiener, encargado oficialmente, asimismo, visita el alto y bajo Perú, dando vasta latitud y recogiendo preciosos materiales para los estudios americanistas, por los cuales había manifestado desde 1874 particular afición; asciende a uno de los más altos picos del Illimani, que bautiza con el nombre de Pico de París, y más tarde, después de una arriesgada exploración entre Quito y las cabeceras del rio Ñapo, poderoso afluente del Amazonas, comprueba la practicabilidad de la utilización de esa vena fluvial, llamada a desarrollar extensamente el movimiento comercial del Ecuador. El tercero de estos misioneros de la ciencia es Crevaux. Sus trabajos, por lo arriesgado de las circunstancias que les son peculiares y por el caudal de datos destinados a ilustrar la geografía y la antropología, sobresalen marcadamente sobre los que dejo enunciados, habiendo con justicia sido objeto de admiración en su patria y fuera de ella.
Véanos cómo y en qué regiones se llevaron a cabo sus estudios.
En 1876 el Dr. Crevaux recibió la misión del Ministerio de Instrucción Pública de marchar de Cayena, la capital de la Guayana francesa, al Amazonas, remontando el río Maroni, límite divisorio entre aquella y la Guayana holandesa; el descenso al Amazonas debía efectuarse por el rio Yary. Nuestro explorador emprendió su viaje en 1877 remontando el Maroni en una piragua que lo condujo hasta la tribu de los Bonnis, en donde, por causa de la insalubridad del clima, cayó enfermo siendo abandonado por los pocos tripulantes que lo acompañaban. Fue allí donde logró despertar cariño en el ánimo de un negro llamado Apatou, que desde entonces llegó a ser su compañero leal e inseparable. Apatou que conocía aquellas regiones condujo al explorador a las montañas del Tumac-Humac que separan las aguas del Maronide las del Yari y las cuales no habían podido ser visitadas por ningún europeo, no obstante las tentativas hechas desde el siglo pasado y el interés que despertaban por considerarlas depositarías de inmensas riquezas auríferas. En vez del oro el viajero encontró sólo tribus salvajes que tienen el hábito de impregnarse la cabeza y el cuerpo con una capa de arena micácea que les dá un aspecto metálico a la luz del sol.
En la falda de las montañas tiene sus fuentes el Apaouani, afluente del Yarí. Para descender por sus aguas se improvisó una ligera embarcación formada del tronco de un árbol. A su entrada en el Yarí, nuestro expedicionario fue recibido con manifestaciones de marcada hostilidad por una tribu que no había aún conocido europeos: merced a demostraciones pacíficas y enérgicas pudo continuar Crevaux sus observaciones hasta cerca de las fuentes del Yarí, recogiendo la evidencia de la navegabilidad de este rio en su curso superior; en su parte media, las aguas recorren un territorio escabroso y pendiente, formando pequeñas cataratas y rápidos que imposibilitan toda comunicación fluvial. Al llegar a una de estas cascadas, que se precipita por un sensible plano inclinado de veinte metros de altura, los pocos indígenas que le acompañaban retrocedieron espantados abandonando al audaz explorador. Pero Crevaux quería habituarse a vencer todos los peligros, y llega a vencerlos con admirable sangre fría. Acompañado de Apatou y otro negro que se les había asociado, se lanzó en medio de la rápida pendiente; la balsa fue un momento envuelta entre las espumosas olas de la catarata y reapareció luego en el fondo de la agitada corriente, como si la naturaleza hubiese querido respetar aquel testimonio del dominio de la voluntad del hombre sobre el poder de los elementos.
Después de recorrer 250 kilómetros por un trayecto sembrado de rompientes, totalmente desconocido e inhabitado, alcanzó por fin la región en que el Yarí fluyendo sobre un plano horizontal, corre sin obstáculo hasta reunir sus aguas tranquilas a las del robusto Amazonas. Siguiendo el curso de este rio, arribó al Pará el 30 de Noviembre, después de haber cruzado un territorio ajeno a todo elemento de civilización en el espacio de cuatro meses.
El resultado de esta expedición no hizo más que alentar sus inclinaciones naturales, estimulándole a realizar nuevas investigaciones. La cuenca del bajo Amazonas le tenía seducido, y no debía abandonarla antes de entregar al arsenal de la ciencia los territorios que se hallan bajo el dominio de la barbarie y de lo desconocido. Después de maduro examen acerca de las regiones que debía explorar, se decidió por el Parou, estudiándolo, no desde su desembocadura en el Amazonas, sino desde sus fuentes primitivas. Al efecto, emprendió su viaje remontando el Oyapock, rio que deslinda los territorios del Brasil y la Guayana francesa. El Oyapock, reunía para él la circunstancia de no haber sido reconocido en todo su curso. Las diversas tentativas realizadas con este objeto desde el siglo XVI hasta 1832 no obtuvieron resultado alguno; los expedicionarios habían tenido que retroceder rechazados por la influencia mortífera del clima. El Parou, a su vez, era tan mal conocido, según la opinión de Gaffarel, que se le consideraba un afluente del Yarí.
Respecto del Oyapock, en el tratado de Utrecht se le denomina con el nombre de rio Vicente Pinzón, existiendo aún dudas acerca de la diferencia de estos canales; no está demás recordar que la bahía en la cual desemboca, descubierta por Yañez Pinzón en 1498, tiene una vieja celebridad por haberse señalado como término y límite entre los dominios de España y Portugal, y ser el punto desde donde empieza la línea de demarcación establecida por la bula de Alejandro VI, que tantas disputas ocasionó entre aquellos dos reinos.
La ascensión de esta vena fluvial efectuada en Agosto de 1878, no presentó grandes dificultades, no obstante hallarse interrumpido el curso del rio por continuos rápidos. El país que bañan sus aguas superiores se halla habitado por las tribus salvajes de las Acóquas, Oyampis, etc. Según refiere el explorador en una de sus memorias, el jefe de una de estas tribus se le presentó armado de una enorme caña de tambor mayor, con la mano sobre el pecho, en el cual ostentaba a guisa de condecoración una pieza de cinco libras con la efigie de Luis XIV.
Para descender a la hoya del Amazonas fue menester abordar un territorio impenetrable, cerrado por espesos bosques, el cual recorrió en 20 días de continuas fatigas auxiliado por la tribu de los Rocuyanas. Su permanencia entre estos le dio a conocer las conmovedoras ceremonias del maraké, en virtud de las cuales, los jóvenes que aspiran al matrimonio son sometidos durante quince días a las torturas del fuego y al martirio de las picaduras de las abejas y las hormigas rubias. Tuvo ocasión, asimismo, de conocer la famosa liana urari, vegetal del cual extraen los salvajes el veneno para sus flechas. Estudió hasta en sus más mínimos detalles la preparación de este veneno, y formó colecciones de las plantas que entran en esa nigromántica composición. Según escribe Gaffarell, algunas de estas plantas tienen la propiedad de detener, o por lo menos de retardar la circulación de la sangre, por lo cual su descubrimiento ha sido reputado como una adquisición de la que acaso pueda obtener excelentes resultados la medicina.
Desde las cabeceras del Yarí, a donde había llegado la expedición, se dirigió a la cuenca del Parou, inexplorado aún, el cual descendió sin arredrarse ante los contrastes de un viaje temerario, por un país desconocido y sobre las aguas de un rio erizado de rompientes.
Para formarse una idea aproximativa de esta exploración, baste decir que de las seis canoas y balsas que sirvieron a Crevaux para descender el rio, cinco zozobraron en las torrentosas cachuelas. El 29 de Diciembre, después de 41 días de navegación, penetró de nuevo en el Amazonas lleno de fé en la firmeza de su alma, como el general que regresa victorioso después de una desigual y larga batalla.
