Fuente: Cartas para comprender la historia de Bolivia - Mariano Baptista. // Foto:
Palacio de Gobierno incendiándose.
Del ministro Mariano Baptista Caserta al presidente Tomás Frías.
La Paz, marzo 23 de 1875
Doy a usted el pormenor de la jornada del 20 de marzo.
Desde el 14 se nos comunicaba el ataque inminente a la Casa de Gobierno. Los
planes eran varios. Uno de ellos era aprovechar del concurso general de las
señoras de La Paz que en las noches de función religiosa de La Merced se
restituían a sus casas atravesando la puerta de Palacio. Confundiéndose entre
ellas debían sorprenderlo. Otra era apoderarse de los ministros y de las
autoridades el domingo de Ramos y presentarlos de carnaza ante los defensores
del orden. Pensaron en asegurar varias familias y exponerlas al combate. A las
diez del día 20 se multiplicaron los avisos, hallándose de servicio el cuerpo
de guardia Rifleros de la Ley, el retén de facción de los jóvenes del
ministerio y los oficiales del Estado Mayor. El completo de armas alcanzaba a
56. Uniéronse en ese instante varios ciudadanos que no pertenecían a ninguno de
esos grupos y que se hallan clasificados, con la denominación de individuos
libres, entre los que podían disponer de cinco rifles. Desde el día 14 se
habían constituido en la casa de gobierno los tres ministros de Estado, el
prefecto del departamento, el comandante general y todos los del servicio del
día. El cuerpo policial ocupaba su propio cuartel que hace frente a un costado
de Palacio.
A las once y minutos acudieron las bandas por la Recova y calle del Tesoro así
como del Comercio. Cargó sobre ellas el intendente de policía, don Daniel
Núñez, que no fue bastantemente sostenido por los gendarmes y quedó reducido a
batirse individualmente en la calle del Comercio, con Guzmán y don Federico
Granier, que cayó momentáneamente prisionero. Agrupáronse los amotinados en la
esquina que forma la casa episcopal en la de Aramayo y en la de Pino. Ocuparon
esta casa así como la del señor Hernández, extendiéndose a este lado hacia el
Loreto. Ocuparon también por el otro frente la casa Fricke. En las esquinas
improvisaron parapetos, de manera que desde las doce y treinta a una
combatieron a cuerpo seguro, ya protegiéndose de aquellos, ya empleando
forados, a excepción de unos pocos que por algún tiempo ocuparon la pila
central. Rifles de Sharp y Remington eran sus armas principales. El ataque fue
sostenido sin intermisión durante ocho horas.
A las dos y media de la tarde se apoderaron los incendios del cuerpo de
policía. Parte de los gendarmes traicionó; el resto entregó sus armas y el
tiroteo se propagó a ese costado de Palacio. Avanzaron a la catedral nueva [y]
establecieron sus parapetos en un ángulo de ella. Desde la una del día
empezaron a arrojar por ese costado sábanas incendiarias. Se inició el incendio
siete veces; siete veces fue contenido; la octava tentativa tuvo éxito y desde
las 3 de la tarde se prolongó el incendio en el tercer piso de Palacio, [al]
lado de la catedral. Hasta entonces se habían empeñado vanamente en incendiar
el balcón que cae al cementerio; y continuaron del mismo modo arrojando
combustible a la puerta falsa de la casa. Los ciudadanos de Palacio acudían a
apagar el incendio. El resto armado quedó reducido a 30 individuos que se
batían en todas direcciones, resguardando primero el piso superior que da
frente a la plaza, reconcentrándose en el segundo, atendiendo a las
habitaciones bajas, asistiendo al salón contra el cuartel de policía,
protegiendo la retaguardia contra la catedral, descendiendo a la casa pequeña
contigua a Palacio para defender la puerta amagada de incendio.
Casi un 75% de los defensores de la ley quedó fuera de combate, puesto que
entre muertos y heridos se cuentan con 40 individuos. Los tiros de las ventanas
se daban a cuerpo descubierto y los dirigidos de la esquina del obispo
penetraban al zaguán y patio de Palacio, así como los laterales atravesaban la
mayor parte de las habitaciones. Así se explica la muerte instantánea de don
Joaquín Peña, la misma bala que atravesó el sombrero del señor ministro de
justicia, lo que tuvo lugar en el primer arco del patio próximo del zaguán.
En este se mantenían las dos ametralladoras, una de las cuales funcionó al
principio en la vereda junto con un cañón, habiéndose casi inutilizado la
primera después de algunos disparos. Servían estas piezas personalmente los dos
coroneles Lucio Camacho y Benjamín Sevilla, tenazmente señalados por los fuegos
del contrario.
