Del libro: BOQUERON, Diario de Campaña de Antonio Arzabe. // Foto: Cementerio en inmediaciones de Boquerón en la actualidad.
Son las cuatro de la mañana. Intensos disparos de artillería pesada. Los
morteros confunden sus explosiones con los anteriores estruendos. Un proyectil
ha destrozado el techo del puesto donde se cobijan más de ochenta heridos. La
explosión de otro ha dado en uno de los travesaños del techo, ocasionando la
muerte de siete heridos. Otros tantos se debaten con nuevas heridas. Añadir a
esto los demás soldados, no saben lo que pasa. No hay caso “de encender ni una
vela, ni un mechero. La confusión hace que los heridos se arrastren de un lugar
a otro y los ayes y pedidos de socorro desesperan a los camilleros que van
preguntando en la oscuridad; tanteando los posibles muertos. Uno de ellos desde
un rincón exclama:
—¡Mi sargento, aquí, el soldado Pedro está muerto...!— De otro lado un herido
llama: —Camillero, han muerto a este soldado que está a mi lado.
Y así, en la oscuridad de la noche, a tientas y tropezones, van recogiendo los
cadáveres. Otro soldado se va desangrando de una nueva herida. Más, otro tiene
los intestinos y el hígado confundidos en una masa hedionda que llena con sus
vahos de sangre y excrementos, aquella habitación de dolor y desesperación. No
hay drogas con qué atenderlos. Se utiliza por vendas, lienzos de colchonetas
sumergidas en permanganato de potasa, que hay preparado en cantidad...
Empieza la claridad del nuevo día y aparecen entre los heridos otros dos
muertos. Uno de ellos tiene una herida horripilante.
El pecho abierto por el costado derecho. Una esquirla grande le ha destrozado
completamente el pulmón y el corazón que quedan como una rosa macabra. La
columna vertebral tiene tres vértebras hechas añicos. La carne, la sangre y los
huesos amarillentos hacen suponer que en este lugar hubiese sido carneado un
buey. La sangre ha empapado el uniforme que también está hecho jirones.
Mientras tanto, en las trincheras, el fuego se ha generalizado en todo el
derredor. Boquerón sufre ahora el peor ataque enemigo. Los disparos de
fusilería enemiga caen sobre el fortín como si una manguera de agua rociase un
jardín. Los proyectiles causan pocas bajas. Los camilleros recorren las
trincheras en procura de los posibles heridos y ellos también tienen que dar su
tributo: ha caído destrozado por un tiro de fusil el camillero Romualdo
Cáceres. El aire se hace pesado y denso por la polvareda que producen las
explosiones. Se ve en el puesto de Comando a los estafetas que entran y salen
llevando partes y órdenes. Hay un movimiento inusitado.
El sector del Tte. Inofuentes está a punto de ser arrollado. Las fuerzas
paraguayas se han aproximado demasiado. Están a lo sumo a veinte pasos. Los
disparos de los bolivianos no son apresurados porque hay orden de que cada
disparo debe ser de hombre a hombre y por lo tanto, éstos tienen que ser bien
dirigidos… a la cabeza del atacante. ¡Matanza...! ¡Carnicería sin cuento...!
Todos los sentidos se han concentrado sólo para matar, para producir el mayor
número de bajas.
El hombre que agonizaba dentro de Boquerón, ha hecho renacer su esfuerzo; ese
formidable esfuerzo que nace del instinto de conservación. ¡No importa que
caigan...! La sangre y las vísceras saltan a los troncos que les circundan. ¡No
importa ello...! Todos están en una sola idea, la de rechazar al enemigo que
nos asalta. Matar al que quiere apoderarse de nuestro reducto. Se ve brillar en
todos los rostros la figura felina de la fiera herida que desea rasgar las
entrañas del que le ataca...
¡Boquerón está furioso...! Boquerón mata y destroza, despedaza entre sus garras
de fuego y cuchillo...! Cada disparo es un impacto. Cadáveres y más cadáveres
se van sumando a los que ya existían. Los ayes de los heridos y los estertores
se confunden con los silbidos de los “shrapnells” que desgranan sus balines
buscando sus víctimas. La fuerza arrolladora del grueso del ejército paraguayo
está frente a nuestras posiciones; pero la defensa es invulnerable.
Cada hombre acrecienta sus energías ya desgastadas por la lucha constante y
cada uno de ellos parece que tuviese diez fusiles. Estos hombres del reducto se
multiplican ante la fuerza arrolladora del enemigo.
Todo es inútil; ni la fuerza de los titanes hará que los defensores cedan un
palmo de terreno. Falta un tirador y allí va otro a reemplazarlo; cae uno,
inmediatamente otro ocupa su lugar. La furia guerrera está en todo su vigor. El
fragor de la batalla llega hasta Yucra, donde sus hombres contagiados por la
resonancia de esta batalla entran también en actividad igual que los de
Boquerón. Son dos fuerzas que miden su resistencia y su valor. Disparos y más
disparos. Parece que el hombre ha tenido momentos de intenso frenesí. Los de
Yucra son como los hombres de Boquerón. Van luchando casi cuerpo a cuerpo.
