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FORTÍN BOQUERÓN, 12 DE SEPTIEMBRE 1932; EL CAPITÁN USTÁRIZ SALE DEL FORTÍN Y ENCUENTRA LA MUERTE

Fuente: Boquerón: diario de campaña de Antonio Arzabe Reque. // Foto: Capitán Víctor Ustáriz.

Creyendo el coronel Marzana que el día amanecería con un golpe decisivo de parte de los paraguayos, ha tomado sus disposiciones tácticas, tal que estamos listos para repeler cualquier intento de asalto.
La calma de los paraguayos es sugestiva, ahora no se escucha nada; uno que otro disparo aislado y una que otra ráfaga de ametralladora que hiende la quietud del silencio.
El capitán Ustárez sale del fortín con su tropa. La inmensidad del pajonal no está turbada por ninguna señal del enemigo, pero este oficial, viejo conocedor de las artimañas del enemigo, no se fía y destaca sus grupos de patrulleros y satinadores al frente y a los flancos, para evitar una sorpresa de parte de los pilas. Los muchachos avanzan cautelosos. La vista y el oído atentos, escrutan el frente y la maraña del monte que circunda el pajonal.
Han avanzado un kilómetro... ¡Silencio absoluto...!
Tan sólo se ve en el límpido cielo, el vuelo de los cuervos que, estimulados por el olor que despiden los cadáveres paraguayos, se alistan para dar principio a su macabro festín.
El “Explorador del Chaco” avanza confundido dentro de las líneas de sus soldados que se han desplegado en pequeños grupos de tiradores. La proximidad de un pequeño islote de monte, hace que los soldados bolivianos tengan más cuidado.
Se duplican las medidas de precaución; pero, ¡no ven…! No ven que una fracción de tropas paraguayas se desplaza por el costado y se va arrastrando hacia la retaguardia de los nuestros. La pequeña isla de monte que antes estaba silenciosa, de pronto inicia el tableteo de ametralladoras... Quiere retroceder, pero, detrás una cortina de fuego hace que se decida romper aquel nido de ametralladoras que vomita fuego y metralla. Son pocos los nuestros... La voz de Ustárez hiende el espacio:
— ¡Calar la bayoneta!! ¡¡Al asalto...!! ¡¡Carrera mar…!!
Cuarenta voces lanzan al espacio el grito de guerra:
— ¡Viva Bolivia!! ¡¡Viva Bolivia!!
La embestida con las bayonetas caladas es rápida; pero más rápidos son los proyectiles que diezman a aquellos valientes que van en pos de la Muerte y de la Gloria... No han alcanzado en su carrera ni un centenar de metros, cuando he aquí-que se escucha una voz de angustia:
—i¡Mi Capitán!! —Es la voz del estafeta de Ustárez, que corre hacia su capitán que ha caído acribillado por balas que le producen graves heridas... Se sostiene un momento, toma la ametralladora liviana. Ya moribundo se yergue para dar una última orden:
—¡¡Adelante soldados bolivianos. ..!! ¡Adelante! ¡Viva, viva Bo...livia...! — y cae de bruces.
Sus manos crispadas aferran el arma que está candente y el estafeta que se ha acercado, toma a su superior entre sus brazos. Ve que aquel bravo aún puede hablar. Este entreabre sus ojos y con palabras cortadas exclama: 
—¡Tome la liviana... Dispare... Dis...pare… Pron...
Y aquella cabeza valiente y juvenil, cayó en los brazos de su estafeta, para siempre.
—¡¡Muerto...!! ¡¡Muerto mi Capitán!! —es el grito de rabia del soldado. La cólera se pinta en el rostro curtido del estafeta y lanza al espacio su grito de venganza:
—¡¡Ahora verán “pelas” carajos...!! — Y tomando la ametralladora liviana se pone de pie y dispara... Dispara hasta vaciar el cargador.
Más, los paraguayos que están protegidos dentro del monte, no han dejado de lanzar sus proyectiles contra ese grupo de soldados que en su frenética carrera, han sido detenidos por el reguero de plomo que cae sobre los sobrevivientes... Un disparo... Varios disparos y, una ráfaga de ametralladora, pone fin a la vida de aquel muchacho heroico y corajudo que quiso vengar la muerte de su Capitán.
La Parca va sembrando de víctimas el campo y los pocos que quedan, van siendo muertes uno a uno. Todos, todos han caído, ni uno solo de aquellos valientes se ha salvado. ¿Ni uno? No. Debía quedar alguno, para contar aquella hazaña .de leones, de mártires de la Patria. Y ese uno, está herido en las dos piernas; las tiene rotas. Se arrastra hasta un pequeño hoyo y allí permanece durante todo el día.
Los “pilas” convencidos de que todos han sido aniquilados, salen de sus trincheras. Van a comprobar si hay algunos heridos y, si encuentran, los ensartan con sus bayonetas. De esta manera los rematan.
