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FORTÍN BOQUERÓN, 14 DE SEPTIEMBRE DE 1932. - BOQUERÓN DEBE RESISTIR HASTA QUE MUERA EL ÚLTIMO HOMBRE

Fuente: Boquerón: diario de campaña. Alberto Taborga T. // Fotografía: fortificaciones bolivianas en Boquerón.

Ráfagas de ametralladoras nos hacen despertar. Pues, es la primera noche después de tantos días de combate en que nuestros párpados han podido cerrarse, pues los cañones parecía que llevaban el control de nuestro sueño. Cada treinta minutos, matemáticamente, disparaban un cañonazo, a cuya explosión despertábamos sobresaltados. Esto ha durado toda la noche hasta que al amanecer de este día ya no hacíamos caso y permanecimos imperturbables ante el estruendo de las explosiones.
Ha amanecido; uno que otro disparo después de las ráfagas, es la señal de que los pilas están dentro del monte, y a la expectativa sobre algún descuido de los nuestros, mas, esto no se presentará.
Como de costumbre, sobrevuelan nuestros aviones sobre el reducto. Lanzan sus cargas preciadas: pan, chocolate, munición y algo de coca. Las municiones caen totalmente retorcidas, tal que los soldados tienen que enderezarlas una a una, a golpes con la empuñadura del cuchillo-bayoneta, aunque esta operación nos cuesta muchos golpes en los dedos, conseguimos que sean utilizables por lo menos en un cincuenta por ciento y entran perfectamente en la recámara del fusil, pero, ya no sirven para las ametralladoras, porque ocasionan atascamientos de la pieza durante los disparos, que a veces resulta peligroso cuando se trata de hacer frente a un asalto enemigo.
Nuestros aviones reparten también sus raciones de “confites” a las posiciones paraguayas y a los nuestros, su pan. Uno de los aparatos ha dejado caer un mensaje lastrado que ha sido recogido por un soldado y llevado ante el coronel Marzana, quien lo abre y lee su contenido en silencio. Se advierte en el rostro del Coronel, una mueca de ironía; no dice nada, entrega la nota al ayudante y éste, la copia inmediatamente, para ser llevada por un estafeta a los puestos de comando de las respectivas compañías y grupos de combate, para que se enteren de su texto.

El mensaje dice:
Martes 13—IX—32.- Hrs. 14.- DEFENSORES DE BOQUERÓN: Jefes, oficiales y soldados que defendéis la santa causa nacional, haciendo derroche de valor, abnegación y patriotismo, merecéis el bien de la Patria. Vuestro heroico y brillante comportamiento pone en alto el bien ganado prestigio del soldado boliviano. Vuestros camaradas también os ayudan y acabarán por hacer retroceder y derrotar al enemigo impotente ante el vigoroso empuje de sus bayonetas, en el nuevo contra-ataque que se realizará. Debéis permanecer firmes en vuestras posiciones. Tened fe en Dios y en la santa causa de la Patria y la victoria será nuestra; seguid peleando con bizarría en la defensa del Verdún Boliviano. El país entero os contempla, vibra de emoción y admiración al comprobar que sois dignos de vuestros valerosos antepasados y que respondéis a la gloriosa y legendaria tradición de los próceres de la Patria. ¡Viva Bolivia! Fdo. General Quintanilla.”

El coronel Marzana recorre hoy las posiciones, charla con los soldados. Contempla con rostro adusto el desastre que han causado las continuas privaciones del cerco... Ve la situación de aquellos soldados entregados por completo al sacrificio estéril; pero, disimula y su corazón se contrae de dolor al contemplar las figuras esqueléticas de los oficiales y tropa de su mando. Les da esperanzas de una vida mejor a retaguardia. Todos los soldados piensan quien sabe con su modesto entendimiento que él tiene la culpa para sus dolores y sufrimientos.
Consuela a uno, hace una broma a otro, y va pasando la figura sufrida de aquel Jefe que ya se ha ganado el corazón de sus oficiales y soldados... Mientras va recorriendo la línea de defensa, el traqueteo de las ametralladoras en Yucra se ha acentuado. Es un nuevo combate que se entabla, siempre, por querer romper este cerco que nos separa del resto de nuestros camaradas. Caerán entre sus trincheras decenas de soldados. Marzana oye aquellos disparos que indican los desesperados esfuerzos de los soldados de Lara y Yucra, dice:
“—Nuestra suerte está sellada. Debemos aceptar la misión histórica que el destino nos ha impuesto, aún cuando ello signifique un sacrificio estéril, dentro de un concepto militar. Debemos cumplir ciegamente la orden que recibí momentos antes de ser cortadas nuestras comunicaciones con Yucra. La orden terminante que me transmitieron por teléfono proveniente del Palacio de Gobierno es que “no debemos abandonar el fortín por ningún motivo...“ El Comando Divisionario hizo llegar la orden que para nosotros significa la sentencia de muerte.