Este combate que va durando horas y más horas, hasta que el enemigo opta por
retirarse, porque las fuerzas del reducto no han cedido. El pajonal se ha
teñido de sangre paraguaya. Si la fría ley de la guerra es matar: ¿dónde está
ese humanismo que nos enseñaron nuestros padres? ¿Dónde está ese mandato divino
que dice: “Amaos los unos a los otros”? ¡Dios del Universo! ¡Cómo permites que
dos pueblos se descuarticen en forma tan inmisericorde! ¿Es esto lo que se
llama acto de civilización? ¿Dónde llevan metido las nociones de pueblos
civilizados? Más vale ser bárbaro, que pertenecer a este siglo de odios y
Caínes...
Madres de Bolivia y del Paraguay: ¿Para esta carnicería infernal habéis
amamantado a vuestros hijos? ¿Queréis verlos, cómo se revuelcan en el fango de
la podredumbre de los hospitales? ¿Queréis ver a vuestra carne hecha jirones en
este campo de batalla? ¿Por qué gritasteis ¡“Viva la guerra!”? ¿Por qué no
impedisteis ese derramamiento de sangre de dos razas que podían haber vivido
como hermanas, sin rencillas y sin diferencias? Vosotras tenéis culpa en
parte... ¿Me oís madres de Bolivia y del Paraguay? Ahora, ya es inútil. ¡Llorad
madres bolivianas y paraguayas. Ahí tenéis a vuestros hijos, al fruto de
vuestro amor... El pedazo de vuestras entrañas, cogido por un mortero o un tiro
de cañón, tienen las entrañas al sol, se arrastran, sufren de dolor. Ni un
llanto, ni una palabra de consuelo... Todos... Todos los han abandonado…! Hasta
tú, madre que eres todo amor. Su agonía es lenta y se perfila en su rostro de
moribundo la maldición para aquellos que causaron esta sangría que es la muerte
de vuestros hijos...
Mientras tanto, en este reducto seguirán desangrándose dos pueblos.
Son las diez de la mañana y la batalla continúa con todo el furor de una danza
apocalíptica. Las ametralladoras y las explosiones de morteros y la artillería
asemejan una orquesta en la que la Muerte danza con los espectros que pueblan
los bosques. Parece que esta fiesta macabra nunca va a acabar, y tarde o
temprano, los hombres que defienden Boquerón serán tragados por esta vorágine
que da vueltas y vueltas alrededor de los combatientes...
Sabemos que el Paraguay ha concentrado todas sus fuerzas sobre este reducto.
Hace días que el gobierno del Paraguay ha dado la noticia de que sus fuerzas
han conquistado el fortín. ¡Falso! La lucha continúa... Falsos gobernantes,
¡cómo engañáis a vuestros pueblos!... Mientras allí en La Paz se cuenta de
victorias que no existen; allí en Asunción dicen “que ya tomaron el Fortín”
¡Cómo mentís...! Habláis de paseos sobre fortines recientemente conquistados.
Llamáis a esto conquistar cuando mueren cientos? ¿Llamáis victorias cuando hay
decenas con las entrañas al sol? Falsos gobernantes, despiadados ante el dolor
humano... Ay de vosotros! ya os llegará el turno...
Son las doce del día; por fin, la intensidad del combate va disminuyendo. Las
fuerzas atacantes, viendo la imposibilidad de tomar el fortín, retroceden a sus
posiciones primitivas. Se arrastran poco a poco y dando pequeños saltos, se
retiran. Los defensores tan sólo disparan cuando tienen la seguridad de causar
bajas. La munición ha escaseado de tal manera, que tienen que negociar un
préstamo con la condición de devolver en la noche “con intereses del cinco por
ciento” o con el “uno por diez” en cartuchos. ¡Ironía del Destino! ¡Prestar
munición con intereses, para matar a un semejante!... ¡Es que el comercio
también existe en las trincheras; como existe en la retaguardia, allí en
Villamontes o en Asunción; al igual que en Estados Unidos o en Checoslovaquia
donde se venden armas para la destrucción de las naciones... ¡Así es la vida!,
se comercia con la vida de la humanidad y con su destrucción en las asquerosas
trincheras como en el gabinete transaccional de Marte.
Las cuatro de la tarde. Nuevamente el enemigo ha atacado nuestras posiciones
del sector Este; pero, allí están las picadas en forma de “V”. Los tiros de
artillería se dirigen ahora hacia el sector del Sud, mientras el ataque se
realiza en el Este. ¿Es una maniobra enemiga? Los tiros que caen dentro del
fortín llegan muy cerca del puesto de primeros auxilios y del comando del
reducto. Son momentos de verdadera prueba para el Comandante Marzana y sus
ayudantes; pero, ellos sin inmutarse ante el peligro, siguen en sus puestos. Es
cierto que la imprudencia no existe; por lo tanto, se guardan y aseguran sus
vidas en las protecciones que han construido dentro del “buraco” del
Comandante.
El puesto de primeros auxilios tiene una labor que extenúa a los cirujanos.
Todo el día han trabajado suturando heridas, extrayendo esquirlas de metralla,
amputando brazos y piernas destrozadas...