El soldado del hoyo, ha permanecido con la boca al suelo, hasta que llega la noche. Arrastrando las dos piernas, soportando los agudos dolores, regresa al fortín, habiendo tardado dos días en llegar.
Un cronista de guerra del Paraguay, escribe en un diario: “Bolivia se estremeció íntegramente ante la noticia; dudó y quiso dudar de la veracidad de la misma. Para ellos, Ustárez era el vencedor de la selva, el baqueano del Chaco, el más alto exponente del coraje, la audacia y la decisión...” “...para el capitán Ustárez, el Chaco no tenía misterios, significado las distancias, obstáculos el monte, venda para los ojos ni tinieblas, agotamiento al cavar, ni suplicios la sed…” “Año tras año pasó en el Chaco, de fortín en fortín, husmeando los puestos enemigos, explorando los caminos, descubriendo sendas. Llegaba en épocas de paz hasta los fortines paraguayos por picadas invisibles, grabando su nombre en los árboles. Juguetón en el peligro, enfermo de aventuras, catador de emociones varoniles. Caballero de la época del romanticismo. Caballero de la capa y espada…”
¡Boquerón!, te dejé un par de horas. Te dejé para ir allí donde se batía el héroe bravamente y dar cuenta de la hermosura salvaje de su actuación. ¿Para qué? Para dar cuenta y dar a conocer a generaciones presentes y futuras, que el ejemplo de Eduardo Abaroa, no ha desaparecido. Para que ellos sepan que en este Infierno Verde, también han existido muchos..., muchos Eduardo Abaroa, aunque ellos vivan en el anonimato de sus modestas vidas... Por esto te abandoné. Ahora vuelto a ti. ¿Cómo te encuentro? Siempre defendiendo el honor Patrio. En ti se cifra el honor nacional. 
¿Defraudarás esa confianza que depositó tu pueblo? ¡No... Nunca...! Preferirás sucumbir como Ustárez antes que ver tu Pabellón manchado por la ignominia. Pelea Boquerón! ¡Pelea y lucha como lo has hecho hasta este momento!
Son las dos de la tarde. Ha habido tiempo para servirnos un asado sin sal, de carne de mulo. Ya no hay víveres y, como hay varios mulos de las piezas de ametralladoras pesadas, y no habiendo nada que mitigue nuestra hambre devoradora, acudimos a comer nuestros equinos mestizos... ¡Cuidado, que ellos también desaparecerán...! ¿No nos comeremos a nuestros enemigos que cazamos...? ¡Cuidado defensores de Boquerón! Vais perdiendo poco a poco las nociones de civilización... O es que la bestia que guardáis dentro de vosotros ha renacido con tanta matanza que habéis llevado a cabo en estos días...?
Las tres de la tarde. Fuertes cañonazos resuenan en el espacio. Ahora disparan y los hacen explotar a “tiempo”; gran cantidad de fragmentos de acero candentes caen como lluvia dentro del fortín. Nueva modalidad en el curso de los tiros.
Estos fragmentos se esparcen en el aire como cientos de proyectiles, cuya trayectoria va acompañada por cientos de silbidos a varios tonos. Muchos de éstos caen dentro de las trincheras; mientras por el pajonal, aprovechan los pilas para acercarse un poco más a nuestras posiciones; pero, no es posible permitir esta aproximación que para nosotros es peligrosa. Es entonces que “Punta Brava”, sacude sus piezas de ametralladoras y esparce el plomo de sus proyectiles, sembrando el terror entre las filas atacantes. Como resultado, nuevas bajas... Nuevos cadáveres, decenas de heridos que gimen ante el dolor de verse mutilados o de ver sus entrañas vaciadas al exterior. ¡Por lo más santo del cielo! ¿Hasta cuándo será esta mortandad? Da ganas de gritar: ¡¡paraguayos, no intentéis más...!! ¡¡Ved a vuestros compañeros lo que las balas de los nuestros ocasiona...!! ¡¡No más, hermanos...!! Las esquirlas de las granadas de cañón también siembran la muerte dentro de las trincheras bolivianas. 