El éxito feliz de estos primeros viajes despertó en Crevaux una verdadera pasión por el Amazonas; desde 1639 en que Pedro Texeira exploró el robusto canal, no obstante los trabajos relativos a la demarcación de límites entre España y Portugal, las exploraciones y estudios de Martins, del profesor Agasis, del Dr. Couto Magalhaes, fundador de la navegación del Araguaya, los afluentes principales del ancho rio no eran bien conocidos en las regiones que llevan los nombres de Marañoni Solimoes. Crevaux concibió el designio de despejar las dudas que se abrigaban respecto a dos de sus considerables afluentes, el Putumayo y el Yapura. Aparte del interés meramente científico, se proponía descubrir una via comercial que pusiese en fácil comunicación las dos vertientes de los Andes.
Manteníase respecto del primero la creencia que hasta hace poco se abrigaba acerca de los ríos Bermejo y Pilcomayo; asegurábase que el Putumayo se comunicaba con el Yapura por los canales del Peridá y del Pureos; tampoco se poseía una carta aproximativa acerca de su curso y condiciones para la navegación.
Nuestro infatigable explorador remontó, pues, halagado por tan laudables fines, el Putumayo, y después de diez y ocho días de penosa navegación llegó al pie de los Andes, demostrando la posibilidad de habilitar el rio para el servicio de los intereses comerciales de las provincias andinas del Ecuador. En vez de repasar el camino recorrido, prefiere estudiar el Yapura y emprende el más arriesgado de los viajes, sin arredrarse ni ante la insalubridad del clima, ni ante la hostilidad de los salvajes.
Es en la exploración de este afluente donde Crevaux ha dado pruebas elocuentes de su valor moral y de su resistencia física. Arredrados de la empresa los hombres de su escolta, sin más auxiliar que Apatou, no hesita en adjuntar a su expedición a un pirata de siniestra reputación, de apellido Santa Cruz, del cual se decía que se encargaba de asesinar a aquellos a quienes ofrecía sus servicios como protector. En tan poco tranquilizadora compañía desciende el Yapura recorriendo quinientas leguas, en cuya travesía era menester tener el ojo siempre despierto, y el imperio bastante para mantener a raya al bandido así como a los salvajes que seguían sus pasos en cuanto ponía el pié en tierra. “Un día, dice Gafarell en su reseña acerca de los viajes de Crevaux, el doctor penetra en un rancho (de la tribu antropófaga de los Ouitotos) y levanta la tapa de una vasija que contenía carne humeante: el cocido era la cabeza de un indio! Encima de la puerta se habían fijado un fragmento de cráneo y algunas flautas hechas de huesos humanos. Estas tribus no podían alegar el hambre por escusa, pues, a cada paso se levantan nubes de pájaros y bandadas de monos y pécaris que se cazan con facilidad; es que los Ouitotos se regalan con la carne humana. Con diversos pretextos, agrega, M. Crevaux, fue asaltado con provocaciones y amenazas: empero, gracias a su energía, pudo sobreponerse a todos los obstáculos. Durante cuarenta y tres días, fue necesario dormir a campo abierto, sin más abrigo que un techo de hojas; en el día, él y sus compañeros tenían los pies devorados por moscas que sorben la sangre y dejan su veneno en la llaga; en la noche ya era la lluvia, los mosquitos o los indígenas los que les impedían dormir.”
Estas penalidades de una peregrinación voluntaria en servicio de la ciencia tuvieron término el 9 de Julio, día en que el valiente explorador entraba en las aguas del Alto Amazonas. Muy divididos han estado los geógrafos respecto de los canales de desagüe del Yapura. Jorge, Juan y Antonio de Ulloa en sus Viajes a la América Meridional afirman que la corriente se divide en dos brazos, uno de los cuales lleva el nombre de Caquetá y el otro propiamente el de Yapura, el cual desagua por siete ú ocho ramales. En el siglo pasado los lusitanos en su litigio de fronteras con los españoles, se aprovechaban de esta confusión bautizando con el nombre del río el canal que mejor satisfacía su concupiscencia territorial. Últimamente el capitán de navío José da Costa e Azevedo, cree haber resuelto la cuestión afirmando, como sostenía Azara, el demarcador de los límites conforme al tratado de 1777, que el Yapura no posee más que dos bocas, denominada la una Auti-Paraná, y la otra Haranapú o Hyapurá, que es la principal. Es indudable que el diario de expedición del Dr. Crevaux, deba contener preciosos datos a este respecto.
A su arribo a la ciudad del Pará (24 de Julio 1879) después de haber recorrido 1,500 leguas sin otros instrumentos que la brújula y el teodolito, llegaba cargado de numerosas apuntaciones concernientes a la hidrografía y etnografía de la región explorada, así como de importantes colecciones pertenecientes a la flora ecuatorial.
Durante estas tres expediciones Crevaux había hecho un viaje completo de circunvalación por los ríos que demarcan el territorio de la Guayana francesa, y explorado el Yari y el Parou ; en el Alto Amazonas, el Putumayo y el Yapura, hasta sus más lejanas vertientes. Estos trabajos, aparte del prestigio que daban a su nombre, y del respeto con que el mundo culto premia los nobles sacrificios, le hicieron acreedor a una medalla de oro con la que fue condecorado por la Sociedad Geográfica de Paris.
En Agosto de 1880, después de un breve reposo a tan penosas fatigas, vuelve con vigor al teatro de sus estudios, la América ecuatorial. — Esta vez tentaba buscar una comunicación entre el Magdalena, que atraviesa el territorio de Colombia, con el Orinoco que corta el suelo de Venezuela. El 6 de Agosto parte de San Nazario acompañado de Mr. Lejanne, farmacéutico de la marina francesa, que había viajado por la India, Apatou, y Francisco Burban, marinero de confianza. Nada de particular ofrece su arribo a Sabanilla en la desembocadura del Magdalena, ni la ascensión de este rio surcado por el vapor. El derrotero de su exploración empieza en Neiva, término de la navegación normal. Por informes recogidos en este punto obtiene noticias de la existencia de varios afluentes desconocidos que desaguan en el Orinoco, siendo uno de los principales el Guabiare o Guayabero, considerado como uno de los grandes canales navegables de Colombia, según la opinión de Alcedo, el cual tiene origen en los páramos de Santa-Fe y encamina sus aguas sobre los llanos de San Juan; el curso de este rio era designado más por meras presunciones que por observaciones científicas.
Después de cruzar los Andes a través de bosques vírgenes llega a las fuentes del desconocido canal el 21 de Octubre y construye una canoa con capacidad para cuatro personas y una balsa para sus bagajes. Es en la frágil cáscara de una nuez que se lanza en el seno de un rio no visitado en muchas de sus regiones por la planta del hombre. “Nuestros acompañantes, escribe en su diario de exploración, refiriéndose a los pocos hombres que le guiaron al través de las montañas, nuestros acompañantes nos miraban con cierto espanto a medida que el momento de la partida se aproximaba. Nos consideraban locos y rehusaban todas las ofertas que hacíamos a cada uno de ellos para que nos acompañasen. El Guayabera para ellos era lo desconocido, y por consiguiente alguna cosa de terrible. Según su relato, alguno tentó antes de ahora descenderlo y al fin de la jornada había regresado sobrecogido de terror después de haber encontrado indios feroces.”
