Por Rafael Sagárnaga López / El País de Tarija, 7 de diciembre de 2015. // Dibujo:
Machaca.
Nadie sabe dónde están sus restos desde el día en que lo emboscaron, torturaron
y casi repitieron aquel ritual de muerte que sufrió Túpac Katari.
Sus asesinos lograron que nada de él quedara, pero, al mismo tiempo, que sea
uno de los caudillos más recordados del mundo aymara. Colaboraron tanto al mito
que hasta lo inmolaron en el mismo lugar donde siglos antes había sido
victimado Makuri, el invencible rey kolla. Posiblemente sabían lo que sucedería
porque, en el sangriento frenesí y siguiendo un macabro sortilegio, algunos
devoraron parte de sus brazos y sus piernas.
Y no se trata de ninguna leyenda. Testimonio por testimonio, documento por
documento, un historiador, Pedro Callisaya, va reconstruyendo —en un trabajo de
tesis universitaria— la vida de Lawreano Machaca (1928-1956). Desde hace casi
cuatro años confirma o refuta todo lo que se ha dicho sobre quien se proclamó
primer Presidente de la República Aymara.
Así suman desde los escritos de las actas judiciales hasta los relatos de la
propia viuda de Machaca o de sus contemporáneos. Esos que vieron, por ejemplo,
cómo Lawreano, tras vivir durante más de un lustro en La Paz, volvió convertido
en brigadier militar.
Vaya sorpresa, Machaca había podido ingresar en una de las instituciones que
más selectivamente han discriminado a indios y a pobres. Llegó al Colegio
Militar de Ejército (Colmil) nada menos que entre 1946 y 1948, tiempos en que
la milicia era exclusividad de jovenzuelos oligarcas. Para ello, debieron
sumarse los tres ingredientes que casi siempre lo caracterizaron: audacia,
fortuna y preparación.
Ya de niño se había hecho eficiente postillón del oficial que tuvo a su cargo
durante varios años el puesto militar aduanero de Waycho (hoy Puerto Acosta).
La familia del uniformado llegó a apreciar en gran manera los servicios y
habilidades de Machaca. Sin embargo, llegó el tiempo en que el oficial recibió
la orden del cambio de destino y tuvo que trasladarse a la sede de
gobierno.
Pasaron algunos meses, y un día, en La Paz, Lawreano apareció sorpresivamente
en la puerta de la casa y, claro, fue bienvenido. Llegaba además como uno de
los iniciales frutos de la primera escuela adventista: Cañamuri, una especie de
rebalse de un proyecto peruano. El establecimiento de dicho centro educativo
influyó profundamente en la región pues fue la base para la formación de
bachilleres e incluso docentes rurales.
Pero además, muy dentro de sí, Machaca guardaba variadas lecciones de otra
escuela también importada de tierras vecinas: el indigenismo de Gamaliel
Churata, José Mariátegui y Luis Valcárcel.
La investigación de Callisaya aún no ha podido precisar cuáles fueron las
razones para que los empleadores de Lawreano Machaca patrocinasen su ingreso en
el Colmil.
Pero, como sucedió en algunos casos de entonces, bien pudo ser para que
protegiera a otro cadete. Otra posibilidad es que Lawreano haya reemplazado a
un postulante de la familia del militar en aquellos tiempos prerrevolucionarios
y especialmente violentos. La tradición de esa época hacía que toda familia se
ufanara de tener un representante en las Fuerzas Armadas y se avergonzara de lo
contrario.
La contextura física y una tez más clara de lo habitual entre los aymaras
hacían de Lawreano una opción importante.Lo cierto es que un día del año 46 ó
47 Lawreano Machaca K’hota (laguna, en aymara), convertido en el mostrenco
Aureliano Machicado Laguna, inició su carrera militar.
