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FORTÍN BOQUERÓN, 11 DE SEPTIEMBRE 1932. EL CAPITÁN VÍCTOR USTÁRIZ ENTRA EN EL FORTÍN

Fuente: BOQUERON, Diario de Campaña de Antonio Arzabe. // Foto 1) Víctor Ustariz y Sbtte. Guzmán (izq.) durante su detención por la patrulla del Tte. Cristaldo. // Foto 2): Oruro oficiales en el Regimiento Modelo conocido (Camacho de Oruro) en 1934 antes de partir al chaco. / Fotografía del señor Maurice Cazorla Murillo publicado en el grupo APRENDIENDO DE LA GUERRA DEL CHACO (1932-1935)

Otro día de pugna del fuego enemigo... “Los paraguayos procedían ahora con prudencia, aunque denotaban estar fuertemente reforzados. La experiencia trágica de los primeros y confiados asaltos, les había sugerido una modalidad de acción más lenta, pero menos sacrificada”... (“La Guerra del Chaco”, Cnl. Aquiles Vergara Vicuña) “Apenas clarea, truenan artillería y morteros. El enorme efectivo del enemigo, les permite rebasar y cerrar el contorno de nuestras posiciones que no tienen sino un perímetro de mil doscientos metros. Los pilas han cortado los hilos telefónicos que nos comunicaban con Yucra. 
Organizan ataque tras ataque. Sin embargo, los regimientos “General Aquino,” “Lomas Valentinas” y “2 de Mayo” no han podido reconquistar Boquerón...”
“Horas seis. Vuela un avión nuestro sobre el fortín. Deja caer un mensaje lastrado. Es una proclama del general Quintanilla. Junto a ella hay una orden que dice: 11—IX—32. Hrs. 15.30... “El enemigo se encuentra en mal pie. El Destacamento Peñaranda atacará al enemigo que sitia Boquerón. Esta noche enviaré víveres y municiones. El Presidente de la República, el Comandante del Cuerpo de Ejército y el de División, felicitan por segunda vez a los heroicos defensores del “VERDUN” boliviano. Sosténganse diez días, que el Primer Cuerpo de Ejército romperá el sitio de Boquerón. Fdo. Gral. Quintanilla”.
“Esta noche enviaré municiones y víveres...” ¿Lo hará mediante los arcángeles del cielo? “sosténganse diez días más...” Tendrá planeado algún golpe estratégico para aprovechar esos diez días?... Y mi General, ¿en qué pie se encuentra?... (“Boquerón”, My. Taborga) “...Sin lugar a dudarlo, el mensaje de referencia es virilmente hermoso; pero, el planteamiento que hace en él su autor, de la situación militar (dos mil bolivianos contra cinco o seis mil paraguayos) descontando las unidades escalonadas a retaguardia y listas para entrar en acción en un escenario como en el Chaco, tan propenso para el desbordamiento de las alas en función de la superioridad numérica, para caer sobre las rutas de aprovisionamiento, a la espalda del dispositivo rebasado, ahorra todo comentario sobre su valor real en el plano de los hechos tangibles...” (“La Guerra del Chaco”, Cnl. Aquiles Vergara)
Diez días más... No se dan cuenta de la situación verdadera de nuestro fortín y de sus hombres que la defienden... Cada minuto que pasa, cada hora que transcurre, es un nuevo episodio trágico que vive Boquerón. Sin víveres, con el estómago que se pega al espinazo, la disentería que se presenta con sus tentáculos de desesperación y muerte, sin armas adecuadas para nuestro sostenimiento en las trincheras, el agua que escasea, con más de setenta heridos casi sin curación, con la gangrena que amorata las heridas de nuestros soldados... se nos pide “diez días más de resistencia.” Con las condiciones anotadas, se necesita ser inhumanos para ordenar lo anterior. Es no conocer el límite de la fortaleza del hombre...
¡Sucumbiremos...! ¡Sucumbiremos ante el enemigo o ante los elementos de la guerra que se aprontan ante nosotros con todos los horrores…!
Ahora se reinicia el combate. Los paraguayos buscan los lugares débiles. Pero, aunque pocos son los defensores, el fuego cruzado de nuestras ametralladoras, no permite la aproximación de las huestes paraguayas. Donde quiera que ataquen, allí está un soldado boliviano empuñando su fusil y haciendo que el enemigo muerda el suelo que osa invadir.
