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FORTÍN BOQUERÓN 10 DE SEPTIEMBRE DE 1932. VENCER O SACRIFICARSE HASTA LA ULTIMA INSTANCIA...! ¡HASTA QUEMAR EL ÚLTIMO CARTUCHO!

Fuente: BOQUERON, Diario de Campaña de Antonio Arzabe. // Foto ref. Soldados bolivianos.

La claridad del nuevo día ha comenzado con el tronar de los morteros y los disparos de cañón, que caen dentro del fortín con gran estruendo. Nuestra única pieza de artillería, un 75, ha sido destruida.
El teniente Calero que comandaba dicha pieza se encontraba más o menos a veinte pasos; de un momento a otro, se oye en el espacio un ruido como el silbar de un ave y de pronto se escucha la explosión... Fragmentos metálicos y un rayo de luz rasga el espacio y con ellos, seis sirvientes de la pieza volaron... El teniente Calero se había salvado milagrosamente... Pálido como una cera se incorporó y buscó refugio en un hoyo.
Los restos de aquellos muchachos, fueron recogidos trabajosamente y luego depositados en una fosa, que los camilleros ya tenían lista para posibles bajas de aquel día.
Nuevamente se reinicia la batalla con todo furor. Morteros, cañones, ametralladoras y fusilería entonan su canción apocalíptica. ¡Boquerón arde! ¡Boquerón está convertida en ruinas! ¡Esta batalla no cesa y parece que nunca terminará!
Los paraguayos, por tomar el fortín, en forma desesperada, no escatiman sus vidas. Hay por lo menos unos mil quinientos cadáveres que cubren con sus cuerpos y su sangre las proximidades de las trincheras bolivianas. La atmósfera se satura con el mal olor de los cadáveres. Numerosos buitres revolotean en el cielo de Boquerón.
A las doce del día, ha calmado el fuego; se juzga que quisieron tomar un momento de reposo para escuchar otro combate, lejano, en dirección al puesto boliviano Lara. Es que allí se han encontrado dos fuertes patrullas, que en su desesperación tuvieron que acudir a las bayonetas. ¡Lucha terrible!... donde la agilidad y la destreza se impusieron; trece muertos paraguayos y dos bolivianos. Sus cuerpos quedaron en el campo sin que les cubra ni un poco de tierra. Un refuerzo paraguayo hizo que los bolivianos abandonasen rápidamente aquel lugar donde cayó prisionero el sargento Alberto Cuadros, por algunos minutos. Pocos momentos después, había sido puesto en libertad, ¿cómo?... con los ojos vaciados... Tuvieron que rematarlo. El sargento Sustach dio el parte respectivo.
Apenas la patrulla se reintegró dentro del fortín, nuevamente se reinicia la furia del combate. Se oyen disparos y tableteo de ametralladoras en dirección al puesto Yucra, donde se libra otra batalla sangrienta con las tropas que quieren auxiliar a las de Boquerón. Esta batalla nos da a conocer que estamos cercados. El enemigo nos ha rodeado con un anillo de fuego cuyos disparos que pasan alto llegan a las posiciones contrarias de nuestras mismas fuerzas... No sabemos si protegernos de las balas que vienen del frente o de las de retaguardia. ¡La muerte viene por delante y también por detrás!...
Ahora, el fuego de artillería paraguaya es dirigido a los defensores de Yucra. Se siente el silbido característico de los 105, que pasan a gran altura y van a explotar a tres kilómetros de nuestras trincheras. Es que quieren batir las posiciones y destruir el avance de los refuerzos que vienen de Yucra. El tableteo de las ametralladoras es incesante: ¡Cómo debe ser la desesperación de nuestros compañeros por romper aquel cerco de fuego y metralla! Vano empeño. Después de dos horas de lucha, nuestras tropas han sido diezmadas. El mayor Lairana ha caído prisionero. Muchos muertos... Más de un centenar.
Varias compañías destrozadas o en retirada ¡Boquerón sumido en el silencio presagia desesperación y ruina...! No hay artillería boliviana; mientras los paraguayos parece que tuvieran un centenar...
¡Qué desigual se presenta esta guerra! Tropas paraguayas bien equipadas, diestras en el movimiento dentro del bosque, acostumbradas desde su nacimiento al ambiente selvático. Numerosas en efectivas; y, las nuestras...? Casi bisoñas, recién bajadas del Altiplano, con poca instrucción; mal aprovisionadas y mal comandadas por jefes que disimulaban su impericia con falsos partes...
