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EL TARIJEÑO ELÍAS TÁRRAGA Y SU AMOR POR LA PATRIA


Por: Roberto Ávila Castellanos // Fotografía: Plaza Luis de Fuentes, paso de tropas bolivianas rumbo al Chaco, el año es 1932.

Se rescata el presente trabajo de noticias y entrevistas realizadas en la prensa nacional, especialmente los periódicos “El Diario” de la ciudad de La Paz y “El Antoniano” de Tarija.
Resultan inexplicables algunas coincidencias que se dan en la historia de los pueblos, para ningún boliviano es desconocido el significado que representa, para el sur del país y norte argentino, el caudillo llamado Eustaquio Méndez, apodado el “Moto” porque no tenía una mano e igual combatía por la emancipación de la colonia española, impuesta en su época. En realidad la acepción castellana es “manco” al no contar con una mano o un brazo.
En otro tiempo más cercano, durante la guerra del Chaco, se dio la inmolación de bolivianos en “Boquerón” y ahí demostraron el infinito amor por la patria, ese hecho, relatado en un capítulo posterior, es un hito al valor y al coraje de los soldados; su conocimiento debiera ser materia obligada para cada habitante de este país.
Trataremos de rescatar a otro manco “Héroe tarijeño” y dejaremos establecido que Boquerón era importante para los bolivianos, desde un tiempo anterior.
Elías Tárraga es el nombre común de un sureño, ó habitante rural del departamento de Tarija; más precisamente del cantón Salinas de la provincia O’Connor (antes provincia Salinas). El joven tarijeño era de tez morena, mediana estatura y una penetrante mirada. 
Su nombre, como premonición a lo ocurrido posteriormente, fue elegido de un profeta bíblico; aquel que montó en un carro de fuego y era jalado por caballos, también de fuego; En nuestro caso el carro de fuego era la inminente guerra del Chaco y los caballos de fuego eran los fusiles utilizados.
En un reportajes que le hicieron decía: Soy huajcho de magre y me juí (el hablar tarijeño cambia la f por la j)) a registrarme a Villamontes al servicio militar dejando a mis hermanos al cuidado de la hacienda familiar.
Mi taita me dijo al despedirse: “Que seya (sea) hasta la guelta muchacho, procura portarte lo mejor que podáis, sé obediente con tus superiores y corajudo pa’ todo lo que te ordenen; ojalá seyais jirme y jiel hasta el jin. A ver si ascendís lueguito nomas. Si volvís de sargento -¡palabra!- te voy a regalar al Rosillo, con su apero chapeao”.
No lo quisieron inscribir para el cuartel, porque le faltaba un año; insistió tanto que al final lo incorporaron.
Continuando el relato decía que al hacer su servicio militar fue destinado al Regimiento Campos de la Guarnición del Sudeste en el Chaco boliviano. 
Un diya, muertos de pena y rabia, hemos sabiu que los “pata- pelada” habían hecho de las suyas, atacando sin avisar –igualito que los tobas- nuestro “Fortín Vanguardia”, que cuidaban los compañeros de la otra orilla (se refiere al ataque de 300 paraguayos sobre 25 soldados bolivianos, a principios de diciembre de 1928). 
Ay juna… desde entonces trabajo les costó a nuestros jefes atajarnos. Todos estábamos ajilaus, escarbando como toros cuando esperan una tambera. Hasta que un diya, ¡Amalhaya!, llegó del fortín de atrás una transitadora (camión) con aviu (comida) y jué entonces que supimos que los enemigos avanzaban pa’ nuestro lao. Se destacaron, de inmediato, patrullas pa ir a reparar (vigilar, mirar), y lueguito nos dieron la orden de ir a su encuentro.
El presidente Hernando Siles había ordenado la toma del fortín Boquerón.
Era el 13 de diciembre, la noche estaba medio garviando (lloviznando) y en la oscurana tan cerrada, no se reparaba ni la palma de la mano. Y asina, trompezando, trompezando, nos agarramos de los cuchillos bayonetas, pa no perder contacto con la columna, prencipiamos la marcha. En aquella noche que nunca mey de olvidar.
Luego de un largo recorrido albeaba ya el diya, las secciones estaban preparadas para el combate. Yó pertenecía a la sección de mi teñente Ustariz, a quien Dios le conserve la vida. ¡Pucha! Que corajudo había siu el arribeño, y sufriu pa andar por el monte. Tuitos tenemos de él mucho respeto y gratitud, antecitos que se oyeran los primeros disparos, nos junto en redondilla a mi primo Gareca, al finao Castillo y a mí, que éramos los comandantes de escuagra, y nos dijo entonao: “El enemigo está cerca y espero que todos cumplamos con nuestro deber”. ¡Es su orden mi teñente!, le contestamos. Después entre nosotros nos hicimos la siguiente rejlección: En jin… claritu hay ser, vamos a ver en qué termina esto.
Serian las seis de la mañana, cuando ya se sintieron los primeros disparos, seña fija que se armaba la grande, estábamos en nuestras posiciones y se reparaba el puesto paraguayo con una cocina jumeando que era una maravilla; mancuando, empezaron a jregarnos los paraguayos, la orden de avanzar era terminante. Mientras más tupius eran los disparos que llegaban, más aprisa era nuestro avance, y palabrita, si no hubiéramos siu vaquianos en la instrucción que nos han enseñau, obligándonos a tendernos de trecho en trecho, no lo estaríamos contando ahora.