¡Boquerón...! ¡Boquerón...! ¡Qué sino el tuyo! ¡Cómo el dios de la guerra te había destinado para que seas la tumba de una generación de hombres valientes...! ¡Boquerón...! ¡Cómo suena tu nombre…! Tragas a los hombres de dos razas dignas de mejor suerte y que ahora se destrozan sedientos de sangre y de metralla... ¡Gobiernos de Bolivia y Paraguay, esperad... Esperad, la hora de las reparaciones ya vendrá y... ¡Ay de ti Salamanca...! ¡Ay de ti Ayala...! ¡Ay de vosotros...!
Los puestos de vigilancia están listos para dar la alarma correspondiente.
Al tronar de las metrallas, el sol se oculta en el horizonte como avergonzado de tanta carnicería. El manto de la noche se cierne sobre la tragedia chaqueña mientras los cerebros de los jefes militares trabajan para causar más víctimas al día siguiente.
De pronto, la oscuridad de la noche ha sido rasgada por una luminosidad verde que inunda la selva chaqueña... ¡Señales!
¡Señales desde Yucra! Es el grito de los nuestros, y en efecto, las tropas bolivianas, ante la imposibilidad de romper el cerco de fuego, hacen señales con disparos luminosos indicando la proximidad de tropas bolivianas. El pesimismo que invade nuestros espíritus, ya no deja creer en milagros. Sin embargo, esperamos. ¡Quién sabe si llegarán...! ¡Quién sabe...!
Son las nueve de la noche. Se escuchan murmullos dentro del monte. Son palabras en quechua. Nuestros soldados se aprestan a disparar sus armas, pero, una voz sonora rasga el silencio:
—Cuidado compañeros bolivianos. No disparen, somos compatriotas…
Los de la trinchera, recelosos de un ardid paraguayo, responden:
—i¡Alto!! o hacemos fuego... ¡Avance uno para ser reconocido!
Es aquí que se vislumbra en la oscuridad, la figura de un oficial boliviano.
—¿Quién vive? —pregunta el de la trinchera.
—Capitán Víctor Ustárez, Oficial del Ejército de Bolivia —responde la voz altanera.
—¡Mi capitán! —exclama el soldado lleno de emoción y luego pregunta: —¿Cómo pudo pasar y burlar al enemigo?
En vez de responder, llama con sonido gutural, parecido al de un lobo de la selva, y al momento se presentan cuarenta soldados. Son los heroicos “Satinadores del Chaco Boliviano”. Son aquellos que sorprendían a los paraguayos con sus audaces incursiones. De sus actos eran testigos las poblaciones de Casado, Isla Poí, Punta de Rieles y Puerto Sastre. Aquí se encuentran los muchachos, orgullo del Ejército de Bolivia, con su capitán Víctor Ustárez, el indómito, el invencible, el verdadero representante de la heroicidad del Ejército del Chaco... Pronto se dirigen dentro del fortín y se presentan gallardamente al Comandante Marzana.
Es la primera vez que éste ve al “satinador número uno” de los bosques chaqueños. Lo observa, como se ve a un animal raro. De pronto Marzana le extiende la mano y se juntan en un abrazo lleno de sugerencias. Aquí, el Comandante, el Héroe de Boquerón; allí el héroe de los tiempos heroicos del Chaco... Dos formas de valentía: uno razonador y el otro, todo ímpetu de juventud. Osadía del fuerte; del conocedor de la maraña chaqueña frente a la serenidad apacible de los años... Quedan los dos; mientras los soldados sumidos en las trincheras, cuentan las peripecias que pasaron para llegar hasta allí.
Son las doce de la noche, una ráfaga de ametralladora es la señal para que en torno al fortín Boquerón se inflame nuevamente el fuego del enemigo. Relámpagos de luz iluminan el cielo cada cuatro segundos.
Las siluetas de los árboles se transforman en espectros movibles que parecen abrazarnos. Noche tempestuosa, donde mil rayos rasgan el espacio con sus relámpagos siniestros. ¡Noche terrible...! ¡Noche fatal...! ¡Noche del Chaco…!, como expresara Juana de Ibarbourou.
Las huestes paraguayas atacan. Atacan por todos los lados. Los soldados no atinan dónde disparar; sólo dirigen sus fusiles hacia la luminosidad que producen los disparos enemigos: Arrecia el fuego en toda su intensidad. Los fusiles se ponen quemantes hay algunos cuyos cañones han reventado como una rosa. Los hombros de los tiradores se han entumecido y los oídos empiezan a sangrar... ¡Tanta explosión de los shrapnells! No hay sitio de un metro cuadrado que no tenga un embudo... ¡Boquerón hierve...! Las ramas de los árboles todos tronchados, sin hojas, sin ramas que les hagan parecer vegetales. Troncos desnudos como postes de telégrafos; mas... ¿y los heridos?, ¡pobres de ellos...!