El Regimiento Campos, este glorioso Regimiento cuyo nombre le debe al sacrificado explorador Don Daniel Campos, ocupa la parte más peligrosa de las trincheras fortificadas. Es en ese sector donde la furia de los paraguayos ha concentrado todo el poder de su fuego. Este regimiento legendario, se bate como un león que defiende a sus cachorros. Cada uno de los que lo componen, es un Leónidas moderno. El capitán Julio Romero los comanda. Este bravo chuquisaqueño hace proezas por mantener a raya las incursiones paraguayas, que se han lanzado por quinta vez; el coraje y la tenacidad de sus hombres, no permiten que ellas lleguen hasta la proximidad de las posiciones bolivianas; allí no hay ráfagas de ametralladoras, casi todos son fusileros. Allí están los “cazadores de pilas”. Cada disparo es una baja con una herida mortal en la misma frente del paraguayo. Allí no hay disparos “por si acaso”. Todo el frente de este regimiento está cubierto de cadáveres. Sus bajas son pocas, porque la serenidad no les ha abandonado; pero, ha caído en plena posición un morterazo. Varios son los que caen destrozados por la explosión, mientras algunos fragmentos de hierro vuelan por el espacio, para ir a caer, uno de ellos, en plena boca abierta del tirador de la pieza. El acero quemante ha penetrado hasta la garganta, es un manantial de sangre, el soldado no ha perdido siquiera el sentido. Se lleva la mano a la boca y contempla el líquido rojo que a borbotones fluye de su boca, sin lengua y casi sin dientes. Va hasta un soldado y le muestra con señas el daño que le ha producido. Luego lo toma de la mano y lo lleva hasta la pieza, indicándole con señas que debe entrar en posesión de la ametralladora. 
Sale arastras de la trinchera para dirigirse hasta el puesto de sanidad. Allí los cirujanos no saben lo que le ocurre y no le atienden. ¿Dónde tiene la herida? Por fin, después de observarle la cavidad bucal, ven allí dentro un trozo de fierro con aristas que se le ha incrustado rompiéndole parte de la mandíbula. ¡Cuadro macabro, para hombres que no están acostumbrados a escenas de esta naturaleza! ¡Dantesco...! ¡Horrible...! ¡Macabro...! Era necesaria una intervención, y para esto no había tiempo... porque otros de mayores cuidados entran en ese momento, transportados por los camilleros, y aquél, queda en un rincón del pahuichi esperando el turno para curar la gravedad de sus heridas. Es entonces que, desesperado se mete la mano hasta la garganta y dando un fuerte tirón, consigue extraer la esquirla que lo atormentaba. Luego se pone de pie, mira a los heridos que tiene delante y lanzando un grito gutural, al igual que una fiera herida, hace un gesto horrible y sale del puesto de sanidad tropezando, como un endemoniado que lleva el diablo, dejando tras si, un reguero de sangre mezclada con saliva. Su carrera es desenfrenada... ¿Dónde va aquel desdichado, en un momento en que las ráfagas de artillería tronchan árboles y soldados? ¡Loco...! ¡Se ha vuelto loco! Corre en dirección a las posiciones, a su trinchera. Una vez allí, se detiene y contempla un cadáver. Es el cadáver de su compañero que había dejado poco antes. En el fragor del combate, había caído al pie de su pieza con el pecho destrozado por las balas enemigas. Contempla el siniestro gesto que se dibuja en el rostro del cadáver de su amigo y lanza al espacio otro aullido de rabia; toma en sus ensangrentadas manos la pieza Madsen y sube sobre la tronera de la posición. Desde allí sin tenderse, firme como una estatua de epopeya manda exterminio en sus disparos. 
Es la tragedia del hombre hecha cólera que lanza a sus enemigos ráfagas de proyectiles... y, en ellos va su venganza... ¡Venganza santa...! ¡Venganza de un héroe pronto a sucumbir...! Pues la Muerte que ronda en rosario entre la maraña del monte, no se deja esperar, y va a su encuentro... Un disparo de fusil fue suficiente y aquella mole cubierta de sangre, cae pesadamente para no levantarse más... Ha cumplido con su venganza patriótica...
Otros soldados que habían contemplado la escena llenos de espanto, se le acercaron y viéndole la cara destrozada por el mortero y las balas recibidas, quedaron mudos de pena y horror... ¡Patria, ahí está un inmolado a tu sacro cariño...! ¡Ahí tienes tierra bendita, el holocausto de un indio; de esa raza de bronce que tú desprecias en tus ciudades...! ¡Ahí el hijo de los Incas que muere valiente y heroicamente por su Pachamama...! Arguedas, ¡¡Alcides Arguedas!! ¿Me oyes desde tu tumba?
¡Ahí tienes un representante de tu famosa “Raza de Bronce”...! ¡Ahora, ¿estás contento? Tú, que hablaste de esa raza, mal o bien, es ésta la muestra que te presento, en el comportamiento de un indio de nuestro altiplano... ¡Bendito soldado desconocido; para muchos estás dentro de las páginas de nuestra Historia; eres un anónimo, como muchos de tu raza...!
¡Nadie sabrá cantarte en esta hora trágica... Pero, un camarada de armas; un compañero de tus sacrificios, te ofrece su saludo y te dice: —¡¡Pelea raza fuerte...!! ¡¡Pelea corazón de indio que es por tu sagrada Patria, por tu Pachamama...!!

(Nota: En la mayoría de los libros el apellido del Capitán Víctor Ustárez aparece como Ustárez con E, pero una aclaración de uno de sus descendientes actuales señala que la manera correcta de escribir el apellido del célebre capitán es con I Ustáriz.)

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