Fuente: Aclaraciones Históricas Sobre la Guerra del Pacífico
- Roberto Querejazu Calvo. // Foto: Jorge Hicks.
El 8 de mayo de 1877, Antofagasta, como los otros tres
puertos bolivianos y los del norte de Chile y el sur del Perú, sufrieron la
devastadora tragedia de un terremoto y entrada de mar. Respecto a Antofagasta,
cuenta el señor Isaac Arce en un libro: "A las 8 y 30 de la noche todos
los edificios de madera comenzaron a crujir. Las gentes se lanzaron a las
calles. Hubo toque de campanas. Comenzaron algunos incendios. Se oyeron gritos:
"¡El mar se sale, el mar se sale!". La multitud escapó a los cerros.
Surgió un ruido formidable. El mar volvía con una enorme ola del lado norte. El
cerro Moreno le sirvió de valla parcial. Los temblores siguieron toda la noche.
La gente pernoctó al aire libre. Retornó a sus hogares al día siguiente. (Más
de 1.000 quedaron sin techo, agua, ni víveres). El vapor chileno, Blanco
Encalada, que se encontraba en el puerto no sufrió daños. Ofreció auxilios. El
Prefecto, don Narciso de la Riva, aceptó que 30 marinos chilenos armados
desembarcaran para guardar el orden. El mar llegó hasta el centro de la Plaza
Colón, donde quedaron varadas algunas embarcaciones. En las calles se veían
bultos de mercaderías fardos de pasto, sacos de cebada. El edificio de la
aduana fue arrancado de cuajo y quedó atravesado en la calle Bolívar También
otros edificios fueron movidos de su sitio por la presión del mar. La oficina
de correos fue completamente destrozada... Llegó en la mañana un
"propio" con la noticia de que el pueblo de Mejillones había
desaparecido. Cuando arribó el vapor del norte se supo de los desastres en ese
puerto y en Cobija, Pabellón de Pica, Iquique y Arica. En Cobija la mayor parte
de los edificios se derrumbaron. El mar lo arrasó todo. La familia Arricruz, de
14 personas, desapareció íntegra".
EL IMPUESTO PARA EL ALUMBRADO
En 1878, la Junta Municipal de Antofagasta, presidida por el
súbdito chileno Hernán Puelma (desde 1871 los extranjeros con residencia de un
año en el litoral y con una situación económica desahogada podían integrar los
municipios), determinó que todos los propietarios de inmuebles en el puerto
contribuyesen al mejoramiento del alumbrado público. Para tal efecto se
dividieron los edificios en cuatro categorías. Los dueños de los de primera
categoría debían abonar dos bolivianos mensuales, los de la segunda categoría un
boliviano, los de la tercera, ochenta centavos y los de la cuarta, veinte
centavos.
La "Compañía de Salitres y Ferrocarril de
Antofagasta", propietaria de varios inmuebles, adoptó la misma posición de
tres años antes, cuando se negó a pagar un impuesto de tres centavos por cada
quintal de salitre exportado. La transacción de 1873 y el tratado de 1874 la
eximían de toda clase de contribuciones. Ayudaba voluntariamente al municipio
con 1.600 bolivianos anuales, pero no quiso prestarse a pagos obligatorios pensando
que, si cedía una vez, sentaría un precedente funesto que podría acabar por
dejar sin efecto la gran conquista de Peró y Walker Martínez. Varias cobranzas
para el alumbrado fueron contestadas con la misma rotunda negativa. El 22 de
octubre la Junta "ordenó" y "mandó" que el Comisario
Municipal trabase embargo en los bienes de la empresa que fuesen suficientes
para cubrir los 150 bolivianos acumulados por el impuesto del alumbrado
"más costos e intereses legales". Si el gerente persistía en su
oposición, debía ser apresado y conducido a la cárcel.
Pedro Astorga, el comisario municipal, se constituyó en casa
del señor Jorge Hicks, y le exigió una vez más la cancelación de lo adeudado.
El aludido expresó que no abonaría ni un solo centavo Astorga lo hizo conducir
preso con los celadores que lo acompañaban y trabó embargo de su vivienda,
nombrando como depositario de la misma al Vicecónsul británico, señor Hugo Ross
Steavenson.
Hicks, al enterarse que tendría que permanecer encerrado
mientras se vendiese su casa y se cobrase el impuesto, "no le vio ninguna
gracia a su situación". Aceptó dar una suma como depósito provisional
hasta que el asunto se definiese por la vía legal. Lo hizo sentando formal
protesta ante un notario con ayuda de sus abogados. Fue puesto en libertad.
Al día siguiente, Steavenson se negó a entregar la cantidad
que había recibido en depósito, alegando que sólo podía hacerlo si mediaba una
sentencia judicial. Astorga y sus guardias recibieron una orden de buscar
nuevamente a Hicks, y ponerlo otra vez entre rejas Prevenido por sus amigos,
buscó asilo en el Consulado de Chile Empleados y obreros de la compañía de
salitres se congregaron desafiantes en la Plaza Colón, donde estaba el
consulado, dispuestos a proteger a su gerente si acaso las autoridades
bolivianas se atrevían a sacarlo de allí.
El Cónsul, señor Simón Reyes, pasó una nota al Prefecto,
Coronel Severino Zapata, informándole que el señor Hicks se hallaba alojado en
su casa, bajo su protección. El prefecto, primero, se limitó a acusar recibo,
pero luego, mejor aconsejado, contestó e forma extensa declarando que no podía
reconocer al consulado e derecho de extraterritorialidad que pretendía asumir
en amparo d Hicks, puesto que, según el Derecho Internacional, sólo gozaban d
ese privilegio las misiones diplomáticas. Replicó Reyes manifestando que
"nunca había pasado por su mente substraer al señor Hicks de la acción de
los tribunales bolivianos", como que estaba permitiendo que se cumplan con
él diligencias judiciales. Terminaba la comunicación llamando la atención del
prefecto hacia el origen de la cuestión suscitada entre la Municipalidad y el
señor Hicks, que entrañaba, nada menos, que el desconocimiento del artículo 49
del Tratado de Límites de 1874.
Se encontraba casualmente en esos días en Antofagasta el
Ministro de Hacienda de Bolivia, señor Eulogio Doria Medina. Había viajado al
litoral con intención de tomar algunas medidas que mejorasen la situación
económica. A un reclamo del Cónsul chileno sobre el cobro del impuesto del alumbrado
a la compañía de salitres, el secretario de Estado respondió que la
Municipalidad estaba en su derecho al establecer las contribuciones que creyese
convenientes, sin que ello significase violación del pacto que regulaba las
relaciones chileno-bolivianas.
Jorge Hicks, se vio obligado a pagar los 200 bolivianos que
se le demandaban (150 por impuesto del alumbrado e intereses y costos de la
cobranza). Entregó la suma delante del Cónsul Reyes y formulando por escrito
otra formal protesta.
Volvió a su puesto de gerente y reanudó sus actividades normales, odiando de
muerte, a todos los bolivianos, y sobre todo a sus autoridades. Consiguió que
el Vicecónsul Steavenson hiciera saber de los abusos de que había sido víctima
al comandante del vapor inglés "Pelican", que tenía su estación de
vigilancia en las aguas del Pacífico Sur. El Capitán Hays ancló su buque frente
al puerto, descendió a tierra y, acompañado del señor Steavenson, visitó al
prefecto. Le pidió explicaciones y disculpas por los atropellos inferidos a un
súbdito de su Majestad la Reina Victoria. El Coronel Zapata contestó que ningún
atropello se había cometido con el señor Hicks y que, por lo tanto, no cabía
ninguna clase de satisfacciones. El marino levantó la voz y el militar levantó
la suya aún más. Cambiadas duras expresiones en ese tono, el Capitán Hays
abandonó la prefectura, volvió a su barco y se perdió con él en el horizonte.
El señor Hicks, quedó muy orgulloso de haber sido objeto de
una intervención de la armada de su país. En carta al señor Santiago C. Hayne,
gerente de la firma "Anthony Gibbs" de Londres, le dijo:
"Con esto los bolivianos verán que no pueden aprisionar
a un británico. También los chilenos comprenderán que tener un gerente inglés
aquí les representa una garantía adicional para sus intereses. Claro que el
viejo salvaje del Prefecto no le importó nada la llegada del
"Pelican", de la que ni siquiera dio parte a su gobierno, como no le
importaba nada la ley, la diplomacia o la etiqueta. Pero el buque hizo acto de
presencia cuando los bolivianos se estaban sintiendo un poco
"gallitos" con los chilenos y ahora creen que hay una alianza formal
entre Inglaterra y Chile a raíz de las dificultades de la compañía".
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