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(POLÉMICO) COJERAS DE NUESTRA HISTORIA / EL CONFLICTO LA PAZ – SUCRE

Por: Rafael Archondo - Diciembre de 2015. // Tomado y disponible en http://hparlante.wixsite.com/digital-media/single-post/2015/12/22/Cojeras-de-la-Historia-el-rompecabezas-completo // Foto:  1) Pedro Murillo / 2) Monumento a Murillo en La Paz, principios de siglo XX. // Para más Historias de Bolivia.

LA JUNTA TUITIVA NO FIRMÓ LA PROCLAMA DE 1809

Aquel vibrante documento, que comienza con el consabido “Compatriotas: Hasta aquí hemos tolerado una especie de destierro en el seno mismo de nuestra Patria”, circuló como panfleto anónimo en 1809, año de despegue de la revolución americana. Las firmas al pie de la hoja aparecieron luego, cuando los protomártires habían fallecido, nueve de ellos en la horca, y los demás, por los simples dictados de la biología.
Este proceso es complejo y gradual. Primero, y de manera arbitraria, se atribuyó el manifiesto a los rebeldes paceños dirigidos por Murillo. Décadas más tarde, sobre un facsímil de misteriosa procedencia, se insertaron las firmas, completando la falsificación. Esa proclama apócrifa fue vendida después al empresario paceño Mario Mercado, quien la adquirió de buena fe para donarla a la ciudad de La Paz. El ejemplar todavía se encuentra atesorado en un museo gozando de los privilegios de un original.
A fin de completar el circuito, la proclama con firmas fue cincelada en un libro de granito y colocada en la plaza principal de la sede de gobierno por el propio alcalde Mercado en 1975.
La atribución del bello documento a la Junta Tuitiva es lo que el historiador inglés Eric Hobsbawm denominaría “la invención de la tradición”. En medio de la efervecencia de la Guerra Federal de 1899, La Paz convirtió en texto oficial de sus sublevados aquel panfleto que con prosa y claridad notables proclama la independencia de América frente a la corona española. De esa forma, si bien La Paz se había rebelado 20 días después de Charcas, la calidad de su levantamiento resultaba siendo superior. En momentos en que Sucre y La Paz luchaban por adueñarse de la sede de Gobierno, la proclama era una valiosa credencial para certificar que la ciudad del Illimani había sido la “primogénita” de la libertad, su primera hija, aquella que esgrimió de forma pionera un lenguaje nitidamente libertario.
De acuerdo a la visión guerrera de finales de siglo, lo de Charcas, aquel levantamiento previo del 25 de mayo, no sería más que un mal ensayo tapiado por decenas de frases laudatorias al rey español, don Fernando VII, prisionero de los invasores franceses en Bayona. Nada comparable con ese texto nítido y preciso del 16 de julio: “Ya es tiempo de organizar un sistema nuevo de gobierno, fundado en los intereses de nuestra patria”.
Según la idea prevaleciente en muchos círculos intelectuales, los doctores de Charcas habían aprovechado la invasión de las tropas napoleónicas a España para derrocar a las autoridades peninsulares alzando las banderas del rey cautivo. En cambio los alzados de La Paz habrían dejado a un lado la máscara para proclamar sin miedo su ansia independentista. Este carácter revolucionario, expresado en la proclama de la Junta Tuitiva, le daba al 16 de julio un linaje superior con respecto a la gesta del 25 de mayo. Ahí radicaba la importancia política de atribuir la proclama a la Junta Tuitiva en los albores de este siglo.
El libro “La Mesa Coja” (1997), de Javier Mendoza, consigue hacer una radiografía precisa de esta falsificación en la cual los paceños creyeron con agrado, porque les otorgaba una medalla que nadie hubiera rechazado en momentos de pugna interregional. Siguiendo las pesquisas de su padre, el célebre don Gunnar, Javier Mendoza completó el rompecabezas, demostrando empíricamente aquello que ya se señalaba en círculos de historiadores desde la década del 50. Sólo faltaba alguien que complete las piezas de la sospecha y se atreva a publicar sus conclusiones bajo el riesgo de ser agredido por los círculos cívicos paceños.