El 25 emprende su aventurado viaje después de bautizar el terrible afluente con el nombre de Lesseps, en homenaje al famoso perforador de istmos. Pocas horas después de la navegación, la balsa se estrella y despedaza al descender un rápido contra uno de los bordes del rio y los viajeros se echan al agua para salvar la carga. — Este mal augurio al comienzo de un largo viaje no acobarda el ánimo de los expedicionarios; la balsa se rehace y la expedición continúa. Poco después, mientras Crevaux hace sus observaciones con la brújula en la mano, la balsa es arrastrada hacia un nuevo rápido obstruido por colosales bambúes; la frágil embarcación rueda por la líquida pendiente; el confiado observador es oprimido bajo los rígidos troncos y bañado en sangre, mientras Apatou salta por encima del obstáculo y Burban atraviesa el escollo a nado. Al día siguiente las observaciones se hacen en tierra por medio del teodolito; repentinamente un enorme Maracai acecha a distancia de treinta metros a los descuidados viajeros y se lame saboreando anticipadamente su presa. — “Lejanne, ¡un tigre!” dice serenamente Crevaux ; las armas han quedado en la balsa, no hay más que un solo fusil y éste no tiene más que un solo cartucho; Lejanne avanza hasta ponerse a diez metros de la fiera para asegurar su tiro y le atravieza certero el corazón!
El 2 de Noviembre, la expedición se encuentra en la garganta estrecha de un canal cerrado por elevadas moles de piedra, por donde corren las aguas rabiosas, levantando olas de espuma. ¿Es aquel un abismo impenetrable que termina en una catarata? Nadie lo sabe. Apatou esplora el sombrío i estrecho pasaje y en su mal francés, se limita a decir: “Ça mauvais, pouvais passer peut-être.” Los expedicionarios se miran, y cada cual hace un jesto que importa decir ¡ Adelante ! La chata se lanza al vertiginoso chiflón, luchando con las paredes de la gruta, contra las cuales quieren estrellarla las aguas, y que es menester desviar con firmes palancas, a cada paso, y después de recorrer unos sesenta metros vuelve a salir triunfante del seno de aquel abismo.
Un nuevo elemento de peligro amenaza la vida de los viajeros en lo sucesivo. Los caimanes abundan en el seno y márgenes del rio; Apatou es la primera víctima que les señala el riesgo; el pobre negro es arrancado de la balsa por los dientes del terrible saurio y sumergido en el fondo de la corriente. El agua hierve revelando una formidable lucha en el fondo del rio; aquella desaparición es angustiosa; es necesario salvar de la muerte al esforzado compañero de fatigas; de pronto la mano del negro se agarra a los endebles troncos de la balsa y auxiliado por los suyos vuelve ¿recobrar la vida, si bien dejando entre los dientes del caimán un pedazo de los músculos de la pantorrilla.
Sería largo enumerar las peripecias de este penoso viaje al través de regiones ignoradas, de tribus hostiles, de estrechos por donde las corrientes se precipitan en espantosa efervescencia. Dos de estos estrechos fueron bautizados por el explorador, el uno con el nombre de Angostura de las Estatuas y el otro con el de la Escalera. Baste decir que en una extensión de 150 leguas, no encontró la huella de un solo hombre.
“Nada más triste, dice en su diario, ni más abrumador que pasar así jornadas enteras, sin más testigos que animales más bien admirados que espantados y que nos miraban con un aire estúpido como si fuéramos monos que navegaban sobre el tronco de un árbol.”
Al atravesar por el territorio de los Piroas, en el cual el laborioso viajero había observado otra especie del célebre curare, se detiene a estudiar los caracteres de este vegetal y se interioriza con habilidad acerca de la fabricación del veneno que los salvajes emplean en sus flechas.
En medio de esta tribu la expedición es perseguida y corre serios peligros a causa de haber desenterrado momias indígenas, para llevarlas consigo, hecho reputado como un sacrilegio por los Piroas.
Al descender el Orinoco un funesto acontecimiento enturbia la satisfacción de haber vencido las dificultades de tan largo viaje. Francisco Burban, el intrépido marino, sucumbe durante una tormenta envenenado por la picadura de una raya. ‘‘Burban, dice Crevaux con esa resignación propia de los hombres habituados a desafiar la muerte, Burban ha muerto como un verdadero marino, en medio de la tempestad. No es menos glorioso sucumbir sobre una piragua que sobre un navío de alto bordo.”
En este último viaje Crevaux había trazado un itinerario de 850 leguas por agua, de las cuales 450 lo han sido en un país no explorado hasta entonces. Si la geografía debía manifestarse satisfecha de este valioso trabajo, la antropología no podía quedar tampoco descontenta; 52 cráneos y esqueletos, y 300 reproducciones fotográficas de regiones y tipos humanos, no conocidos aun, fueron el presente que pudo recoger en beneficio de esta ciencia llamada a revelar los secretos de la familia humana.
Entre otras observaciones y estudios que realizó de paso por la isla Guáranos, en la desembocadura del Orinoco, encontró una raza de hombres que a semejanza de los pájaros, hacen su vivienda sobre los árboles, los cuales profesan el culto de la luna. Entre el delta de este río y Trinidad pudo conocer otra tribu de indios geófagos, o que comen tierra, llevando algunos su glotonería más allá de todo límite. Es recién al término de tan largo viaje y después de quince días de permanencia bajo este ardiente clima, con el objeto de tomar retratos y coleccionar cráneos, que aquella naturaleza hercúlea se siente desfallecer y con una tranquilidad que tiene algo de heroísmo, escribe: “por la segunda vez he tenido la extrema felicidad de no caer enfermo sino cuando mi misión estaba completamente cumplida.”
Después de esta rápida reseña no se puede menos de convenir que el eminente explorador, aleccionado por el éxito, cediendo a la virilidad de un carácter templado en la fragua de la labor científica que ensancha el alma y la levanta sobre la nada de la vida, había llegado a persuadirse que ante la voluntad del hombre y el imperio de la razón, la naturaleza física tiene que doblegarse y abrirle paso humildemente para dejarle libre el camino por donde quiera que anhele estampar su dominadora planta! Es solo así como pueden explicarse estos viajes que con justicia han sido calificados con el nombre de dramas geográficos.

III CONSIDERACIONES ACERCA DE LAS TRIBUS DEL CHACO

Cómo tan experimentado viajero ha podido caer victimado por las tribus del Chaco en los primeros pasos de la exploración que se proponía llevar a cabo en el Pilcomayo? Diversas y contradictorias conjeturas se hacen a este respecto ; los que ignoran los detalles de la partida del Dr. Crevaux al interior del Chaco, juzgan que la carencia de datos acerca del carácter de las tribus que pueblan este territorio, ha conducido al explorador y sus compañeros a un seguro sacrificio; personas ilustradas creen que esta victimación ha sido producida por causa de la escolta armada que organizó en Tarija; otros piensan que esta expedición solo podía haberse realizado al amparo de un destacamento militar, bastante para poner a raya la audacia de los salvajes.
Respecto a lo primero, Crevaux y sus compañeros de expedición sabían bien que se internaban en medio de tribus harto conocidas por su ferocidad y su carácter traidor. Nadie mejor que los Misioneros del Colegio de Tarija han podido apreciar la índole de cada una de esas tribus. Con una perseverancia ejemplar y una audacia digna de sus predecesores los Jesuitas, que fueron los primeros que se consagraron a la evangelización del Chaco, los virtuosos franciscanos han levantado altares al Dios que venera el mundo católico sobre el suelo mismo donde poco hacia se había derramado sangre humana impasiblemente en la lucha bestial de los bárbaros que pueblan los vastos llanos de Manso. Los misioneros patentizaron al ardoroso explorador todos los peligros que corría cruzando un territorio habitado por la sanguinaria barbarie; podría decirse que presintiendo un funesto resultado procuraban disuadirle de la atrevida empresa que tentaba llevar a término con tanto celo.