Marzana, cuyo valor y sacrificio es puesto a toda prueba, conversa y toma sugerencias de sus oficiales que guardan en él la certidumbre de un hombre firme en sus resoluciones; pero la batalla de Yucra le ha hecho cavilar. La situación crítica en que nos encontramos es desesperante. A los soldados nada se les oculta y sus oficiales les hicieron conocer.
De esta manera nace en todos una sola idea: VENCER O SACRIFICARSE HASTA LA ULTIMA INSTANCIA...! ¡Hasta quemar el último cartucho!
Hay algunos que se ofrecen a ir en ayuda de Yucra; pero, la misión ordenada por los generales es “NO ABANDONAR BOQUERÓN, CUESTE LO QUE CUESTE”. Por tanto, seguiremos en nuestros reductos hasta que la Parca nos lleve o rompan el cerco nuestras tropas…
¿Por qué nos han lanzado a la guerra sin haber previsto todas estas deficiencias? ¿Acaso al ser humano no se aprecia desde el punto de vista militar? ¿Qué tiene que ver el aspecto político de un pueblo, para lanzarlo a una guerra que no se la estudió y no se la preparó? “PARAGUAY NOS HA DECLARADO LA GUERRA” es la comunicación que tenemos de La Paz.
¡En qué circunstancias...! El último parte del coronel Marzana es: “...Esta tropa necesita relevarla. Hállase rendida. Sigo manteniéndome firme…
Veamos ahora lo que dice el coronel Aquiles Vergara: “…Tres puntos de importancia resaltan de inmediato de este parte. En primer lugar que el coronel Marzana y en general el personal de mando en el fortín, fueron engañados por el ardid paraguayo de simular una retirada, con el objeto visible de atraer al grueso del adversario...”
En el sector del teniente Luis Reynolds el enemigo ha aparecido de sorpresa, con tal ímpetu que ha asaltado nuestras posiciones. El momento es desesperante. No hay tiempo que perder. La lucha en ese sector es macabra. Cuerpo a cuerpo, no hay disparos; sólo chocar de cuchillo-bayonetas. El teniente Reynolds, atravesado por un cuchillo, ha dado muerte a un oficial paraguayo de un pistoletazo a quemarropa, pero, allí también cae él y se desangra. Sus soldados siguen defendiendo la trinchera amenazada. Es necesario acudir en ayuda de aquellos muchachos que se acuchillan desesperados. Corren camilleros, cocineros y estafetas a reforzar. Los nuestros ceden palmo a palmo el terreno y a los paraguayos les cuesta la conquista muchas vidas... Se ha formado un grupo de valientes que han dejado sus posiciones y corren hacia aquel lugar al grito de ¡¡Viva Bolivia!!... Empuje feroz; la gritería de los pilas y la de los bolivianos repercuten en la maraña del monte y se confunden unos a otros, hasta que de un momento a otro el pajonal arde... Se ha producido un incendio. Las tropas paraguayas, viéndose entre el fuego de las llamas y el filo de los relucientes cuchillos bolivianos, escapan despavoridas, mientras la fusilería y las ametralladoras las destrozan por retaguardia... Los proyectiles bolivianos buscan los cuerpos de los
soldados que huyen hacia el monte... Pocos son los que consiguen salvarse. El pajonal está cubierto de otro centenar de cadáveres... No es posible salir de las posiciones y los heridos paraguayos, mueren desangrándose. Los nuestros presentan varias heridas. Unos tienen hasta tres. Estos son transportados en forma cuidadosa hasta el puesto de socorro.
¡Dios nuestro, qué caro es el precio de nuestro amor a la Patria! ¡Soldados llenos de juventud, llenos de vigor para las faenas de la paz; ahora están tendidos en el campo de combate con la cara hacia el sol y los brazos en cruz, como pidiendo venganza, o clamando el perdón por su osadía...
La calma ha vuelto a ser turbada. Ahora se escucha el clamor en todos los frentes. Los paraguayos se han acercado demasiado a nuestras fortificaciones y seguramente creen que el espíritu combativo de nuestras tropas ha decaído o es que ¿se hallan listos para un asalto general…? 
De improviso se escucha veinte cañonazos seguidos, como una pieza de ametralladora. Veinte hoyos dentro del fortín. Ha volado hecho trizas todo el puesto donde se guardaban los pocos víveres que teníamos. El arroz, el azúcar y todo lo demás, se halla desparramado en un radio de treinta metros. Ya nada se puede hacer, la suerte nos abandona. Sin víveres, sin municiones, sin drogas. ¡Oh! es algo que nos enloquece. Y... nuestras tropas de retaguardia sin poder dar un paso hacia nosotros... Dios nos abandona, como nos abandonan nuestros generales... Estamos a merced de nuestros enemigos que echan encima de nuestros cuerpos ya hambrientos, todo el plomo de sus armas; pero, somos fuertes; seguiremos resistiendo... Nuestra misión es no abandonar Boquerón... Seguiremos cumpliendo con el deber...