Llegó un momento en que los “pata peladas” que estaban bien parapetaus, empezaron a guapiarse fierito mismo. En nuestras jilas ya habían algunos jinaos, sobre todo en la escuagra de mi primo Gareca, que recibierón una orden jregadita y cayeron tuitos, unos heridos y otros muertos. 
De los comandantes de escuagra, no se libró nadie, el primero en cayer (caer) jue Gareca. Castillo jregau se quedó bajo de un quebracho, chorreando sangre; luego de recomendarnos que volvamos a recogerlo para que conozca el fortín enemigo antes de morir.
Velay lo que es el destino, seguramente he lerdeao en tenderme, no me acuerdo. Redepente (de repente) nomás he sentiu una explosión y mi mano izquierda estaba colgando al igual que los dedos de mi mano derecha; jelizmente el dedo que trabaja con el gatillo del jusíl estaba güeno todavía. Seguía avanzando cuando he sentiu calientito dentro de la chamarra. Apuradito he reparau una herida en la barriga. ¡Juera! Dije, aquí sí que me han bandeao; mey tanteao por atrás y, jelizmente, nada. Había siu un raspetón nomás, que sinó ¡juera!, ya no contaría el cuento.
Los “pata pelada” que estaban guapeando, se sosegaron un poco y cuando estábamos cerca de ellos, juyeron a la disparada, dejando en nuestro poder un montón de cosas. Después decían que eran valientes, yo los vide como guapos trotadores, cuando escapaban.
Diay, yo mey tirao a dos pilas que hacian juego detrás de un árbol, sacando la cabeza de rato en rato. Es decir pareciditu a la novena lección de los ejercicios de tiro, con cuyo recuerdo hey lograu hacer un impacto en cada cara.
Me acuerdo claritu, cuando el mayor Galleguillos me preguntó ¿Te han herido, hijo? -Sí, mi mayor- conteste. “Te felicito, has derramado sangre en defensa de la Pátria ¡Viva Bolivia!”. Hay jué cuando, sin querer, se me anegaron los ojos de lágrimas, y lloré juerte. Reciencito supe que eso de derramar nuestra sangre por la Patria, había siu una cosa, que aprieta juerte el corazón.
La pucha, que buenos jefes que me han tocado, pa sacarse el sombrero mi teñente y mi mayor.
A Castillo lo trajeron al fortín, cabalito como él quería, después de eso ha falleciu, parecía contento.
Una emoción imborrable para toda su vida fue cuando el teniente Uztarez le pidió la bandera boliviana que llevaba en su morral y la colocaron en un palo, en cuenta de la intrusa, soplaba una brisa y la tricolor -rojo, amarillo y verde- estaba como dueña de casa, imponía su presencia al flamear en ese fortín.
Sobre el trato que le dispensaban en la ciudad de La Paz, donde curaba sus heridas, indicó no tener queja alguna, ya lo había visitado, varias veces, el general Kundt y le mandó de regalo un terno nuevito, según su relato, con dos estrellas de sargento primero. En realidad le formalizaron su ascenso y en su humildad lo consideró un regalo; aún no asumió el acto de heroísmo que protagonizó junto a otros soldados bolivianos.
Sobre el presidente de la República, don Hernando Siles, indico que había sido buenito y en su última visita le había convidado, de sus propias manos, una copa de gelatina. Para Elías Tárraga era un honor que lo visiten tantas autoridades y no se cansaba de agradecer por las atenciones recibidas. En verdad el honor era para las visitas que compartían con alguien que dio ejemplo de amor a la patria, y un coraje interminable ante un heroísmo sublime sucedido en las cálidas tierras del Chaco,
Elías Tárraga era llamado el gran inmolado, perdió la mano izquierda, más tres dedos de la mano derecha y le quedaron cicatrices en el vientre.
Mi mayor Patiño (recordando el apellido) me dijo que tanto quería entrar que ahora no tengo una mano. Yo le conteste que era el destino, no hice más que cumplir el deber. Ahora quiero volverme a Salinas porque hace dos años que no veo a mi pagre.
Empezamos el presente capítulo hablando del “Moto” Mendez y ahora podemos hablar, con conocimiento, del “Manco” Tárraga”. Boquerón fue el lugar indicado y la Patria, en el Chaco, la razón de este acontecimiento.
Quedan registros y huellas de algunos homenajes que le hicieron; luego vendrían otros hechos heroicos antes y durante la guerra, con otros personajes, y Elías Tárraga va desapareciendo de la frágil memoria de la patria. Queda una tarea pendiente: la de recuperar, para la historia de Tarija y de Bolivia, su vida posterior y que, por siempre, persistan los valores de amor a la patria, cumplimiento del deber, coraje, sencillez y entrega por la defensa del territorio.
En Elías Tarraga debieran realizarse los homenajes para los héroes anónimos de la guerra del Chaco, aunque oficialmente la toma de Boquerón de 1928, fuera calificada de “escaramuza” o “refriega”.
Mientras tanto, solo queda prendida la imagen del “Manco Tárraga” cabalgando en las hermosas llanuras de Salinas, con su sombrero chaqueño, en su caballo “Rosillo” y su apero chapeao, con la cabeza levantada y el torso erguido, con las riendas envueltas en su antebrazo izquierdo, llevando consigo el amor a la patria y defendiendo a cada instante nuestro territorio. Al subir a una loma hace relinchar su caballo al obligarle a pararse y lanza al viento un grito que se escucha hasta el infinito: ¡Viva Bolivia!, ¡Yiiii pi ji jiiiiiiiiiiii!. 

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