Los hombres influyentes e ilustrados de Tarija, le hablaron en idéntico sentido. El General Jofré, que por haber desempeñado los primeros cargos en la administración y gobierno del departamento, podía apreciar lo arriesgado de una expedición auxiliada por doce o catorce hombres, en una carta dirigida al Dr. Crevaux en 6 de Marzo, a su arribo a aquella ciudad, decía entre otras oportunas observaciones relativas a los Tobas y Matacos : Pertinazmente refractarios de la civilización, su sistema es la destrucción del hombre que no sea de su raza. En esta degradante preocupación arrastran a todas las demás tribus, ejercitando como heroicas virtudes, el pillaje y la traición
Tan luego como VD. arribe a la misión de Aguairenda, partirán emisarios secretos que anunciarán a todas las tribus, la presencia de carayes sospechosos (así llaman a los blancos). Desde este momento Vd. y sus compañeros serán el objeto de las asechanzas de aquellos salvajes, cuya presencia no alcanzarán a columbrar sino por su huella.”
Luego terminaba su carta el Sr. Jofré con esta útil prevención: “Desconfíe Vd. siempre de las sumisiones y pactos de alianza o tregua, a que lo invitarán con frecuencia para traicionarlo con el mas frívolo pretexto o sin él (8)
Por su parte el Dr. Demócrito Cabezas, delegado de la Prefectura de Tarija para acompañar al expedicionario, y D. David Gareca, le hicieron iguales observaciones y solicitaron marchar en su compañía, a lo cual se negó absolutamente el Dr. Crevaux, no aceptando ofrecimiento alguno.
De las comunicaciones particulares, dirigidas a diversas personas por aquel, resulta que tenía perfecto conocimiento de lo riesgoso de su empresa, llegando a expresar en alguna de ellas que los datos que se le suministraban hacían vacilar un tanto su espíritu. El Dr. Crevaux, como lo dice en su nota al Ministro de Instrucción Pública de Francia, alcanzó a poseer la persuasión de que “la exploración del Pilcomayo era una empresa mucho más difícil y onerosa de lo que se pensaba Empero, a pesar de esta persuasión, el hábito contraído en sus anteriores viajes, y la sorprendente firmeza de su carácter le hicieron mirar sin recelo el camino desconocido que se había propuesto seguir a través del dilatado Chaco.
Participo de la opinión de los que creen que para que cualquier exploración sobre el Pilcomayo tenga resultado, son indispensables los auxilios de una comitiva armada, en número bastante para poder rechazar los ataques de los salvajes. Es necesario persuadirse que las tribus del Chaco septentrional han conservado su ferocidad primitiva, sin sufrir la más mínima degeneración en el trascurso de los siglos. El hábito de la traición aleve, la sed de sangre que irrita los instintos feroces de las naciones que pueblan las orillas del misterioso río se han conservado intactos en la descendencia, y si me es permitido decir, se han refinado haciéndose más bestiales en la continua lucha que las tribus han sostenido con las poblaciones cristianas más próximas. Los tataranietos son dignos de sus antepasados.
En 1683 el licenciado D. Pedro Ortiz de Zárate, de real estirpe, hijo del fundador de la ciudad de Jujuy, penetró en compañía del padre Solinas hasta el centro de las tribus de los Tobas, Mocovies y Mataguayos, procedentes de un mismo tronco. El licenciado prometíase reducirlos, estableciendo al efecto misiones destinadas a entregar los dominios de las tribus al imperio del dogma cristiano, en provecho del Rey.— Los indígenas recibieron a los misioneros con manifestaciones de paz, que alejaron los temores que habían abrigado en un principio. Un día en que el padre Solinas acababa de decir misa y que el Licenciado se preparaba a rezar la suya, los Tobas se acercaron al improvisado altar dando testimonio de sumisión a los evangelizadores. Presintiendo un acto alevoso, Solinas halagó a los allegados, les obsequió diversos objetos y les exhortó en nombre de una divinidad que les era desconocida pero que colmaba de beneficios a los que la reconocían; aquellos desgraciados fingieron escuchar humildemente esas palabras de fe y de esperanza, rodearon a sus pastores, y de pronto, lanzando gritos de júbilo, los acribillaron con sus flechas, aplastáronlos bajo los golpes de la bárbara macana, luego les cortaron la cabeza llevándola primero en triunfo, y despojándola después de sus órganos bebieron en nombre de la victoria en los sangrientos cráneos !Los horrores de esta victimación hicieron en lo sucesivo el nombre toba sinónimo de alevosía y ferocidad.
Un siglo más tarde, en 1744, el fervoroso Castañares tienta dominar por la persuasión aquellas tribus indomables, y seguido de un acaudalado habitante de Tarija, Francisco Azoca, y una escasa escolta, penetra en el territorio de los Mataguayos establecidos en la margen derecha del Pilcomayo. El misionero y su abnegado auxiliar son acogidos con muestras de respeto y de paz; el cacique Gallinazzo, invita a los peregrinos a fundar su misión en su toldería. Castañares ofrece satisfacer sus deseos a condición de que el cacique disponga prèviamente a sus vasallos para aceptar sus instrucciones, a lo cual se presta aquel y marcha a preparar a las tribus. Los acompañantes del misionero le inducen a desistir de su promesa y persisten en protegerle en medio de aquellas soledades donde le ofrecen erigir el primer templo cristiano; pero el misionero obliga a regresar a sus guías, lleno de inmensa fe y confianza en el poder de su palabra. Una mañana se presenta uno de los salvajes en la tienda del religioso Azoca y bajo el pretexto de buscar el perro que se le había extraviado días antes. El espía constata la ausencia de la escolta que guió a los peregrinos, y antes de que estos tuviesen tiempo para reflexionar sobre las desconfianzas que esta circunstancia despertaba en su espíritu, los bárbaros rodean a aquellos desdichados, el Cacique da el primer golpe sobre la frente del Apóstol, la turba se ceba en las indefensas víctimas y vitorea su triunfo haciendo libaciones en los vasos sagrados, que como símbolo de unción y de paz, había llevado al seno de la barbarie la mano siempre abnegada de la fe.
Así murió el segundo de los exploradores del Pilcomayo: su victimación tiene algo del sombrío sacrificio del explorador que en nuestro siglo anhelaba dar cima a la obra iniciada por el mártir religioso!
Los nietos de aquellas razas que parecen haber jurado rechazar toda vinculación con la familia humana ajena a la tribu, no han hecho más que imitar el ejemplo legado por sus abuelos.
Pero el poder invencible de la civilización tiene que arrancar un día del corazón de aquella sanguinaria descendencia los instintos de la fiera que degradan la naturaleza humana!
Esta ferocidad y estas inmolaciones no son exclusivas de las ardientes regiones del Chaco; en América, como en África, como en todas partes han dejado su sangrienta huella, llevando el luto al tranquilo hogar que abandonara el sabio en su afán por romper los velos que envuelven al hombre y la naturaleza.
