Por: Luis Oporto Ordóñez / Parte de su investigación denominada Indios y
mujeres en la Guerra del Pacífico Actores invisibilizados en el conflicto. // Foto:
Indígenas altiplánicos bolivianos 1900.
A diferencia de lo que aconteció en el Perú, donde se observa la importancia
gravitante de la participación indígena y afroperuana en la última parte de la
guerra, en Bolivia esta fue tangencial y únicamente se visualizó en las
acciones desplegadas por las aguerridas tropas del Coronel Rufino Carrasco en
Tambillo y del Coronel Lino Morales en Canchas Blancas. Los indios al haber
sido vetados del servicio militar son casi inexistentes en las tropas enviadas
a marcha forzada a Tacna.
Las listas del Ejército acantonado en la ciudad de Tacna no muestran
filiaciones indígenas, lo que confirma que estos no fueron reclutados para
engrosar los batallones que marcharon al frente de guerra.
En las listas de los 397 efectivos del Batallón "Sucre", segundo de
línea, figuran apenas dos soldados de apellidos de origen claramente indígena:
Marcelino Choque y Mariano Quispe. Tampoco los hemos encontrado en las listas
oficiales de los 81 efectivos del Escuadrón "Bolívar" y en las del
Batallón "Grau" No. 7, de 219 plazas, donde solo figura un soldado
Juan Quispe.
Estos ejemplos asilados no infieren necesariamente que se tratase de comunarios
indios originarios enrolados.
Formalmente los indios bolivianos estuvieron proscritos de incorporarse al
Ejército, privilegio reservado a los ciudadanos. Pero, revisemos los informes
del historiador Vicuña Mackenna, quien describe los métodos de reclutamiento,
tanto en Chile como en el caso boliviano y peruano. Dice, el historiador:
"Al llegar rumores de que el ejército enrolaría a la fuerza a los
campesinos, algunos de ellos asustados parten a vivir a los cerros", lo
que puede ser la demostración de que la oligarquía en Chile coincidía con la de
Bolivia para vetar el reclutamiento formal de indígenas en sus líneas.
En relación al Ejército expedicionario que se organizaba en las ciudades y
distritos de Bolivia, describe que las tropas "arrean indios en
colleras", (3) y relata que "se ha dicho sin embargo después que el
ministro de la guerra Othon Jofré solía soltarlos por un rescate de 50 pesos o
un caballo....." (Vicuña, 1880:56).
Su análisis sobre la composición de la tropa boliviana confirma j que se trata
de ciudadanos recluitados en las ciudades importantes de Bolivia:
"El resto de los batallones, cuyas plazas llegaban ordinariamente a
quinientos soldados hábiles (..) componiendo su mayor número, que era de cinco
a seis mil, antiguos soldados retirados o de levas juveniles y robustas hechas
en todo el país durante los meses de marzo y abril".
Las tropas solían identificarse por colores que representaban sus regiones, lo
que llama poderosamente su atención, dando cuenta exacta de la apariencia
exterior de la calidad militar de las tropas que habían bajado de la
Altiplanicie:
"Una correspondencia enviada desde Arica al; Comercio de Lima, llama la
atención del aspecto que presenta Arica: no se ven más que uniformes de
distintos tipos y colores, artilleros, infantes, coraceros, hasta mujeres y
niños venidos desde las faldas del Illimani, comerciantes, transeúntes y todo
ese séquito que suele acompañar a nuestros ejércitos de Sud América, todo
contribuye a imprimir al puerto, antes tan tranquilo, un sello especial de
inusitada animación" (Vicuña, 1880:461).
UNA GUERRA SUSTENTADA POR LA CONTRIBUCIÓN INDIGENAL
Los gastos del Ejército acampado en Tacna (Perú), consumían 1.013.929,17 Bs. y
la 5a División del General Campero que deambulaba por el sur tenía gasto
calculado en 550.000 Bs. A despecho de la clase dominante, el principal sustento
de la guerra fue la contribución indigenal en toda la república, que en
realidad era lo que se tenía a la mano.
Las rentas generadas por la contribución indigenal alcanzaban a 693.373,70
bolivianos. Los derechos alcabalatorios de la coca que se remataron el año 1878
en 212.100 bolivianos, pagaderos por mensualidades contadas desde 11 de junio
"estaban consumidas diez mensualidades, cuando menos", en abril de
l879. Con la invasión de la provincia de Atacama, la contribución indigenal
mermó en 5.041 bolivianos, "perdidos con motivo de la ocupación de nuestro
litoral", afirmaba el apesadumbrado ministro Méndez:
"Habrá que deducir también la quiebra sufrida en ese ramo de ingresos con
motivo del hambre y de la peste que diezmaron la casta indígena, hace poco:
igualmente que lo adeudado hasta hoy por varios sub prefectos y que por de
pronto no puedo ni calcular. Es pues, manifiestamente arbitrario y exagerado
fijar 690.248,70 bolivianos por contribución indígena para la guerra, en el año
pasado. Es seguro que no ha podido contarse ni con una mitad de esa suma".