CRONOLOGÍA

Veamos aquí, a la luz de “La Mesa Coja”, cómo se produjo la falsificación y cuál fue su contexto. En marzo de 1808, Fernando VII, rey de España, es tomado preso por las tropas francesas invasoras y obligado a abdicar en favor de su hermano José Bonaparte. Ante el vacío de poder, Carlota Joaquina de Borbón, hermana de Fernando VII y esposa del heredero de la Corona de Portugal, manifiesta su ambición de quedarse con las colonias de España. Su intención es respaldada por algunos sectores del otro lado del Atlántico, especialmente en Buenos Aires, allí surgen los carlotistas. Otros americanos lanzan una consigna diferente: “o el amo viejo o ninguno”, temerosos de que Portugal se convierta en nueva potencia de recambio sobre las colonias hispanas.
El 25 de mayo del año siguiente se produce el levantamiento de La Plata (hoy Sucre). Luego es el turno de La Paz, donde se erige la Junta Tuitiva como cabeza del nuevo gobierno. El brigadier Goyeneche, intendente del Cuzco, parte de inmediato en misión punitiva hacia la ciudad rebelde y el 25 de octubre, las tropas españolas recuperan La Paz. El 29 de enero del año siguiente, los tribunales disponen la ejecución de nueve cabecillas de la rebelión. Luego transcurre una década y media de Guerra de la Independencia.
En 1825, año del nacimiento de Bolivia, La Paz ya es la ciudad más poblada del Alto Perú y tiene tres veces más habitantes que Sucre, la urbe donde se concentra el poder político. El país ha nacido con dos cabezas, lo cual deriva, siete décadas más tarde, en una guerra entre ambas ciudades por quedarse con la sede de gobierno. A medida que crece el encono, se aviva la urgencia, especialmente paceña, por acreditarse como vanguardia de la nacionalidad.
No es raro entonces que ya en 1840, aparezcan publicadas unas “Memorias Históricas” escritas por un “testigo presencial del 16 de julio”, en las que se empieza a atizar el civismo regional. En sus páginas se registra la proclama como un hito histórico importante, pero aún no se la considera como documento oficial de la Junta. Sobre ella sólo se dice: “El observador ha procurado con sagacidad averiguar al autor, pero no lo ha podido conseguir”.
El 16 de julio de 1854, el profesor Félix Reyes Ortiz organiza lo que hoy conocemos como las fiestas julias. En ese contexto de excitación patriótica, se registra la primera atribución de la proclama a la Junta en las páginas del periódico “La Época”.
En 1859, el mismo Reyes Ortiz estrena la obra de teatro “Los Lanzas”, dedicada a sus alumnos del Ateneo de Enseñanza Superior Secundaria. Allí, aunque bajo códigos de ficción, los actores leen un acta de instalación de la Junta Tuitiva, en el que figuran varias firmas. Tales nombres son aceptados poco a poco como la nómina oficial de integrantes del grupo sublevado, aunque la lista es inexacta, como se comprobaría más tarde.
En 1879 el periódico “La Democracia” de La Paz publica la proclama agregando firmas. Poco a poco, el error se va abriendo paso para ir instalándose como una verdad inobjetable.