De acuerdo con los testimonios orales recopilados en Waycho, el “brigadier
Machicado” regresó a su pueblo pocos meses antes de la Revolución de 1952. Le
habían comunicado que tras su próximo egreso como subteniente sería destinado
al oriente boliviano. Fue a despedirse de la familia y a visitar la comunidad,
tal vez previendo dejarla por muchos años. Pero la ida al hogar le cambió todos
sus planes.
LAWREANO RENUNCIA A LAS FF.AA.
Por aquellos tiempos, para los altiplánicos, el traslado a los confines del
oriente era sinónimo de paludismo, muertes violentas y desapariciones. La
presión familiar se hizo intensa y, pasados unos días, Lawreano se reintegró a
K’hupi, su ayllu natal, dentro de la comunidad de Majalaya de la provincia
Camacho del departamento paceño.
El retorno coincidió con una acentuada actividad sindical que preludiaba los
días de la Revolución Nacional. Al cabo de unos meses se casó con Dominga
Pajarito y, como jefe de familia, asumió propiedad y perfil de liderazgo. Su
formación empezó a hacerse sentir en el ayllu, su voz de mando se convirtió en
voz dirigencial.
Cuando estalló la asonada de abril, Machaca había escalado en los niveles de
dirección campesina más allá de Majalaya. “Se hizo un líder casi
automáticamente, y sus compañeros lograron que sea elegido principal
representante de la provincia Camacho”, señala uno de los testimonios. Poco
después sus conocimientos castrenses proyectaron más aún su influencia.
Con el Ejército virtualmente eliminado, el nuevo Gobierno del Movimiento
Nacionalista Revolucionario (MNR) emprendió la organización de milicias obreras
y campesinas. Se inició la conformación de los comandos de la Revolución,
algunos tan célebres como el del cercano Achacachi, pero posiblemente ninguno
tan profesional como el de Waycho.
Lawreano Machaca potenció lo que primero fue simplemente su comando emenerrista
con un importante arsenal. Contaba con tres fuentes de aprovisionamiento: las
armas que repartía el Gobierno “para la defensa de la revolución”, las de los
ex combatientes del Chaco y las del contrabando peruano. Empezaron a repartirse
los fusiles Brno (“Máuser”), algunos Garant y un número menor de armas
automáticas.
Lawreano, quien decidió organizar los ayllus a manera de compañías, guardó para
sí una pistola-ametralladora Brno AG27 (pistán) mientras vestía botas y capa
militares. Ése fue su traje de guerra y prácticamente su mortaja.
Así, el hombre de la capa militar empezó a hacer sentir su presencia entre
hacendados y autoridades de la región. Pero sus temidos recorridos no sólo eran
de acentuada vigilancia, sino de organización. Su viuda hoy recuerda que en
varias oportunidades se sintió abandonada, pues Lawreano desaparecía semanas
enteras en sus visitas a los pueblos del entorno. Paralelamente, enviaba
emisarios a Ambaná, Escoma, Italaque e incluso a los pueblos de los
valles.
El historiador Callisaya explica que, pese al creciente poder que Machaca
alcanzaba, en lo íntimo no se identificaba con el MNR. El Gobierno de Paz
Estenssoro era copado por autoridades mestizas y blancoides mientras las masas
indígenas que lo habían encumbrado quedaban relegadas. Según los relatos de los
ancianos waycheños, Lawreano dijo entonces a los demás: “Así como nos han
utilizado, ahora nosotros los tenemos que usar”.
A principios de 1956, el caudillo había organizado una fuerza de alrededor de
4.000 hombres armados. Los dispuso en tres regimientos a los que los lugareños
llaman los “tres ejércitos de Lawreano Machaca”. De entre sus hombres más
entrenados formó una temible guardia personal y, paralelamente, lugartenientes
que cobraron notoriedad en la región. Inició su prédica política —semanal
primero, diaria después— a cada ayllu en un descampado llamado Pijchari; su
proyecto estaba en marcha.