Cuantos sacrificios consumados en esa peregrinación en medio del siglo de luz y de fraternidad en que vivimos! Garnier, sucumbe asesinado en la Indo-China, cuya fisonomía intenta revelar estudiándola de cerca; Lucerau, muere asesinado por los Comalis en las regiones del África Oriental; Dournaux-Duperé y Joubert intentan ligar mercantilmente la Algeria y el Senegal y se lanzan a las soledades del cálido Sahara. La travesía es arriesgada por la inhumanidad de las tribus algerianas del Souf, pero nada detiene a los exploradores. En el territorio de los Chambaas algunos indígenas piden protección a los viajeros deplorando haber extraviado la senda y hallarse extenuados de hambre, de sed y de fatiga. Los viajeros parten su pan y su vino con los mendigos compadeciendo su desnudez y su miseria, pero antes de escuchar la voz de la gratitud, son estrangulados en medio del desierto!
Hay en el fondo de los pueblos primitivos instintos secretos refractarios a toda civilización, como si comprendieran que las leyes sociales son diques opuestos al desborde de las pasiones, como si columbraran que no existe más que la esclavitud fuera de la vida errante e inactiva en que se desenvuelven sus estrechas concepciones. De ahí esa odiosidad al extranjero que pisa el salvaje territorio. Esta obstinación, este odio, tienen aún mayor ensanche y refinamiento en las tribus inmediatas a los pueblos cultos, sus eternos adversarios, y cuyos continuos choques engendran la sed de la venganza que sólo logra aplacar la sangre del hombre de raza blanca.
“Los salvajes, dice con mucha exactitud Cortambert, son ciertamente mucho menos temibles en los países alejados de la corriente de la civilización, que en las comarcas que se le avecinan, en las cuales este torrente devastador y fecundante extiende a su rededor, más bien vicios que semillas generosas”.
Pero es menester preguntarse ahora ¿y qué, la barbarie ha de estorbar por más tiempo que las investigaciones de la ciencia den a conocer regiones inmensas, que no obstante estar fuera del radio de la civilización, forman la unidad del territorio de la patria? No lejos de la ciudad alumbrada por la chispa eléctrica, casi al lado de la aldea donde se alza el campanario de la iglesia, como para atestiguar la elevación moral del hombre que fecunda el suelo con el poder de su brazo, campa la salvaje tribu pronta a llevar su tea de incendio sobre el hogar del labrador y la robusta mies. — Y la tribu entre tanto, en la plenitud de su albedrío, conmueve en confusa algazara el suelo de naciones donde impera la Magna Carta del Estado, expresión la más elevada del perfeccionamiento social!
Hay desgracias y sacrificios que muchas veces son para los pueblos la acusación de un error o la denuncia de la inefectividad de las instituciones. La muerte del explorador Crevaux es comprobación de esta verdadera monstruosidad: las tribus bárbaras dominan los territorios más ricos en el corazón de tres pueblos cultos. Esa muerte recorrerá la Europa pregonando la deformidad de los elementos sociales que se chocan en la América Meridional.
Pero ese sacrificio tiene que ser en adelante un programa: la extinción de la barbarie del corazón de la América. En este orden, creo que la medida de nuestros progresos podría estimarse en alto grado el día en que los primeros magistrados que gobiernan estos países, pudieran enviar este lacónico Mensaje al seno de la representación popular: Los beneficios de la constitución y las leyes amparan la propiedad y la vida hasta en el más apartado confín del territorio y los signos que denotaban los dominios de las tribus salvajes, se han borrado para siempre del mapa de la República.
Julio Crevaux y sus compañeros de martirio habrán sido entonces noblemente vengados, y aquel espíritu viril resucitará perpetuado su nombre en la primera ciudad que se levante a orillas del Pilcomayo ostentando sus blancas vestiduras de mármol, símbolo de una fecunda inmolación, anillo inquebrantable de la fraternidad de tres pueblos ligados por idénticos destinos: la República Argentina, el Paraguay y Bolivia.

DOCUMENTOS

Legación de Bolivia.
N° 85.
Buenos Aires, Diciembre 21 de 1881.
Señor Ministro :
Juzgo conveniente informar a Vd. acerca del siguiente asunto, del cual se ha preocupado la Legación últimamente.
El Gobierno francés envió a esta República al explorador M. Crevaux, médico de 1ª clase de aquella nación, con el objeto de que estudiara algunas regiones y ríos de este continente. Al arribo del explorador cayó en sus manos la obra escrita por el Sr. Vaca-Guzmán sobre el Pilcomayo, y le despertó extraordinario interés el estudio de ese canal.
Con ese motivo se apersonó en esta Legación solicitando datos acerca de Bolivia y de la importancia de la navegación del río ya nombrado. Después de una larga conferencia, en presencia del explorador Sr. Moreno y varios compatriotas nuestros, M. Crevaux acabó por robustecer los deseos que lo animaban para hacer una exploración.
Al presente, me es grato comunicarle que dicho Señor sale de esta ciudad el día 24 del corriente con dirección a Tarija para descender por el Pilcomayo desde su curso superior.
El explorador lleva todos los elementos y personal científico necesario para que sus trabajos sean coronados de un éxito feliz. Por mi parte me permito recomendarlo a la consideración del Gobierno por el servicio importante que va a prestar al país, resolviendo uno de los más trascendentales problemas de su viabilidad. Con esta misma fecha me dirijo al Prefecto de Tarija insinuándole preste toda la cooperación posible al Sr. Crevaux y le facilite los elementos de que pueda disponer para coadyuvar las tareas que demanda la exploración.
Espero que el Gobierno apruebe los gastos que la Prefectura llegue a hacer, así como la cooperación que he solicitado.
Independientemente de los estudios del Sr. Crevaux, actualmente procuro reunir elementos, u obtener la participación del Gobierno Argentino, para organizar otra expedición compuesta de ciudadanos bolivianos para que remonten el canal desde su embocadura hasta donde sea posible conducir el vapor.
Por este medio ambas expediciones completarán los estudios, cabiéndonos la satisfacción y la gloria de haber resuelto un importantísimo problema comercial y geográfico.
En el interés de hacer conocer en Europa que la iniciativa de navegación del Pilcomayo, que tanto interés despierta en estos momentos, ha partido de un ciudadano de Bolivia, en cuyos estudios se vienen basando todos los proyectos de expedición, he obtenido cien ejemplares de la obra del señor Vaca-Guzmán, quien los ha cedido gratuitamente, los cuales enviaré a todas las Sociedades científicas de Europa así como a las Cortes que hoy se preocupan de llevar a cabo nuevos descubrimientos geográficos. Por el momento remito a Vd. los ejemplares necesarios en el gabinete.
Me es grato suscribirme del Señor Ministro, con este motivo como
Su atento servidor.
M. Omiste.
Señor Ministro de Relaciones Exteriores de Bolivia Dr. Don Pedro J. Zilveti. — La Paz.
Legación de Bolivia.
Buenos Aires, Diciembre 21 de 1881.
Señor Prefecto del Departamento de Tarija.
Señor:
Me cabe el agrado de dirigirme a Vd. comunicándole que el 24 del corriente sale de esta ciudad el Señor Julio Crevaux, médico de 1ª clase de la marina francesa, enviado por su Gobierno a explorar algunas regiones de esta parte de América.
El Sr. Crevaux, de acuerdo con la Legación de mi cargo, ha resuelto explorar los ríos Pilaya y Pilcomayo a cuyo efecto se dirige a esa ciudad.
Interesado vivamente en que se lleve a cabo con éxito la exploración, me permito recomendar y encarecer la más eficaz cooperación por parte del señor Prefecto, prestando la protección y facilidades que demanda la arriesgada empresa que trata de llevar a cabo el Sr. Crevaux. Al efecto, procurará Vd. poner a su disposición algunos hombres armados, carpinteros, constructores, remeros y baqueanos, en la persuasión de que el Gobierno aprobará las medidas y gastos que este servicio ocasione.
