Fuente: CARTAS PARA COMPRENDER LA HISTORIA DE BOLIVIA -
Mariano Baptista Gumucio.
Estas dos cartas transcritas a continuación son quizá las más fundamentales
para entender el nacimiento de nuestra patria Bolivia.
DEL MARISCAL SUCRE AL LIBERTADOR BOLÍVAR
Potosí, a 4 de abril de 1825
A su excelencia el general Bolívar.
Mi general:
Hace una hora que recibí la carta de usted del 21 de febrero. Ella me ha dado
un gran disgusto, pero no con usted sino conmigo mismo que soy tan simple que
doy lugar a tales sentimientos. Este disgusto es lo que usted me habla en
cuanto a las provincias del Alto Perú, respecto de las cuales he cometido un
error tan involuntario, pero mi objeto fue cumplir las intenciones de usted.
Mil veces he pedido a usted instrucciones respecto del Alto Perú y se me han
negado dejándome abandonado; en este estado yo tuve presente que en una
conversación en Yacan, pueblo cerca de Yanahuanca, me dijo usted que su
intención para salir de las dificultades del Alto Perú era convocar a una
asamblea de estas provincias. Agregando a esto lo que se me ha dicho de oficio
de que exigiese de Olañeta que dejara al pueblo en libertad de constituirse,
creí que este era el pensamiento siempre de usted; nunca me figuré que se
trataba de Buenos Aires, porque ¿qué pueblo, qué orden ni gobierno había en
Buenos Aires?
Además, ¿por qué esta misma carta que usted me escribe ahora no la hizo tantas
veces que le he pedido órdenes sobre este país? ¿Yo soy adivino para penetrar
qué es lo que se quiere después de haberse mostrado otra cosa? Usted sabe, mi
general, que yo no tengo aspiración ni mira alguna ni en este ni en ningún
país; mi desvelo es complacer a usted en su carrera de salvarnos. He creído en
mi corazón que el corazón de usted es todo por el bien de la América y, persuadido
de esto, he creído que el examen de otras materias pudiera ser malo y, así, he
pensado que me tocaba únicamente obedecer y seguir al genio que ha tomado a su
cargo nuestra redención.
Yo me acuerdo que, el día que pasé al Desaguadero, dije a usted que el emprender
nuevos compromisos me iba a costar mil disgustos y ya empiezo a sentirlos. Por
amistad a usted y por amor a la patria vine a estas provincias contra toda mi
voluntad, pues mis deberes como colombiano y como general estaban satisfechos
en el Desaguadero. Yo creo haber dicho a usted que me había de pesar el venir a
estos países, cuya situación iba a ponerme en compromisos.
Después de estar aquí, y no sabiendo qué hacer sin presentarme con un aire
aborrecible al pueblo, tomé el camino más noble y generoso que fue convocar la
asamblea general de las provincias y yo, aunque no sé ni quiero saber estas
cosas de los pueblos, veo mi paso bajo diferente aspecto que usted.
Usted dice que la convocación de esta asamblea es reconocer de hecho la
soberanía de las provincias ¿y no es así en el sistema de Buenos Aires en que
cada provincia es soberana? ¿Salta, Córdova [sic], Tucumán, La Rioja, Santa Fe,
etc., etc., no tienen sus gobiernos independientes y soberanos? ¿Por qué pues
una provincia con 50.000 almas ha de ser allí gobernada independientemente y
federada y cinco departamentos con más de un millón de habitantes no han de
congregarse para proveer a su conservación y a tener un gobierno provisional
mientras ven si se concentra el gobierno general? Estas son cuestiones que no
me tocan ni que yo he indicado siquiera, pero son las que tuve presente para
pensar que usted juzgaba por la necesidad de convocar aquí una asamblea, que si
era para constituir las provincias independientes, organizase el gobierno y, si
para que fueran de Buenos Aires, sirvieran como una masa para que a ellas se
agregaran las demás provincias del Río de La Plata y forzarlas así de un modo
suave a entrar en orden. Yo no sabía que hubiera ya congreso en Buenos Aires,
ni creo que lo hay sino en nombre; yo estoy ya lidiando con los de por allí y
lo veo así.
