Foto: El Autor, tercero de la izquierda, con familia
Pacahuara en Cachuela Riberón – Río Madera – 1969.
Por: Jesús Dávalos Mendoza. / Revista digital "Pueblo de Leyenda"
- Segunda Época - Nº 9 - Trinidad, Beni, Bolivia/
Septiembre de 2010.
- Pues sí, compañero, como le iba diciendo, la suerte o el
destino, o como quiera usted llamarlo, hicieron que yo sea uno de los
“carayanas” que se toparon con los últimos Pacahuaras, -dijo Ignacio, mientras
tapaba la botella de “pinga”, con que estaba preparando su “caipiriña”.
Sucedió allá por finales de la década de los sesenta,
yo me había presentado a prestar mi servicio militar en un centro de
reclutamiento del tercer distrito naval “Madera”, que se había creado recién en
marzo de 1968, con base en Guayaramerín.
El comandante de Distrito, cumpliendo órdenes del Comando de
Fuerza, había creado una compañía agroindustrial y puso como comandante a un
Ingeniero de Minas, para que explore la selva, buscando casiterita.
Construimos un campamento, varios barracones con techo de
paja y paredes de pachiuba, en un lugar muy bello, en un recodo del río Negro,
que se llamaba Cachuela El Carmen, ya habíamos chaqueado más de una
hectárea. Un marinero medio indígena, era el cazador de la
compañía y no había día que no comamos carne de monte, pava, yacamí, jochi pintao,
tortuga, y hasta anta.
Fue entonces cuando aparecieron los Pacahuaras. Si
vieras el alboroto que se armó, mu chomás que el comandante había sido llamado
a Guayará y el alférez se había chorreado a Cachuela Esperanza, donde tenía una
“chorteja”; uno de los primeros en verlos fue el sargento “Chupateta”. Estaban
sobre una loma en el camino que habíamos abierto a fuerza de
hacha y machete. A la distancia, el sargento creyó que eran unos
marineros que se habían chorreado de los que había mandado a carpir el chaco,
así es que se vino sin ningún recelo y sin tomar ninguna protección.
Al paso, hecho el distraído, cortó una varilla para castigar
a los flojonazos, según contó después de que le pasó el susto y pudo ir a aliviar
sus penas al excusado. Cuando estaba a menos de veinte metros, de atrás de
los árboles donde se ocultaban, vió como se paró un indio empeloto, apenas con
una tacuara colgando de la cintura, apuntándole al pecho con una larga flecha
con punta de tacuara, de esas que los indios usan para cazar
tigres, pronta a ser disparada por su arco
de chonta. Después, como ya veremos, supimos que la flecha no era tan
larga como le pareció al sargento, quien comenzó a dar alaridos,
como puerco cuando lo llevan a carnear.
Hasta que los otros marineros salieron disparando fusiles y
ráfagas de ametralladora, al mando del SOF que estaba enfermo con malaria, pero
que reaccionó con agilidad, ya el sargento se había caído unas tres veces
tropezando en los gajos caídos y enredándose en los bejucos, los
pacahuaras se perdieron en el monte en un abrir y cerrar de ojos,
dejándolocon los pantalones todo pringao del susto y el de atrás hecho
buzu – buzu.
Esta noticia se hizo grande. Hasta apareció en un periódico
de La Paz, como si los indios hubiesen atacado el campamento naval, cosas
de la prensa y del alharaco del Comandante del Distrito, que elevó un
informe alarmista al Comandante de Fuerza.
- Salud, compañero -dijo Ignacio, soltando un suspiro.-
Y eso es todo -dijo el aparcero.- Bueno, eso fue sólo el
primer encuentro.
Un año después de que me licenciaron, -prosiguió
relatando Ignacio- el Ingeniero ese que comandaba mi compañía, volvió a
trabajar en COMIBOL, y lo pusieron de Supervisor dedos contratistas el
IIMM y el Geobol, que continuaban sus exploraciones, esta vez con varios
ingenieros y trabajadores civiles. El me hizo dar un puesto
de ayudante de una delas brigadas, que estaba al mando de un Ingeniero
paceño que cuando acabó el trabajo regresó a su tierra, se casó y dizque se fue
de luna de miel a los yungas, de donde al volver le vinieron unas fiebres
altas de la cual no salió con vida, pues los médicos collas dijeron que
sufría una “fiebre tropical desconocida”, cuando a lo mejor se trataba de
malaria, que se contagió mientras andaba por los montes de Pando.
Pues bien, mirá vos como son las cosas. Era la época de
los sures, junio o julio de 1970, antes de que suba Torrez al
gobierno, cuando de sopetón, en media selva, nuestra brigada se topó
con los Pacahuaras. Después supimos que eran los mismos que habían
salido a la Base Naval de “Cachuela El Carmen”.
Era un grupo de dos mujeres mayores, una muchachona de unos
catorce años, un chico de unos ocho años y el hombre, algo bajo, pero bien
robusto. Las mujeres llevaban apenas pequeño taparrabo y el hombre una
tacuara para proteger su aparato de las espinas y todos llevaban una especie de
canuto en la parte inferior de la nariz, de la que salían unas mechas
de colores.
Los tomamos presos y los tuvimos varios días en nuestro
campamento de Cachuela Riberón, sobre el río Madera, pues teníamos miedo
que vayan a traer a los otros y nos maten a todos. Así es que se mandó un
propio a dar parte y a su retorno venía el Ingeniero, vistiendo su uniforme
acompañado de otro oficial naval. Ellos lograron entenderse por señas
con el pacahuara y nos ordenaron soltarlos de inmediato. Esta fue la
última vez que se los vió en el lado boliviano, porque según supe unos meses
atrás, los pocos que quedaron, se fueron a vivir al Brasil, donde la FUNAI
los protegía contra los blancos.
Pobrecitos, ahora que me acuerdo, me dan tanta pena,
porque algunos arrofaldados se la desfilaron a la pelada, que estaba buenona.
Su nombre era Bajií Pistia. Hoy debe ser una cuarentona.
- Bueno, no es que dude de tu relato, - dijo el aparcero-
pero como la noche es larga, ahora contáme un cuento de piratas -a lo que el
narrador guardó silencio, tal vez por no armar gresca o,
pensando tal vez en sus correrías de los años mozos, o quién sabe, hilvanando sus
palabras pa' mandarse otro cuento, a fin de despuntar la noche que, como hacia
un surazo, de esos “tumba viejos”, había que calentarla
con unos guariñaquis.
Trinidad, julio de 2000.
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