Recomiendo a Vd. procure sea bien acogido el distinguido viajero, como corresponde a un pueblo culto que debe estimular empresas tan trascendentales como la que motiva este oficio.
Para que el señor Prefecto tenga conocimiento de la importancia de la navegación del Pilcomayo y pueda emitir un juicio favorable ante la opinión, remito un ejemplar de la obra escrita por nuestro compatriota el Sr. Vaca-Guzman, que en cierto modo ha servido de estímulo al explorador que hoy debe disipar las dudas que existen respecto a la habilitación del canal ya nombrado.
Con este motivo me es grato suscribirme con toda consideración
De Vd. atento servidor.
M. Omiste.
Legación de Bolivia.
Buenos Aires, Diciembre 23 de 1881.
Señor Ministro :
El infrascrito, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la República de Bolivia en la República Argentina, tiene el honor de dirigirse a S. E. el Señor Ministro de Negocios Extranjeros, participándole que habiendo arribado a esta ciudad el Sr. Dr. Julio Crevaux, médico de clase de la marina francesa, con el objeto de verificar exploraciones científicas en este continente por encargo del Gobierno de S. E., después de estudiar y conocer la importancia geográfica y mercantil del rio Pilcomayo, que atraviesa y tiene sus fuentes en el territorio de Bolivia, se ha decidido explorar dicho canal, a cuyo efecto sale de esta ciudad el día 24 del corriente con dirección a aquella República.
La Legación a cargo del que suscribe acogió con suma complacencia el pensamiento del Sr. Crevaux y ha procurado estimularlo para que se decidiera por esa exploración, por cuanto el río Pilcomayo suscita hoy día inmenso interés, tanto respecto a las investigaciones científicas, por no ser bien conocido su curso, cuanto por los beneficios que está llamado ¿prestar en la esfera comercial a las Repúblicas Argentina, Boliviana y del Paraguay, con las cuales se avecina.
Para que S. E. pueda formarse una idea exacta de la altísima importancia de esa corriente, el infrascrito se permite remitirle un ejemplar de la obra escrita por el Dr. Santiago Vaca-Guzmán, por comisión del Exmo. Gobierno Argentino, la cual estimuló en el Sr. Crevaux, la idea de realizar esa exploración.
Al comunicar a S. E. esta decisión, el que suscribe no puede menos que enviar, en nombre de su país, un voto de felicitación y de gracias al ilustrado y progresista Gobierno de S. E. por el poderoso apoyo que consagra al desenvolvimiento de las ciencias geográficas de esta parte de América y el señalado servicio que en esta ocasión presta a las Repúblicas que liga la vía fluvial del Pilcomayo, contribuyendo a la solución de un problema que hoy preocupa a los Gobiernos y los hombres ilustrados de estas Repúblicas.
El infrascrito aprovecha esta ocasión para ofrecer a S. E. el Sr. Ministro de Negocios Extranjeros, su testimonio de alto respeto y distinguida consideración.
M. Omiste.
Exmo. Sr. Ministro de Negocios Extranjeros de la República Francesa, Dr. D. León Gambetta.
París (9).
Ministerio de Hacienda e Industria.
La Paz, Marzo 9 de 1882.
Señor Julio Crevaux.
Tupiza.
Mui distinguido señor:
Con viva satisfacción me he impuesto de su grata comunicación de 24 de Febrero, de la que he dado inmediata lectura al señor Presidente y a los demás Ministros.
Cuando se anunció el viaje de exploración encomendado a la competencia de Vd., se creyó en este país que Vd. remontaría las corrientes del rio Pilcomayo, penetrando por la embocadura. Pero no ha sido así. Vd. ha preferido descender por esas corrientes partiendo desde Tarija, resolución que sin duda ha sido adoptada después de la conveniente meditación. De todos modos, los bolivianos sólo tenemos motivos para felicitarnos por la venida de Vd., en la persuasión de que sus exploraciones han de contribuir a los progresos de la ciencia, al beneficio de la humanidad y a la particular ventaja de Bolivia. Creo, además, que la presencia de Vd. en mi patria y el fruto seguro de sus trabajos, han de servir de motivo plausible para que se restablezcan relaciones oficiales y diplomáticas entre Bolivia y la Francia, por la que hemos abrigado siempre las más decididas simpatías.
En cuanto a la cooperación que Vd. necesita de parte de este Gobierno para el buen éxito de su trascendental expedición, puede Vd. contar con ella en la medida de lo que fuere conducente a ese fin.
Ya se dieron órdenes a la Prefectura de Tarija para que se ayudara a Vd. con toda eficacia, haciendo los desembolsos que para ello fuesen indispensables; pero por este correo trasmito autorizaciones e instrucciones más precisas.
Según ellas, la expedición exploradora que por orden del Gobierno hago organizar en Tarija, encargando los estudios previos a una comisión especial, podrá refundirse con la que Vd. ha traído de Francia. En semejante caso, Vd. sería naturalmente el Jefe de la expedición en la parte científica, en la dirección de la marcha y en el arreglo del itinerario. El jefe militar y el jefe civil, nombrados según el plan del Gobierno, quedarían subordinados a la superior dirección de Vd.
Por lo tanto, convendría que Vd. se trasladara a la ciudad de Tarija, a fin de acordar un plan definitivo con el Prefecto y con la comisión especial.
Si el presupuesto que he calculado para la marcha de la expedición exploradora, y que monta a la suma de bolivianos 7,115, resultara deficiente, el Prefecto queda autorizado para completarlo.
Por lo demás, hallándome a tanta distancia de Tarija, no puedo prever todos los pormenores; pero fácilmente los acordará Vd. con el Prefecto.
Tomo nota de su importante ofrecimiento de suministrar al Gobierno la carta del Pilcomayo y la relación del viaje, que serán publicados por la Sociedad Geográfica de París.
Nos ha complacido saber que Vd. ha determinado la longitud y la latitud de Mojo y Tupiza, corrigiendo los errores padecidos al fijar la posición de esos lugares; y nos causa también particular satisfacción la visita que ha hecho Vd. en algunas minas de plata. Las vistas tomadas por el señor Ringel, deben ser interesantes.
Recibiré con el mayor agrado el proyecto de exploración del Alto Purus de que Vd. me habla; y realmente, yo creo como Vd. que su navegación es preferible a la de los ríos Madera y Mamoré, embarazados por formidables y numerosas rompientes. Tengo algunas nociones sobre el curso del río Purus, por lecturas que hice antes de ahora, y de las que resulta que es distinto del rio Madre de Dios. Recuerdo particularmente sobre esto las demostraciones de Antonio Raimondi, en su hermoso libro titulado El Perú, del que sólo poseo los dos primeros volúmenes.
El Gobierno de Bolivia estará siempre dispuesto a cooperar en este proyecto de exploración y a subvenir a los gastos, siempre que ellos no fueren superiores a sus recursos actuales, que están comprometidos en fuertes e indeclinables necesidades.
Concluyo esta primera carta, saludando a Vd. respetuosamente a nombre del Gobierno de Bolivia, y ofreciendo a Vd. la seguridad de los sentimientos distinguidos con que soy
De Vd. muy atento seguro servidor.
A. Quijarro.
Ministerio de Hacienda e Industria.
La Paz, Marzo 9 de 1882.
Al Sr. Prefecto del departamento de Tarija.
Señor Prefecto:
Se ha recibido en este Ministerio su estimable comunicación de 23 del pasado mes de Febrero, en la que se sirve Vd. contestar a mi oficio de 9 del propio mes.