A las 5:30 de la tarde el incendio comenzó a devorar el segundo piso de
Palacio. Cayeron los techos del primero. Se hundió su piso que se desprendía
con estrépito sobre el primero. El parque de pólvora y municiones comenzaba a
ser rodeado de llamas. Había la débil esperanza de que la bóveda, ya impregnada
de calor, siguiese protegiéndolo por algún tiempo. El polvo, el humo, las
llamas empezaron a condensar toda la atmósfera interior. La respiración se
hacía difícil. [Una] Inspección posterior nos ha demostrado que el sótano,
donde estaba depositada una gran cantidad de pólvora, daba al interior de la
catedral y se comunicaba con la superficie por una escalinata que cubría un
cuarto techado. Este techo lo han reducido a cenizas para determinar la
explosión del parque; como les falló esta tentativa, descendieron a la pared
interior de la bóveda y la horadaron sobre el depósito de pólvora. El resultado
habría hecho saltar varias manzanas de la ciudad.
La comunicación con el coronel Juan Granier, situado en Viacha con su cuerpo,
no pudo ser conocida hasta las 3:30 de la tarde. A las 4 salió el cuerpo y
llegó a la ciudad en tres horas. Calculando los medios que teníamos de hacer
conocer nuestra situación, esperábamos al primero para las 6 de la tarde, pero
pasada esta hora juzgamos que el aviso no le hubiese llegado y que hasta la
noche nos devoraría el incendio con el estallido del parque. Habíamos tentado a
las doce del día una salida a las esquinas para dominar el ataque y aun
avanzaron hasta la pila Antolín Soria y cuatro jóvenes más, pero retrocedimos
dos veces del dintel de la puerta porque se nos reflexionaba con razón que
había pocos combatientes para una operación extensa.
En la ciudad habían notado, al cerrar la noche, que descendía el batallón, pero
carecíamos de toda seguridad a ese respecto y vista la situación externa que he
señalado, no nos quedó otro recurso a las 7 de la noche que agruparnos en masa
y lanzarnos fuera de la casa de gobierno, cruzados de fuegos en todas
direcciones, habiendo caído herido en esa travesía una cuarta parte de los
nuestros. Tomamos la esquina de Aramayo y seguimos con vivísimo fuego de
nuestra parte y de la contraria dos cuadras adelante, en dirección al banco. Cruzamos
fuegos desgraciadamente con los que estaban frente a nosotros, que era un
piquete del batallón primero hasta que un grito de “¡viva Frías!”, lanzando por
uno de los nuestros, descubrió nuestro mutuo engaño y nos permitió volver a la
plaza junto con nuestros camaradas del primero que ya acudían por todas las
esquinas.
No es posible, ni me cumple la tarea, que será completada por el registro
minucioso de la prensa, de distinguir la conducta de cada uno en ese grupo de
héroes jóvenes y de algunos respetables ciudadanos. La juventud de La Paz, allí
reunida, ha contado abnegaciones desde 15 a 18 años de edad. Los jóvenes del
ministerio han llenado su deber con un valor tranquilo y disciplina que mucho
los honra. Las autoridades del departamento, el prefecto y comandante general,
han cumplido su misión. Los ministros de Estado hemos tenido la suerte de no
desmerecer de nuestra responsabilidad. Por desgracia, el coronel Jofré,
encargado del Ministerio de Guerra, fue herido e inutilizado en la primera
salida que intentamos. Sobre todo se ha inclinado, como siempre benéfica, la
providencia divina.
La noche posterior a nuestra victoria intentaron todavía, los desalmados,
ocultándose entre las sombras, incendiar la manzana donde está situado el
cuartel del batallón primero. Al presente, el crimen vigilado y perseguido deja
la ciudad tranquila y ya comienza a calmarse el terror del vecindario.
La premura del tiempo no me permite acompañar la lista de las diferentes
secciones de Rifleros de la Ley, jóvenes del ministerio, Estado Mayor y
agregados. Comunico íntegra la [lista] de muertos y heridos nuestros. De los
incendiarios se han anotado hasta la fecha 130 muertos: los heridos no se
conocen.
El mismo día 20 la banda de Noriega en Yungas fue completamente deshecha. Se
ocupa la compañía expedicionaria de recoger armas. Con respeto soy de usted
atento su seguro servidor.
Mariano Baptista C.
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El asalto a Palacio fue perpetrado por gente afín al jefe populista Casimiro
Corral. La tropa, que al cabo de ocho horas acudió desde Viacha y puso orden en
la situación, fue comandada por el general Hilarión Daza, a quien Frías nombró
ministro de Defensa. Esta acción no sirvió para evitar el golpe de Estado que
este militar provocó en diciembre de 1879.
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