Fuente: Boquerón: diario de campaña. Alberto Taborga T. // Fotografía:
fortificaciones bolivianas en Boquerón.
Ráfagas de ametralladoras nos hacen despertar. Pues, es la primera noche
después de tantos días de combate en que nuestros párpados han podido cerrarse,
pues los cañones parecía que llevaban el control de nuestro sueño. Cada treinta
minutos, matemáticamente, disparaban un cañonazo, a cuya explosión
despertábamos sobresaltados. Esto ha durado toda la noche hasta que al
amanecer de este día ya no hacíamos caso y permanecimos imperturbables ante el
estruendo de las explosiones.
Ha amanecido; uno que otro disparo después de las ráfagas, es la señal de que
los pilas están dentro del monte, y a la expectativa sobre algún descuido de
los nuestros, mas, esto no se presentará.
Como de costumbre, sobrevuelan nuestros aviones sobre el reducto. Lanzan sus
cargas preciadas: pan, chocolate, munición y algo de coca. Las municiones caen
totalmente retorcidas, tal que los soldados tienen que enderezarlas una a una,
a golpes con la empuñadura del cuchillo-bayoneta, aunque esta operación nos
cuesta muchos golpes en los dedos, conseguimos que sean utilizables por lo
menos en un cincuenta por ciento y entran perfectamente en la recámara del
fusil, pero, ya no sirven para las ametralladoras, porque ocasionan
atascamientos de la pieza durante los disparos, que a veces resulta peligroso
cuando se trata de hacer frente a un asalto enemigo.
Nuestros aviones reparten también sus raciones de “confites” a las posiciones
paraguayas y a los nuestros, su pan. Uno de los aparatos ha dejado caer un
mensaje lastrado que ha sido recogido por un soldado y llevado ante el coronel
Marzana, quien lo abre y lee su contenido en silencio. Se advierte en el rostro
del Coronel, una mueca de ironía; no dice nada, entrega la nota al ayudante y
éste, la copia inmediatamente, para ser llevada por un estafeta a los puestos
de comando de las respectivas compañías y grupos de combate, para que se
enteren de su texto.
El mensaje dice:
“Martes 13—IX—32.- Hrs. 14.- DEFENSORES DE BOQUERÓN: Jefes, oficiales y
soldados que defendéis la santa causa nacional, haciendo derroche de valor,
abnegación y patriotismo, merecéis el bien de la Patria. Vuestro heroico y
brillante comportamiento pone en alto el bien ganado prestigio del soldado
boliviano. Vuestros camaradas también os ayudan y acabarán por hacer retroceder
y derrotar al enemigo impotente ante el vigoroso empuje de sus bayonetas, en el
nuevo contra-ataque que se realizará. Debéis permanecer firmes en vuestras
posiciones. Tened fe en Dios y en la santa causa de la Patria y la victoria
será nuestra; seguid peleando con bizarría en la defensa del Verdún Boliviano.
El país entero os contempla, vibra de emoción y admiración al comprobar que
sois dignos de vuestros valerosos antepasados y que respondéis a la gloriosa y
legendaria tradición de los próceres de la Patria. ¡Viva Bolivia! Fdo. General
Quintanilla.”
El coronel Marzana recorre hoy las posiciones, charla con los soldados.
Contempla con rostro adusto el desastre que han causado las continuas
privaciones del cerco... Ve la situación de aquellos soldados entregados por
completo al sacrificio estéril; pero, disimula y su corazón se contrae de dolor
al contemplar las figuras esqueléticas de los oficiales y tropa de su mando.
Les da esperanzas de una vida mejor a retaguardia. Todos los soldados piensan
quien sabe con su modesto entendimiento que él tiene la culpa para sus dolores
y sufrimientos.
Consuela a uno, hace una broma a otro, y va pasando la figura sufrida de aquel
Jefe que ya se ha ganado el corazón de sus oficiales y soldados... Mientras va
recorriendo la línea de defensa, el traqueteo de las ametralladoras en Yucra se
ha acentuado. Es un nuevo combate que se entabla, siempre, por querer romper
este cerco que nos separa del resto de nuestros camaradas. Caerán entre sus
trincheras decenas de soldados. Marzana oye aquellos disparos que indican los
desesperados esfuerzos de los soldados de Lara y Yucra, dice:
“—Nuestra suerte está sellada. Debemos aceptar la misión histórica que el
destino nos ha impuesto, aún cuando ello signifique un sacrificio estéril,
dentro de un concepto militar. Debemos cumplir ciegamente la orden que recibí
momentos antes de ser cortadas nuestras comunicaciones con Yucra. La orden
terminante que me transmitieron por teléfono proveniente del Palacio de
Gobierno es que “no debemos abandonar el fortín por ningún motivo...“ El
Comando Divisionario hizo llegar la orden que para nosotros significa la
sentencia de muerte.
