Por: JOSE LUIS GOMEZ-MARTINEZ. // Foto: Lago Titicaca, mujeres indígenas
pescando. / Mediados de siglo XX. // Para más historias: Historias de Bolivia.
El prestigio y difusión que alcanzó en Europa el concepto y los estudios sobre
la “Völkerpsychologie” motivó a intelectuales bolivianos a estudiar igualmente
la psicología de su pueblo. Veían en ello, además, una aproximación válida para
la explicación de la realidad boliviana. Se pretendía, en un principio,
encontrar la interpretación del comportamiento histórico de Bolivia a través
del análisis del carácter de sus habitantes. En el proceso se recargaba el
contenido determinista de la herencia, del medio ambiente, de la geografía y,
sobre todo, de su composición étnica. El punto de partida, incluso en aquellos
intelectuales como Tamayo, que demandaban independencia cultural, es siempre la
perspectiva europea; las costumbres, el comportamiento y los valores europeos
sirven de medida para evaluar lo autóctono.
Felipe Guzmán señala, en 1910, en polémica con Tamayo, que en sus ensayos,
incluidos en El problema pedagógico en Bolivia, se ha basado en <<la
teoría de Darwin constituida en evangelio de la ciencia>> (p. 80) y en
las teorías de Jean Finot sobre la capacidad intelectual, que considera que «el
índice cefálico ideal va casi siempre acompañado de cabellos rubios, de
estatura alta y otros signos de superioridad>> (p. 81). Ello le reafirma
en su creencia de que <<es menester destruir>> las opiniones que
niegan la existencia de <<razas superiores e inferiores>> (p. 79).
Pues <<la historia desde luego nos enseña que la humanidad debe todos sus
progresos a la raza aryana, que es la blanca>> (p. 79). Pero este mismo
hecho de plantear el problema significaba una aceptación consciente de su
existencia, y aunque tal aproximación a lo autóctono se haga a través de
principios extraños a la realidad boliviana, es ésta, no obstante, la que ahora
se estudia. Se descubre así su peculiaridad y se plantean también nuevos
problemas, esta vez de contenido puramente boliviano, que darán lugar a una
paulatina toma de conciencia. En un primer acercamiento a la psicología del
pueblo boliviano, se descubre que éste, a diferencia de los europeos, está
constituido por una diversidad de razas. De ahí surge la primera cuestión, que
al ser interpretada de modo contradictorio, dará después lugar a un detenido
tratamiento, del cual emergerá, ya en la década de los treinta, la dirección
actual de lo boliviano: la esencialidad de su mestizaje. En 1909, sin embargo,
Arguedas consideraba el mestizaje como hecho negativo: «Los elementos étnicos
que en el país vegetan, son absolutamente heterogéneos y hasta antagónicos. No
hay entre ellos esa estabilidad y armonía que exige todo progreso>>
(Pueblo enfermo, pp. 28-29).
De los tres grupos étnicos dominantes -indios, blancos y mestizos-, los indios
fueron considerados como raza inferior. Por supuesto, los mismos que se
llamaban partidarios del empirismo positivista no llegan a tal conclusión a
través de un proceso de análisis, sino mediante los factores arbitrarios de no
tener los indios piel blanca, de no poseer una cultura europea y de representar
una clase social secularmente oprimida. Es así como Bautista Saavedra describe el
indio y su aldea en El ayllu (1903); para él, de acuerdo con el modelo europeo,
el indio es algo exótico y, desde luego, extraño a lo boliviano: en el ayllu
viven unos seres inferiores en estado salvaje. La inferioridad del indio,
aceptada en un principio por razones pseudocientíficas, harían proponer a
Felipe Guzmán, en El problema pedagógico en Bolivia (1910), la necesidad de
fundir al indio con el blanco, pues, según él, <<las razas inferiores que
se mantienen puras no alcanzaran jamás el nivel de las que se cruzan para
fundirse en las razas superiores (pp. 79-80). Por ello concluye que <<el
indio si no se cruza con elementos superiores no saldrá de su nivel
moral>> (p. 85). Estas teorías racistas quedaron pronto desprestigiadas,
en Bolivia, en su manifestación directa, aunque se mantuvieron durante mucho
tiempo vigorosas en las evaluaciones subconscientes del indio y en las
soluciones que basaban su éxito en una posible inmigración europea. Para la
puna, nos dice Alfredo Sanjinés, <<un remedio ideal sería,
indudablemente, el promover la inmigración extranjera... a fin de que mejore
nuestra raza indígena, creándole estímulos interiores de que hoy carece>>
(La reforma agraria en Bolivia, p. 120).
