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EL FALSO DESCUBRIMIENTO DEL CERRO RICO


Por: Juan José Toro Montoya / El Deber 1 de Abril de 2018.

La historia oficial cuenta que un pastor, Diego Huallpa, descubrió accidentalmente la plata del Cerro Rico de Potosí cuando subió hasta él en busca de una llama perdida. Esa y otras versiones, como la que afirma que el cerro bramó cuando era inspeccionado por enviados del inca Wayna Qhapaq se caen a la luz de las últimas investigaciones.
Lo primero que queda claro es que, a diferencia de lo que se creía, el territorio donde actualmente están el municipio de Potosí y pueblos vecinos, estaba densamente poblado antes de la llegada de los españoles. “Los arqueólogos y geólogos han propuesto que Potosí estuvo poblado, y en alguna medida explotado, desde antes de la llegada de los españoles, aunque sigue siendo difícil precisar tanto la población como la producción prehispánicas”, escribieron los investigadores Tristan Platt y Pablo Quisbert.
“Así, no solamente el Potosí prehispánico estaba densamente poblado sino que los incas se encontraban allí cuando llegaron los españoles y explotaron muy probablemente el Cerro Rico”, agregan Pascale Absi y Pablo Cruz.
Las pruebas de la existencia de un Potosí prehispánico están en los restos arqueológicos encontrados en lugares como Cantumarca y Jesús Valle. Restos de alfarería y puntas de flechas revelan una actividad cotidiana previa a la llegada de los españoles. A ello se suma el estudio de los científicos Mark P. Abbott, de la universidad de Pittsburgh, Estados Unidos, y Alexander Wolfe, de la de Alberta, Canadá.
Con pruebas estratigráficas sometidas a Carbono 14, Abbott y Wolfe determinaron que los minerales del Cerro Rico fueron explotados desde antes de Cristo, en un periodo incluso anterior al tiwanakota. “La investigación llevada a cabo por Abbott y Wolfe demuestra que el Cerro Rico fue objeto de una intensa explotación en la época del Horizonte Medio, llegando a menguar su producción entre 1.100 y 1.400 A.D., cuando surgieron formaciones políticas menores: los señoríos y federaciones, la mayoría de ellos bajo hegemonía aymara (1.100-1.400)”, publicaron Tristan Platt, Thérése Bouysse-Cassagne y Olivia Harris en Qaraqara-Charka.
Por lo tanto, si había habitantes en el Potosí precolonial y la plata del Cerro Rico ya era explotada desde tiempos inmemoriales, no se puede hablar de un ‘descubrimiento’ en el sentido de que nadie conocía sobre los minerales y el conocimiento acerca de estos surgió en el periodo colonial. 
Lo que parece haber ocurrido es que esa riqueza estaba encubierta y es dada a conocer a los españoles recién en 1545.

LA RESERVA DEL INCA

Pero un español supo de la plata del Cerro Rico antes: Francisco Pizarro. Sobre la base de crónicas como la de Cieza de León y documentos coloniales como la relación que Nicolás del Benino labró en 1573, el arquitecto Juan Francisco Bedregal postula que el inca Ataw Wallpa, también conocido como Atahuallpa o Atabaliba, reveló a Pizarro la ubicación de algunos de sus yacimientos de oro y plata, como los de Chuqui Apu y el Potosí.
Pizarro habría llegado incluso a Chuqui Apu y, con el fin de incursionar hasta las tierras del Cerro Rico, ordenó la fundación de una ciudad en Choqe Chaka (Chuquisaca) que, por eso mismo, se llamó La Plata. 
Sin embargo, la incursión no se cumplió porque estalló la guerra entre pizarristas y almagristas y, además, surgió la sublevación de Manqu Qhapaq II.
Manqu Qhapaq segundo, que también fue conocido como Manco Inca, era otro de los hijos de Wayna Qhapaq, hermano de Waskar y Ataw Wallpa. Fue nombrado Sapa Inca tras la muerte de este último pero, tras sufrir una serie de abusos por parte de los españoles, se sublevó y puso sitio al Cuzco y Lima. Derrotado luego de meses, se parapetó en Vilcabamba desde donde ordenó que se escondan las riquezas de los cerros.
“A la entrada de los Pizarro en la región, la mina de Potosí fue escondida por los indios con motivo de su riqueza y de la importancia de su wak’a. Si se piensa que, entre el Horizonte Medio y el final del Tawantinsuyu, Potosí produjo varios miles de toneladas métricas de plata, no cabe duda de que todos los indios de la comarca conocían su importancia y que al esconder la mina procuraban, o mantener viva la esperanza de poder un día reconstruir el Tawantinsuyu -en caso de que Manqu, e incluso el mismo Pawllu, reasumiera la borla de todo el imperio- o más sencillamente pagar parte de los excesivos tributos impuestos por los españoles sin declararles de dónde venía su riqueza”, señalan Platt, Bouysse-Cassagne y Harris.
Entonces, el inca tenía motivos para evitar que los españoles encontraran más yacimientos de plata, como ya había ocurrido con Porco. El Cerro Rico era como una reserva que había que proteger. Era necesario encubrirlo.