“BOQUERÓN DEBE RESISTIR HASTA QUE MUERA EL ULTIMO HOMBRE”.
Después de conversar con varios oficiales, Marzana se retira sereno pero con la
conciencia que le roe y le destroza, ante le vista de aquellos que son sus
soldados.
Pensando los paraguayos que la calma proporcionada aquella mañana debilitaría
nuestra vigilancia, irrumpen de golpe en el sector del capitán Antonio Salinas;
pero ¡qué chasco! Este, como todos, estaba alerta a cualquier intento y ordena
que rompan las ametralladoras su cántico de muerte. Los enemigos se han metido
entre dos callejones que se construyeron al comenzar el sitio de Boquerón. Se
encuentran dentro de una faja de monte sin poder avanzar ni retroceder. Sobre
la faja, desmontada como una carretera, la ametralladora manda un reguero de
plomo que desbarata todo intento de infiltración.
Los paraguayos permanecen dentro de la pequeña cortina de protección que tienen
en el monte. Son varias las “V” superpuestas y en cada extremo de las “V”
existe una ametralladora liviana, tal que, cuando los soldados paraguayos
irrumpen, los dejan pasar hasta que ingresen dentro de la segunda “V”, y,
cuando quieren volverse o seguir adelante, allí son “cocinados” a bala, uno por
uno por los “caza pilas” que son excelentes tiradores de fusil... Cada disparo
de éstos es pila muerto. De esta manera va disminuyendo el número de los
asaltantes.
Durante tres horas de asedio mortal, van cayendo uno por uno... El tirador
Gallinate ha contados varios como a sus probables impactos. Los despojos
quedaron allí, sin que una mano les eche encima un puñado de tierra...
Permanecerán hasta que el Destino ponga fin a nuestra situación; mientras
tanto, irán pudriéndose como los miles de paraguayos que yacen en el pajonal y
en el monte.
La tarde es excesivamente calurosa. El combate de Lara ha terminado y
seguramente, no han progresado nuestros soldados. ¡Otro fracaso de los
nuestros! ¿Cuántos muertos y heridos representa esta nueva intentona de romper
el cerco...?
¿Cuántas vidas cuesta la de cada uno de nosotros...? Debemos demasiado a
aquellos heroicos camaradas, ¿será nuestra la culpa? ¿o será la imprevisión de
nuestros generales que no conciben bien los planes para el ataque y no saben
disponer sus tropas de acuerdo a los estudios que hicieron en Alemania, Francia
e Italia? ¿De que sirvieron las promociones de oficiales y jefes que se envió
para su capacitación en los centros militares de países extranjeros, donde
estudiaron estrategia, táctica y no sé que otras cosas más? ¡Fracaso! ¡Fracaso
y más fracaso, es el resultado de tanto estudio y derroche de la economía nacional!
Ahora, los pobres oficiales y soldados tienen que ser quienes lleven las
consecuencias de los desatinos de los comandos, porque los subalternos y tropas,
tan sólo sirven de “carne de cañón”, mientras los generales están lejos, a cubierto
de las balas y de los peligros que trae consigo una guerra.
La sed de los heridos se ha ido acentuando debido al desangre de sus heridas.
La lengua reseca se pega al paladar.
Son vanos los esfuerzos para producir saliva que lubrifique la cavidad bucal.
Sus gargantas se aprietan impidiendo la respiración.
La voz se hace sorda y fatigosa. Claman y suplican pidiendo agua. Tal es el
estado de aquellos pobres seres. El sanitario que se encuentra junto a ellos,
ha resuelto que uno de los camilleros vaya a traer por lo menos una lata de
agua. Este da la orden... El camillero lo mira al sargento como diciéndole: “Me
manda Ud. a la muerte”. Bien sabe que al intentar enviarlo, el soldado se
jugará la vida; pero obedece y toma dos caramañolas. Sale del puesto
despacio... Mira hacia el pozo como midiendo la distancia... Ve que a unos
cincuenta metros existe un hoyo, es una concavidad donde anteriormente se
encontraba emplazada una pieza de artillería, destruida por los morteros y
disparos de los cañones paraguayos. Asimismo observa que de aquel lugar hay tan
sólo cien metros hasta el pozo donde están dirigidos los tiros de
ametralladoras y morteros. Sabe asimismo que todo el trayecto está bajo el
control de las ametralladoras enemigas. Se pone pensativo y dirige una mirada
suplicante al sargento y le dice:
—Mi sargento, si muero, Ud. tendrá un peso en la conciencia que le remorderá
toda la vida.
