Por: Javier Badani, Periodista / Página Siete, 28 de octubre
de 2018. // Disponible en: https://www.paginasiete.bo/…/que-nos-crean-salvajes-pero-no…
// Fotos: Medios de prensa escrita se hacen eco del primer Miss Bolivia. / 2) Las votaciones por las
concursantes se hacían mediante los diarios. // Más: Historias
de Bolivia.
Febrero de 1930. Últimamente los días no han sido generosos
con los bolivianos. A la profunda crisis económica y política en la que se
hunde el país se suma el creciente clima de hostilidad con Paraguay por el
territorio del Chaco. La guerra muestra sus colmillos.
Y, sin embargo, otra es la discusión que se ha instalado en las páginas de la
prensa local: la elección de la primera Miss Bolivia de la historia. No es para
menos.
El proceso para elegir a la mujer más bella del país obligó a los bolivianos a
mirarse en el espejo en busca de belleza. Para muchos, el reflejo que devolvía
el espejo de la nación estaba lejos de cumplir con los cánones de beldad
occidental. Estaba marcado por un rostro indígena del cual la élite nacional se
avergonzaba pero que le era imprescindible para mantener intactos sus
privilegios.
“QUE NOS CREAN SALVAJES, PERO NO FEOS”
Para muchas autoridades nacionales elegir a la primera
representante de la belleza boliviana se transformó en un asunto de Estado.
Entendían que era el momento ideal para purgar ante el mundo esa cara indígena
que actuaba como sello identitario de los bolivianos y que anclaba al país en
un pasado primitivo, muy lejos del tren de la modernidad impulsada desde el
Viejo Mundo. “Que nos crean salvajes, bien; pero no feos”, escribía un
articulista en El Norte.
Al frente, sin embargo, una oposición conservadora se encargó de torpedear
desde distintos frentes el proceso de selección. Ya bajo el convencimiento de
que Bolivia no tenía “ninguna posibilidad de competir”, o aferrados a
argumentos moralistas que renegaban de “los inmorales trajes de baños yanquis”,
que no harían más que deshonrar a las mujeres bolivianas e insuflarles de
“peligrosas y revoltosas ideas subvertoras del orden familiar y social”.
El proceso fue accidentado, despertó pasiones y viejos enconos regionales. Pero
más aún, desnudó la cara discriminadora y conservadora de una élite boliviana
que se mantenía atada a los vicios de su pasado colonial y que no hallaba la
fórmula adecuada para encarar lo que, para la intelectualidad de la época, era
la tara del “problema indígena”.
Desde desesperados llamados para “salvar nuestro prestigio físico” hasta
ataques al “obsceno” concurso, la apasionada lidia de ideas dividió de tal
manera a la opinión pública que, al final, siete de los nueve departamentos del
país se rehusaron a enviar representante al certamen que se desarrolló en La
Paz.
“Desconfiado de sus propias fuerzas y de sus valores femeninos, nuestro país
ofreció una verdadera cruzada contra el concurso de belleza”, reflexionaba tras
la tormenta un articulista en el periódico El Diario.
Lejos del debate, los indígenas. Sin carta de ciudadanía, aplastados por la
pesada jerarquización racial y clasista que los mantenía como simple mano de
obra. Lejos del debate, las mujeres. Dominadas por un poder masculino que las
mantenía bajo la sombra de moralinas del siglo XIX.
La convocatoria para que Bolivia participara del primer Miss
Latinoamérica fue extendida desde EEUU a finales de 1929 a los medios de prensa
más representativos de América Latina. Los periódicos La Razón y El Diario
asumieron la batuta en el país, retransmitiendo la invitación a todos los
órganos de prensa de la República y alentando a las prefecturas a organizar
eventos regionales.
Boletas de votación comenzaron a publicarse en los periódicos del país para
impulsar la selección: “Por su belleza y perfección, voto como representante de
Santa Cruz, por la señorita:…”.
En La Paz, los periodistas iniciaron el proceso entre las familias de la alta
sociedad, en los tradicionales bailes de Navidad y Año Nuevo.
Pero las tímidas respuestas a las convocatorias en el resto del país obligaron
al prefecto paceño, coronel Julio Sanjinés, a convocar a sus pares de los demás
departamentos para que impulsen la elección. Pronto llegarían respuestas nada
alentadoras, como la enviada desde Sucre los primeros días de 1930.
“...los Caballeros asistentes, estuvieron unánimemente conformes en la
siguiente resolución: No encontrando una señorita que reúna las exigentes
condiciones que se anotaban en las convocatorias leídas, y considerando que, si
bien Sucre podía competir, con ventaja, dentro de un concurso nacional y no así
en un torneo americano, es prudente que nuestra ciudad se abstuviera de elegir
a la señorita que represente a la Capital de la República”.
Bajo el seudónimo de Violeta, se publicaba en El Liberal una queja ante tal
decisión:
“Yo creo que no hay motivo para que Sucre se excluya del concurso y para que
una junta de notables haga declaraciones diciendo que Sucre carece de bellezas.
Considero que esos señores han obrado con mucho egoísmo o con demasiada
precipitación”.
La polémica llegó a extremos. Tales fueron las “censuras, en corrillos y
fiestas, sobre las características físicas y espirituales” de Marina Vargas
Valverde, que la flamante Miss Cochabamba se vio forzada a devolver la corona a
los cochabambinos a través de una carta pública en la que se declaraba “la
mujer más fea de Bolivia”.
Similar destino corrieron las representantes de Oruro, Potosí y Santa Cruz,
quienes, al final, desistieron de participar en el evento principal programado
en La Paz.
“Si, como se dice, ha de declararse desierto el concurso para elegir a Miss
Bolivia, imaginémonos la opinión que sobre nuestra raza han de formarse en
EEUU. Lo menos que han de decir de nosotros es que nuestras mujeres son como
los monolitos de Tiahuanacu, impropias para ser presentadas en concursos
femeninos”, se leía en El Norte.
El 15 de febrero de 1930 la polémica se saldaría con la elección de la tarijeña
Rosa Pizarro Araoz como la primera Miss Bolivia de la historia. La prensa
resaltaría de la quinceañera “los pergaminos que acreditan su ilustre
prosapia”, al ser descendiente del conquistador español Francisco Pizarro.
Es cuestión de días para que las páginas de la prensa nacional vuelvan a sus
cauces naturales: Un presidente busca prorrogarse en el poder. Un nuevo debate
está en puertas.
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