OTRO ‘DESCUBRIMIENTO’

Bedregal, Platt y Quisbert plantean que los indios de entonces no solo conocían los yacimientos de plata del Cerro Rico mucho antes del denominado ‘descubrimiento’ de Diego Huallpa, sino que este llegó a estas tierras con un propósito muy distinto al de servir de yanacona a los españoles.
Más allá de historias de cerros que braman y llamas que se escapan, los papeles de la historia, como la declaración póstuma que prestó Diego Huallpa y las solicitudes que después hicieron sus descendientes, permiten establecer que este indio, que era natural de Chumbibilcas, una región próxima al Cuzco, llegó hasta el territorio que hoy es Potosí junto a otros que, como él, tenían el encargo de evitar que los españoles se enteraran de que el Cerro Rico tenía plata.
“Es posible que el encubrimiento respondiera al deseo del Inca Manko, y quizás de los mallkos de las ‘naciones’ de Charcas de reconstruir algún día el Tawantinsuyu”, agregan Platt y Quisbert. Pero, al final, ni Manqu ni su hermano Pawllu pudieron negociar la entrega de los yacimientos de plata del Cerro Rico ni alcanzaron a utilizarlo para reconstituir el imperio de los incas. Manqu Inca fue asesinado en 1544 y los indios que había enviado hasta territorio de los qaraqara, donde estaba el Cerro Rico, se sintieron libres de su mandato. Es probable, entonces, que Huallpa, ya sin encargos de por medio, decidió primero comenzar a explotar personalmente la plata del Cerro Rico y, después, dejar de encubrirla. Entonces, avisa a los españoles sobre el yacimiento… lo descubre.

LAS LEYENDAS

Tras verificar que el Cerro Rico contenía plata, los españoles toman posesión de él, probablemente el 1 de abril de 1545, y comienzan a registrar las primeras vetas a su nombre. En su Historia de la Villa Imperial de Potosí, Bartolomé Arzans refiere que, como necesitaban viviendas, encargaron su construcción a los indios de Cantumarca pero estos se resistieron debido a que debían ir hasta el valle a aprovisionarse de granos.
Además, indignados por el hecho de que los españoles comenzaban a explotar a su wak’a, su lugar sagrado, su adoratorio, maldijeron a Huallpa y ofrecieron resistencia. Encabezados por su líder, Chaki Katari, se enfrentaron a los españoles en Jesús Valle y fueron derrotados. Según esta versión, las primeras casas de Potosí fueron construidas por estos indios vencidos.
Preocupados los españoles por la reacción de los qaraqaras ante la explotación del Cerro Rico, debían legitimar sus acciones. Platt y Quisbert señalan que en los primeros años del Potosí colonial, y con el propósito, entre otros, de explotar el Cerro Rico sin interferencias, “se iba inventando una primera leyenda, que atribuía los sucesos a un milagro, que mediaba entre la providencia divina y las intenciones lealistas de Guallpa y Challco Inca”.
Esa primera leyenda fue la versión, repetida hasta el hartazgo, de que, cuando el sapa inca Wayna Qhapaq mandó a explorar el cerro, en tiempos prehispánicos, la montaña bramó diciendo “no toquéis la plata de este cerro porque es para otros dueños”. Con esta versión, no solo se justificaba la explotación del cerro sino que se decía que era para cumplir designios divinos.
“El milagro sería elaborado en versiones posteriores que incorporaron varios elementos ‘clásicos’, tales como animales que huían hacia la cumbre, animando a Guallpa a seguirles”, agregan Platt y Quisbert. Tanto el mito del cerro que brama como el del pastor y su llamita, que pocos historiadores cuestionaron pese a sus características fantasiosas, son repetidos hasta nuestros días.