UN FACSÍMILE

La fecha clave de este itinerario es 1896, cuando en un almanaque ilustrado bajo el nombre de facsímile (la impresión de una fotografía), aparece un fotograbado de la proclama al que se añaden las firmas. Ese ejemplar cobra inusitada popularidad y se reproduce rápidamente en muchos lugares. Con el tiempo el encabezado con la palabra “facsímile” desaparece y aparece sustituido por el rótulo “Acta de la Independencia”.
Una observación superficial del documento revela que adolece de gruesas anomalías. La falla más visible es que figuran como firmantes Buenaventura Bueno, que se incorporó a la Junta el 31 de julio, y Victorio Lanza, que jamás estuvo presente para poder estampar su nombre. Con sólo verificar este dato, resulta fácil deducir la falsificación.
Las primeras protestas por la reiteración del dato anómalo empezaron a surgir ya en 1877. Algunos sectores de la intelectualidad sucrense echaron dudas sobre la autenticidad de aquel documento tan celebrado por sus rivales del norte. Los reproches fueron asumidos como parte la disputa entre ciudades.
Para acallar dudas y ya convencidos de su verdad, son los mismos vecinos ilustres de La Paz los que en 1897 solicitan oficialmente al Archivo General de la Nación en Buenos Aires una copia de los expedientes del proceso judicial seguido por las autoridades españolas contra los sublevados. Era lógico suponer que los verdugos de Murillo habían incluido la proclama como principal prueba para incriminarlos. La copia de los cuatro expedientes llega a Bolivia en 1898. Carlos Bravo, el encargado de revisarlos a nombre de la paceñidad, constata en la madrugada del 22 de julio de 1898 que las sospechas de los chuquisaqueños tienen asidero, pues la proclama no es mencionada en el juicio colonial.
Para entonces, la rivalidad entre ciudades había llegado a su máximo estado de ebullición y las palabras dejaban espacio a los fusiles. En efecto, en 1899 comienza la llamada Guerra Federal, el norte contra el sur en conflicto por fijarle una residencia permanente al Gobierno del país. Bajo las balas, los expedientes sobre la proclama son olvidados por un tiempo.
Bien entrado el siglo, en 1948, el prestigioso intelectual Guillermo Francovich hace lo mismo que Javier Mendoza en nuestros días, afirma categórico que la proclama firmada es apócrifa. Aunque las heridas de la guerra ya parecían curadas, La Paz se indigna todavía y la duda se mantiene.
La hora de la verdad parecía asomarse en diciembre de 1975, cuando el alcalde Mario Mercado convoca a una comisión para saldar de una vez por todas la discusión y le entrega el supuesto original que él ha comprado para donarlo a la ciudad. Lo increíble del caso es que el grupo de expertos convocado para tal misión certifica que el texto es legítimo. Razón suficiente para que en ocasión del Sesquicentenario de la creación de la República, la alcaldía se anime a colocar el libro de granito que todos conocemos. Con sólo pasar por la plaza Murillo y ver allí las rúbricas de Lanza y Bueno, uno puede darse cuenta de que es fraguada. Otro dato. La lista de los supuestos firmantes fue copiada de la obra de teatro de Reyes Ortiz en el mismo orden y con los mismos errores.
En el informe de la comisión de 1975 se añade un error más. Los expertos afirman que la firma de Juan Bautista Sagárnaga es auténtica, cuando ésta ni siquiera figura sobre el texto falsificado.

Y ahora qué

¿Cuál es el significado de estas constataciones?, ¿ los hombres de 1809 han perdido su calidad de héroes sólo porque no firmaron la proclama? Después del estupor de “La Mesa Coja”, todos, incluido el propio Javier Mendoza, coinciden en dos afirmaciones: La Paz tuvo un perfil más radical que La Plata no tanto por sus proclamas como por sus acciones, y que ambos levantamientos fueron parte de un mismo impulso. El odio entre las ciudades vino casi un siglo después.
Finalmente surge una tercera lección: la proclama de la plaza Murillo, con todas sus sospechosas firmas, bien podría servir como texto inmejorable para estudiar otro periodo de la Historia, el de la Guerra Federal. 