BOQUERÓN DEBE RESISTIR HASTA QUE MUERA EL ULTIMO HOMBRE”.
Después de conversar con varios oficiales, Marzana se retira sereno pero con la conciencia que le roe y le destroza, ante le vista de aquellos que son sus soldados.
Pensando los paraguayos que la calma proporcionada aquella mañana debilitaría nuestra vigilancia, irrumpen de golpe en el sector del capitán Antonio Salinas; pero ¡qué chasco! Este, como todos, estaba alerta a cualquier intento y ordena que rompan las ametralladoras su cántico de muerte. Los enemigos se han metido entre dos callejones que se construyeron al comenzar el sitio de Boquerón. Se encuentran dentro de una faja de monte sin poder avanzar ni retroceder. Sobre la faja, desmontada como una carretera, la ametralladora manda un reguero de plomo que desbarata todo intento de infiltración. 
Los paraguayos permanecen dentro de la pequeña cortina de protección que tienen en el monte. Son varias las “V” superpuestas y en cada extremo de las “V” existe una ametralladora liviana, tal que, cuando los soldados paraguayos irrumpen, los dejan pasar hasta que ingresen dentro de la segunda “V”, y, cuando quieren volverse o seguir adelante, allí son “cocinados” a bala, uno por uno por los “caza pilas” que son excelentes tiradores de fusil... Cada disparo de éstos es pila muerto. De esta manera va disminuyendo el número de los asaltantes. 
Durante tres horas de asedio mortal, van cayendo uno por uno... El tirador Gallinate ha contados varios como a sus probables impactos. Los despojos quedaron allí, sin que una mano les eche encima un puñado de tierra... Permanecerán hasta que el Destino ponga fin a nuestra situación; mientras tanto, irán pudriéndose como los miles de paraguayos que yacen en el pajonal y en el monte. 
La tarde es excesivamente calurosa. El combate de Lara ha terminado y seguramente, no han progresado nuestros soldados. ¡Otro fracaso de los nuestros! ¿Cuántos muertos y heridos representa esta nueva intentona de romper el cerco...?
¿Cuántas vidas cuesta la de cada uno de nosotros...? Debemos demasiado a aquellos heroicos camaradas, ¿será nuestra la culpa? ¿o será la imprevisión de nuestros generales que no conciben bien los planes para el ataque y no saben disponer sus tropas de acuerdo a los estudios que hicieron en Alemania, Francia e Italia? ¿De que sirvieron las promociones de oficiales y jefes que se envió para su capacitación en los centros militares de países extranjeros, donde estudiaron estrategia, táctica y no sé que otras cosas más? ¡Fracaso! ¡Fracaso y más fracaso, es el resultado de tanto estudio y derroche de la economía nacional! Ahora, los pobres oficiales y soldados tienen que ser quienes lleven las consecuencias de los desatinos de los comandos, porque los subalternos y tropas, tan sólo sirven de “carne de cañón”, mientras los generales están lejos, a cubierto de las balas y de los peligros que trae consigo una guerra.
La sed de los heridos se ha ido acentuando debido al desangre de sus heridas. La lengua reseca se pega al paladar. 
Son vanos los esfuerzos para producir saliva que lubrifique la cavidad bucal. Sus gargantas se aprietan impidiendo la respiración.
La voz se hace sorda y fatigosa. Claman y suplican pidiendo agua. Tal es el estado de aquellos pobres seres. El sanitario que se encuentra junto a ellos, ha resuelto que uno de los camilleros vaya a traer por lo menos una lata de agua. Este da la orden... El camillero lo mira al sargento como diciéndole: “Me manda Ud. a la muerte”. Bien sabe que al intentar enviarlo, el soldado se jugará la vida; pero obedece y toma dos caramañolas. Sale del puesto despacio... Mira hacia el pozo como midiendo la distancia... Ve que a unos cincuenta metros existe un hoyo, es una concavidad donde anteriormente se encontraba emplazada una pieza de artillería, destruida por los morteros y disparos de los cañones paraguayos. Asimismo observa que de aquel lugar hay tan sólo cien metros hasta el pozo donde están dirigidos los tiros de ametralladoras y morteros. Sabe asimismo que todo el trayecto está bajo el control de las ametralladoras enemigas. Se pone pensativo y dirige una mirada suplicante al sargento y le dice:
—Mi sargento, si muero, Ud. tendrá un peso en la conciencia que le remorderá toda la vida.
El sargento medita un momento haciendo una valoración de los hechos y contesta:
—Bien. Este peso que Ud. me dice que llevaré toda mi vida, lo acepto; pero Ud. debe salvar a nuestros compañeros que se mueren de sed, y vuelvo a pedirle que vaya.
El soldado resignado, se sujeta las caramañolas a la cintura y emprende una veloz carrera. Inmediatamente se escucha una ráfaga de ametralladora que parte de las posiciones enemigas. Las balas levantan pequeñas polvaredas alrededor del soldado camillero que corre. No han pasado más que contados segundos que para el sargento son siglos. Por fin aquél llega hasta la protección y allí permanece oculto a las balas enemigas. Está a la vista del sargento que observa la palidez cadavérica del soldado. Este descansa brevemente y se ingenia un ardid.
Ha sacado su gorra de kaki fuera de la protección, colocada en un palo. Nuevamente se escucha la ráfaga de ametralladora.
Vuelve a meter la gorra y ve que tiene dos perforaciones. Hace esta operación por tres veces y otras tantas se le envía una andanada de balas. Seguramente, el enemigo tiene anteojos de campaña con el que se le observa. La situación del soldado se torna peligrosa, porque en ese instante cae cerca un disparo de mortero. Pronto caerá otro que puede causarle la muerte.
Entonces resuelve de una vez por todas, lanzarse fuera y atravesar el campo hasta un tronco grueso que se encuentra a unos cuarenta y cinco metros hacia el pozo de agua. Dirige una mirada al sargento que sigue observándole desde su puesto. Se hace la señal de la cruz, saca de nuevo la gorra. Esta vez no dispara la pieza, entonces da un salto feroz, sale de
la posición y corre... ¡Vuela! ¡Y más que vuela...! Mientras por sus pies empieza a hervir la tierra producida por los disparos desesperados y casi sin puntería que lanza el enemigo para conseguir aniquilar a aquel héroe que iba desafiando a las balas... Dos... tres... cuatro segundos y la veloz carrera del muchacho, consigue llegar hasta la nueva protección. No bien ha llegado a esta posición, cuando se siente un estruendo; es la explosión de un proyectil de mortero que cae en pleno lugar donde estuvo poco antes. De su nueva posición, sólo quedan escasos metros al pozo de agua. 
Nuevamente hace uso de su astucia por varias veces hasta que en una de ellas da otro salto felino y se mete, mejor dicho, cae dentro del pozo... Allí perdió el sentido... Poco a poco vuelve en sí, recoge el agua en las caramañolas. No le importa de los cadáveres que se encuentran en su interior. Ellos habían adquirido un color blancuzco por la inmersión en el líquido.
Ha pasado un cuarto de hora, los disparos de ametralladoras y morteros se suceden hacia el pozo de agua; pero, el otro permanece dentro hasta que lo consideran muerto. El sargento que observa, tampoco sabe si vive el muchacho, hasta que la penumbra de la noche hace desaparecer las formas y es entonces que éste sale, para dar un salto hasta la protección que le brinda el tronco. Como no ha recibido ningún disparo vuela de aquí hasta la concavidad de la pieza y de allá al puesto de socorro. La palidez de su rostro indica lo mucho que ha sufrido en las pocas horas que ha actuado frente al peligro de las balas paraguayas; pero, ahora hay un poco de agua para los más necesitados.
Esta actitud ha levantado el ánimo de los camilleros. La lección de aquel soldadito es aprovechada con más confianza al amparo de la noche. Son varios los viajes que se han hecho. Se han colmado de agua pequeños depósitos, sin que ninguno de los que fueron posteriormente hayan sufrido siquiera un rasguño. Desde entonces, ése sería el camino a seguir para proveerse de agua, por medio de saltos enseñados por el camillero, o al amparo de la noche.
Todas las noches se ven, desde entonces, el ir y venir de fantasmas hasta el pozo de agua, donde dos cadáveres cuidan el sitio, la conservación de aquel elemento vital, el agua para los defensores de Boquerón... 

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