El análisis a que se sometía lo boliviano traía consigo también un darse cuenta
del estado lastimoso en que se encontraba el país, un pueblo enfermo, al decir
de Arguedas. Y como su mayoría era india (más de un 60 por 100), se creyó
encontrar una justificaci6n atribuyendo a la <<raza inferior>> la
causa del atraso; pues aun reconociendo su utilidad en la agricultura y en la
minería, nos dice Felipe Guzmán, <<es siempre un factor negativo para el
desarrollo de la cultura por su condición miserable y su falta de conciencia
personal y social>> (p. 72). Esta opinión de que el indio es la fuerza
que frena la marcha del país se convierte en una creencia que arraiga en las
décadas anteriores a la guerra del Chaco. De todos modos, junto a las
posiciones cargadas de un determinismo negativo, que parecían descartar toda
posibilidad de superación, se imponen, por su fuerza provocadora, las
reflexiones de Alcides Arguedas. La perspectiva que domina en Pueblo enfermo
(1909) sigue siendo la europea de su época, y ello le impide comprender la
dimensión india; pero como construye su obra a través de una observación ms
directa de la realidad boliviana, junto a los defectos que él atribuye al
indio, recogerá también los elementos positivos. El indio, señala, <<será
siempre nulo en obras de iniciativa y busca personal, pues, por temperamento,
es esencialmente misoneista, es decir, enemigo de lo nuevo. Reúne bellas
cualidades, a no dudarlo. Es fuerte, sobrio, económico, valiente, paciente,
tenaz, aguerrido>> (p. 237). Y lo que es todavía más importante, Arguedas
considera al indio capaz de superación: <<Fuerza es desarraigar del
sentimiento popular el prejuicio de que la raza indígena esta irremediablemente
perdida y es raza muerta>>, pues en Bolivia el indio <<puede ser
susceptible no sólo de adaptación, sino de educación solida> (pp, 237-238).
Estas afirmaciones motivaron la búsqueda de las causas que mantienen al indio
en estado de postergación y que el mismo Arguedas explorara en su novela
indigenista Raza de bronce (1919). Poco a poco se va observando que la falta de
higiene, la alimentación defectuosa y deficiente, la opresión que anula
cualquier intento de iniciativa individual o colectiva, la marginalización
forzada del proceso del Estado son causas directas del letargo en el que
parecía subsistir el indio. Por ello concluye Tamayo, en Creación de la
pedagogía nacional, que <<el indio es una inteligencia secularmente
dormida>> (p. 71).
Con Franz Tamayo aparece el otro extremo de la ecuación que mantendría el vigor
polémico. En lugar de fijarse en el color de la piel, Tamayo ve en las actividades
del indio <<la gran cualidad de la raza: la suficiencia de sí mismo...
que le hace autodidacta, autónomo y fuerte>>, por lo que, contra la
opinión de su tiempo, dirá que <<preciso aceptar que en las actuales
condiciones de la nación, el indio es el verdadero depositario de la energía
nacional>> (p. 33). Luego, partiendo de que <<la base de toda
moralidad superior está en una real superioridad física>>, afirmar que
<<la moralidad del indio, incomparablemente superior a la del cholo y
mucho más a la del blanco, es indiscutible>> (p. 66). La posición de
Tamayo, poco comprendida en un principio, suscitó, sin embargo, renovado
interés en lo indio y motivó investigaciones, como Mitos, supersticiones y
supervivencias populares en Bolivia (1920), de Manuel Rigoberto Paredes, que
trataban ahora de estudiar lo indígena desde dentro, desde su propia realidad,
evitando los prejuicios que habían dado origen a las evaluaciones de Saavedra,
Arguedas o Guzmán. Pero la obra de Tamayo no se contenta con el rescate del
indio, y si éste es <<verdadero depositario de la energía
nacional>>, el fracaso de Bolivia no puede deberse a él, sino mis bien a
aquellos que lo mantienen oprimido. Ello da lugar a lo que Tamayo considera el
<<incomprensible estado de una nación que vive de algo y de alguien [el
trabajo de los indios] y que a la vez pone un empeño sensible en destruir y
aniquilar ese algo y ese alguien (p. 35). Se comienza de este modo el análisis
del blanco boliviano 1, que en opinión de Tamayo es <<quien debe ir a aprender
del indio una 6tica superior y practica (p. 67). En 1924, Juan Francisco
Bedregal recoge, en La máscara de estuco, el pensamiento de Tamayo y formula
una pregunta que sigue todavía incitando discusión en la Bolivia actual:
<<El problema del indio es un problema para nosotros o nosotros somos un
problema para el indio?>> (p. 127). Bedregal concluye que el blanco era
en verdad el problema.
Estas reflexiones llevaban, ineludiblemente, a reconocer la existencia en
Bolivia de dos realidades extremas: lo indio y lo blanco, y la necesidad de
poner fin a su mutua oposición y negación, que había paralizado el progreso del
país. Pero ese puente llamado a unir los extremos y que a partir de la década
de los treinta se identificaría con el mestizaje cultural, se ve en estos años
únicamente en su dimensión racial.
Tanto los estudios sobre la psicología del boliviano como aquellos otros que
insistían en la fuerza del factor telúrico como ingrediente decisivo en la
realidad nacional aportaban en si algo común. Ambos descubrían en el indio el
componente esencial de lo boliviano. Se elevaba de este modo lo indígena a un
primer plano y se comenzaba a analizar su situación dentro de las estructuras
del país. Ello motivó que, por primera vez, se tomara conciencia del estado de
marginalización en que vivía. Del lado oficial, señala Arguedas en Pueblo
enfermo, la raza indígena <<mirada con absoluta indiferencia por los
poderes públicos, y sus desgracias sólo sirven para inspirar rumbosos discursos
a los dirigentes políticos; pero en el fondo todos están convencidos de que
sólo puede servir para ser explotada>> (p. 62). Mas el hecho de que
Arguedas plantease la cuestión significaba y a una toma de conciencia, que
forzaría el problema al ámbito de la discusión pública. Ello se consiguió sobre
todo con la publicación de Raza de bronce (1919). En los ensayos, el tema
indígena era planteado a un nivel teórico poco asequible para las masas. Con la
novela indigenista Raza de bronce, los problemas se encarnan en hombres
concretos, y ahora la injusticia que representaba la opresión, además de
contener la dimensión intelectual, apelaba también a la esfera de los
sentimientos y hacia comprensibles los sufrimientos de una clase antes
ignorada. El terrateniente de la novela, Pablo Pantoja, era un espejo en el que
muchos bolivianos veían reflejada su propia realidad. Como Pantoja, ellos
también habían heredado de sus padres <<un profundo menosprecio por los
indios, a quienes miraban con la natural indiferencia con que se miran las
piedras de un camino>> (p. 191); y con pocas variantes, también hubieran
podido afirmar que el indio para ellos <<era menos que una cosa, y sólo
servía para arar los campos, sembrar, recoger, transportar las cosechas en
lomos de sus bestias a la ciudad, venderlas y entregarles el dinero>>
(pp. 191-192).
De la obra de Arguedas se desprendía, asimismo, otra conclusión que no fue
comprendida al principio por los que exaltaban la supuesta vitalidad del
indígena. En la novela, el viejo indio Choquehuanka dice, ante los abusos del
patrón: <<Nosotros no podemos nada; nuestro destino es sufrir>> (p.
132). Lo que Arguedas ponía de manifiesto era el doble sentido de la realidad
del indio. No solo era preciso educar al blanco sobre la capacidad del indio,
sino que se hacía igualmente necesario rescatar al indio de sí mismo; hacerle
creer nuevamente en su valor personal y en su cultura. Surge de este modo un
nuevo defensor del indio, que ya no idealiza lo indígena en unas creaciones
artísticas donde lo local adquiría el ropaje de lo exótico y de lo fantástico
de una edad dorada que quizá nunca existió; el defensor que ahora aparece es el
indigenista, el conocedor de la realidad del indio y de su significado para
Bolivia; es aquel que, como Tamayo, adquiere conciencia de que <<el indio
es el depositario del noventa por ciento de la energía nacional>> (p.
33). Se inicia así la investigación sistemática de todo ese sector de la
sociedad boliviana antes ignorado, y se lleva a cabo con el orgullo y la
conciencia de ser pioneros de un movimiento innovador. Desde las primeras
investigaciones metódicas se pone de relieve que el indio constituye el factor
decisivo en la economía del país, hasta el punto, nos dice Tristan Marof, de
que ellos son los que <<mantienen la existencia de la naci6n> (El
ingenuo continente americano, p. 153).
De igual manera que la novela indigenista muestra a un indio que no era ya el
incario, las investigaciones que ahora se emprenden dan a conocer un grado
avanzado de mestizaje en la sociedad boliviana mucho mis profundo que el
puramente étnico. En un principio se le atribuyé contenido negativo, llegando
Arguedas a afirmar que <<es el mestizaje el fenómeno más visible en
Bolivia, el más avasallador y el único que explica racionalmente y de manera
satisfactoria su actual retroceso>> (Pueblo enfermo, 3.ra ed., p. 377).
No obstante, el mismo determinismo positivista que motivaba la posici6n de
Arguedas llevaba implícita otra proyección sobre la que reflexionaría por
extenso Tamayo en Creación de una pedagogía nacional. Parte Tamayo tambi6n de
una evaluación negativa: <<El mestizo no es un azar, es una
fatalidad>> (p. 51); pero se da cuenta, al igual que hizo después la
novela indigenista, de que la dirección hacia el mestizaje es algo que se
cumplirá <<irremediablemente en América>>, por lo que todo el
esfuerzo, cree él, debe dirigirse <<cumplimiento de la fatalidad
histórica que es su destino>> (p. 52). Aunque basado en estos principios,
sus conclusiones, sin embargo, muestran la pauta que daría base a la toma de
conciencia de lo boliviano, que luego tendría lugar en la década de los
treinta:
Entonces el mesticismo sería la etapa buscada y deseada a todo trance, en la
evolución nacional, la última condición histórica de toda política, de toda
enseñanza, de toda supremacía; la visión clara de la nación futura; el
encarrilamiento, de parte de los directores, de toda acción y todo movimiento
nacional (p. 52).
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