CITAS

“El departamento de La Paz conoce bien que las pretensiones del Sur, y en especial, las de sus viejos caudillos han sido las de deprimir a este pueblo, reducirlo a la humillación y a la nada, para disfrutar de sus caudales a fuer de caballeros y atenienses (...) haciendo consentir a La Paz que no conocían el uso de los platos y el mantel, que sus principales vecinos olían a taquia y coca, y que sentían asco al sentarse al lado de un paceño. (...) subyugar La Paz, quitarle el orgullo, azotarla, apedrearla y apalearla, he aquí lo que se quiere y he aquí lo que no quieren conocer los paceños”. “El Prisma”, periódico de La Paz, 1848.
(...) Los pérfidos sucrenses, si nos vencen no sólo nos azotarán, sino también nos crucificarán, nos robarán, despotricarán y harán de nosotros y de nuestros bienes lo que su barbaridad, odio y rapacidad les sugieran (...) En una palabra, debe desaparecer Sucre o sepultarse eternamente La Paz bajo sus gloriosas ruinas (...) Si esto no es posible, debemos castigar la crueldad y corrupción de esos bandidos haciendo capital a Cochabamba, pueblo céntrico, valiente, industrioso, ilustrado y al que nos ligan vínculos de fraternidad, comercio, etc. Más si no se puede realizar los dos remedios anteriores, y es derrotado el ejército del Norte, basta ya de pertenecer a la República a que pertenece el pueblo de Sucre. No necesitamos del Sud: bastante seremos Cochabamba, Oruro y La Paz, “entre bárbaros del Norte haremos nuestra felicidad; y que hagan los sabios y muy humanos del Sud la suya. Y si Cochabamba y Oruro no quisieran abrazar nuestro partido, aun nos queda otro remedio: borrar para siempre el nombre de bolivianos que nos ha causado y causa la dependencia y servidumbre chuquisaqueña”. La Época, de La Paz.
“Indigna sobre manera una pretensión tan injusta como mezquina de nuestros hermanos del Norte. Siento latir mi corazón con más vehemencia; toda la sangre se me agolpa a la cabeza; me siento enajenado, quiero arrojar lejos mi pluma de acero, despedazar el papel o rasgar mi pecho para escribir con mi sangre y lágrimas este artículo” Martín Castro, abogado de Sucre, “El Eco de Mayo”, 23 de noviembre de 1877.
“(...) la condición de Capital sólo es un título para Chuquisaca, pues los hijos del Norte la poseen en realidad, llevando incesantemente y aprisionando con tiranía nuestros gobiernos en las calles de La Paz, merced a calculadas estrategias, que para ningún boliviano son inapercibidas” “El Eco de Sucre”, 29 de noviembre de 1877.
“¿Quieren los paceños guerra con el sud? La tendrán, si, la tendrán pero cruda, triste, horrible, sin treguas, sin cuartel, sin término, y las consecuencias pesarán eternamente como un remordimiento sobre los malos hijos del Illimani, que cual otro Caín andarán errantes y andrajosos por el mundo, con una marca de fuego en la frente que diga: traidores”. “Quince escritos de protesta contra la intentona de llevar a La Paz la Capitalía” Sociedad Geográfica de Sucre, 1889.
“(...) una ciudad de pesada atmósfera, favorable al desarrollo del idiotismo y la locura, razón por la que tuvo necesidad de construir un manicomio, una población privada de hoteles y clubes, que no puede ofrecer siquiera mediana comodidad a sus huéspedes, que carece de un regular teatro donde poder pasar agradablemente el tiempo”. “La Tribuna” de La Paz, 6 de julio de 1893.
“Nos llamáis locos y decís que nuestra Universidad está en decadencia, que somos tan pobres que para dar un banquete tenemos que morirnos de hambre, que no tenemos hoteles. Todos esos absurdos los vemos con el más hondo desprecio, son frases de indio insolente que se figura se caballero porque viste levita” “El Día”, Sucre, 25 de julio de 1893.
“El odio que nos tenéis es efecto de vuestra raza, enemiga siempre del blanco, incapaz de nobles sentimientos e impulsada siempre por feroces instintos. Estáis hinchados por necias pretenciones, porque habéis aprendido a hablar en mal castellano; pero aún tenéis verde la boca” “El Día”, Sucre, 25 de julio de 1893.
“¡Ah! Sucre, ciudad mía, la de las nobles cunas y de los egregios hijos, nueva Jerusalén de los dolores, han arrojado sobre tus hijos a las hordas del dialecto estúpido, a las pieles negras del odio” “La Industria” de La Paz, 7 de febrero de 1899.

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