Los combatientes de otros sectores han ido a reforzar las posiciones del Este,
donde la furia de los atacantes ha concentrado su fuego. De todos los sectores
corren a reforzar aquel lugar, donde el enemigo quiere rebasarlo con sus
numerosas fuerzas. De pronto viene un estafeta, que entre desesperados ademanes
exclama: —Ataque enemigo al sector Oeste! —luego agrega— piden refuerzos
inmediatamente...! Pasa de largo y a la carrera, va comunicando el caso a los
demás sectores.
Inmediatamente los muchachos que habían venido a contener el avance del enemigo
al sector Este, tuvieron que tomar la decisión de ir a reforzar allí donde el
peligro estaba con la inminencia de ser rotas nuestras líneas. Los sectores
Noreste y Sudeste continuaban “en calma”; por lo tanto, quedaron pocos
tiradores; mientras en los dos frentes opuestos, la carnicería se reanudó con
una fuerza criminal. Ha pasado una hora de combate. ¿El resultado? Decenas de
muertos y heridos paraguayos; lamentos de dolor, moribundos dando el último
estertor de la muerte. Ni un palmo de terreno cedido a los paraguayos. Sin
embargo, allí en Asunción continuaban su propaganda: “Nuestras fuerzas en
hermosos asaltos, destruyeron al enemigo dentro de sus mismos reductos”
¡Falacia...! Falacia de los conductores de esta guerra cruel y sangrienta.
Es verdad, que los hombres que defienden Boquerón, van exterminándose poco a
poco; pero, a costa de cuánto. Cada vida boliviana que cae en las trincheras de
Boquerón está compensada con veinte paraguayas. Cada herido boliviano
hemostasia su sangre, para luego ir nuevamente al puesto que le señalaron sus
oficiales. En el puesto de sanidad sólo quedan aquellos que realmente están
inutilizados para combatir; pero aquel cuya herida es un disparo en un brazo o
una pierna, tiene que continuar en el puesto del deber, defendiendo el reducto
de Boquerón...
Ha pasado un día de verdadero nerviosismo. Es necesario reparar las fuerzas
perdidas en un día de combate; pero, ¿cómo y con qué? El Comandante hace
distribuir la mitad de un pan para cada uno. Ni este pedazo ha alcanzado.
Muchos han quedado con las manos vacías. Alguno que otro que conserva todavía
ese desprendimiento propio en las grandes acciones, hace partícipe de unas migajas
o un mendrugo con sus compañeros que no fueron favorecidos, porque es necesario
ingerir algo para distraer al estómago. Varios soldados merodean los
alrededores de lo que antes fue la carnicería. Suerte tiene aquel soldado que
encuentra un hueso. Se lo llevará para hervirlo. Otros van en busca de cueros
donde fue el matadero...
Total, por lo menos una gelatina, sin sal ni azúcar. Otros se dedican a la caza
de lagartos; pero, parece que estos bichos hubiesen escapado al estruendo de
las balas.
El último mulo que aún está vivo se encuentra pastando en el pajonal. El
teniente ha ordenado que se lo traiga; pero ese sector está batido por el fuego
de la fusilería y de las ametralladoras enemigas que vigilan nuestros
movimientos. Pero el estómago es roído por el hambre. Los bostezos se suceden a
cada instante. Hambre, hambre, sienten los defensores de Boquerón. ¡No hay
peligros que arredren, cuando esta necesidad acecha, y así, un soldado del que
fue teniente Guzmán, se decide a buscar la acémila para luego carnearla. La
situación es difícil y peligrosa. El soldadito sale de la posición y se
arrastra poco a poco. Los matorrales y la paja le cubren un poco. Los
muchachos, desde las posiciones, ven cómo se va acercando hasta la presa. El
mulo pasta tranquilamente sin darse cuenta de la tragedia próxima que se
desarrollará, y que ya empieza allí cerca. Este levanta la cabeza, pone alerta
sus largas orejas, dirige su mirada hacia donde se va acercando el muchacho y
lanza un resoplido... Mientras tanto, miradas vigilantes del enemigo, observan
los movimientos del que se arrastra anheloso. Por fin se detiene junto a las
patas del animal; desata el cordel que lo sujeta a una mata y tira de la
cuerda, mientras va arrastrándose de regreso. En este momento, se escucha una
ráfaga de ametralladora. Los proyectiles levantan polvo a su derredor. Un
proyectil le ha tocado en una pierna, pero no suelta su presa. Siente el golpe
seco de otro proyectil y la herida empieza a sangrarle más, sigue arrastrándose
con dificultad. El animal parece que comprendiese y resopla nuevamente. Tiene
las orejas levantadas y los ojos que se le agrandan. El soldado se detiene y
una nueva ráfaga rasga el aire. Esta vez, otro proyectil le ha tocado en el
estómago vaciándole los intestinos y el herido tomado de la cuerda del mulo,
expiró. Un disparo aislado ha puesto fin a su vida, que, en su afán de querer
llevar un alimento a sus compañeros hambrientos, encontró la muerte junto al
mulo impasible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario