La historia de Ricardo Roque Condori, nacido en Charaña el 15 de febrero de
1915, está colmada de coraje, valentía y heroísmo. Con 99 años de edad, la
espalda encorvada y una mirada que refleja madurez y experiencias, abrió las
puertas de su casa a Página Siete para contar pasajes de su experiencia en la
Guerra del Chaco. Durante la contienda bélica perdió el brazo derecho. Después
de su retorno tuvo siete hijos a quienes sacó adelante a base de sacrificio.
La Guerra del Chaco, protagonizada por Bolivia y Paraguay, fue el conflicto
bélico más largo y sangriento de la historia del siglo XX sudamericano, por la
disputa de la región del Chaco Boreal. Este territorio fue defendido, entre
1932 y 1935 con coraje y heroísmo por las Fuerzas Armadas bolivianas, de las
cuales formaba parte Roque, quien participó en las batallas de Fortín Saavedra
y Fernández y el combate en Conchitas.
Cada vez que cuenta su experiencia en la Guerra del Chaco, el excombatiente experimenta
un sentimiento "inexplicable”
que invade su cuerpo. Sentado en la cama de su dormitorio comienza a relatar su
vivencia con una anécdota. "Antes de
presentarme en el regimiento de los Colorados de Bolivia, en la localidad de
Viacha, pedí permiso para casarme con la mujer de mi vida. Luego de la
ceremonia partí rumbo a la guerra. Le prometí que volvería”, recuerda con
un suspiro.
En octubre de 1932 se presentó de forma voluntaria en el Ejército boliviano.
Después de recibir las instrucciones necesarias volvió para ser asignado a un
regimiento y combatir en la contienda bélica. "En el Ejército me dijeron que era menor de edad y que no podía ir a la
guerra, pero, luego de intentarlo, permitieron que me reclute como soldado de
infantería, con armamento liviano. En ese momento estaba dispuesto a entregar
la vida por Bolivia”, relata.
Roque cuenta que de Viacha emprendió viaje hacia Villa Montes donde juró
lealtad a la bandera. Luego, con coraje y decisión, junto con su regimiento, se
dirigió a la árida tierra chaqueña con un solo objetivo: defender el territorio
boliviano.
El viaje resultó largo y agotador. Después de varios días de viajar en camión y
a pie, encontraron un lugar donde podían descansar por algunas horas, para
luego continuar el viaje en dirección a Fortín Saavedra.
En noviembre de 1932, luego de varios días de viaje sin probar bocado ni beber
una gota de agua, llegó a Fortín Saavedra donde participó en varios combates.
Luego se dirigió a Fernández; este último viaje no lo recuerda con claridad.
"En Saavedra abrimos fuego
intentando gastar la menor cantidad de municiones, pero después de varias horas
de lucha, el combate fue cuerpo a cuerpo. La instrucción era colocar la
bayoneta y atacar al enemigo. Esa batalla terminó con la victoria de nosotros.
Recuerdo que en el lugar donde estaba el enemigo había poca agua y algo de
alimento, pero muy poco, que no alcanzó para más de dos días”, cuenta.
El territorio, según relata el excombatiente, era configurado por una ligera
vegetación, tierra árida y seca con pocas fuentes de agua, donde aparecían de
forma esporádica roedores y serpientes que, ante la "desesperación y el sufrimiento”, se convirtieron en su principal
fuente de alimento. Durante los días despejados, el sol y la falta de agua eran
otros enemigos a los que se debía combatir en la zona chaqueña.
En abril de 1933, junto a su regimiento, agotado, llegó sin agua ni alimento al
fortín de Conchitas. En este lugar intervino en una batalla de tres días, en la
que el excombatiente perdió el brazo derecho a causa de un impacto de bala
durante el fuego contra los "pilas”.
"Cuando me llegó la bala no grité,
me dolió mucho y perdí el conocimiento. Luego me retiré del combate. Volví a
Saavedra donde me amputaron el brazo derecho, lo tenía muy infectado, y fui
trasladado a Tarija”, cuenta.
El héroe boliviano recuerda las noches en el Chaco llenas de tristeza,
incertidumbre y destaca que lo único que se podía escuchar eran plegarias a
Dios para que cese la guerra. "El
cansancio, la sed y el hambre eran insoportables; por supuesto que es verdad
que se bebía orina. Cuando comíamos algo, eran serpientes o ratones, que los
cazábamos y los cortábamos en pequeños pedazos para todos. Es difícil imaginar lo
que sentíamos en ese momento”, describe.
Para Roque la guerra terminó cuando le amputaron el brazo en Saavedra y,
posteriormente, lo trasladaron a Tarija. Luego de varios años se dirigió a los
Yungas, donde fundó una escuela de la que era maestro. Posteriormente se dedicó
a otras actividades para sacar adelante a sus siete hijos. Actualmente vive en
el casco viejo de la ciudad La Paz y no realiza ningún tipo de actividad
laboral. Su rutina consiste en disfrutar de su familia y con frecuencia cantar
la canción Boquerón abandonado, mientras derrama lágrimas de tristeza y
emoción.
Su hija Laura Roque cuenta que a pesar de su longevidad, su padre no padece de
ninguna enfermedad y es una persona a la que le agrada estar en actividad.
También critica el trato que recibe del Estado boliviano y de la sociedad.
"No es posible que sólo reciban una pequeña renta de 1.500 bolivianos para
vivir, después de que defendieron Bolivia. En lugares públicos y en el
transporte no tienen consideración por lo que hizo en su vida”, cuenta mientras
toma la mano de su padre.
El héroe nacional preside la Federación Nacional de Mutilados e Inválidos de
Guerra. Es una de las tres personas que aún permanecen con vida, que fueron
mutiladas en la Guerra del Chaco.
Esta nota fue publicada en el diario "página siete" por Daniel Hinojosa, el 07/02/2015.
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