Dr. Fernando
Garitano-Zavala B. / La Paz, Diciembre de 2008.
Una guerra
es la lucha armada entre dos o más naciones o entre bandos de una misma nación
(1). Si los combatientes son parte de ejércitos lo suficientemente numerosos,
abastecidos y entrenados, por lo tanto con buenas probabilidades de lograr una
victoria, se pueden sentir seguros, con recursos para reaccionar y adaptarse
apropiadamente a las contingencias emergentes. Sin embargo, aun con esa
convicción, cuando el soldado se enfrenta a una situación de grave peligro para
su vida, puede tener reacciones inesperadas, de acuerdo a la evolución de su
miedo (2).
La psicosis
es el estado de la mente en que el contacto con la realidad se ha perdido, o
está profundamente distorsionado. Es posible caer en esta alteración al
encontrarse en medio de una situación muy peligrosa y peor aún si uno se siente
desvalido, lo que a menudo se desarrolla violenta y desgarradoramente en una
batalla.
Cuando los
seres humanos se ven involucrados en la guerra, lo que generalmente es ya una
situación anormal, los mecanismos de adaptación propios de la personalidad, van
generando conductas que muchas veces pueden ser totalmente imprevisibles e
inimaginables, incluso para el mismo individuo envuelto en esos hechos. Los
comportamientos que las personas pueden tener ante un peligro muy grande pueden
ser de ataque, huída o perplejidad, estando en pleno uso de sus facultades
mentales. Sin embargo, es posible que la intensa emoción asociada influya en la percepción de la
realidad y eso determine reacciones francamente anormales, aún para esa
situación de confrontación, como tener iniciativas que luego podrían valorarse
como heroicas, o por el contrario, como cobardes y hasta traicioneras. Por eso
es tan importante que los combatientes
tengan el menor repertorio emocional posible, aspecto mejor logrado en
los soldados profesionales.
En 1932, el
pueblo boliviano se encontró en afanes bélicos prácticamente de forma
sorpresiva, lo que duró hasta 1935. Los jóvenes soldados llamados al combate,
en medio del campo de batalla frecuentemente carecían hasta de lo más elemental
para la sobrevivencia, mucho menos para la lucha. A esto se agrega que el
ejército boliviano estaba compuesto en su mayoría por soldados de origen
campesino y de regiones geográficas muy diferentes al territorio donde se
desarrollaron las batallas.
En el
Archivo y Biblioteca Nacionales (3) el autor ha podido encontrar algunos
registros originales de combatientes que fueron trasladados desde los campos de
batalla al único Hospital Psiquiátrico de entonces, conocido como el “Manicomio
Nacional Pacheco”, en la ciudad de Sucre. Se puede ver la solicitud de traslado
de un soldado de 31 años de edad, evacuado del Hospital Militar de Cuevo en
Camiri el 13 de marzo de 1936 con el Diagnóstico de Enajenación Mental.
Los datos
recopilados de los registros del Instituto Nacional de Psiquiatría Gregorio
Pacheco que se encuentran en el Archivo y Biblioteca Nacional corresponden a 24
hospitalizados con tal diagnóstico entre 1933 y 1936. El promedio de edad fue
25 años, 18 soldados rasos que anteriormente eran labradores en su mayoría. Los
más fueron dados de alta después de una
media de estancia de 5 meses, se
desconoce los tratamientos usados. Resulta interesante que solamente uno de ellos
era militar, y la mayoría labradores, aparecen un médico y tres músicos, lo que puede indicar la enorme
desproporción que se dio entre soldados de origen campesino y de escasa
educación frente a los jóvenes de la misma edad que tenían acceso a la
educación y fueron al frente de batalla, también puede indicar que a menor
educación y contexto psicosocial muy diferente al escenario de la
conflagración, mayor riesgo de sufrir trastornos mentales. Uno se reporta como
fallecido, pero por un cuadro de Disentería aparentemente contraído durante la
internación (Tabla 1).
También se
han encontrado unos certificados de dicho manicomio, uno corresponde a un
soldado de 16 años de edad, natural de
Potosí y músico de ocupación, hospitalizado en febrero de 1936 con el
diagnóstico de Psicosis de Guerra y dado de alta en condiciones de aliviado después
de más de dos meses internado (Fig 1). Otro fechado el 3 de abril de 1936,
señala el caso de un agricultor beniano, soldado de 26 años exprisionero
hospitalizado desde el 17 de Noviembre de 1935 con el mismo diagnóstico (Fig
2). Del 17 de agosto al 28 de diciembre de 1936 estuvo interno un combatiente
de 19 años, estudiante procedente de Sucre (Fig 3).
Figura 1:
Certificación de Diagnóstico por el Director del Manicomio Pacheco.
Figura 2.
Certificación de Diagnóstico por el Director del Manicomio Pacheco
Figura 3.
Certificación de Diagnóstico por el Director del Manicomio Pacheco.
En una
página del Reporte Estadístico del Manicomio, del primer semestre de 1935
también se registra la presencia de pacientes hospitalizados por Psicosis de
Guerra (Fig 4).
Figura 4.
Página del Reporte Estadístico del Primer Semestre de 1935. Manicomio Nacional
Pacheco.
Se destaca
un informe del Dr. Montero, Director de la sección de Varones dirigida al Jefe
de Abastecimiento del Ejército en que certifica que al 23 de marzo de 1936, de
los 120 internos, 20 padecían de Psicosis de Guerra (Fig 5).
Figura 5.
Informe del Director del Manicomio Nacional Pacheco al Jefe de Abastecimiento
del Ejército, 1936.