LAS PRUEBAS DE LA INVENCIÓN ESTÁN EN LAS CRÓNICAS 

Para comprobar que la versión del cerro que brama es un invento, basta buscarlo en las crónicas coloniales y, así, se verá que la primera vez que aparece es en la Historia natural y moral de las Indias que el jesuita Joseph de Acosta publica en Sevilla en 1590. 
Las primeras crónicas que se imprimieron entre 1552 y 1567 se refieren indistintamente a Potosí pero ninguna incluye el episodio de los enviados del inca y el estruendo en la montaña:
a) La Historia General de las Indias (1552), de Francisco López de Gómara, habla, en su capítulo CLXXXVII, titulado El repartimiento de indios que Gasca hizo entre los españoles, de que “proveyó a Diego Centeno para las minas de Potosí, que caen en los Charcas y que son las mejores del Perú y aun del mundo, ca de un quintal de mineral sale medio de plata y mucho más, y una cuesta hay allí, toda veteada de plata, que tiene media legua de alto y una de circuito” pero no se refiere a ningún descubrimiento o a bramidos.
b) La Crónica del Perú (1553), de Pedro Cieza de León, comienza a hablar de Potosí ya desde el capítulo II y le dedica todo un capítulo al descubrimiento, el CIX, titulado Cómo se descubrieron las minas de Potosí donde se ha sacado riqueza nunca vista ni oída en otros tiempos, de plata, y de cómo por no correr el metal sacan los indios con la invención de las guairas. No obstante, en el texto no hay referencia a bramidos:
“Andando un español llamado Villarroel con ciertos indios a buscar metal que sacar, dio en esta grandeza que está en un collado alto de la postura que aquí va figurado, el más hermoso y bien asentado que hay en toda aquella comarca. Y porque los indios llaman Potosí a los cerros y cosas altas, quedósele por nombre Potosí, como le llaman”.
c) La Historia del descubrimiento y conquista del Perú (1555), de Agustín de Zárate, le dedica el capítulo IV, De cómo se descubrieron las minas de Potosí, y se apoderó dellas el capitán Carvajal. Este refiere que “andando unos indios yanaconas de Juan de Villaroel, vecino de la villa de Plata, diez y ocho leguas della, toparon un cerro muy alto asentado en un llano, y conocieron en el señales de plata, y comenzaron a fundir la vena, hallaron tanta riqueza, que do quiera que ensayaban sacaban toda o la mayor parte de plata fina, y donde menos les salian eran ochenta marcos por quintal, que es la mayor riqueza que se ha visto ni leído de ninguna mina seguida”.
d) La historia del mondo nvovo (1565), de Girolamo Benzoni, se detiene en Potosí al final del tomo III, cuando se refiere al alto costo del vino en el Perú, y al decir que “los españoles han descubierto muchas y grandes, y muy ricas minas, tanto de oro como de plata, y las más ricas que descubrieron de plata son las de Potosí”. 
e) La Verídica descripción de varias navegaciones como también de muchas partes desconocidas, islas, reinos y ciudades (1567), de Ulrich Schmidl, también es meramente referencial pues no refiere leyenda alguna acerca del origen de la plata del Cerro Rico.
La fantástica versión del cerro que brama y advierte que su plata no es para los indios sino “para otros dueños”, esparcida por los españoles, surgió en 1585, cuando Luis Capoche escribe su Relación general de la Villa Imperial de Potosí pero esta era un manuscrito que, en ese tiempo, no conoció la imprenta.
Quien saca provecho de esa versión, y se convierte en fuente para el resto, es Acosta, que copió a Capoche casi hasta el plagio.