El sargento medita un momento haciendo una valoración de los hechos y contesta:
—Bien. Este peso que Ud. me dice que llevaré toda mi vida, lo acepto; pero Ud.
debe salvar a nuestros compañeros que se mueren de sed, y vuelvo a pedirle que
vaya.
El soldado resignado, se sujeta las caramañolas a la cintura y emprende una
veloz carrera. Inmediatamente se escucha una ráfaga de ametralladora que parte
de las posiciones enemigas. Las balas levantan pequeñas polvaredas alrededor
del soldado camillero que corre. No han pasado más que contados segundos que
para el sargento son siglos. Por fin aquél llega hasta la protección y allí
permanece oculto a las balas enemigas. Está a la vista del sargento que observa
la palidez cadavérica del soldado. Este descansa brevemente y se ingenia un
ardid.
Ha sacado su gorra de kaki fuera de la protección, colocada en un palo.
Nuevamente se escucha la ráfaga de ametralladora.
Vuelve a meter la gorra y ve que tiene dos perforaciones. Hace esta operación
por tres veces y otras tantas se le envía una andanada de balas. Seguramente,
el enemigo tiene anteojos de campaña con el que se le observa. La situación del
soldado se torna peligrosa, porque en ese instante cae cerca un disparo de
mortero. Pronto caerá otro que puede causarle la muerte.
Entonces resuelve de una vez por todas, lanzarse fuera y atravesar el campo
hasta un tronco grueso que se encuentra a unos cuarenta y cinco metros hacia el
pozo de agua. Dirige una mirada al sargento que sigue observándole desde su
puesto. Se hace la señal de la cruz, saca de nuevo la gorra. Esta vez no
dispara la pieza, entonces da un salto feroz, sale de
la posición y corre... ¡Vuela! ¡Y más que vuela...! Mientras por sus pies
empieza a hervir la tierra producida por los disparos desesperados y casi sin
puntería que lanza el enemigo para conseguir aniquilar a aquel héroe que iba
desafiando a las balas... Dos... tres... cuatro segundos y la veloz carrera del
muchacho, consigue llegar hasta la nueva protección. No bien ha llegado a esta
posición, cuando se siente un estruendo; es la explosión de un proyectil de
mortero que cae en pleno lugar donde estuvo poco antes. De su nueva posición,
sólo quedan escasos metros al pozo de agua.
Nuevamente hace uso de su astucia por varias veces hasta que en una de ellas da
otro salto felino y se mete, mejor dicho, cae dentro del pozo... Allí perdió el
sentido... Poco a poco vuelve en sí, recoge el agua en las caramañolas. No le
importa de los cadáveres que se encuentran en su interior. Ellos habían
adquirido un color blancuzco por la inmersión en el líquido.
Ha pasado un cuarto de hora, los disparos de ametralladoras y morteros se
suceden hacia el pozo de agua; pero, el otro permanece dentro hasta que lo
consideran muerto. El sargento que observa, tampoco sabe si vive el muchacho,
hasta que la penumbra de la noche hace desaparecer las formas y es entonces que
éste sale, para dar un salto hasta la protección que le brinda el tronco. Como
no ha recibido ningún disparo vuela de aquí hasta la concavidad de la pieza y
de allá al puesto de socorro. La palidez de su rostro indica lo mucho que ha
sufrido en las pocas horas que ha actuado frente al peligro de las balas
paraguayas; pero, ahora hay un poco de agua para los más necesitados.
Esta actitud ha levantado el ánimo de los camilleros. La lección de aquel soldadito
es aprovechada con más confianza al amparo de la noche. Son varios los viajes
que se han hecho. Se han colmado de agua pequeños depósitos, sin que ninguno de
los que fueron posteriormente hayan sufrido siquiera un rasguño. Desde
entonces, ése sería el camino a seguir para proveerse de agua, por medio de
saltos enseñados por el camillero, o al amparo de la noche.
Todas las noches se ven, desde entonces, el ir y venir de fantasmas hasta el
pozo de agua, donde dos cadáveres cuidan el sitio, la conservación de aquel
elemento vital, el agua para los defensores de Boquerón...
No hay comentarios:
Publicar un comentario