Fuente: Rebelión en las venas Escrito por James Dunkerley – Plural editores,
2003. Pags. 358-359. // Foto: Mineros de Oruro, década de los 50 y 60. //
Para más historias visita: Historias de Bolivia.
La velocidad con las que las fuerzas paramilitares de la junta lograron tomar
posesión de los centros urbanos y reducir la resistencia contrasto con la
amplia y difícil campaña militar para poner a las minas bajo el control
del gobierno. Esto tomo dos semanas enteras y aunque finalmente logró su
objetivo con un despliegue de tropas sin precedentes y una brutalidad extrema,
pronto se puso de manifiesto que su éxito fue solo parcial en sentido de que el
espíritu de los mineros no se había quebrantado y que pudieron reorganizarse
sindicatos clandestinos, privando de todo apoyo a los relacionadores de
sindicatos amarillos. Una vez que estuvo claro que ninguno de los principales
campamentos habría de prestar atención de la invitación de Lechín de levantar
la huelga, las guarniciones locales se prepararon para ocuparlas. Hubieron
varios intentos de actividad paramilitar, pero tuvieron poco efecto, y el
proletariado minero tuvo por lo menos la ventaja de enfrentarse a un enemigo
con cuyos métodos estaba plenamente familiarizado.
En los campamentos de la zona sur del país, inicialmente al ejército se le
impidió el paso con bloqueos de caminos organizados por los campesinos, quienes
a diferencia de la población rural del resto del país, resultaron inflexibles
en su oposición al golpe. La resistencia fue particularmente feroz en las minas
circundantes a Potosí, especialmente en el campamento de Santa Ana, donde en
dos ocasiones el ejército fue obligado a retirarse y cuando finalmente lo logro
entrar, se encontró frente a una pared humana de mujeres y niños que custodiaban
el edificio del sindicato, que asu vez resguardaba la emisora de radio. (Puesto
que las estaciones de radio fueron unidas en cadena desde la tarde del 17,
había un alto grado de cooperación táctica que desbarato una serie de maniobras
del ejercito). Se produjeron escenas similares en Huanuni, se hizo retroceder a
conscriptos jóvenes con rifles antiguos y estallidos de dinamita, habiendo sido
necesario el empleo de la fuerza aérea para bombardear la estación de radio y
reforzar el cerco del ejército. Estas batidas causaron muchísimo terror, pero
tuvieron que suspenderse cuando se vio que ponían en peligro las costosas
plantas. Huanuni se mantuvo firme durante cinco días, impidiendo el acceso a
Siglo XX – Catavi y sembrando una considerable desmoralización en las tropas
compuestas en gran parte por gente de la región; se dice que hubo soldados que
se negaron a abrir fuego y fueron muertos por sus oficiales. Esto también
ocurrió en la mina norteña de Corocoro y en La Paz tres camiones llenos de
conscriptos asesinaron a sus oficiales y desertaron. En Siglo XX, el conflicto
cobro una forma más fluida, pues las escaramuzas fueron interrumpidas por
intentos de tregua. La lucha tuvo lugar intermitentemente entre el anochecer
del 18 y la noche del 23, cuando los campesinos se retiraron y muchos
francotiradores proletarios pasaron a la clandestinidad o abandonaron el
distrito. Ese día, el comandante local, coronel Arrazola, formo un acuerdo con
el sindicato prometiendo ciertas garantías para la seguridad laboral y la liberación
de prisioneros. Sin embargo, el régimen considero el acurdo excesivamente
generoso e inmediatamente lo rompió, prolongándose la huelga por otra semana,
en la cual la falta de abastecimiento, la desaparición de militantes destacados
y el efecto agregado de la represión obligo a los mineros a retornar al
trabajo. Con todo, la resistencia activa no solamente erradicada hasta el 4 de
agosto cuando, en una violenta embestida final contra la prolongada defensa
armada de los pequeños y alejados campamentos de Caracoles y Viloco, las tropas
ebrias de los regimientos Max Toledo, Tarapacá y Camacho perpetraron una de las
más terribles masacres de la trágica historia de las minas bolivianas. Mataron
e hirieron a una cantidad tal de trabajadores que se tuvo que llevar fuerza
laboral de reemplazo desde distritos lejanos. Según la carta enviada el 9 de
agosto por las mujeres de Caracoles al arzobispo Manrique de La Paz, a un
minero lo ejecutaron haciéndole explotar un cartucho de dinamita en la boca,
mientras que muchísimos prisioneros y heridos fueron asesinados a bayonetazos,
tres mujeres murieron después de ser violadas y los niños fueron obligados a
ingerir pólvora, fueron azotados con cables y luego obligados a tenderse sobre
vidrio molido para que los soldados marcharan sobre ellos. A novecientas
personas se las dio por desaparecidas y aunque posteriormente se confirmó que
en su mayoría estaban presas, el grado de consternación no tuvo precedentes.
(Esta carta figura en La Heroica resistencia de los mineros de Bolivia (Lima.
1981), publicación que contiene una detallada descripción al igual que muchas
fotografías ilustrativas de la defensa de las minas. Ver también PADI:
Cronología, que reproduce los acontecimientos del régimen de Garcia Meza, día
por día, en las de quinientas páginas; Los cien primeros días, pp. 63-83; Del
Grando: Artemio Camargo, pp. 333-371; Donato Torrico: Crónica del abortamiento
de la democracia, La Paz, 1980.)
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