LA CONFESIÓN DE DIEGO HUALLPA, AL BORDE DE LA MUERTE, NO MENCIONA NINGÚN HECHO SOBRENATURAL

El 31 de diciembre de 1572, cuando el virrey Francisco de Toledo se encontraba en Potosí, un indio llegó ante él afirmando ser hijo del descubridor de la plata del Cerro Rico. 
Ocupado como estaba en la organización de la economía de la Villa, al gobernante le pareció oportuno tener información de los orígenes de la explotación del mineral, así que instruyó a un sacerdote, Rodrigo de la Fuente, que fuese hasta la casa del hombre a tomarle una declaración. De la Fuente acudió hasta el lugar en compañía de Jerónimo Hernández, quien entendía las lenguas quechua y aymara y, por ello, debió oficiar de intérprete. 
El clérigo tuvo el cuidado de labrar un informe con la declaración del supuesto descubridor y ese documento es el que se conoce como
Testamento de Diego Huallpa.
El documento fue encontrado por Marcos Jiménez de La Espada, que lo incluyó en su Relación Geográfica de Indias en la que, como en la mayoría de los casos, también refiere dónde está: “Hállase en la Biblioteca Nacional (de Madrid) y el primero entre los documentos del tomo de Mss. J. 58. Es original, cuenta seis folios útiles y está perfectamente conservado. Lleva por epígrafe de otra letra más moderna y al margen superior de la primera página: Del Descubrimiento de Potosí, y quién fue el primer descubridor y otras cosas del cerro”.
Por esta declaración se sabe que “llamábase este indio en su lengua Gualpa, y después se bautizó y se casó y se llamó don Diego Gualpa. Era natural chunbibilca, del pueblo que se decía Yanqui, del repartimiento del licenciado (Benito Xuárez de) Carabajal, en los términos del Cuzco. Díjome que en su tierra era hijo de un principal que se decia Alcaxuca, del ayllo de Hanansaya, que entre los indios desta tierra se tiene por calidad”.
Más adelante, De la Fuente refiere que “preguntando yo a este indio de qué edad era cuando los cristianos entraron a este tierra, dijo que era hombre ya entero y me señaló a un hijo suyo que en su aspecto tenía más de veinte y cinco años; y que servía en aquel tiempo á Guascar Inga, hijo de Huayna Capa, Señor desta tierra, de guardar sus plumas, cosa muy estimada entre los indios, por ser amigos de tener adornada la cabeza con plumas de diferentes colores”.
Por todos estos datos de Diego Huallpa, o Gualpa, se sabe que pertenecía a la nobleza cuzqueña, así que no podía ser pastor. Su rango, además, hace verosímil que haya llegado hasta las tierras del Potosí con un propósito mayor que el de ser yanacona.
En la declaración de Diego Gualpa no hay llamitas, venados ni carneros. Afirma que el supuesto descubrimiento de la plata del Cerro Rico se produce de manera casual, luego de que él y otro indio, al que no identifica, suben a la cima por consejo de cuatro españoles, Marcos Xaramonte, Álvaro de Olmedo, Gaspar Montesinos y Juan Camargo, con el propósito de recuperar “mucha plata labrada y oro” que existiría allí, donde estaba un adoratorio a la wak’a de la montaña: “Allí hallaron ser adoratorio de los indios comarcanos y haber algunas cosas ofrecidas de poca importancia á la guaca que allí estaba, lo cual todo cogió este dicho don Diego Gualpa, y lo cargó en su compañero y lo envió á los cuatro españoles que quedaban en los Asientos que dicen de Gonzalo Pizarro”.
En su lecho de muerte, Gualpa estaba acompañado de otros indios, el documento dice que eran “don Diego Conde Gualpa Inga, natural de Urcos, junto al Cuzco, y de don Pedro Gualpa, natural del Cuzco, y de Francisco Hacha Angara, que se hallaron presentes este dia, y otros indios viejos que estaban en casa deste don Diego Gualpa, que se conocían de dias atrás antes que se descubriese este dicho cerro de Potosí, los cuales dijeron llamarse así este dicho cerro antes que se descubriese la riqueza que dél se ha sacado y saca”.
Es razonable suponer que esos indios, cuzqueños como él, y uno más, a quien se identifica como Chalco, de la nación Huanca, hayan llegado todos con el mismo encargo de Manco Inca a las tierras del Potosí: evitar que los españoles se enteren de la plata del Cerro Rico.

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