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TESTIMONIO DEL EX-COMBATIENTE BENIANO JULIO CESAR PARADA CALLAO

Por: Diego Martínez Estévez.

(Síntesis del Artículo publicado en revista FUENTES en su edición No. 44, por la Biblioteca y Archivo de la Asamblea Legislativa Plurinacional)

Nacido en San Ignacio de Moxos. Prestó su servicio militar a los 19 años en el Regimiento Padilla 2 de Ingenieros con asiento en Todos Santos, situado en la provincia Chapare a donde junto a otros, desde Trinidad fueron conducidos en lanchas. Esta unidad era la responsable del mantenimiento del camino de herradura que unía a la región del Chapare con la ciudad de Cochabamba.
En junio de 1932 fue replegado a Trinidad para ser licenciado y en estas circunstancias, el 18 de junio, una orden telegráfica emitida por el Estado Mayor General de La Paz suspendió la operación de licenciamiento. De este modo, sin posibilidad alguna de retornar a su hogar situado a 20 leguas de distancia, junto a sus camaradas fue nuevamente reembarcado y devuelto a Todos Santos.
El 1ro de julio, integrando un regimiento y cargando un equipo de 50 kilos, marchó a pie hasta Sacaba. En esta pequeña población fueron reembarcados en camiones y arribaron a Cochabamba. Acá, el nombre de su unidad, el Regimiento Padilla, fue cambiado por el de Regimiento 30 de artillería.
De Cochabamba viajaron en tren hasta Oruro, soportando un frío desconocido por los benianos. De Oruro y por el mismo medio arribaron a Potosí, siendo alojados en el cuartel del Regimiento Pérez. Varios de sus camaradas fallecieron de pulmonía cuando al Comandante de Guardia, de madrugada, se le ocurrió meterlos a la piscina. Ante esto, el Comandante de Regimiento decidió evacuar a los 200 benianos a Camargo con el propósito de aclimatarlos y allì permanecieron 15 días. De este punto fueron auto transportados hasta Tarija y en las pocas horas que se detuvieron en esta ciudad, el autor de este testimonio – Julio Cesar Parada - conoció a su Madrina de Guerra, la señorita Candelaria Trigo Oliva, quien le entregó una tarjeta con una nota que decía “cuídate valiente”. Sintió en su mejilla el cálido beso de la bella tarijeña a quien esperaba volverla a ver a su regreso de la guerra.
Emprendieron un largo viaje en camiones hasta Villamontes. En esta plaza convertida en una gigantesca instalacion militar, durante 15 días fueron sometidos a una dura instrucción de combate. A partir de esta región comienza a perfilarse la cruda realidad de la guerra cuando a pie marcharon hasta D´ Orbigny donde se estacionaron durante un día, para proseguir a Guachalla – Ballivian – Linares – Magariños – Muñóz. Este último, puesto comando de la Cuarta División al mando del coronel Peña y también asiento del recientemente creado Primer Cuerpo de Ejército, al mando del general Carlos Quintanilla.

DE LAS OPERACIONES.

De fortín Muñoz, su regimiento marchó a pie en hora nocturna por la ruta Saavedra – Alihuatá – Arce y finalmente el 8 de octubre (cuando Boquerón ya había sido capturado por las fuerzas invasoras), a Cabo Castillo, donde los combates se dejaban sentir con toda su intensidad. De este punto y replegándose a tiros arribaron a Yujra. En este sitio, el coronel Peña le ordenó a Julio Cesar, subirse a un árbol para batir a un nido de ametralladoras distante a 500 metros. El beniano, con una ráfaga de 15 cartuchos vio precipitarse a tierra a dos sirvientes enemigos.
”Los días siguientes fueron de los más sangrientos. Arreciaban la sed y el hambre, teníamos las ropas deshechas, carecíamos de munición suficiente y pese a que obtuvimos algunas victorias como la que tras la emboscada que nos hicieron en el tramo Yujra – Cabo Castillo, abatimos a unos 300 paraguayos…”.

APARECE EN EL ESCENARIO EL OFICIAL QUE SALVO AL EJÉRCITO DE SU TOTAL DESTRUCCION.