Son las tres de la tarde; se oye el zumbido de motores en el espacio azul del cielo. Son aviones bolivianos, dos biplanos y un Junker. Conocemos nuestros aparatos; un grito de júbilo llena el espacio. Lágrimas amargas corren por los rostros demacrados de los soldados. ¡Es un hálito de la Patria que viene hacia nosotros! Hálito que nos reconforta en medio de
nuestras privaciones y de nuestro dolor... ¡La Patria se acuerda de nosotros! No estamos aislados, aún tenemos el aire que nos vincula con los nuestros.
Inmediatamente tendemos señales en el suelo. Son lienzos de mosquiteros que forman la letra “M”. “Querernos, necesitamos municiones”, es el significado de aquella letra. Parece que los aviones quisieran leer aquel signo y bajan más de lo normal. Son recibidos por descargas cerradas de ametralladoras y fusiles. Vuelven a tomar altura y desde allí los aviones militares se lanzan en picada, ametrallando los nidos de ametralladoras paraguayas, mientras el otro arroja a las posiciones paraguayas, las bombas de que es portador. Después, nuestros aviones retornan a su base en Arce.
No bien se pierden de vista, se oye la lluvia de morterazos que caen dentro del fortín. Semejan miles de cañones que se hubiesen desplomado en el reducto ya destruido. Sólo da a conocer de nuestra existencia, la inusitada defensa de sus hombres. A esta descarga, donde el derroche de munición es asombrosamente grande, le sigue una verdadera tostadera de disparos. Cañones, morteros y ametralladoras vacían constantemente todo el poder de sus bocas de fuego... ¡Boquerón...
¡Boquerón...! ¿Qué suerte la tuya y la de tus defensores? ¡Lucha terrible! ¡Lucha de titanes...! ¿Hasta cuándo podrás resistir este asedio que hace sangrar a tus hijos?
La lucha continúa todo el día. Por fin, al anochecer ha decaído el ansia de matar. El aire se satura con él polvo producido por las explosiones de los disparos de la artillería de grueso calibre.
Los heridos ya alcanzan a más de ochenta. Más de cincuenta muertos yacen en las fosas abiertas a la rápida... Ya no hay drogas, ni apósitos de campaña. ¡Triste suerte de los que cayeron heridos! La curación de éstos se torna en problema.
Aparecen los primeros locos. Uno de ellos, es el sanitario Medina, que, en vez de atender a los heridos, se va a las zonas de peligro, y sin importarle nada, ni los disparos enemigos, sale a campo abierto a despojar a los muertos de sus cigarros, que luego los distribuye entre los heridos con una sonrisa maquiavélica, sonrisa nada normal; luego canta a voz en cuello, canciones que aprendió quien sabe si cuando era niño. Hay un herido del regimiento 14 de Infantería, tiene fracturado el cráneo: éste en su delirio, piensa ver a su mujer y arremete con su fusil con bayoneta, queriendo ensartarle; grita palabras obscenas y se torna furioso. A éste como al sanitario, han tenido que reducirlos a la inmovilidad, con cuerdas y vendas.
Los heridos piden agua y como la oscuridad de la noche permite ir a buscarla, se ha encomendado esta misión a varios soldados. Al llegar al pozo, comprueban que en su interior hay tres cadáveres de soldados que en su desesperación habían ido a buscar aquel elemento tan ansiado; pues, el agua del pozo tenía el color del vinagre... Agua con la sangre de bolivianos para apagar la sed devoradora de sus compañeros. Todos los heridos al ver el líquido, quieren abalanzarse; pero sus heridas no les permiten, y piden... suplican: “por favor, un sorbito nada más...“ “¡Agüita mi sargento, por amor a Dios...!”
Y la caramañola va pasando de mano en mano, con la consigna de no beber nada más que un sorbo... Muchos quedaron sin tomar. Se vuelve a enviar; pero, el que fue ya no regresó, porque una granada lo partió en pedazos como hace el carnicero con una res. Sus restos fueron encontrados al día siguiente. Tan sólo quedó de su integridad, un brazo con tres
caramañolas entre los dedos crispados por la Muerte. Este fue un Mamani o un Choque que cayó por dar agua a sus compañeros!
El silencio de la noche nos es sugestivo... ¿Qué hacen ahora los paraguayos? Esta calma parece a la que precede a una tempestad, en la que caerán dentro del reducto, todos los elementos de una verdadera concatenación apocalíptica, donde seiscientos soldados viven momentos de sacrificio, como holocausto a los dioses de la guerra.

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