En mi triste opinión encuentro haber hecho un servicio al país, a Buenos Aires
y a la América, con la convocación de esa asamblea. Estas provincias, siguiendo
el funesto ejemplo de disolución de Buenos Aires, ya me han incomodado; los
cabildos se han creído representantes de la soberanía en el sistema federal que
han concebido y por fuerza los tengo que mantener en unión. Además yo vi que
usted mismo pidió en Guayaquil a una asamblea su deliberación respecto a una
sola provincia de 80.000 almas. En fin, mi general, yo puedo haber errado, pero
sin intención alguna; al contrario, mi objeto ha sido complacer a usted y
servir tanto a este país como al Perú, a Buenos Aires y a la América con un paso
que evitaba las facciones y tumultos. Mi decreto está concebido en cuanto a lo
esencial, sobre estas palabras que tengo en dos cartas de usted: “que la suerte
de estas provincias será el resultado de la deliberación de ellas mismas y de
un convenio entre los congresos del Perú y el que se forme en el Río de La
Plata”. Confieso que tengo una falta de inteligencia en las palabras de
política y que solo me he guiado por mi sentido común, pero con la mejor buena
fe.
Después de todo, la tal asamblea solo tiene poderes para organizar un gobierno
provisionalmente hasta saber en qué quedan Buenos Aires y el Perú; parece una
cosa que no puede negársele el que ellas se preserven del contagio de
disolución de que usted mismo quería guardarlas y que es tan fácil de entrar en
estos países.
Por último, he tenido la buena fortuna de que la ocupación de los departamentos
de Potosí y Chuquisaca por los españoles han impedido las elecciones y que, por
tanto, no se verificará la reunión de la asamblea para el 19 de abril, sino el
25 de mayo, para cuyo tiempo estará usted aquí y le dará el giro que quiera al
negocio. Esta gente creo que seguirá los consejos que usted les dé y, en este
caso, es mejor que esté reunida la asamblea para que haya una deliberación
legítima.
Desde ahora sí le advierto que ni usted ni nadie las une de buena voluntad a
Buenos Aires porque hay una horrible aversión a este vínculo; si usted tiene
ideas de unirlas puede decir a Buenos Aires que mande un fuerte Ejército para
que lo consigan, pues de otro modo es difícil.
Ya he dicho a usted mi general, mil veces, que toda mi ambición está cifrada en
acabar la guerra con los españoles e irme a mi casa de simple ciudadano. Por
fortuna esta guerra está concluida, solo existen por rendirse un cuerpo de 270
hombres que en un par de semanas estarán sometidos. Sobre estos principios
marcharé en mi conducta ulterior. Yo no he ofrecido a nadie encargarme de mando
de pueblos y en consecuencia he resuelto estar aquí hasta el 15 o 20 mientras
arreglo esta provincia; [después] seguiré a Chuquisaca y estaré diez días con
la misma ocupación allí; luego me voy para La Paz y sin pararme para Arequipa.
Como general del Ejército, está en mi arbitrio elegir mi residencia. Añadiré a
usted más, y perdóneme por nuestra amistad: en el correo enviaré mi renuncia
del mando del Ejército Unido y me reduciré al mando del Ejército de Colombia,
ya que usted dice que no tiene facultades para aceptar la renuncia de este, la
que he mandado por triplicado al gobierno de Bogotá. Así, yéndome a Arequipa
después de haber concluido aquí con los españoles, habré cumplido mi único
compromiso en esta guerra. Atendiendo desde allí al Ejército de Colombia y
tratando de conservar el orden en los cuerpos de tropas peruanas que quedan
aquí, llenaré mis deberes; lo demás no es mi negocio ni puede serlo.
No entendiendo el manejo de pueblos, sería un desatino tomar sobre mi
responsabilidad asuntos que me van a causar disgustos. No crea usted, mi
general, que esto lo haga por orgullo; ignorando la conducta que deba usar me
expongo a sentimientos que no debo recibir. Yo no soy para hombre público;
usted mismo me cita un paso falso en el Callao y sería un tonto, después que he
logrado alguna estimación como soldado, perderla por meterme a hombre político.