Podemos considerar la venida de la expedición encomendada a M. Crevaux, como una de las más felices coincidencias con el pensamiento que el Gobierno abriga con firmeza, y cuya primera expresión consta en los planes que tuve la honra de enviarle y que actualmente se hallan sometidos a las dilucidaciones de una comisión especial.
Parece de todo punto conveniente, como Vd. mismo lo insinúa, que la expedición exploradora excogitada por el Gobierno, forme un solo cuerpo con la que trae el ilustrado viajero francés. Habiendo propuesto esta idea a la consideración del Sr. Vice-Presidente de la República, encargado del mando supremo, se ha dignado acogerla con marcada satisfacción, y en consecuencia me ha ordenado que imparta a Vd. las siguientes autorizaciones e instrucciones:
Someterá Vd. a las discusiones de la Comisión especial el pensamiento de refundir en una sola las dos expediciones, esto es, la del Gobierno y la de M. Crevaux, debiendo resultar de esa deliberación el plan definitivo al que se modelaría la empresa, tanto en su organización, como en lo tocante a su itinerario y demás pormenores.
2a En la hipótesis de constituirse una sola expedición, mediante acuerdo que ha de celebrarse entre esa Prefectura, la Comisión especial y M. Crevaux, es entendido que este señor será el jefe de dicha expedición, en lo que concierne a la dirección científica y al método que ha de observarse en la marcha, correspondiendo al mismo la elección de la ruta y la fijación del orden en las jornadas.
3a Subsiste la determinación del Gobierno en cuanto al nombramiento de dos jefes, el uno militar y el otro civil, debiendo recaer la elección para este último cargo en la persona del ciudadano D. Luis Moreno de Peralta, a quien el Gobierno debe interesantes informes y cuyos sentimientos patrióticos aprecia muy particularmente, lo mismo que los del Sr. .Moisés Echazú, a quien ha cabido también parte activa en el asunto.
4a Conforme al primitivo plan del Gobierno, corresponderá al jefe civil entender en la parte económica y administrativa de la empresa, sin perjuicio de la iniciativa que podrá ejercer sometiendo indicaciones en cuanto a la expedición misma.
5a Si el presupuesto calculado para la realización de la expedición exploradora, y que monta a la suma de bolivianos 7,115, resultare deficiente, después de una madura deliberación, el Sr. Prefecto queda autorizado para complementarlo, con cargo de dar cuenta al Supremo Gobierno.
6a En el caso de que el Sr. Prefecto considere que la expedición puede ser emprendida en una época próxima, y hallándose de acuerdo en esta opinión el sentir de los señores que componen la Comisión especial, queda autorizado para contraer un empréstito, comprometiendo para el reembolso un 50 por ciento de los ingresos líquidos de la Aduana nacional, sin perjuicio de buscar y proponer otros arbitrios.
7a En comunicación dirigida a este Ministerio por M. Crevaux, datada en Tupiza el día 24 de Febrero, manifiesta que los sueldos, alimentación y trasporte de las seis personas que forman la comisión de que es él jefe, serán cubiertos con sus propios fondos.
Esta circunstancia no es un obstáculo para que el Sr. Prefecto deje de tratar al Sr. Crevaux y a sus compañeros con toda liberalidad, prestándoles los auxilios y facilidades que les permitan hacer un viaje tan cómodo como fuere posible.
Al terminar este oficio, me cabe la honra de agradecer a nombre del Gobierno, las congratulaciones que se sirve Vd. dirigirle como expresión del sentimiento popular del departamento de Tarija.
Dios guarde a Vd. señor Prefecto.
Salinas.
A.Quijarro
Al Señor Ministro de Hacienda e Industria, Dr. A. Quijarro,
La Paz.
Tarija, Marzo 13 de 1882.
Señor Ministro:
En este momento partimos para el Pilcomayo. Todo va bien. El Señor Samuel Campero, Prefecto de Tarija, nos ha prestado la cooperación más activa y eficaz. De nada careceremos; mi comitiva se halla lista; abrigamos la esperanza de obtener un éxito feliz en nuestra empresa.
Es entendido que no solicitamos ninguna recompensa de su Gobierno, pero creemos también que Vd. se servirá indemnizarnos el gasto extraordinario del viaje. El Sr. B. Trigo debió escribir a Vd. sobre el particular.
El pago de los servicios de mi comitiva se halla a cargo del Ministro de Instrucción Pública de Francia.
Con profundo respeto, tengo la honra de suscribirme de Vd., Señor Ministro,
Atento servidor,
Julio Crevaux.
P. S. Los vecinos de Tarija y Tupiza me han dispensado la acogida más simpática. Entre las personas que más se han distinguido en la cooperación de mi propósito, tengo el honor de mencionar a Vd. a los Sres. Arraya, Sub-Prefecto de Tupiza, y Andrés Lizardo Taborga, Secretario de la Prefectura de Tarija.
Potosí, Junio 16 de 1882.
Al Sr. Presidente del H. Consejo Departamental.
Señor:
El aviso ya confirmado de la victimación de M. Crevaux y de su comitiva por los salvajes “Tobas”, ha causado honda impresión de pesar en los vecinos de esta ciudad.
Ellos desean hacer público su sentimiento, a la vez que tributar un homenaje de gratitud y de respeto a la memoria de tan ilustre viajero y la de sus dignos compañeros, que han muerto por su amor a la Ciencia, a Bolivia y a la humanidad.
Desean, además, que el Supremo Gobierno conozca la ardiente aspiración que tiene este pueblo, de que sin demora se lance una expedición armada al rio Pilcomayo para que recoja los restos de M. Crevaux y de sus abnegados compañeros, y para que rompa enérgicamente, una vez para siempre, la valla que las tribus salvajes han opuesto hasta ahora a nuestra comunicación con el Paraguay por el Pilcomayo.
El Consejo Departamental, es el órgano más autorizado para ponerse a la cabeza de esta iniciativa popular y es por eso, que encargados por un numeroso círculo de ciudadanos, nos tomamos la libertad de dirigirnos a él, por el respetable intermedio de su digno Presidente, con los objetos ya expresados.
Esta ocasión, nos permite la honra de atestiguar a Vd. nuestro profundo respeto, como
Sus muy atentos servidores.

Daniel Bracamonte. — M. Morales. — D. Campos. — Luis F. Manzano. — Demetrio Calbimonte. — José L. Guzmán. — Faustino Garrón. — M. M. Jordán. — Adolfo F. Vargas. — Toribio Cortés.

(1) Según consigna el P. Patiño en su diario, recorrió hasta la región habitada por los Tobas, que se encuentra a las cincuenta leguas de San Francisco, cuatrocientas setenta y una leguas y media, pudiendo considerarse el trayecto que hizo como las dos terceras partes de la extensión navegable del Pilcomayo. Mientras tanto, la distancia que media entre la ciudad de Chuquisaca y la Asunción del Paraguay, extremos de toda la longitud de dicho rio, conforme a los datos recogidos por los Jesuitas, es la siguiente:
De Chuquisaca a Pomabamba 60 eguas
De Pomabamba al valle del Piray 20 “
De Piray a Caiza 30 “
De Caiza a la Asuncion 140 “
TOTAL 250 leguas
Ahora, suponiendo que las tortuosidades del rio aumenten su extensión en cincuenta leguas, tendría solo trescientas en todo su curso. Este cálculo demuestra la inexactitud de la distancia que Patiño expresa haber recorrido.

(2) Para datos más extensos acerca de la geografía del Pilcomayo, remitimos al lector a nuestra obra publicada en 1880, bajo el título: Intereses comerciales entre Bolivia y el Plata, —El Pilcomayo, en la cual se enumeran prolijamente los afluentes que dan origen a esta importante vena fluvial.