Los muertos son transportados desde las trincheras. Los cúmulos de tierra, van aumentando... Estos son la última morada para ellos. Ni un hálito de esperanza hacia la vida. Esta, se va alejando, porque las probabilidades también se van perdiendo... 
Las ametralladoras y la fusilería enemiga son sentidas a pocos metros de distancia de las posiciones. Varias han sido las formas humanas que han llegado hasta nuestras posiciones, pero, disparos certeros o el garrotazo con la culata de un fusil, han hecho que aquel cuerpo osado cayese dentro de nuestras posiciones. Ahora el despojo servirá de parapeto, de apoyo, para el fusil del boliviano. Una nube densa, en su viaje por el infinito, deja al descubierto la luna. Esta, ilumina con su claridad pálida dando forma a los seres que se encuentran en las proximidades. Los pilas presienten el peligro, pero ya es tarde. Los tiradores bolivianos empuñan las ametralladoras Madsen, Colt, Vickers, y un reguero de proyectiles siembra la desolación... ¡Carnicería! ¡Más que carnicería...! Ayes de dolor, gritos de desesperación. Las tropas paraguayas se levantan
presurosas y corren, vuelan por el pajonal buscando protección... ¡Difícil! Pues, el monte está lejos y las balas son rápidas e inexorables. Unos caen en la huida y otros prefieren quedarse en el mismo lugar... donde caerán luego, uno a uno.
“Ha sido un asalto contra el sector del coronel Luis A. Cuenca. Fue a estrellarse una y otra vez contra la alerta y fogueada defensa, distinguiéndose por su coraje y serenidad en las órdenes de rechazo, el subteniente Clemente Inofuentes”. (“Boquerón”, My. Taborga).
Ahora pasa la noche. El fracaso de esta nueva tentativa ha ocasionado la muerte de un centenar de paraguayos. Nosotros no podemos salir a recogerlos para dispensarles una sepultura digna a aquellos seres que yacen boca arriba, con los cráneos destrozados; pero sí, podemos acercarnos para extraerles su munición que empieza a hacernos falta, o el agua, o algo que guardaban para comer, que apetecemos ansiosamente.
En el puesto de Comando están el capitán Ustárez y varios oficiales. Han extendido un mapa de la región y lo estudian. Los dedos del Comandante pasan sobre el pergamino extendido en rústica tabla que hace de mesa. El capitán Ustárez observa y hace consideraciones. Discuten la situación y por fin, parece que terminaran el debate. El capitán Ustárez se levanta presuroso, sale y se dirige hacia las trincheras donde se encuentran sus soldados. Imparte una orden, la misma que es trasmitida hombre por hombre, llegando a conocimiento de todos... El capitán Ustárez y sus soldados saldrán del reducto
con la misión de romper el cerco y dar oportunidad a las tropas de Yucra para que ellos puedan entrar dentro del fortín y procurar el reaprovisionamiento. Saldrán aprovechando la oscuridad de la noche. Pero... ¿Llegarán a cumplir su cometido?
Sólo Dios sabe lo que depara el mañana... Ese mañana que en estas circunstancias se presenta en forma difusa, que es incógnita para el combatiente que tiene la vida en juego a cada minuto y cada segundo. “Mañana”... Suena a una cosa hueca, incoherente, desconocida...
Mientras tanto, las trincheras, húmedas por la sangre generosa vertida por sus defensores, tienen un momento de reposo...
Las cabezas de los combatientes se inclinan vencidas por el sueño ocasionado por tantas noches pasadas en vigilia, bajo el tronar de las explosiones y el incesante traqueteo de las, metrallas.
¡Duerme Boquerón...! ¡Qué mañana, ese mañana inconmensurable, qué será de ti; mientras tanto descansa y ojalá que tu sueño se funda de una vez por todas con la Muerte que todo lo consume y lo acaba! ¡Duerme Boquerón...! ¡Duerme...!

(Nota: En la mayoría de los libros el apellido del Capitán Víctor Ustárez aparece como Ustárez con E, pero una aclaración de uno de sus descendientes actuales señala que la manera correcta de escribir el apellido del célebre capitán es con I Ustáriz.)
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