Fue en Yujra, en pleno combate, cuando el coronel Enrique Peñaranda, comandante del Destacamento que llevaba su nombre. .. ”Como último recurso reunió a unos cuantos músicos que deambulaban por el fortín, hizo tocar reunión y ordenó formar a toda la tropa y a sus mandos. En el quiosco de la plaza mientras el coronel Peñaranda empuñaba la tricolor boliviana, entonaron el Himno Nacional seguida del “Salve Oh Patria”,. Luego, el oficial superior se dirigió a la formación condenando acremente la deserción y dijo más o menos:
”Antes de cometer el acto más vergonzoso, prefiero yo sacrificar mi vida defendiendo mi patria para lo cual pido a jefes, oficiales y tropa que quieran acompañarme, den un paso al frente”.

Y dice el ex combatiente:

”De esta lista salieron los 730 voluntarios de Alihuata, defensores del Kilómetro 7 y del Fortín Arce, el 22 de octubre de 1932, que fueron los enfrentamientos más heroicos de la guerra”.
En un avión, Peñaranda y otros estudiaron el terreno para elegir el mejor sitio para la defensa.
Cuando se iniciaban los trabajos de organización del terreno en Alihuatá, comprobaron que en la retaguardia comenzaron a aparecer patrullas paraguayas, por lo que retrocedieron hasta Kilometro Siete donde el Jefe de Estado Mayor de la Cuarta División, el teniente coronel Bernardino Bilbao Rioja tomó el mando, en reemplazo del coronel Peñaranda que fue evacuado por enfermedad.
Al amanecer del 27 de octubre los defensores escucharon ruidos de camiones enemigos y el sobrevuelo de sus aviones. Dos días después iniciaron su ataque y se lanzaron al asalto en estado de ebriedad. ..”lo supimos luego – asevera el ex combatiente – cuando un herido de ellos nos dijo que antes del asalto les habían dado de beber un jarro de caña ”.

LA ARENGA DE ¡NO PASARAN!!!

Antes de cada combate, esta arenga era pronunciada por el teniente coronel Bilbao Rioja y los soldados respondían con el mismo grito.
Cabe aclarar que este grito de guerra se origina en la batalla de Verdum, en la Primera Guerra Mundial y se lo atribuye al oficial francés de nombre Robert Georges Nivelle.
En Kilometro Siete, sus defensores se reaprovisionaban de munición y alimentos, de los muertos y heridos paraguayos caídos frente a sus trincheras.
El 7 de noviembre, los inútiles asaltos paraguayos se repitieron. Esa tarde, casi al anochecer, el heroico capitán Santiago Pol Barrenechea, considerado como uno de los oficiales más cultos del ejército, ante la virtual inexistencia de munición, ordenó encastrar las bayonetas para enfrentar al enemigo en lucha cuerpo a cuerpo, pero afortunadamente, los atacantes retrocedieron a sus anteriores posiciones.
Hasta el amanecer del 10 de noviembre, el combate cesó y este intermedio fue aprovechado para reorganizar la defensa con nuevos refuerzos. Después de este célebre día, la posición defensiva de Kilómetro Siete” de 15 kilómetros de frente fue notablemente mejorada, donde los asaltos enemigos fueron muchísimos e inútiles.
Y como era norma en el ejército paraguayo, sus soldados eran dotados de caña paraguaya que los embriagaba y envalentonaba. El ex combatiente relator, dice al respecto: “Al alba del día 27 de octubre….a la media hora de ataque intensivo y a una distancia de 50 metros de nuestras posiciones ordenaron su primer asalto que lo hicieron en estado de ebriedad; lo supimos luego, cuando un herido de ellos nos dijo que antes del asalto les había dado deber un jarro de caña.”…
Nuestro héroe que motiva la publicación de este artículo, después de la batalla de Kilómetro Siete ganada por los bolivianos, continúa relatando y de un modo muy general, lo sucedido en los meses subsiguientes, en Gondra y Fernández, donde los encarnizados combates eran una constante.
Cabe aclarar que pasada la batalla de Kilómetro Siete y esto fue el 18 de diciembre de 1932, tomó el mando del ejército el general alemán Hans Kundt, culminando su desastroso mandato el 10 de diciembre del año siguiente – 33, después de la batalla de Campo Vía, que a pesar de haber sido ganada por el ejército invasor, llevó la peor parte, no obstante de haber atacado a dos Divisiones bolivianas - en total unos 9 mil hombres - con 35 mil hombres, equipados y armados por el ejército argentino.

En su relato nombra a algunos que cayeron en el campo de combate:

El teniente coronel Arias Comandante del Puesto Cabo Castillo sucedido el 9 de octubre de 1932, fue destrozado por una granada de artillería. El 10 de noviembre encontró muerto a su tirador de ametralladora Antonio Casanova; disparaba con un fusil ametralladora Madsen paraguaya. Otro fallecido en este mismo día fue el subteniente Luis Diez de Medina, Comandante de la Primera Sección, cuya compañía se encontraba al mando del capitán Carlos Valenzuela, que a su vez era orgánica de un batallón al mando del valiente capitán Santiago Pol Barrenechea y el capitán Carlos Valenzuela, este último, Comandante de Regimiento, dependiente de la 4ta. División.
Su compañía, durante el cerco de Campo Vía, pugnando por salir luchó hasta el último esfuerzo; pero la sed pudo más que su voluntad y cayeron prisioneros, entre ellos, el capitán Valenzuela, los subtenientes Julio Prado y Walter Peña y el suboficial Julio Rojas. Esto sucedió el 11 de diciembre de 1932.
Todos los prisioneros fueron concentrados en Rancho 8 y luego a fortín Boquerón y de este punto marchando a pie, hasta puerto Casado. Durante el trayecto, permanentemente se escuchaban disparos; cada uno correspondía a un prisionero que era rematado antes de morir de sed.
Sin duda, en última instancia, el culpable para que durante un año murieran algunos miles de bolivianos, fue Daniel Salamanca, por haber contratado como Comandante del ejército boliviano, a un total neófito extranjero, el alemàn Hans Kundt. Luego de ser relevado del mando este inùtil militar, las victorias bolivianas comenzarìan a dejarse sentir, esto, a partir de abril del año siguiente, 1933.

SU FUGA Y EL TRATO BESTIAL BRINDADO A LOS PRISIONEROS.

Julio Cesar Parada Callo, nos refiere:

“En puerto Casado retuvieron a mil prisioneros, entre los que estaba yo y fui destinado al grupo de estibadores, que ya éramos alimentados regularmente, pero el trabajo era agotador, día y noche sin descanso. Teníamos que descargar barcos que llegaban de Asunción con pertrechos de guerra para las tropas del frente de operaciones”.
Aclarar que esos barcos que alude, pertenecían a empresas navieras argentinas que recogían sus cargas del puerto de Asunción, a donde eran desembarcados por barcos de guerra argentinos.
Junto a otros cuatro, entre ellos el cruceño de apellido Justiniano y apodado “Tambora”, intentaron evadirse hacia territorio brasileño por el río Apa, pero fueron descubiertos y sometidos a durísimos castigos. Como jefe del grupo, Parada fue latigado inmisericordemente para ser luego subido a un árbol donde permaneció tres días sin dormir, ante el temor de caer y morir. No contentos sus captores, lo mandaron a la Isla del Diablo, “un islote que quedaba al centro del río Paraguay, donde mandaban a los que cometían faltas graves y los privaban hasta de alimentación”.
“En la isla vi los casos más extremos de crueldad por parte de los paraguayos contra los prisioneros bolivianos. Fuera de tenernos a ración de hambre, se presentaban una vez al día para distribuir un jarro de yerba mate con tres galletas duras como palos, ya en descomposición. Como les era difícil conservar el orden en la distribución a 500 prisioneros hambrientos, después de apalearlos como a animales y castigarlos a látigo con filosas cuerdas de guitarra que causaban heridas, se cansaba y tiraban las galletas al río y nuestros soldados collas, que no sabían nadar se lanzaban al agua en procura de agarrarlas, pero se hundían y no salían más”.
De “Isla del Diablo”, 300 prisioneros fueron trasladados al campamento “Tacumbu” de Asunción donde trabajaban a plan de látigo y a los pocos días, llegaron a trabajar al famoso “Jardín Botánico”, que era un campo de prisioneros de guerra, situado entre Asunción y el río Paraguay. En este mismo campo, el año 1928, el otrora teniente Tomás Manchego – quien, junto a 30 hombres fuera capturado en la violenta invasión de 300 paraguayos a fortín Vanguardia – sufrió las más terribles torturas. A este oficial y su hermano Ángel, una de las motivaciones para luchar contra el invasor guaraní, era la venganza por la inaudita crueldad desplegada contra sus prisioneros en aquel campo de concentración instalado en territorio boliviano e invadido por el Paraguay, desde 1867.
Obviamente que la generalidad de los prisioneros y en todos los campos de prisioneros, dormían a la intemperie, sin cama ni techo.
En el “Jardín Botánico”, entre los más de 300 prisioneros, hubo uno que se animó a sumarse a su fuga; se llamaba Gumercindo Ponce Caballero, natural de Izozog; hablaba perfectamente el guaraní.
Precisamente la noche prevista para su fuga – el 2 de agosto de 1934 – llovió copiosamente acompañado de truenos y vientos huracanados. El campo de prisioneros era una especie de corral, sin techo y cercado con astillas de tacuara y se encontraba vigilado por ocho puestos de centinela. En ese corral y como animales, los prisioneros, después de trabajar, eran encerrados.
Los dos bolivianos montaron su plan de fuga que consistió en armar una fogata para calentarse y secar la ropa entre todos sus camaradas mientras bebían caña paraguaya (una especie de alcohol). Al ruedo fue invitado uno de los centinelas que como ellos, titiritaba de frío. Aprovechando que el sector de vigilancia del centinela fue abandonado, los dos fugitivos, huyeron del corral y llegaron al río Paraguay y caminaron río arriba hasta encontrar la confluencia de los ríos Pilcomayo y Paraguay; aferrados de un tronco, cruzaron hasta la banda del Pilcomayo. En su andar incierto llegaron a una estancia ganadera que resultó ser de un ex oficial paraguayo; éste, de mala gana los acogió dándoles de comer y los pocos minutos llamó a uno de sus peones también paraguayo y le dijo algo. Los evadidos, intuyendo lo peor y cogiendo el resto de su comida emprendieron veloz huida. No se equivocaron. Al rato apareció una patrulla paraguaya y se internó en territorio argentino procediendo a buscarlos. Antes de replegarse dispararon algunas ráfagas a baja altura.
Los dos bolivianos continuaron su periplo hasta aproximarse al río Paraná donde fueron recibidos por un estanciero argentino que a su servicio tenía 10 soldados paraguayos desertores. El anfitrión les dio la bienvenida con un brindis de caña paraguaya, carne asada y yuca frita. Cuando el resto ya se encontraba un tanto ebrios, Julio Cesar y Gumersindo se escabulleron retomando su marcha durante tres días hasta llegar a una vía férrea atravesada por un camino donde dos gendarmes de uniforme oscuro los detuvieron y los trataron decentemente. Le dijeron que se encontraban en el puesto denominado ’Mojón de Fierro’. Se encontraban a cinco leguas de la ciudad de Formosa. Los gendarmes los embarcaron en un camión cuyo chofer resulto ser paraguayo y este pretendió apresarlos, ante esto, los fugitivos saltaron del vehículo y se internaron en el monte.
Al día siguiente – 8 de agosto – continuaron su viaje a pie, llegando a las afueras de Formosa. Tocaron la puerta más próxima que resultó ser de un paraguayo casado con una argentina y con seis hijos. Los evadidos se hicieron pasar por ciudadanos salteños. El hombre, de buen corazón, los acogió y compartió con ellos su desayuno. Los bolivianos en agradecimiento, por dos días ayudaron en las tareas de agricultura de la casa. Su anfitrión les compró ropa y les propuso quedarse a trabajar para él. Postergando su respuesta, los evadidos salieron de paseo por la ciudad y hasta tomaron cerveza en un bar y se recrearon en un parque. En estas circunstancias llegaron al Consulado de Bolivia ubicado en el céntrico Palace Hotel; en la puerta de ingreso los recibió el propio Cónsul, el doctor Arturo Seburo, quien, asombrado escuchó los pormenores de su fuga. Los llevó a su domicilio, les puso un médico y una enfermera para curar las heridas ocasionadas en su travesía por la inhóspita selva fronteriza entre el Paraguay y la Argentina.
Luego de cinco días, Gumecindo y Julio Cesar fueron conducidos hasta Villazón, por un empleado del Consulado.
Al arribar a tierras bolivianas, ambos fugitivos y con lágrimas en los ojos, se confundieron en un abrazo.
Ese día, el Centro de Esposas de Oficiales del Ejército y damas de la población les hicieron un agasajo y les colmaron de regalos. Al día siguiente partieron a la ciudad de La paz. A su paso por Uyuni, el Comité de Damas Uyunenses les ofreció una cena con platos exquisitos y también fueron objeto de muchos obsequios.
El 18 de agosto llegaron a La Paz y fueron alojados en el Casino de Oficiales de la 2da. División ubicada en el cuartel de San Pedro donde fueron sometidos a un interrogatorio de rigor.
En los primeros días de septiembre – 34 emprendieron viaje a sus hogares, llegando a Santa Cruz donde ambos valientes se despidieron. Julio Cesar Parada continuó su viaje casi siempre a pie, hasta su tierra natal del Beni. Su inseparable compañero, Gumercindo Ponce Caballero, se encaminó a Alto Izozog, situado donde comienza el río Parapety.

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