(3) Los principales productos que hoy explota Bolivia y que constituyen casi su única exportación, son la plata piña, cuya extracción anual se calcula en 10,000,000 de fuertes, y la quina, de la cual existen depósitos por valor de 5,000,000 de fuertes destinados a la exportación en el próximo año.
(4) Estos intrépidos voluntarios eran:
Baldomero Vera, capitán de ejército; Bernardino Valverdi, teniente 1° de ejército; Nemecio Valverde; Julián Romero ; Jacinto Gaite ; Miguel Montero ; Estanislao Zeballos ; Francisco Zeballos.

(5) Al día siguiente de su salida, en carta dirigida al Prefecto del Departamento, expresaba en estos términos su reconocimiento a la sociedad de Tarija por las distinciones de que fue objeto:
Santa Ana, Marzo 14 de 1882.
Señor Don Samuel Campero.
Mi caro amigo:
Doíle las gracias por los servicios que me ha prestado Vd. en calidad de Prefecto y por su generosa hospitalidad.
Gracias, a las familias de los señores Macedonio Trigo, Samuel Achá y Guillermo Cainzo, que nos han proporcionado tertulias.
Gracias, a todos los habitantes de Tarija, que han manifestado tanto entusiasmo en nuestra partida al Pilcomayo.
Gracias, a las madres de familia, a las esposas, que me han confiado a sus hijos, a sus esposos, para el bien de la Patria.
Gracias, a los RR. PP. Franciscanos por haber contribuido eficazmente en la causa de la civilización boliviana.
Doy a Vd. la mano, como a su digno Secretario Dr. Taborga.
Julio Crevaux.
Nota. — Ruegue Vd. al señor Luis Paz, se moleste en dar a luz esta comunicación en el Diario de Tarija.

 (6) Con posterioridad a los datos que anteceden, se han recibido los siguientes detalles en una correspondencia de 8 de Junio publicada en el número 54 de El Trabajo de Tarija, y que con más o menos ampliaciones, ha reproducido la prensa del Plata.
El 19 del próximo pasado Abril, a las 9 a. m., el señor Crevaux y sus compañeros, dejaron las playas de estas Misiones, principiando su navegación y exploración en el misterioso Pilcomayo, a cuya corriente debía llevar la luz que lo iba a mostrar al mundo civilizado.
En la estadía del señor Crevaux en esta Misión, así como al tiempo de despedirnos de él, le rogamos que no se fiase de los indios, que siempre se muestran afables para después traicionar a los que momentos antes llamaban amigos. Crevaux nos prometió ser receloso, asegurando que nunca lo engañarían. Por desgracia, no sucedió así.
El mismo día que salieron de esta, a las 4 p. m., llegaron los viajeros al paraje llamado Irua, a cuatro leguas de aquí. Allí encontraron a los ex misioneros Noctenes, hombres tímidos y cobardes que se habían criado con los RR. PP. Conversores, y que se fueron de las Misiones por seguir a sus parientes, llevados por su carácter que los impulsaba a la vida salvaje. Allí se detuvieron hasta el día siguiente, conversando con los indios” y haciéndoles regalos. Yo vi, 48 horas después, una camisa de lienzo blanco que los exploradores habían regalado a un indio que vino con la última carta de Crevaux dirigida al P. Prefecto, en la que le decía : “Hemos llegado a este punto de Irua, y hemos hecho la paz con los Tobas”.
Pobre hombre! No sabía que aquellos indios no eran Tobas, y que eran inofensivos, y creía ya ver a los enemigos de la civilización a sus pies.
El día 2º, Crevaux siguió su viaje. Antes de salir de Irua, contrató un indio llamado Caliuis, para que le sirviera de guia hasta Teyo.
Crevaux llegó a Teyo y encontró allí a “Caserai” con un número crecido de Tobas y Chiriguanos, todos, a ver al explorador francés y sus compañeros, se acercaron y le preguntaron:
¿Vienen de buenas o de malas?
De buenas, les contestaron los viajeros.
Bueno, nosotros no seremos malos; los acompañaremos hasta Caballo-repotí y así irán seguros.
Los expedicionarios, incautamente creyeron en la palabra de los indios y se consideraron tan seguros en Teyo, como lo habían estado en Irua, siendo estos salvajes de distinta raza a la de los otros.
Si los expedicionarios se hubieran acordado de nuestras prevenciones, de que no creyeran en las ofertas de estos salvajes, tal vez hoy estuvieran recogiendo los laureles que la gloria les ofrecía.
Mientras Crevaux y sus compañeros descansaban en Teyo, los salvajes se reunieron en parlamento para decidir de la suerte de los expedicionarios. El parlamento se dividió en dos partidos, el uno gritaba: “Degollémoslos para que no pasen”; y el otro decía: “Dejémoslos pasar, pues que estos no son ni Tarijeños ni Caizeños ; luego no vienen a quitarnos nuestras tierras, estos son gringos : “que se vayan a su tierra”.
Al indio que trajo Crevaux de Irua, le dijeron los del primer partido: “No digas nada a los cristianos, porque si dices, te cortamos la cabeza”.
No obstante esta prohibición, el indio dijo a los expedicionarios: “Los Tobas están bravos y los pueden matar”; a lo que le contestaron: “No, no hay cuidado; muy bien nos han acogido
El 24 o 25 de Abril, este indio desapareció de la vista de los exploradores.
Los Tobas se ofrecieron a acompañarlos .hasta Caballo-repotí, pues en ese punto acordaron victimar a los exploradores, que no sospechaban ni preveían el peligro que les rodeaba.
Llegaron a Caballo-repotí y encontraron un crecido número de salvajes de muchas tribus.
Cuando saltaban de sus canoas, se acercaron los Tobas y les dijeron: “No saquen sus armas; nosotros no tenemos ninguna, ¿ para qué sacarlas y Si Vds. no son bravos, nosotros tampoco lo seremos”.
Los exploradores dejaron sus armas en las canoas, bajando sin ellas. Los indios los obsequiaron con carne de cordero.
A los pocos metros de sus canoas se vieron rodeados por salvajes, que, hambrientos y feroces, victimaron a los 14 exploradores, dándoles una muerte rápida y espantosa.
Inmediatamente de la victimación de los 14 exploradores, se lanzaron los Tobas a las canoas, donde encontraron a Ceballos, joven de 14 a 15 años, a quien tomaron cautivo.
La misma suerte corrió el cocinero que estaba preparando la comida para los exploradores.
Estos fatales sucesos tuvieron lugar a las 10 a. m. del día 26 o 27 de Abril
Estas fidedignas noticias las he recibido por Itiyuro y por el Oriente.

(7) A falta de las obras del doctor Crevaux, que tuvo la bondad de obsequiarnos y que esperábamos recibir de Europa de un momento a otro, consultando la mayor exactitud para esta reseña, hemos seguido y tomado por base de nuestra narración, los importantes estrados de los viajes del distinguido explorador dados a luz por los Srs. Paul Gaffarel, y Cortambert, consultado el diario de su expedición al Magdalena, Guaviaré y Orinoco, así como noticias de antigua data referentes a algunos de los ríos que recorrió últimamente. S. V. G.

(8) Esta carta vio la luz pública en el Trabajo de Tarija, días antes de la partida de Crevaux a las orillas del Pilcomayo.

(9) Esta nota no ha sido contestada hasta el presente por la Cancillería francesa, tal vez por el cambio ocurrido en el gabinete de dicha Nación en los momentos que debía haberse recibido; pero es probable que se encuentre en el archivo del Ministerio respectivo.
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