Hacia julio, las escuadrillas del líder aymara comenzaron a acentuar las
tensiones. Por ejemplo, un extraño sacerdote católico alemán, de apellido
Mönsen, quien solía andar armado con un fusil y administraba tierras, perdió
sus privilegios. Un día se vio forzado a huir desesperado hacia la vecina Escoma.
Los comerciantes que trasladaban cargas por la zona hacia o desde Perú tuvieron
encontrones con los virtuales soldados de Machaca.
Autoridades y algunos hacendados tolerados por el MNR decidieron enviar
emisarios a La Paz con alarmantes denuncias sobre Machaca y sus subordinados.
Las comisiones gubernamentales no tardaron en llegar a reclamar cuentas a
Lawreano. Pero se llevaron una agradable sorpresa. Los indígenas y su fornido y
vivaz jefe de comando les recibieron con agasajos, comida y vítores a la Revolución
y sus reformas. Sin embargo, poco después, más comisiones se verían forzadas a
viajar a Waycho.
Tal cual relatan Policarpio Rojas y Alfonsina Paredes, alrededor del 15 de
julio de 1956, las reparticiones oficiales de Puerto Acosta fueron tomadas por
asalto. De esa forma, Machaca instauró su propio Gobierno en toda la región,
pero sin modificar la estructura ya establecida. El Alcalde, el Subprefecto,
los jefes policiales y aduaneros, el Intendente y todas las autoridades fueron
destituidas y en su lugar juraron indígenas. Los guardias de la insurgencia se
desplazaron a los límites de Waycho y nadie podía salir o entrar sin la
autorización de Lawreano.
Documentos judiciales de ese tiempo identifican a diversas familias de mestizos
que se dedicaban al contrabando o tenían propiedades en la zona. Jiménez,
Consuetas, Pintos y Mantillas, entre varios otros, fueron los más afectados. El
paso de ganado vacuno, azúcar, pan, manteca y lana hacia Perú empezó a ser
controlado en la propia casa de Machaca, convertida en tranca. Los registros
citan también a algunos de los miembros del Estado Mayor del líder indígena:
Gabino Choquemisa, Zacarías Guachalla, Dionisio Guachalla, Sotelo Villca,
Jacinto Nina y Marcelino Yanarico ejecutaban el plan en marcha.
El nuevo orden empezó a hacerse sentir. Machaca impuso su autoridad —según
relata Callisaya— incluso afectando las propiedades y ganado de algunos de sus
lugartenientes, como Eliseo Acho y los hermanos Surco. Sin embargo, todos se
sometieron, unos por miedo, otros por admiración, y no faltaron quienes huyeron
del pueblo. No pasaron muchos días para que el caudillo protagonizara una de
las jornadas más recordadas aun hoy en Puerto Acosta.
EN LA CÚSPIDE DEL PODER
En agosto de 1956, Lawreano Machaca K’hota, considerado ya por muchos una
especie de mesías y predestinado, resumió su doctrina en una masiva
concentración. Recordó la contradicción que implicaba que un país de millones
de indios estuviese gobernado por grupos de blancos. Reflexionó sobre la
posibilidad de que, organizados y preparados, los aymaras podrían conquistar el
poder. Se proclamó Presidente de esa República Aymara en formación y extendida
rumbo a La Paz.
A la sede de gobierno llegaron las versiones alarmadas de la proclama. El
mandato de Paz Estenssoro envió otra comisión, esta vez de mayor nivel y
encabezada por el líder sindical Juan Lechín Oquendo. La recepción fue
nuevamente cordial. Machaca explicó a Lechín que cumplía las prioridades de la
Revolución enfrentándose con los falangistas y cuidando la provisión de
alimentos al pueblo. Es más, le presentó a sus tres regimientos. Le explicó que
los habían nombrado “Víctor Paz”, “Hernán Siles” y “Juan Lechín”,
respectivamente.
Al parecer, supo mostrarse como un formidable aliado, especialmente del ala
lechinista. Aproximadamente un año más tarde Juan Lechín volvería a Waycho con
un donativo para la viuda de Lawreano.