Es verdad, mi general, que mi conducta en el Callao fue tan incierta porque,
estando opuestas mis opiniones a las órdenes de usted, preferí obedecer a usted
como soldado, cuyos deberes son siempre pasivos en esos negocios.
Vea usted ahora mismo, mi general, lo que sucede: ¿qué necesidad tengo yo de
pasar otro disgusto como el que tengo hoy, por asuntos en que toda mi
aspiración se reduce a complacer a usted y servir al país? No, mi general, yo
no debo ser sino un simple ciudadano; terminada la guerra de los españoles debo
seguir a mi corazón. En esta semana escribiré al gobierno de Buenos Aires y le
manifestaré los motivos en que he fundado mi decreto; les expresaré que ninguna
ambición o mira me ha conducido, sino el bien de la América y el evitar la
anarquía a estos pueblos, y les diré que, respecto a que la asamblea no se
reunirá hasta el 25 de mayo, ellos pueden tomar sus medidas en todo. Estoy
cierto, mi general, que cuando usted venga aquí aprobará la convocación de esta
asamblea. Este paso ha sido un bien para usted, para el Ejército, para la
América, para mí, y aun para acabar la guerra.
O’Connor salió esta mañana para ponerse a la cabeza de los 1.700 hombres que
están en La Lava y destruir los 270 hombres que tiene Barbarucho. Le he
prevenido que acabada esa cosa ponga un batallón en Tupiza, otro en Tarija y el
regimiento de Dragones donde haya pastos. El [regimiento] número 2 está aquí;
el número 1 va a Chuquisaca y los Húsares de Junín irán a Cochabamba.
Ruego a usted, mi general, que si esta carta lo molesta algo me perdone; nunca
piense usted que yo le incomode; únicamente juzgue que quiero ponerme a
cubierto y mostrar mi buena fe en todo. Soy suyo de corazón, muy fiel amigo y
humilde servidor,
Antonio José de Sucre.
Con respecto a esta carta, Daniel F. O’Leary menciona esta misiva en Cartas de
Sucre al Libertador (1820-1826).
A continuación trascribimos la respuesta de Bolívar.
DEL LIBERTADOR BOLÍVAR AL MARISCAL SUCRE
Nazca, a 26 de abril de 1825
Mi querido general:
Ayer recibí, con un oficial de Pichincha, las dos cartas de usted de Potosí a 4
de abril. Veo por ellas, con mucho dolor, el gran sentimiento que le ha causado
a usted mi carta del 21 de febrero. Yo me imaginé siempre que la delicadeza de
usted se ofendería por mi desaprobación a la convocatoria de los pueblos del
Alto Perú. Usted sufrirá constantemente mientras que sea movida su sensibilidad
por esas cuerdas delgadas de una delicadeza suprema.
Ni usted ni yo podemos evitar un mal que es inherente a su naturaleza propia,
pero sí podemos obrar de un modo que evitemos los desagrados que son
consiguientes a los negocios públicos.
Usted me pregunta que por qué no le di instrucciones y por qué no le escribí
aquella carta del 21 de febrero antes, como usted lo pedía repetidas veces.
Responderé que yo mismo no sabía lo que debía decir a usted porque dependían
mis instrucciones de la voluntad del congreso. Rousseau aconseja que cuando se
ignore lo que se debe hacer, la prudencia dicta la inacción para no alejarse uno
del objeto a que se dirige porque puede uno adoptar mil caminos inciertos en
lugar del único que es recto. Así he obrado yo, y me parece que así debió usted
obrar. Lo que usted me dice sobre la rectitud de sus principios y de sus
sentimientos es enteramente inútil. Yo sé muy bien que usted no tiene ambición
y usted me injuria en disculparse con respecto a una pasión que jamás he
pensado atribuirle.
