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¡HABÍA UNA VEZ UN ARROYO QUE SE LLAMABA “SAN JUAN”!

Por Arnaldo Lijerón Casanovas / ASESOR CULTURAL DEL RECTORADO UAB  SOCIEDAD GEOGRÁFICA DEL BENI.

ARNALDO LIJERON CASANOVAS: “Amigos Ahí está lo que les había prometido sobre el arroyo San Juan. Lo escribí por 1983 y se difundió en el Canal Universitario, que entonces era 10. En la medida que aparecían nuevos empeños, se los incorporaba, aunque las nostalgias seguían inalterables...”
¿Lo recuerda usted?... ¡Claro que sí! Aún quedan en la memoria las vivencias que otrora nos enseñara el espejo de sus aguas de lento correr. Cuando la época seca llegaba, de su lecho brotaban las norias que ofrecían el agua para barrios cercanos. Las canoas desaparecían por algunos meses, hasta cuando volvían las lluvias del verano. Y ahí estaba nuevamente con su presencia líquida y coqueta el arroyo “San Juan”. Romántico en los atardeceres, a veces penoso, pero siempre bullanguero y tropical.

¡Qué bullas aquellas! No sólo eran los changuitos que a toda hora del día chapoleaban en sus aguas, aprendiendo a nadar, o simplemente bañándose y jugando, mientras las mamás esperaban en sus casas las compras que habían mandado. Eran tardes en las que toda Trinidad parecía zambullirse, en uno y en otro puerto, y a lo largo de su cauce, para aliviar el fuerte calor. Mientras esto ocurría, llegaban las canoas lleningas de yuca, plátano y maíz, toronjas, naranjas, mandarinas y papayas, parecían chacos enteros con el fruto honesto del trabajo campesino. Mientras volaban deslizadores adornados con chicas de piel quemada.
¡Qué tardes bulliciosas e inolvidables! ¿Y qué dice de las regatas estudiantiles? Era cuando el arroyo parecía transformarse en un alegre campo de competencia deportiva, en un aula grande para la juventud de los primeros colegios secundarios de Trinidad. Escenario líquido donde el músculo y el entusiasmo de remadoras y remadores, de argonautas zambullidores y nadadores le daban la mejor impresión, de respeto y admiración.
Pero aquel arroyo no sólo tenía vida diurna. Recordará también aquellos desfiles noctívagos, que realizaban embarcaciones ornamentadas en homenaje al Mar o a otro suceso histórico, o sencillamente como simples derivaciones de los carnavales. En sus aguas quietas, la morena Trinidad se contemplaba enamorada por las noches, ilusionada en que el alba anunciara un día pleno de trabajo y bienestar, felicidad y desarrollo. ¡Oh, tierno cauce arroyino, de rumor sentimental, cómplice de amores furtivos, cómo te extraño cada día más...!
Había una vez un arroyo San Juan...Por su cauce llegaron los indígenas mojeños que trasladaron la Misión Jesuítica de la Santísima Trinidad desde el Mamoré -donde la fundó el misionero Cipriano Barace- a la orilla del “San Juan”, donde actualmente continúa. Por su cauce, en tiempo de lluvias, nuestra capital se vinculaba con el Ibare y salía al Mamoré, para seguir rumbo al Madera, el Amazonas y el mar Atlántico, para entreverarse con las aguas del mundo. Sería interesante rescatar la navegación de canoas, toda vez que hace años funciona el Mercado Campesino.
Había una vez un arroyo “San Juan”...Nacido en los chorritos que forman los curichis de la laguna “Suárez”, en sus aguas lentas y en su silueta contorsionada, se inspiraron músicos y poetas para cantarle al pueblo, a la mujer apasionada, al amor, a la naturaleza. ¡Qué poeta, qué compositor podría dedicarle ahora unas horas de ensueño e ilusión, sino con una pesada carga de nostalgia!
Había una vez un arroyo “San Juan”... Con sus clásicos puertos “El Peligro” o de “Ojara”; de “Lacoa” o del “Topater”; de “Obras Públicas” y de la “calle Cochabamba” y del “Liceo”. Allí atracaron muchas lanchas a vapor que un día, ya casi lejano, hicieron las delicias de los pueblos, de las pampas y de las selvas con sus tremendos pitazos. La “Rodolfo Araúz”, la “Grether”, la “Chapare”, y tantas otras que dieron brillo a la época de oro de la navegación fluvial en Mojos-Beni. Es, pues, el arroyo “San Juan” un cauce prendido a la historia, a las tradiciones e inundaciones de la ciudad de la Santísima Trinidad.