Nótese que
al menos en los casos certificados con documentación archivada en registros
históricos bolivianos, los períodos de internamiento son de alrededor de 4
meses, lo que actualmente sería poco probable dada la disponibilidad de
medicación antipsicótica, y antidepresiva así como de psicoterapias, valga la aclaración que ésos fármacos han
empezado a ser usados para el humano a inicios de los años cincuenta en Europa.
Crónicas
relativas a las condiciones del Manicomio Pacheco describen la falta de
recursos para el cuidado y tratamiento de los enfermos. Consta que el Dr. Emilio
Fernández, director en 1937 decía “Aunque sea bochornoso confesarlo, el
establecimiento del que nos hicimos cargo era un asilo de mendigos…el hospital
militar de Chuquisaca nos donó ropa de los evacuados del Chaco, y la policía de
seguridad, los harapos de sus vigilantes…El ingreso de los locos: insanos
conducidos por policías, con chalecos de fuerza y sin datos de nombre ni
filiación, sin datos ni antecedentes de la enfermedad...Ni una ampolla de
bismuto, de cardiazol, ni de neosalvarsán, en el único establecimiento de
enfermos mentales del país…” (4).
Otras
fuentes, como relatos de ex combatientes o diarios de campaña señalan
situaciones de alteración mental durante el combate, que van desde el pánico o
heroísmo desjuiciado hasta la ejecución de soldados perplejos por oficiales que
no les toleraban la “cobardía”. Por ejemplo Abelardo Ibáñez relata en un
fragmento de Sed y Sangre en el Chaco lo siguiente: “Volvimos a Arce y
contemplamos con asombro el achatamiento colectivo, los proyectiles de mortero
acabaron con la moral de las tropas…Allí presenciamos el primer caso de una
verdadera epidemia que después se extendió rápidamente en todo el ejército: los
izquierdistas. El mismo soldado se había disparado en la mano izquierda. Los
comandantes se vieron obligados a fusilar a varios de ellos.” (5)
En cuanto a
comportamientos más extraños, un ejemplo se puede ver en Arzabe (1961), citado
por Flores: “El Sanitario Medina, en vez de atender a los heridos, se va a las
zonas de peligro y sin importarle nada, ni los disparos enemigos, sale a campo
abierto a despojar a los muertos de sus cigarrillos, que luego los distribuye
ya a los heridos con una sonrisa maquiavélica, sonrisa nada normal; luego canta
a voz en cuello canciones que aprendió quién sabe si cuando era niño. Hay un
herido en del Regimiento 14 de Infantería, tiene fracturado el cráneo, está en
su delirio, piensa ver a su mujer y arremete con su fusil con bayoneta. A éste
como al sanitario, han tenido que reducirlos a la inmovilidad, con cuerdas y vendas”
(6).
El
ex-combatiente Víctor Zapata Aliaga describe que “Un compañero hablaba cosas
incoherentes, se ponía a gritar y reír a carcajadas. Una vez pensaría, creo,
que yo era su padre, porque me miró y se puso a llorar desconsoladamente,
diciendo que había sido un niño malo y que por eso estaba sufriendo tanto.
Y a gritos me pedía que lo perdonara.
Nunca olvidaré aquel momento, la guerra fue realmente cruel con nosotros…”
(Zapata Aliaga Víctor, 24 de febrero de 2004. Entrevista oral) (5).
Estar expuesto
a situaciones peligrosas es un factor de
riesgo para la salud mental, una de las más severas es la de conflagración.
Sigmund Freud reconoció la reactividad al trauma como una causa de los
desórdenes mentales, más adelante en la historia de la psiquiatría se
identificó a las neurosis y psicosis de guerra, actualmente se sigue
desarrollando conocimientos sobre el Trastorno por Stress Postraumático que
ocurre subsecuentemente a ese tipo de
experiencias, el cual puede ser incapacitante y se considera que muchos
afectados ya tendrían predisposición biológica por alteraciones del desarrollo
cerebral en el período antenatal, asociado al stress de la madre (7), esto es
muy probable que haya ocurrido en esos soldados, que en su mayoría provenían de
grupos sociales sometidos a condiciones de vida muy adversas.
Este trabajo
muestra una faceta algo desconocida del horror vivido por ciudadanos bolivianos
enviados a luchar en condiciones sumamente desventajosas, que pueden ser
revisadas extensamente en la bibliografía que historiadores, ex combatientes y
cronistas han dejado plasmada para la memoria del pueblo, y que hoy aún no ha sido atendida, tal el
caso, descrito por el nieto de uno de esos héroes, quien no olvida que siempre
vio a su abuelo comer todos sus alimentos de una forma muy rápida, cuya
explicación era que “se había acostumbrado a eso en la guerra”.
Referencias
bibliográficas.
1.- Real
Academia Española: Diccionario de la Lengua Española. Espasa Calpe. Madrid,
2001.
2.- Mira y
López E: La Psiquiatría en la Guerra. Editorial Médico Quirúrgica. Buenos
Aires, 1944.
3.- IPV 75.
Archivo y Biblioteca Nacionales. Sucre, Bolivia.
4.- Balcázar
JM: Historia de la Medicina en Bolivia. Editorial La Juventud. La Paz,
1956.
5.- Ibañez
A: Sed y Sangre en el Chaco. Empresa Editora En Marcha. La Paz, 1967.
6.- Flores
E: Los Combatientes Bolivianos en el Cerco y la Batalla de Boquerón. Efectos
Psicosomáticos. Instituto de Estudios Bolivianos, UMSA. La Paz, 2007.
7.- van
Praag H, de Kloet R, van Os J: Stress, the Brain and Depression. Cambridge
University Press. Cambridge, 2004.
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