Convenga usted conmigo, aunque le duela su amor propio, que la moderación de
usted le ha dictado un paso que jamás pudo ser bastante lento. Lo que a mí me
hacía dudar, y por lo mismo no resolver, lo juzgó usted muy sencillo y lo hizo
sin necesidad. Digo sin necesidad primero porque el país no se había libertado,
segundo porque un militar no tiene virtualmente que meterse sino en el
ministerio de sus armas y tercero porque no tenía órdenes para ello.
Usted me perdonará todas estas mortificaciones nuevas que le doy ahora, mas
usted debe persuadirse que más sufro en darlas que en ahorrarlas y que si yo
sufro esta pena porque usted la padece a la vez es con la mira laudable de
desengañar a usted de que tiene razón, porque un mal que no se conoce no se
puede jamás curar.
Si usted pierde la ocasión de conocerse a sí mismo, ahora que la fortuna no le
ha envenenado el ánimo todavía con sus embriagueces halagüeñas, no aprovechará
usted nunca de la caudalosa fuente de talentos y virtudes que ha colocado en
usted la naturaleza. Usted está llamado a los más altos destinos y yo preveo
que usted es el rival de mi gloria, habiéndome ya quitado dos magníficas
campañas, excediéndome en amabilidad y en actividad como en celo por la causa
común. Cuando el espíritu de usted esté cultivado por la experiencia y por la
teoría, no dudo que sobresaldrá con mucho a cuanto conocemos de más ilustre
entre nuestros americanos. Por todas estas consideraciones, debe usted apreciar
el mérito de mi sinceridad con respecto a usted, puesto que ando buscando la
perfección de aquellas nubes que deben oscurecer el poco resplandor de mi
gloria […].
Usted supone que a mí me parecerá bien la convocatoria de la asamblea cuando
llegue al Alto Perú. Tiene usted razón en suponerlo, y diré más: que me gusta;
y añadiré todavía más: que a mí me conviene sobremanera porque me presenta un
vasto campo para obrar con una política recta y con una noble liberalidad, pero
lo dicho, dicho; y con la añadidura de que no siempre lo justo es lo
conveniente, ni lo útil lo justo.
Yo no debo obrar para mí ni por mí. Mi posición pública es la conciencia de mis
operaciones públicas. Por lo mismo, no sé todavía lo que me tocará hacer con
ese Alto Perú porque la voluntad legal del pueblo es mi soberana y mi ley.
Cuando los cuerpos legales decidan de la suerte del Alto Perú, entonces yo
sabré cuál es mi deber y cuál la marcha que yo seguiré. Usted me dice que si
quiero entregar este país a Buenos Aires, pida un Ejército grande para que lo
reciba. Esta observación me ha hecho pensar mucho, sin hacerme cambiar de
dictamen.
También añade usted que las fracciones del Río de la Plata son soberanas y que
la mitad del Río de la Plata reside en esas provincias altas: que, por lo
tanto, un millón de habitantes bien podían constituirse en un gobierno
provisorio para evitar la anarquía. Todo esto es exacto y justo, pero la ley
del congreso no ha mandado esto. Así es que no sé cómo haré para combinar la
Asamblea del Alto Perú con la determinación del Congreso. Cualquier que sea mi
determinación, no será, sin embargo, capaz de violar la libertad del Alto Perú,
los derechos del Río de la Plata ni mi sumisión al poder legislativo de este
país. Usted sabe perfectamente que mi profesión ha sido siempre el culto
popular y la veneración a las leyes y a los derechos.
Yo no mandaré a buscar un Ejército a Buenos Aires, tampoco dejaré
independiente, por ahora, al Alto Perú, y menos aún someteré ese país a ninguna
de las dos repúblicas pretendientes. Mi designio es hablar con verdad y
política a todo el mundo, convidándolos a un congreso de los tres pueblos, con
apelación al Gran Congreso Americano. Entonces se verá que yo he respetado a
todos y no me he inclinado a nadie; mientras tanto, el Ejército Unido ocupará
el país militarmente y estará sujeto al general en jefe que yo nombre. Este
general en jefe es usted, debe ser usted y no puede ser otro sino usted.
Yo le ruego a usted que no se venga. Espéreme para resolverlo todo conforme.
Bolívar.
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