En los siguientes dos meses la prédica de Machaca se concentró en la estrategia
militar. Preveía tomas y alianzas sucesivas ya pactadas con grupos de aliados
en cada población hasta llegar a Viacha y El Alto. Según sus cálculos, cien mil
indios tomarían la base aérea, previamente saboteada por reclutas indígenas,
antes de rodear la sede de gobierno. El primer avance fue fijado hacia la cercana
población de Escoma, para el 21 de octubre.
El plan no carecía de oportunidad. En La Paz, el Gobierno afrontaba una
gravísima crisis económica y política producto del bloqueo estadounidense. Se
vivía además una violenta campaña preelectoral entre el MNR y la
ultraderechista Falange Socialista Boliviana. La movilización indígena poco
podía ser comprendida. Pero los potenciales afectados de Escoma encontraron
valiosos aliados.
Dos días antes de que los ejércitos de Machaca marcharan hacia Escoma, sus lugartenientes
Eliseo Acho y los hermanos Surco le llevaron “buenas noticias”. Le explicaron
que la población vecina había resuelto proclamarlo como su Presidente y que le
preparaba una fiesta de bienvenida. Le aconsejaron que sólo llevase algunas
decenas de representantes waycheños y su escolta. En efecto, en Escoma había un
ambiente de fiesta, pero algo extraño.
Hacendados y contrabandistas habían abierto la tarde del 20 de octubre sus
almacenes a la población. Repartieron con prodigalidad alcohol y comida en las
calles y plazas. Ya entrada la tarde empezaron a pregonar que Machaca y su
gente venían de Waycho a expropiarlo todo. Paralelamente, habían organizado a
decenas de peones armados.
Mientras tanto, en Puerto Acosta, los Surco y Acho no se separaron de Lawreano
y sorpresivamente lograron hacer que bebiera alcohol durante la noche. La
partida a Escoma fue de madrugada. La viuda recuerda que Machaca y algunas
decenas de acompañantes partieron en un camión rojo. La idea de la proclamación
victoriosa se esfumó cuando llegaron al puente de entrada a Escoma, sobre el
río Suches.
Incesantes cargas de balas recayeron sobre el camión desde los costados del
puente. Al desatarse el combate, el vehículo logró retroceder al camino sin
detenerse y su chofer llamó a los emboscados.
Machaca no alcanzó a asirse del motorizado y empezó a huir corriendo. La pistan
se encasquilló, la fuga se hizo desesperada y fue capturado en una loma llamada
Llokallata, a casi dos kilómetros de Escoma.
Los relatos luego aseguran que se desató el ritual de sangre en medio de una
multitud ebria y enfurecida. Semidesnudo, con apenas calzoncillos y polera
verdes, se le cortó la lengua. Sus captores procedieron a comérsela, conforme a
la creencia en que esa acción hace que el crimen nunca sea denunciado. Luego
algunas versiones aseguran que se procedió a enterrar vivo al caudillo, pero
éste sacó sus manos.
Entonces lo desmembraron y devoraron sus carnes, en el lugar llamado Tiwanaku,
la tumba del rey Makuri.
Una breve referencia a los hechos sangrientos es citada en la edición de El
Diario del 24 de octubre de aquel año. Días después, una comisión gubernamental
llegó a frenar un creciente desborde de violencia. Pero sólo se convirtió en la
mecha que detonó enfrentamientos recurrentes hasta marzo de l957.
Al final, nunca pudieron hallarse los restos de Lawreano Machaca. Pese a lo
notable de su campaña, murió con apenas 28 años. Su único legado fueron una
hija —ya fallecida— y dos hijos. Todos ellos esquivaron su identidad ante la
serie de riesgos que les implicaba. Uno de los varones, al parecer, vive en el
extranjero, el otro bien puede estar consagrado a una carrera, quién sabe
política, quién sabe sindical, quién sabe militar.
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