Confesaba, al final del recuento, que:
"A la verdad, los únicos recursos efectivos del gobierno central, que son
hoy como en la conquista, el sudor y el tributo del indio, esto es, la
contribución indigenal y el derecho o estanco de la coca (que es el tabaco
junto con el pan de aquellos rebaños humanos), habían sido cobrados con
anticipación".
¿Cuáles eran aquellos gastos? El historiador Vicuña MacKenna, nos proporciona
datos importantes: el traslado del parque militar, la movilización y equipo de
columnas y batallones, la compra de armamento y vestuario y el socorro diario
de cerca de mil rabonas que quedaron en La Paz (Vicuña, 1880: 522-523).
CHILE INVOCA LA EXTINCIÓN DEL TRIBUTO INDIGENAL
Consciente la clase dominante chilena de la situación de los pueblos indígenas,
excluidos de la ciudadanía pero reatados al tributo indigenal, deciden usar
como estrategia, la promesa de redimirlos, una vez consolidado el territorio
invadido, bajo las leyes de Chile. Esta estratagema fue muy usada en la región
de Canchas Blancas donde se vio el potencial indígena en guerra:
"Que varios indígenas de Canchas Blancas y demás lugares recorrido por el
célebre comandante de armas de Calama, José María 2do. Soto, habían venido con
la propaganda de que los chilenos les traían la absolución del tributo y la más
amplia independencia de su raza. Los indios de las cercanías se habían venido a
ponerse de acuerdo con los cholos de esta ciudad y todo pronosticaba que no
estaban lejos de un tremendo cataclismo" (Ahumada, 1879; T. 2: 121).
l. al tomar posesión de Calama, a orillas del río Loa, el mismo 23 de marzo de
1879, arengó a los habitantes de esa población:
¡Bolivianos pacíficos!
Vuestras personas y vuestras propiedades son sagradas e inviolables. Quedáis
colocados bajo nuestra especial protección.
Bolivianos indígenas. Desde este momento dejáis de ser tributarios. Ya no
pagareis contribución por cabeza como las bestias. Os traemos la civilización y
la libertad de industria.
Ni contribuciones, ni impuesto de guerra, ni empréstito, ni gabela de ninguna
clase tendréis que sufrir, ni los hijos de la desgraciada Bolivia ni nadie.
La paz para vosotros, la guerra para los tiranos... Emilio Sotomayor"
(Vicuña, 1880: 183).
Eran palabras que se las llevaba el viento. Promesas vacuas, pues el Ejército
chileno persiguió con saña a los pueblos Urus, en su incursión a Calama y San
Pedro de Atacama.
CONFUSIÓN Y DESPRECIO EN CHILE SOBRE LO 'INDÍGENA'
Para los comandantes y los intelectuales de Chile, todo lo cobrizo era señal de
indígena. A tal grado llega la confusión que miembros de la élite boliviana
eran calificados como indios:
"Era este el señor Julio (antes Lucas) Jaimes, indígena de Potosí; hombre
laborioso, al cual no falta ni inventiva, ni estilo, ni menos audacia para
escribir, contando como broquel lo que en los diarios es apenas pilar de
sostenimiento: la protección pecuniaria de una empresa" (Vicuña, 1880:
242).
Sobre los indígenas del Perú, confiesa que dada la gran mayoría de indios,
"la prensa no alcanza la irradiación que tiene en otros pueblos de Sud
América y particularmente en el Río de la Plata" (Vicuña, 1880: 243).
Sin embargo, la tropa boliviana de ascendencia indígena asombra a Chile y
despierta su sentimiento, mezcla de asombro, temor y respeto:
"Se ven en los muelles confundidos, soldados bolivianos que con infantil
curiosidad rodean los cañones, examinan los proyectiles y brincan sobre los
fustes de hierro, ya corren a sus cuarteles, ya vuelven a la playa, ya se
sientan a la orilla viendo romperse las olas, o toman botes para dirigirse a
los buques surtos en la bahía. Todos revelan esa resignada alegría tan peculiar
en los descendientes de las ramas quechua y aymará. Sin embargo, son más
vivaces que nuestros indios; más despiertos, diríamos hablando en criollo. Es
gente de pelea; y aun cuando generalmente viene mal calzada, es necesario saber
que pisando sus ojotas, devoran leguas haciendo jornadas a pie que ningún
ejército del mundo puede rendir; y esto sin comodidades, sin tiendas de
campaña, casi sin rancho y apenas con la ración indispensable que a cada
soldado se reparte antes de emprender una marcha: unas cuantas hojas de coca,
un pedazo de "llipta" y unos cuantos granos de maíz tostado. Esto les
sobra. El capote europeo es entre ellos artículo de lujo; lo reemplazan con una
burda frazada de lana que de día llevan atada a la cintura y un pañuelo al
cuello. De noche se colocan la manta o frazada a guisa de poncho.... y así
marchan y marchan atravesando nevadas cordilleras, desfiladeros horribles y las
altiplanicies de los Andes con igual seguridad y ligereza que los huanacos y
vicuñas" (Vicuña, 1880: 461).
El historiador chileno había sido testigo de estos hechos y escuchó
sobrecogedores relatos de las hazañas de los indios urus en Chiuchiu y Canchas
Blancas. El soldado indio merecía todo el respeto.
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