Ya no inundan Trinidad las aguas del verano, pues la circunvalación libró de este fenómeno natural a la ciudad. Ya no existe el “Pailón”, pero están las “Palquitas” y el cauce que rodea una parte a la capital. La circunvalación nos salvó de las inundaciones, pero produjo otra situación que no le hace bien a la ciudad: destruyó hasta ahora el arroyo “San Juan”... ¡Que vengan la iniciativa, la inversión y la responsabilidad compartida para sanear su cauce y devolverle su encanto natural! ¿Acaso no era posible hacer lo uno sin lo otro?
Había una vez...pero todo ha cambiado en lo que fue su lecho de aguas bullangueras. Sólo quedan en sus orillas, tristes y añorando, algunas viejas tejerías saturadas de pozos y de sudor valiente que ofrecieron ayer y ofrecen todavía ladrillos y tejas para que crezca Trinidad. Un día de esos, hombres y mujeres humildes del barrio y ayudados por las juntas vecinales de Trinidad, decidieron construir el ya viejo puente de “Pompeya”. Después vino el otro, con dinero del Estado y otro y otro; más otros llamados Tojo 1 y Tojo 2, y otro por Las Palquitas, y algunos peatonales.
Había una vez un arroyo que se llamaba “San Juan”... Pero hace ya muchos años que es otra cosa: es una cuneta inmensa, es cloaca común de Trinidad, es una gigantesca serpiente putrefacta. Es un extraordinario foco de infección, que gracias al tarope no sucede algo fatal. Es lo que nadie pensó que llegue a ser: un real desprecio al pasado romántico y glorioso, bullanguero y deportista de Trinidad. Aunque hay esfuerzos ambientalistas, basurales y más basurales llenan sus orillas que demandan, con urgencia, solución municipal y comunitaria. Y por si eso fuera poco, industrias diversas instaladas en su entorno, también suman el desperdicio de sus residuos de espeluznante contaminación.
¡Qué manera de conservar y defender el ambiente urbano de nuestra ciudad! Vaya una labor negligente para afrontar la solución que exigen las normas básicas del medio ambiente! ¡Esto no puede seguir así, hermanos trinitarios! ¿Acaso no son ya suficientes las asquerosas cunetas de la ciudad? ¡Construyamos una ciudad decente en su imagen y ambiente citadino! Decente y pintoresca en todo sentido. Dejemos atrás el conformismo, la desidia y la insalubridad ambiental...
Ya existe una ley departamental que establece estrategias y recursos para una planificada recuperación integral del arroyo San Juan. ¿Qué esperamos? El sueño de la costanera debe seguir adelante hasta convertirse en realidad, totalmente. Que resurja el espíritu de lucha, de amor y consecuencia, en quienes supimos de la amable y preciosa existencia de nuestro arroyo “San Juan”, y trabajemos incansables por su ansiada recuperación. Que nadie quede el margen del alcantarillado sanitario, que es por donde el arroyo podrá volver a ser nuestro y nuestras calles serán limpias de nuevo y sin olores pestilentes. ¡Que nuestros hijos sepan que la herencia que recibimos, orgullosos se la entregamos a ellos para siempre...!
¡Cuántos pueblos nos envidiaban por nuestro arroyo “San Juan” y sus paisajes urbanos, tal como nos enseñan las fotografías del Ing. Pinto Parada y las de nuestra amiga Lic. Martha Velarde de Moreno! ¡Cuántos pueblos hoy nos reprochan por no haber sabido conservar tan bello escenario natural...! Con la muerte del arroyo murió también el adorable “Pailón”, y murieron las vivencias fluviales de la población trinitaria. ¿Seremos capaces de revertir esta amarga realidad? ¿Seremos capaces de conservar la tradición que Dios nos regaló, la geografía y la historia? Mientras usted reflexiona, nosotros repetimos con profunda nostalgia...Había una vez un arroyo que se llamaba “San Juan”...

Primera versión, 1983 y luego vinieron otras.

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